Serían los Almorávides quienes en 1062 fundaron Marrakech.
Su mayor logro fue haber traído el agua a la ciudad mediante un ingenioso
sistema de pozos, redes de canalización y captación de fuentes. Gracias a ellos
fueron posibles los jardines, huertos y palmerales y, en consecuencia todo lo
que ha permitido el desarrollo y la proyección de la ciudad. Por aquel
entonces, Marrakech, era la capital de Marruecos.
En el siglo XII, los Almohades toman el relevo. Mejoran los
sistemas de riego, amplían las murallas y crean el primer hospital de la ciudad
que acoge al sabio Averroes.
En 1269, los Merínidos conquistan el sur de Marruecos y
Marrakech pierda la capitalidad en beneficio de Fez. Esto sería hasta la
llegada de los Saadianos en 1554 donde la ciudad vuelve a recuperar su estatus.
Es aquí donde comienza una nueva era y bajo el reinado de Ahmed El-Mansour se
construyen fabulosos palacios, mezquitas, fuentes, madrazas y la magnífica
necrópolis, donde se enterrarían los principales personajes de su dinastía.
En el siglo XIX y bajo la dinastía Alauita se afrontan
nuevas e increíbles obras que culminarían con un nuevo conjunto de fascinantes
palacios y jardines. Sería a partir de entonces cuando Marrakech empezaría a
alcanzar fama internacional y a que todo aquel que la visitaba sucumbiera a sus
encantos, como así sucedería con celebridades como Winston Churchill o el
pintor Jacques Majorelle.
El desayuno se encontraba incluido en el precio de la
habitación, por lo que no era plan de desaprovecharlo, así que como este no se
servía hasta las 08.30, me daría el lujo de no madrugar demasiado. Estaría
compuesto por zumo de naranja natural, una ensaimada, pan con mantequilla y
mermelada y algo parecido a un crepe. Además de leche o café. Así que bastante
contundente para aguantar bien toda la mañana.
Riad La Perle D´azur |
Tenía claro que los primeros pasos que daría iban a estar
destinados a recorrer la plaza Jemaa-el-Fna, situada entre la Medina y los
bulevares modernos. Quería que fuese así para poder seguir su evolución en
diferentes momentos del día, observar cómo pasa de estar dormida a ir
desperezándose, poco a poco, hasta que se produce el estallido y la ebullición
de la misma cuando se empiezan a esconder los últimos rayos de sol. Pero no
adelantemos acontecimientos, pues ahora todo se encontraba en calma, los
comerciantes iban montando sus puestos con tranquilidad y los vendedores de
zumos ya comenzaban a tratar de atraer a los primeros turistas, entre ellos yo,
que sucumbí al primero de ellos (10 dírhams). Era de fresa y naranja y estaba
buenísimo.
Plaza Jemaa-el-Fna |
Puesto de zumos en la Plaza Jemaa-el-Fna |
Me dediqué a deambular por la gran cantidad de puestos y
pequeñas tiendas, a observar el inmenso y pintoresco mercado de alimentos,
medicinas, cestería, objetos dispares y recuerdos para turistas, siendo
acompañado, cada cierto tiempo, por llamadas de atención de los dueños de los
puestos para tratar que me acercara a su negocio y conseguir así alguna venta.
Pero de momento, no estaba muy dispuesto por lo que me hice bastante bien el
despistado, consiguiendo evitarles.
Plaza Jemaa-el-Fna |
Puestos en la Plaza Jemaa-el-Fna |
Puesto en la Plaza Jemaa-el-Fna |
Mis primeras sensaciones estaban siendo muy buenas, no me
estaba sintiendo agobiado y la explosión de olores y sonidos me estaba
encantando.
Pasada la hora, dejaría la famosa plaza, ya habría tiempo a
lo largo del día para verla mucho más animada y en su máximo apogeo.
Decidiría encaminarme, entonces, hacia el sur de la ciudad,
por una larga calle, repleta igualmente de puestos y comercios, aquí no se
desaprovecha ni un metro de espacio, hasta uno de los grandes palacios de
Marruecos: el palacio de la Bahía (10 dírhams), una sucesión infinita de patios,
estanques, mosaicos y esmaltados que me sorprendieron a cada paso que daba.
Calle Riad-Zitoun-el-Kdim |
Carnicería de la Medina |
Jardines Palacio de la Bahía |
Sería erigido a finales del siglo XIX por orden del gran
visir Mulay el-Hassan, un hombre déspota y cruel que al final de su vida llegó
a ejercer el poder sobre todo el reino. Las obras durarían siete años, de ahí
que haya quedado la frase “la Bahía está finalmente acabada”, refiriéndose a
cuando por fin se termina un asunto complejo.
El palacio es un ejemplo de residencia privada islámica,
pues respondía a las necesidades de una vida social alta.
Palacio de la Bahía |
La visita me llevaría por diferentes departamentos situados
en torno a grandiosos patios interiores, cada cual más asombroso que el
anterior. En ellos se puede observar como los artesanos marroquíes han dejado
una increíble muestra de su destreza artística. Todos son espectaculares, sin
poder destacar uno más que otro, por lo que hay que detenerse y contemplar
hasta el último detalle de las dependencias de la Favorita, la sala del
Consejo, el patio del Honor, la sala de audiencias y el jardín moruno donde
crecen cipreses, naranjos y jazmines.
Palacio de la Bahía |
Palacio de la Bahía |
Palacio de la Bahía |
Cuando volví a salir a la calle el contraste fue brutal,
pues fue pasar, en segundos, de la tranquilidad y el sosiego a la auténtica
locura, ya que la ciudad estaba en completa ebullición y el trasiego de
personas y vehículos era constante, especialmente, de las motocicletas con las
que hay que tener mucho cuidado pues van como locos y sin paciencia alguna.
Caminaría otros quince minutos hasta llegar a la mezquita de
la Kasbah y la calle del mismo nombre, donde una nueva selva de ciclistas,
carretillas tiradas por asnos y niños jugando a la pelota me dejarían de nuevo
sin palabras. La entrada al edificio religioso está vetada a los no musulmanes,
por lo que me tuve que conformar con disfrutar sólo del exterior. Por cierto,
cuenta la leyenda, al igual que en la koutoubia, que las esferas doradas de la
claraboya eran de oro puro. Supuestamente, la esposa del soberano hizo fundir
sus joyas para hacerse perdonar por haber roto el ayuno del Ramadán. También
sorprende bastante el gran minarete de color ocre, decorado con cerámica blanca
y verde, que se levanta con fuerza sobre el resto de la construcción.
Mezquita de la Kasbah |
Casi pegadas a la recién mencionada mezquita, se encontraba
otro de los tesoros que uno no puede perderse cuando viene a Marrakech. Hablo
de las Tumbas Sadíes, es decir, los mausoleos de los soberanos sadíes (S. XVI)
que reposan en un apacible jardín.(10 dírhams). Más concretamente podría ver la
sala del Mihrab donde reposan los restos de los soberanos alauitas y que se
encuentra a la izquierda y que debido a la estrechez de la entrada me tocaría
esperar una cola de unos veinte minutos. A continuación, en el centro del
recinto, está la sala de las Doce Columnas que alberga la sepultura de Ahmed
el-Mansour y, por último la sala donde están enterrados las esposas y los
hijos. El resto de las tumbas que se pueden ver dispersas por el jardín se
piensa que pertenecen a los servidores del sultán o tal vez a personajes
ilustres.
Tumbas Sadíes |
Tumbas Sadíes |
Tumbas Sadíes |
Desde aquí y tras preguntar a un boticario que me indicaría,
de forma altruista, la dirección llegaría hasta Bab Agnaou, una majestuosa y
monumental puerta, cuyo marco es una superposición de arcos labrados, decorados
por delicados entrelazados florales. Esta era la antigua entrada del palacio
del soberano almohade Abd el- Moumen y solía adornarse con las cabezas de los condenados
a muerte.
Puerta Bab Agnaou |
Dos nuevas rectas serían suficiente para llegar hasta la
entrada del palacio El-Badi (10 dírhams), el que fuera “El Incomparable”, que
sería mandado construir en 1593 por Ahmed el-Mansour, para las recepciones y
audiencia oficiales. Hacía sobrado honor a su nombre antes de que el soberano
alauita Moulay Ismail lo desmantelara en el siglo XVII para decorar los palacios
de Meknés. Sólo quedan los muros de color ocre, entre los que una vez al año
resuenan los cánticos y las danzas del festival nacional de arte popular
marroquí. Aún así y todo bien merece la pena una visita sólo por ver la
extensión del recinto y las vistas que se obtienen desde una terraza, a la
izquierda de la entrada, del propio palacio, de la medina y las Tumbas
sadianas.
Palacio El-Badi |
Palacio El-Badi |
Mientras paseaba por la gran explanada central traté de
hacerme una idea del lujo y el refinamiento que pudo haber en este lugar y la
verdad que sobrecoge.
También tendría la oportunidad de penetrar en los subterráneos
del palacio, donde podría ver los angostos calabozos y restos de
canalizaciones. Y para finalizar una inmensa roca atrapada entre dos paredes,
con la que uno no deja de darle vueltas de cómo, con el peso que debe tener, es
posible que aguante de esa manera encajada.
Pasadizos Palacio El-Badi |
Roca suspendida en el Palacio El-Badi |
A la salida mi intención sería rodear los muros del Palacio
Real, que son una continuación del anterior palacio e intentar tomar alguna
buena fotografía de la construcción, pero tras andar como cinco minutos y ser
consciente de que iba a ser imposible, tanto porque no se puede hacer gran cosa
al respecto, como porque en alguna puerta interesante que había, estaba tomada
a cal y canto por el ejército y la policía y hay una norma en Marruecos que se
tiene que cumplir a rajatabla, que es que no se pueden fotografiar autoridades
ni edificios gubernamentales, así que, por mi bien, haría caso de la misma.
Eran ya las 13.30 y tenía bastante hambre, así que me dirigí
a una plaza peatonal por la que había pasado tiempo atrás llamada Qzadria o de
los hojalateros que, además de estar bordeada de tiendas – taller donde los
artesanos cortan, golpean y punzan la hojalata para convertirla en faroles,
apliques y farolillos, cuenta con varias terrazas al aire libre para sentarte y
probar la gastronomía marroquí. Así que no lo dudé y a ello que fui. Me
decidiría al final por el Tajine o para que se me entienda mejor, un guiso de
carne, acompañado de verduras hervidas, servido en un plato cónico de cerámica.
Además también me animaría con cuscús con verduras. Y de beber coca cola. Al
final comería más con los ojos y aunque no me gusta que suceda, no podría con
todo, pero es que las cantidades eran brutales. Todo me costaría 80 dírhams,
incluyendo también el pan.
Plaza Qzadria o de los Hojalateros |
Comiendo Tajine en Plaza Qzadria o de los Hojalateros |
Había que bajar la comida como fuera, así que lo mejor sería
paseando y dirigiéndome hacia el barrio judío y su sinagoga que es la más
antigua de la ciudad con 500 años y que acoge a los últimos judíos de la
Mellah. Sería por los recovecos de estas calles, donde me ocurriría el primer
momento un tanto desagradable del viaje y es que cuando ya estaba a punto de
encontrar la pequeña e insignificante puerta marrón que da paso al interior del
edificio religioso y que, por cierto, se encontraba cerrado, me abordarían dos
jovenzuelos, de no más de 13 años, para haciéndome cuatro señas absurdas y
acompañándome los últimos metros que me quedaban por llegar a mi destino final,
querer atribuirse ellos el logro, después de las vueltas que había dado, y por
supuesto, que les soltara la pasta. Como no puedo con los caraduras, me juré a
mi mismo que no les iba a soltar ni un mísero dírham y claro, después de
decirles varias veces que no les entendía y que no tenía dinero, se empezaron a
poner algo nerviosos y a gritarme. Aceleré el paso para evitar que salieran
nuevos secuaces y por fin conseguía dejar esa zona, no sin llevarme varios
improperios en árabe que a saber lo que significaban, pero seguro que guapo no.
Necesitaba evadirme un poco del ajetreo de gente y tráfico y
para ello lo mejor era un recinto cerrado y tranquilo, así que dado que lo
tenía cerca, optaría por el museo Dar Si-Saïd que había oído que su interior
merecía mucho la pena, más allá de lo que expone. Tras pagar los 10 dírhams de
la entrada, podría encontrarme con puertas de madera talladas procedentes de
las kasbas del territorio presahariano, para poco después dar paso a una fuente
de mármol blanco para las abluciones y varias salas, situadas alrededor de un
jardín, en las que se exponían objetos de todo tipo como caftanes, babuchas,
cinturones, sables y puñales bereberes.
Jardines del Palacio y Museo Dar Si-Saïd |
Palacio y Museo Dar Si-Saïd |
Todo era bonito e interesante, pero tampoco me estaba
volviendo loco, aunque si estaba consiguiendo el objetivo por el que había
entrado aquí, que no era otro que relajarme.
Sin embargo, todo cambiaría cuando, siguiendo el sentido de
la visita, accedería hasta el segundo piso, con el que me quedaría de piedra e
incluso me saldría una expresión de asombro que haría que el guardia me
dirigiera una mirada. Y es que no era para menos, pues sus estancias muestran
una profusión de cúpulas, yesos, tallados y mosaicos policromados
espectaculares y de los que es complicado apartar la mirada, pues te dejan como
hipnotizado.
Detalles del Palacio y Museo Dar Si-Saïd |
Detalles del Palacio y Museo Dar Si-Saïd |
Aunque me costó lo suyo irme de allí, por fin saldría otra
vez a la calle. Estaba en un barrio muy tranquilo y agradable y, para mi gusto,
uno de los mejor cuidados y bonitos de Marrakech. Su nombre es el de
Riads-Zitoun y sus calles están encaladas con colores rojo, ocre y rosa. Además
cuenta con soberbias mansiones y palacios abandonados que lo hacen todavía más
atractivo. Por aquí estaría un rato jugando a perderme entre callejones sin
salida y lugares que se repetían una y otra vez.
Barrio Riads-Zitoun |
Barrio Riads-Zitoun |
Y casi sin darme cuenta me daba de bruces con el lugar en el
que todo comenzaba a primera hora del día: la plaza Jemaa-el-Fna, donde la
diferencia con los primeros momentos de la jornada en ella, empezaba a ser ya
palpable. Aún así la dejaría todavía de lado un poco más, pues quería acercarme
hasta, posiblemente, el símbolo de mayor renombre de Marrakech: la maravillosa
Koutoubia.
Esta increíble mezquita se acabaría hacia el año 1190
durante el califato de el-Mansur. Aunque su entrada se encuentra prohibida a
los no musulmanes, eso no es óbice para poder contemplar desde casi cualquier
lugar del centro su espectacular minarete de 77 metros de altura. Y si se pone
un poco de atención, además se podrá observar como la decoración de sus
fachadas es diferente entre ellas. En lo más alto se encuentra coronada por
unas bolas de cobre dorado que simbolizan los tres lugares sagrados y
principales del Islam: La Meca, Medina y Jerusalén.
Torre de la Koutoubia |
No es de extrañar que hoy sea uno de los monumentos más
hermosos del Magreb y que sirviera de modelo a dos hermanas, la Giralda de
Sevilla y la Torre Hassan de Rabat.
Como he comentado sólo pueden entrar en ella los musulmanes,
pero, sin embargo, donde si se puede acceder es a lo que llaman la Explanada,
es decir, un conjunto de misteriosos pilares, que se alinean a la sombra del
santuario, y que son los restos del antiguo oratorio almorávide erigido en este
lugar y que resultó estar mal orientado y ser demasiado pequeño.
Mezquita y Torre de la Koutoubia |
Fue por ello por lo que el sultán
mandaría construir la actual Koutoubia, usando el muro de la gibla del edificio
original como pared divisoria. Así se explican tanto esta pared, como las bases
de los pilares y el minarete.
Tendría suerte porque 20 minutos
después de que llegara a este lugar, un amable joven me pediría que si podía
abandonar el recinto ya que lo iban a cerrar.
Explanada de la Koutoubia |
Y ahora sí que había llegado el
momento de comprobar porqué se declaró a la plaza Jemaa-el-Fna, Patrimonio oral
e inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.
La vitalidad que emanaba ahora de
la gran explanada, nada tenía que ver con los leves destellos que dejaba
escapar durante la mañana. Parecía que el tiempo no sólo se hubiera detenido,
sino que también hubiera dado marcha atrás. Acróbatas, sanadores, encantadores
de serpientes, contadores de cuentos, bailarines y músicos se distribuían en
diferentes áreas de la plaza, haciéndote sentir el espectador de un decorado
sin igual.
Serpientes y Cobras en la Plaza Jemaa-el-Fna |
Es cuanto menos curioso que su
significado sea “asamblea de los muertos” debido a que antaño, los sultanes
solían exhibir las cabezas de los ajusticiados. Ironías de la vida hoy se ha
convertido en un espacio vibrante y que hechiza a cualquiera.
Estaban siendo muchas emociones
para el primer día y necesitaba darme un respiro y asentar todo ese conjunto de
imágenes, olores y sonidos tan diferentes, por lo que, no lo dudé, y me marché
directo al tercer y último piso del Café le France, donde esperaría durante más
de una hora la puesta de sol por detrás de la Koutobia, con la mala suerte y
después del día tan espectacular de tiempo que había tenido, que las nubes
estaban apareciendo y nos aguaron parte de la fiesta a todos los allí
presentes. Por lo menos pude disfrutar de unas vistas soberbias acompañadas del
mejor té de menta que me he tomado en mi vida (30 dírhams los dos que me tomé).
Café de France en la Plaza Jemaa-el-Fna |
Plaza Jemaa-el-Fna desde Café de France |
Tomando Té con menta en el Café de France |
La noche se había echado encima,
pero no era tarde, sólo las 18.40, por lo que decidí llevar a cabo una idea que
ya traía en la cabeza, por recomendación de un buen amigo, pero que en
principio no tenía muy claro si me iba a animar con ello. Se trataba de probar
el auténtico rito que supone acudir a un Hammam.
Tras pensármelo un rato, al final
daría el paso, iría al Riad a coger el bañador y me marcharía hasta la calle
Fatima – Zohra, 20 donde estaba el Hammam Dar el-Bacha, el más célebre de la
ciudad, con una alta cúpula de seis metros que te encuentra nada más entrar.
Sería aquí donde me atendería un encargado el cual no hablaba nada de inglés.
Por lo que como pudimos nos entendimos. Dejaría mis pertenencias en unas
taquillas sin cerradura, pero controladas por una persona que no se mueve de
allí. Y ya con el bañador puesto, un señor me pediría que le siguiera hasta una
sala diáfana y de grandes techos y en la que hacía un tremendo calor. Allí me indicó que me sentara en el suelo y que
esperase cinco minutos. Pronto entendería que esto era para abrir los poros y
necesario para que el tratamiento pueda ser efectivo. Pasado ese tiempo
volvería a aparecer el hombre y me echaría por encima dos enormes cubos de agua
caliente, procedería a hacerme unos estiramientos que casi me dejan en el sitio
y se pondría un guante con un tacto parecido al estropajo, el cual utilizaría
para pasármelo una y otra vez por piernas, brazos, espalda y pecho. Cuando
terminó me indicó que pasara mi mano por los brazos y mi sorpresa fue que había
una cantidad de piel muerta tremenda y lo mismo con el resto del cuerpo. Tras
volver a tirarme varios nuevos cubos de agua con jabón por encima, finalizaba el
proceso. Tengo que reconocer que no me entusiasmó, la verdad, pero creo que
pudo ser porque el lugar elegido no fue el mejor ni el más higiénico. Así que
lo mismo en un sitio en mejores condiciones la cosa cambia. Lo mejor es, sin
duda, como te dejan la piel. El tratamiento duraría una hora y me costaría 120
dírhams.
Desde aquí me marcharía directo,
y una vez más, a la plaza Jemaa-el-Fna, donde, ahorá sí, la encontraría en su
punto álgido, en su máximo apogeo. Círculos de gente se formaban y se
disolvían, constantemente, como si fueran bancos de peces, para asistir a la
multitud de espectáculos callejeros que se iban creando: danzas alegres y
coloridas de grupos de jóvenes ataviados con chilabas; charlatanes y contadores de historias con las que, por
las caras atónitas y sorprendidas de los espectadores, parecían cuentos de las
mil y una noches; saltimbanquis llevando a cabo acrobacias que nada tenían que
envidiar a las que tienen lugar en los mejores circos; las famosas cobras
hipnotizadas por el sonido que desprenden
los instrumentos musicales de sus no deseados dueños; muchachas con velo
que decoran las manos de los
improvisados clientes con henna y cuyos hermosos motivos, aseguran, traen buen
suerte; combates de boxeo entre jóvenes, vestidos con ropa de calle y unos
antiguos y degastados guantes, que se movían como los mejores profesionales; y
así, tantos y tantos, pequeños espectáculos, que se hace, ciertamente,
complicado poder abandonar este lugar.
Pero es que no contento con todo
eso, el show que muestra la zona de casas de comida, que se montan y desmontan
todos los días, te permite asistir a una variedad gastronómica sin precedentes.
Por supuesto que el tajine, pero también otras muchas especialidades típicas de
aquí como las pitas de huevo cocido aderezado con salsas, las brochetas asadas,
una sopa llamada harira acompañada por dátiles o, incluso, cabezas de cordero.
No tengo duda, que muchos de los
aromas y hechizos africanos se dan en este lugar, el cual me dejaría,
totalmente, fascinado.
Es una lástima que en la comida
me hubiera quedado tan lleno, porque no tenía demasiada hambre, así que optaría
por seguir dando vueltas, de un lado para otro, hasta que sobre las 22.30
marcharía para el riad. Eso sí, lo que no podría evitar fue caer en la tentación,
al pasar por una pastelería que tenía bastante buena pinta, de comprarme una
caja de dulces marroquíes. Estos están hechos a base de almendras, frutos
secos, miel, sémola y flores de azahar y la verdad que me supieron a gloria,
acompañados por un zumo de naranja y fresa natural (30 dírhams).
Pasteles marroquíes comprados en los Zocos |
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