Y sin darme cuenta había llegado otra vez la Semana Santa,
esos días festivos tan importantes para casi todo el mundo. Sí, creo que es así
para la gran mayoría, pues si no lo son por el fervor religioso, a quien no se
le pone una sonrisa en la cara cuando se juntan unas cuantas jornadas de
descanso para olvidarte de las obligaciones laborales y hacer lo que te venga
en gana, cambiando de aires y descansando de una manera o de otra.
En esta ocasión me salía del guión que había estado
siguiendo varios años atrás. Por un lado me cogía toda la semana de vacaciones
y no me ceñía sólo a los cuatro días festivos de siempre y por otro dejaba
descansar a la vieja Europa, al menos de momento, marchándome a conocer otro
mundo completamente distinto.
Es cierto que me apetecía hacer algo diferente, algo que se
saliera de conocer ciudades monumentales con grandes catedrales, monasterios e
importantes edificios públicos o bonitos pueblos sacados del mejor de los
cuentos. Quería dejar a un lado la refinada educación europea y sus costumbres para
volver a sentir una nueva cultura, como ya lo había hecho, unos meses atrás, en
el lejano oriente.
Si a todo lo anterior le sumamos que este año la Semana
Santa caía demasiado temprano y era bastante probable que no hiciera el mejor
tiempo en la gran mayoría de otros destinos apetecibles y que me apetecía mucho
probarme viajando en solitario al único continente que me faltaba por hacerlo de
esta manera, pues casi que, por descarte, Marruecos era el país perfecto para
cumplir todas los requisitos anteriores.
Bandera de Marruecos |
Y es que la primera vez que ponía un pie en el continente
africano lo haría, en el año 2008, en Egipto con
un viaje en grupo y organizado por una agencia, y aunque disfrutaría mucho del
apasionante mundo de las pirámides y los faraones, es cierto que no lo haría
tanto con las dichosas prisas que los guías siempre te están metiendo, para
todo, en este tipo de viajes.
La verdad que tenía ganas de reencontrarme con el ambiente
extremadamente animado que reina en los zocos; perderme por las intrincadas
callejuelas de una medina árabe, sin rumbo fijo, teniendo que preguntar para
poder salir de ellas; recordar los aromas de las especias; deslumbrarme con los
colores vivos que vas hallando en cualquier puesto y en el ropaje y los velos
que cubren los rasgos de las misteriosas mujeres que se encuentran tras ellos.
Y todo lo anterior sin prisa, pausadamente, con calma, sin
que nadie me impusiera sus tiempos ni me dijera que el barco zarparía sin mi si
no estaba a una maldita hora en su cubierta.
En Marruecos quería también volver a dar una oportunidad al
carácter árabe, quería olvidarme de aquellos sentimientos negativos que me
causaría el sentirme acosado, en muchos momentos, por comerciantes, niños y
mujeres, intentando que comprara alguno de los géneros que se ofrecían en sus
tiendas, conseguir que les diera una limosna o hacerme un tatuaje en la piel.
Esperaba ser más paciente y tener la mente más abierta e intentar ser más
empático. En los sucesivos días vería si lo conseguiría o, por el contrario,
tendría las mismas sensaciones de entonces.
Una vez elegido el país, tocaba decidir qué zona quería conocer,
por donde quería perderme durante la semana entera que iba a tener por delante.
La verdad que Ryanair aquí me lo pondría difícil pues ofertaba vuelos baratos
a, prácticamente, todas la ciudades importantes marroquís, por lo que tras
pensármelo mucho, optaría por la perla del sur, Marrakech, una ciudad mítica,
capital cultural, inspiradora de artistas y con todos los alicientes necesarios
para satisfacer al carácter más exigente.
Pero es evidente que una semana era demasiado tiempo para
dedicarla sólo a una ciudad, por lo que, en principio, mi objetivo claro y
obsesivo iba a ser el perderme, con un coche de alquiler, por los pueblos de la
cadena montañosa del Atlas, atravesándola, y llegando así hasta el desierto.
Tendrían que ser varias amistades y compañeros de trabajo, que ya habían estado
por la zona, los que me quitarían esta idea inicial de la cabeza. Me
convencerían argumentándome que para ser la primera vez que viajaba sólo a un
país árabe, lo mismo era un plan demasiado ambicioso y que lo mismo para una
primera toma de contacto, era mejor empezar por algo más fácil y que me
permitiera un poco curtirme para siguientes escapadas.
Así que tras valorar nuevas opciones al final me decantaría
por la costa atlántica y sus pueblos blancos y decadentes, cambiando
radicalmente el tipo de viaje que iba a realizar y decidiendo no darme mucha
caña y dedicando también parte del tiempo a descansar, no metiéndome la paliza
de visitar muchos lugares en el mismo día.
Y con todas las decisiones tomadas, la ruta organizada y mi
billete de avión (78 euros) me plantaba a las 19.00 en el aeropuerto de
barajas, donde esperaría dos horas hasta que a las 21.15, en punto, despegaba
el vuelo de Ryanair. Hay que reconocer que en poco tiempo esta compañía ha
cambiado una barbaridad, pues ha pasado de retrasos constantes, una política de
equipaje estricta y una absoluta inflexibilidad para casi todo a ser puntuales
y más abiertos en lo que se refiere a subir bultos al avión y sus medidas. Esta
vez, de hecho, ni metieron una sola maleta en los medidores de equipaje.
En dos horas exactas aterrizábamos en el aeropuerto de
Menara, desembarcando, rápidamente, por ambas puertas y dirigiéndonos, en un
breve paseo de cinco minutos, a través de la pista, hasta la terminal.
Cuando atravesé las puertas el panorama fue desolador: unas
filas escalofriantes para pasar el control de pasaportes y las misma historia
para poder encontrar un pequeño hueco donde rellenar una ficha, con tus datos
personales y el número de vuelo, que está disponible en un montón de
casilleros.
Tras cuarenta minutos de espera por fin llegaba mi turno. El
agente de aduanas me miró, me pidió que le enseñara el billete de avión y nada
más, en nada me había puesto el sello de entrada en el país y ya estaba en
territorio marroquí.
Lo siguiente que haría sería cambiar dinero, pues había sido
justo hoy cuando me había enterado que los bancos españoles si cambiaban euros
a dírhams por lo que ya no me daba tiempo a pedir divisa. El mejor cambio, de
las agencias que había, fue el de 10,50 dírhams por euro. Luego en el centro de
Marrakech lo vería hasta por 10,90, así que es preferible no cambiarlo todo.
Y ya con todos los deberes hechos salía al exterior de la
terminal, donde en primera fila había un número incontable, a primera vista, de
personas esperando con carteles a cientos de turistas y es que la mayoría de
hoteles y riads te ofrecen la posibilidad de venir a buscarte al aeropuerto por
unos 15 euros el trayecto (casi 160 dírhams). Yo pensaría esta opción como la
primera, pero al enterarme que había un autobús que te llevaba al centro de la
ciudad, al final preferí probar suerte. Y esta vez la tuve y no pudo ser más
fácil, pues la parada se ve en cuanto dejas a tras a los agentes turísticos y a
los taxistas, que como no, vinieron hacia mí como fieras en cuanto me vieron
aparecer sólo. No tendrían reparo en empezar a decirme, todos como posesos, que
si el autobús no funcionaba, que si ya había salido el último, pero vamos que
por un oído me entraba y por otro me salía. Así que allí que me planté rodeado
de todos los buitres hasta que viendo que no tenían nada que hacer conmigo me
fui quedando sólo.
Tras esperar unos quince minutos, por fin aparecería y nada
más subir ya me encontraría la primera muestra de amabilidad y profesionalidad
en el país. Al ir a comprar el billete, el agradable conductor me preguntaría
que si tenía intención de volver al aeropuerto en un periodo de quince días, y
al decirle que sí, me aconsejaría comprar el billete de ida y vuelta,
costándome 50 dírhams. Sólo de ida hubieran sido 30 dírhams, por lo que eso que
me ahorré.
El autobús lleva a cabo un recorrido circular, cuya primera
parada es la gran y famosa plaza Jemaa- El-Fna, lugar en el que tenía que
apearme para llegar hasta mi riad que estaba dentro de la medina. Tardaría como
diez minutos y para volver al aeropuerto la parada es la misma.
Por cierto que se me olvidaba comentar que en el autobús
también coincidí con una pareja brasileña, la cual me contaría que trataron de
cobrarles 200 dírhams por llegar hasta la misma plaza, por lo que cada uno
saque sus conclusiones.
Una vez en la célebre plaza, ahora desierta, salvo alguna
que otra persona con no muy buenas pintas y que vinieron a ofrecerme
alojamiento, la atravesaría y tras tomar sólo dos calles que salían de esta llegaría
al riad a las 00.00 en punto, hora marroquí, pues aquí es una hora menos que en
España.
Su nombre era Riad La Perle D´azur y estaba a menos de cinco
minutos de la gran plaza. En esta ocasión huí claramente de los hostels para
garantizarme un mínimo de higiene y seguridad. El precio de la noche me saldría
por 30 euros con el baño dentro. Era un poco cutre y no es que se la viera muy
limpia, por lo que me decepcionó bastante, ya que en las fotografías de booking
tenía mejor aspecto y además fiándome de la nota, que le daban un 8,4, me lo
esperaba bastante mejor, pero bueno era lo que había. Quiero pensar que el
resto de habitaciones de los pisos superiores no tendrían nada que ver y de ahí
esa calificación y que a mí por lo que pagué me dieron esta. El patio interior
era de lo más agradable y bastante bien cuidado. La persona que me atendería
sería amable y dispuesta ayudarte por varias preguntas que le formulé.
Riad La Perle D´azur |
Sólo restaba ya hacer los preparativos de mañana y descansar
que con la tontería no apagaría la luz hasta casi las dos.
ALGUNOS DATOS PRÁCTICOS:
ENTRADA AL PAÍS: Pasaporte con una vigencia no inferior a 90
días. Según los países puede ser suficiente el carné de identidad, siempre que
el viaje lo organice una agencia.
VACUNAS: No se necesitan para entrar al país.
CAMBIO: La moneda marroquí es el dírham que se compone de
100 céntimos. Conviene cambiar en los bancos y establecimientos autorizados.
SEGURIDAD: Marruecos es uno de los países africanos más
seguros para los viajeros. Con las precauciones que se tomarían en nuestra
propia ciudad puede ser suficiente para tener una estancia de lo más agradable.
REGATEO: El precio de las comidas en la mayoría de los
lugares turísticos suele estar fijado ya. Para lo demás dependerá de la maña y
la destreza de cada uno. En mi caso lo que suelo hacer, si la persona que
regenta el lugar donde me alojo es agradable, le pregunto qué cuanto es lo
máximo que se paga por esto o por lo otro y es verdad que casi siempre
funciona, aunque muchas veces te cuesta varios intentos al no querer ceder, los
vendedores, a un precio más destinado a los locales que a los extranjeros.
ALIMENTACIÓN: Es de lo más aconsejable beber siempre agua
embotellada y evitar todos aquellos alimentos, como ensaladas, que puedan estar
lavados con agua corriente. Los zumos están riquísimos y te los preparan al
instante en muchísimos lugares. También conviene probar los dulces que están
para chuparse los dedos si uno es goloso.
TRANSPORTE: Marruecos es un país que está bien comunicado
por tren y autobús entre sus principales ciudades, pudiendo moverte por todo
él, sin el mayor problema. Eso sí conviene cerciorarse de los horarios y de si
se enlazan directamente algunos destinos, pues te puedes encontrar que no sea
así y trastocarte los planes.
No hay comentarios :
Publicar un comentario