Me encontraba con muchas ganas de
que empezara el día de hoy y es que, tras la increíble experiencia que supuso
perderme por el antiguo bazar Khan el Khalili de El Cairo, quería volver a vivir
una experiencia similar y, sin duda, que los zocos de Marrakech iban a ser el
lugar perfecto para ello. Además si se tiene en cuenta que es uno de los más
grandes del mundo, sin duda que no me iba a dejar indiferente.
Creo que el recorrer estos
inmensos mercados tradicionales del mundo árabe debe ser más una experiencia
sensorial que un intento de querer encontrar chollos a buenos precios, porque
si se va con esa idea es probable que uno acabe decepcionado. Lo apasionante de
este mundo, dentro de la propia ciudad, es perderse entre sus callejuelas
ruidosas, repletas de tiendas de mil y
un aromas, vivir la atmósfera especial del arte del comercio y del regateo como
un modo de sustento tan diferente al que estamos acostumbrados, en definitiva
tratar de sentir al máximo los colores, olores y sonidos que se desprende de
cada esquina y de cada tienda que se van sucediendo sin descanso.
Desde la misma plaza Jemaa-el-Fna
me dirigiría hacia el norte, hallando, sólo unos metros después de dejar
aquella y sin apenas haber empezado a afrontar mi aventura por el gran laberinto,
el mercado de frutos secos o Souk Kchacha, donde se muestran cantidades
ingentes de nueces, almendras, garbanzos, pipas, dátiles, etc.
Souk Kchacha o Mercado de Frutos Secos.Zocos |
Mi camino continuaría buscando
otro cuadrilátero de gran importancia llamada Rhaba-Kdima que traducido quiere
decir plaza vieja. También se la conoce como plaza de las Especias, un antiguo
mercado de esclavos donde hoy se reúnen curanderos y boticarios que ofrecen todo tipo de
elixires y pociones, compuestas de piel de camaleón, cuerno de rinoceronte y
otras rarezas, cuyo fin es curar el reuma, la ansiedad, la tos o incluso
estimular el vigor sexual. También se pueden ver mujeres que adornan pies y
manos con dibujos de henna. Fue aquí cuando al ir a tirar alguna foto a alguno
de los mil motivos que resultan llamativos para cualquier occidental, me
pedirían que no lo hiciera, así que esta vez me quedé sin el recuerdo.
Plaza Rhaba-Kdima. Zocos |
Plaza Rhaba-Kdima. Zocos |
No sería así con el espacio
cubierto que se encuentra en uno de los extremos de la plaza y que está
dedicado a la subasta y venta de alfombras. Aquí sí que, con toda la amabilidad
del mundo, me dejarían plasmar los maravillosos colores y decoraciones
geométricas de este tipo de género.
Souk Joutia-Zrabi o Mercado de Alfombras.Zocos |
Poco después y sin buscarlo,
llegaría hasta Souk Smata o mercado de las babuchas, instalado en una galería
interior, y en el que se muestran miles de estas. Las había de todo tipo, desde
las bereberes redondeadas hasta las puntiagudas, las que tenían motivos
clásicos o más fantasiosos, llegando incluso a algunas con piel de serpiente y
cosidas a mano a otras con una sencilla suela de plástico pegada. Vamos que
para todo tipo de gustos y presupuestos.
Souk Smata o Mercado de Babuchas |
Bastante había durado siguiendo
un orden lógico y tratando de seguir algunos de los planos que llevaba conmigo,
pero llegó un momento que desistí de seguir guiándome de esa manera, motivado
por el cansancio de estar analizando aquellos, por lo que probaría suerte a ver
donde acababa yendo a mi aire.
Y el resultado anterior sería que
acabaría en la plaza Ben-Youssef, la cual alberga el Museo de Marrakech, la
mezquita y la madraza, llamadas igual que el cuadrilátero, y la Koubba
Ba´Adiyn, único testigo del arte almorávide en Marrakech y que sólo puede
observarse a través de unas rejas, al no encontrarse en muy buenas condiciones.
En su momento hacia las funciones de pila de abluciones, alimentada por las
aguas del Atlas, formando parte de la mezquita erigida por Ali Ben-Youssef. Lo
más destacable es su cúpula blanca con estalactitas revestidas de caracolas.
Pila de Abluciones Koubba Ba´adiyn |
Dado que no me apetecía nada
ponerme a visitar el museo, optaría claramente por la Madraza Ben Youssef, una
de las visitas obligadas que uno no puede perderse bajo ningún concepto.
Se erigiría en el siglo XV como
sede de la universidad de teología y derecho musulmán. Fue una de las primeras
del país, y la más grande, y se dice que llegó a acoger a más de 900 estudiantes, consagrados a
estudiar el Corán.
Madraza Ben-Youssef |
Una vez pagada la entrada de 20
dírhams, un misterioso corredor me
llevaría a un apacible patio central con un foso para el agua, donde se
llevaban a cabo las abluciones antes de los servicios religiosos. La
decoración es soberbia al apreciarse, se
mire donde se mire, paredes de baldosas con mosaicos, dibujos de piñas, arcos
con estuco y citas del Corán.
Madraza Ben-Youssef |
Madraza Ben-Youssef |
Madraza Ben-Youssef |
Pero si todo eso sabe a poco, no
pasa nada, pues bastará con acceder a la primera planta y sorprenderte con las
austeras celdas. Algunas de ellas están provistas de una diminuta ventana,
abierta en el muro, por donde penetra algún halo de luz.
Patio Interior.Madraza Ben-Youssef |
A la salida, volvería a tomar el
laberinto de calles y, no sin preguntar en varias ocasiones, conseguiría llegar
a las inmediaciones del barrio de los curtidores o zoco Debbaghine, donde
empezarían a atosigarme varios falsos guías para que visitara con ellos las
piletas en las que se trabaja la piel. Otra seña inconfundible de esta zona son
los muchachos que te ofrecen ramilletes de menta para tratar de soportar mejor
el pestilente olor que emana de cada esquina. Tras rechazarlo todo, observaría
hacia donde se dirigían un grupo de probables alemanes que ya iban acompañados
de su improvisado anfitrión y les seguí unos metros hasta que entraba con ellos
en una gran explanada, repleta de pozas circulares. En este momento, el falso
guía se daría cuenta de mi presencia y, sin quererlo, me incorporaría al grupo.
Debbaghine o Barrio de los Curtidores |
Debbaghine o Barrio de los Curtidores |
Debbaghine o Barrio de los Curtidores |
Aquí podría ver el agotador
trabajo de los hombres que trabajan con la piel utilizando para ello barro,
excremento de palomas y cal viva entre otros productos. Siguiendo una técnica
ancestral, se procede a sumergir las pieles en las cubas, pelarlas, ablandarlas
y teñirlas, para finalmente dejarlas secar al sol. El hedor era casi
insoportable, pero aguante como pude hasta que nuestro falso guía dijo que se
acabó y que le siguiéramos a una tienda cercana, para variar. Este sería el
momento que aprovecharía para huir por el mismo camino que me había traído
hasta aquí y justo el contrario al que seguían los alemanes y el caradura. Me
imagino que cuando echase la vista atrás y no me encontrara, se cagaría unas
cuantas veces en mí, pero los europeos también sabemos de picaresca.
En quince minutos volvía a estar
en la plaza Ben-Youssef, para adentrarme, de nuevo, en el mundo de los
maravillosos zocos y seguir disfrutando de la labor y las mercancías de nuevos
artesanos. En esta ocasión me encontraría con Souk Haddadine o el mercado de los herreros, que soldan,
martillean y doblan el metal. Entre los productos que ofrecen están los candelabros,
faroles y pesadas cerraduras. A continuación vería el Souk Attarine o mercado
de los utensilios domésticos con infinidad de teteras, bandejas, espejos, etc.
Y para terminar el Souk Sebbaghine o mercado de los tintoreros, con sus
pasillos repletos de madejas de lana, tejidos tendidos en guirlandas y vistosos
turbantes.
Souk Sebbaghine o Mercado de los Tintoreros.Zocos |
Zocos |
Zocos |
Y entre paseos y puestos, podría
ver dos nuevas sorpresas: por un lado, la fuente Chrob – ou – chouf,
considerada como una de las más bonitas de la Medina y, por otro, un vistoso
mausoleo dedicado al santo Sidi Abdel Aziz, invocado para curar las
enfermedades cutáneas y estomacales.
Fuente Chrob-ou-Chouf |
Mausoleo Zaouïa Sidi-Abdel-Aziz |
Y, de repente, las luces tenues,
las penumbras y los rincones de oscuridad se quedaron atrás y, la potente luz,
al final de un corredor de puestos, me indicaba que en apenas unos minutos iba
a aparecer, otra vez, en la plaza Jemaa-el-Fna. Estaba sediento, por lo que me
fui directo a uno de los puestos de zumos y me pedí uno mixto de fresas y
naranjas por 10 dírhams. Tan bueno estaba que no pude evitar repetir.
No tenía ya más tiempo para
seguir disfrutando de Marrakech, al menos de momento, ya lo seguiría haciendo a
la vuelta de mi viaje por la costa atlántica marroquí, hacia donde se dirigían
mis pasos en estos momentos.
Volvería al Riad a por la maleta
y saldría, de nuevo, a la emblemática plaza, donde tras tres intentos
conseguiría un taxi que me llevaría a la estación de trenes por 20 dírhams. El
encargado de mi alojamiento me había dicho que por 15 dírhams se podía
conseguir, pero no hubo manera, de hecho, los taxistas, que se negaron a
llevarme, querían por la broma entre 40 y 60 dírhams, así que no me pareció mal
la negociación.
Justo, en frente de la estación
se encuentra el Teatro Real, por lo que aprovecharía para tirar unas fotos,
hecho lo cual, me iría directo a comprar un billete de tren para Casablanca.
(95 dírhams)¿ Y por qué? Pues por la sencilla razón que no planifiqué bien las
cosas y, aunque parezca increíble, no miré los horarios de los trenes a El
Jadida, la primera ciudad que visitaría en la costa. Así que el último tren
directo hacia ese destino había salido a las 12.45 y eran ya las 14.00. Menos
mal que había un punto de información al lado de las taquillas y allí me
dijeron que la opción más factible era ir a Casablanca y desde allí un autobús
hasta El Jadida. Vamos que me iba a estar toda la tarde entretenido probando
los medios de locomoción marroquíes. Algo que tampoco me importaba mucho, pues
así me tomaba un respiro del ajetreo que había supuesto Marrakech.
Teatro Real |
Estación de Tren de Marrakech |
Comería un menú en el Mac Donalds
(60 dírhams)que se encuentra pared con pared de la estación, pues ya se sabe
que soy fan de la comida basura, y sin mucho tiempo para hacer nada más, me
iría al andén desde donde partía el tren a las 14.45. Había mucha gente
amontonada en la cinta que hacía de barrera a la plataforma, lo cual en estos
primeros momentos no entendí porqué, pero era evidente que la gente estaba
ansiosa por algo y que en cuanto permitiesen el paso, todo parecía indicar, que
se libraría una carrera a muerte por alguna causa que estaba a punto de
descubrir.
¡Preparados, listos, ya! El
encargado retiró la cinta y todo Dios empezó a correr como posesos hacia los
vagones de segunda clase. Mi salida fue un tanto torpe, pero poco a poco fui
recuperando posiciones, lo que tenía su mérito si se tiene en cuenta el ataque
de risa que me entró mientras corría, pues no es que esto me suceda todos los
días. Tras pasar unos cinco vagones, entre los 3 o 4 de primera y uno que dejé
pasar de segunda, me subía al tren y comprendía por qué todo el espectáculo
vivido. El vagón se encontraba compuesto por compartimentos cerrados de ocho
plazas, por lo que si no consigues una de estas te toca ir en el estrecho
pasillo exterior o en la zona que enlaza unos vagones con otros y, lo más
probable, es que tenga que ser de pié, porque no hay espacio para sentarse y
permitir el paso a los que van de un lado a otro.
Afortunadamente, podría hacerme
con un asiento al lado de la ventana y colocar mi bolsa de equipaje y la
mochila en la parte superior, por lo que el viaje se avecinaba de lo más
agradable, como así fue. El trayecto, de tres horas y quince minutos, lo
compartiría con varias mujeres, dos niños y un señor de avanzada edad.
El tiempo lo dedicaría a observar
por la ventanilla el paisaje desértico que caracteriza toda esta zona y echarme
breves cabezadas bastante reconstituyentes.
A las 18.00 el tren hacía su
aparición en la estación de Casablanca, un edificio de un blanco inmaculado,
con su característica torre con reloj.
Estación de Tren de Casablanca |
Mi siguiente paso era conseguir
llegar a la estación de autobuses desde donde salen los de la compañía CTM, una
de las mejores del país y la más idónea para extranjeros, por su seguridad y
puntualidad, aunque en alguna ocasión se columpien bastante, como ya contaré
más adelante. Para ello tomaría un taxi que en menos de diez minutos me dejaría
allí, pagando por el trayecto 20 dírhams.
El autobús a El Jadida partía a
las 19.15, por lo que llegué con tiempo de sobra para comprar el billete (45
dírhams) y tomarme unos dulces y una coca cola que compraría en una tienda
dentro de la estación. El viaje me lo pasaría durmiendo la hora y 45 minutos
que se tarda en llegar, así que ni me enteré.
En la puerta de la estación de
autobuses cogería el último taxi del día por 10 dírhams que me dejaría en la
puerta del Riad que había seleccionado para pasar la noche de hoy. Por cierto
que, como se ve, lo de las negociaciones en los taxis y en todo, es según con
quien des y como estés tú de fresco. A mí unas veces se me daba mejor y otras
peor.
Mi alojamiento se llamaba Riad
Harmonie, una auténtica pasada. Hacia muchísimo tiempo que no daba con un lugar
con tanto encanto. Todo me encantó desde que entré por la puerta: su patio
interior, su decoración, el gusto con que estaba todo colocado, su limpieza y sobre
todo el trato y el recibimiento de sus dueños. No me podía creer que por 36
euros la habitación con el desayuno incluido, pudiera disfrutar de un lugar tan
increíble y que en cualquier país europeo hubiera sido imposible por el precio.
El baño se encontraba fuera de la habitación pero era privado y con llave para
poder cerrarlo e igualmente con una decoración y limpieza digna de reseñar.
Riad Harmonie |
Riad Harmonie |
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