MARRUECOS - DIA 3. Nuevas sorpresas en Marrakech y viaje a la costa

20 de Marzo de 2016.


Me encontraba con muchas ganas de que empezara el día de hoy y es que, tras la increíble experiencia que supuso perderme por el antiguo bazar Khan el Khalili de El Cairo, quería volver a vivir una experiencia similar y, sin duda, que los zocos de Marrakech iban a ser el lugar perfecto para ello. Además si se tiene en cuenta que es uno de los más grandes del mundo, sin duda que no me iba a dejar indiferente.

Creo que el recorrer estos inmensos mercados tradicionales del mundo árabe debe ser más una experiencia sensorial que un intento de querer encontrar chollos a buenos precios, porque si se va con esa idea es probable que uno acabe decepcionado. Lo apasionante de este mundo, dentro de la propia ciudad, es perderse entre sus callejuelas ruidosas, repletas de tiendas de mil  y un aromas, vivir la atmósfera especial del arte del comercio y del regateo como un modo de sustento tan diferente al que estamos acostumbrados, en definitiva tratar de sentir al máximo los colores, olores y sonidos que se desprende de cada esquina y de cada tienda que se van sucediendo sin descanso.

Desde la misma plaza Jemaa-el-Fna me dirigiría hacia el norte, hallando, sólo unos metros después de dejar aquella y sin apenas haber empezado a afrontar mi aventura por el gran laberinto, el mercado de frutos secos o Souk Kchacha, donde se muestran cantidades ingentes de nueces, almendras, garbanzos, pipas, dátiles, etc.

Souk Kchacha o Mercado de Frutos Secos.Zocos

Mi camino continuaría buscando otro cuadrilátero de gran importancia llamada Rhaba-Kdima que traducido quiere decir plaza vieja. También se la conoce como plaza de las Especias, un antiguo mercado de esclavos donde hoy se reúnen curanderos  y boticarios que ofrecen todo tipo de elixires y pociones, compuestas de piel de camaleón, cuerno de rinoceronte y otras rarezas, cuyo fin es curar el reuma, la ansiedad, la tos o incluso estimular el vigor sexual. También se pueden ver mujeres que adornan pies y manos con dibujos de henna. Fue aquí cuando al ir a tirar alguna foto a alguno de los mil motivos que resultan llamativos para cualquier occidental, me pedirían que no lo hiciera, así que esta vez me quedé sin el recuerdo.

Plaza Rhaba-Kdima. Zocos

Plaza Rhaba-Kdima. Zocos

No sería así con el espacio cubierto que se encuentra en uno de los extremos de la plaza y que está dedicado a la subasta y venta de alfombras. Aquí sí que, con toda la amabilidad del mundo, me dejarían plasmar los maravillosos colores y decoraciones geométricas de este tipo de género.

Souk Joutia-Zrabi o Mercado de Alfombras.Zocos

Poco después y sin buscarlo, llegaría hasta Souk Smata o mercado de las babuchas, instalado en una galería interior, y en el que se muestran miles de estas. Las había de todo tipo, desde las bereberes redondeadas hasta las puntiagudas, las que tenían motivos clásicos o más fantasiosos, llegando incluso a algunas con piel de serpiente y cosidas a mano a otras con una sencilla suela de plástico pegada. Vamos que para todo tipo de gustos y presupuestos.

Souk Smata o Mercado de Babuchas

Bastante había durado siguiendo un orden lógico y tratando de seguir algunos de los planos que llevaba conmigo, pero llegó un momento que desistí de seguir guiándome de esa manera, motivado por el cansancio de estar analizando aquellos, por lo que probaría suerte a ver donde acababa yendo a mi aire.

Y el resultado anterior sería que acabaría en la plaza Ben-Youssef, la cual alberga el Museo de Marrakech, la mezquita y la madraza, llamadas igual que el cuadrilátero, y la Koubba Ba´Adiyn, único testigo del arte almorávide en Marrakech y que sólo puede observarse a través de unas rejas, al no encontrarse en muy buenas condiciones. En su momento hacia las funciones de pila de abluciones, alimentada por las aguas del Atlas, formando parte de la mezquita erigida por Ali Ben-Youssef. Lo más destacable es su cúpula blanca con estalactitas revestidas de caracolas.

Pila de Abluciones Koubba Ba´adiyn

Dado que no me apetecía nada ponerme a visitar el museo, optaría claramente por la Madraza Ben Youssef, una de las visitas obligadas que uno no puede perderse  bajo ningún concepto.

Se erigiría en el siglo XV como sede de la universidad de teología y derecho musulmán. Fue una de las primeras del país, y la más grande, y se dice que llegó a acoger  a más de 900 estudiantes, consagrados a estudiar el Corán.

Madraza Ben-Youssef

Una vez pagada la entrada de 20 dírhams, un misterioso corredor  me llevaría a un apacible patio central con un foso para el agua, donde se llevaban a cabo las abluciones antes de los servicios religiosos. La decoración  es soberbia al apreciarse, se mire donde se mire, paredes de baldosas con mosaicos, dibujos de piñas, arcos con estuco y citas del Corán.

Madraza Ben-Youssef

Madraza Ben-Youssef

Madraza Ben-Youssef

Pero si todo eso sabe a poco, no pasa nada, pues bastará con acceder a la primera planta y sorprenderte con las austeras celdas. Algunas de ellas están provistas de una diminuta ventana, abierta en el muro, por donde penetra algún halo de luz.

Patio Interior.Madraza Ben-Youssef

A la salida, volvería a tomar el laberinto de calles y, no sin preguntar en varias ocasiones, conseguiría llegar a las inmediaciones del barrio de los curtidores o zoco Debbaghine, donde empezarían a atosigarme varios falsos guías para que visitara con ellos las piletas en las que se trabaja la piel. Otra seña inconfundible de esta zona son los muchachos que te ofrecen ramilletes de menta para tratar de soportar mejor el pestilente olor que emana de cada esquina. Tras rechazarlo todo, observaría hacia donde se dirigían un grupo de probables alemanes que ya iban acompañados de su improvisado anfitrión y les seguí unos metros hasta que entraba con ellos en una gran explanada, repleta de pozas circulares. En este momento, el falso guía se daría cuenta de mi presencia y, sin quererlo, me incorporaría al grupo.

Debbaghine o Barrio de los Curtidores

Debbaghine o Barrio de los Curtidores

Debbaghine o Barrio de los Curtidores

Aquí podría ver el agotador trabajo de los hombres que trabajan con la piel utilizando para ello barro, excremento de palomas y cal viva entre otros productos. Siguiendo una técnica ancestral, se procede a sumergir las pieles en las cubas, pelarlas, ablandarlas y teñirlas, para finalmente dejarlas secar al sol. El hedor era casi insoportable, pero aguante como pude hasta que nuestro falso guía dijo que se acabó y que le siguiéramos a una tienda cercana, para variar. Este sería el momento que aprovecharía para huir por el mismo camino que me había traído hasta aquí y justo el contrario al que seguían los alemanes y el caradura. Me imagino que cuando echase la vista atrás y no me encontrara, se cagaría unas cuantas veces en mí, pero los europeos también sabemos de picaresca.

En quince minutos volvía a estar en la plaza Ben-Youssef, para adentrarme, de nuevo, en el mundo de los maravillosos zocos y seguir disfrutando de la labor y las mercancías de nuevos artesanos. En esta ocasión me encontraría con Souk Haddadine  o el mercado de los herreros, que soldan, martillean y doblan el metal. Entre los productos que ofrecen están los candelabros, faroles y pesadas cerraduras. A continuación vería el Souk Attarine o mercado de los utensilios domésticos con infinidad de teteras, bandejas, espejos, etc. Y para terminar el Souk Sebbaghine o mercado de los tintoreros, con sus pasillos repletos de madejas de lana, tejidos tendidos en guirlandas y vistosos turbantes.

Souk Sebbaghine o Mercado de los Tintoreros.Zocos

Zocos

Zocos

Y entre paseos y puestos, podría ver dos nuevas sorpresas: por un lado, la fuente Chrob – ou – chouf, considerada como una de las más bonitas de la Medina y, por otro, un vistoso mausoleo dedicado al santo Sidi Abdel Aziz, invocado para curar las enfermedades cutáneas y estomacales.

Fuente Chrob-ou-Chouf

Mausoleo Zaouïa Sidi-Abdel-Aziz

Y, de repente, las luces tenues, las penumbras y los rincones de oscuridad se quedaron atrás y, la potente luz, al final de un corredor de puestos, me indicaba que en apenas unos minutos iba a aparecer, otra vez, en la plaza Jemaa-el-Fna. Estaba sediento, por lo que me fui directo a uno de los puestos de zumos y me pedí uno mixto de fresas y naranjas por 10 dírhams. Tan bueno estaba que no pude evitar repetir.

No tenía ya más tiempo para seguir disfrutando de Marrakech, al menos de momento, ya lo seguiría haciendo a la vuelta de mi viaje por la costa atlántica marroquí, hacia donde se dirigían mis pasos en estos momentos.

Volvería al Riad a por la maleta y saldría, de nuevo, a la emblemática plaza, donde tras tres intentos conseguiría un taxi que me llevaría a la estación de trenes por 20 dírhams. El encargado de mi alojamiento me había dicho que por 15 dírhams se podía conseguir, pero no hubo manera, de hecho, los taxistas, que se negaron a llevarme, querían por la broma entre 40 y 60 dírhams, así que no me pareció mal la negociación.

Justo, en frente de la estación se encuentra el Teatro Real, por lo que aprovecharía para tirar unas fotos, hecho lo cual, me iría directo a comprar un billete de tren para Casablanca. (95 dírhams)¿ Y por qué? Pues por la sencilla razón que no planifiqué bien las cosas y, aunque parezca increíble, no miré los horarios de los trenes a El Jadida, la primera ciudad que visitaría en la costa. Así que el último tren directo hacia ese destino había salido a las 12.45 y eran ya las 14.00. Menos mal que había un punto de información al lado de las taquillas y allí me dijeron que la opción más factible era ir a Casablanca y desde allí un autobús hasta El Jadida. Vamos que me iba a estar toda la tarde entretenido probando los medios de locomoción marroquíes. Algo que tampoco me importaba mucho, pues así me tomaba un respiro del ajetreo que había supuesto Marrakech.

Teatro Real

Estación de Tren de Marrakech

Comería un menú en el Mac Donalds (60 dírhams)que se encuentra pared con pared de la estación, pues ya se sabe que soy fan de la comida basura, y sin mucho tiempo para hacer nada más, me iría al andén desde donde partía el tren a las 14.45. Había mucha gente amontonada en la cinta que hacía de barrera a la plataforma, lo cual en estos primeros momentos no entendí porqué, pero era evidente que la gente estaba ansiosa por algo y que en cuanto permitiesen el paso, todo parecía indicar, que se libraría una carrera a muerte por alguna causa que estaba a punto de descubrir.

¡Preparados, listos, ya! El encargado retiró la cinta y todo Dios empezó a correr como posesos hacia los vagones de segunda clase. Mi salida fue un tanto torpe, pero poco a poco fui recuperando posiciones, lo que tenía su mérito si se tiene en cuenta el ataque de risa que me entró mientras corría, pues no es que esto me suceda todos los días. Tras pasar unos cinco vagones, entre los 3 o 4 de primera y uno que dejé pasar de segunda, me subía al tren y comprendía por qué todo el espectáculo vivido. El vagón se encontraba compuesto por compartimentos cerrados de ocho plazas, por lo que si no consigues una de estas te toca ir en el estrecho pasillo exterior o en la zona que enlaza unos vagones con otros y, lo más probable, es que tenga que ser de pié, porque no hay espacio para sentarse y permitir el paso a los que van de un lado a otro.

Afortunadamente, podría hacerme con un asiento al lado de la ventana y colocar mi bolsa de equipaje y la mochila en la parte superior, por lo que el viaje se avecinaba de lo más agradable, como así fue. El trayecto, de tres horas y quince minutos, lo compartiría con varias mujeres, dos niños y un señor de avanzada edad.

El tiempo lo dedicaría a observar por la ventanilla el paisaje desértico que caracteriza toda esta zona y echarme breves cabezadas bastante reconstituyentes.

A las 18.00 el tren hacía su aparición en la estación de Casablanca, un edificio de un blanco inmaculado, con su característica torre con reloj.

Estación de Tren de Casablanca

Mi siguiente paso era conseguir llegar a la estación de autobuses desde donde salen los de la compañía CTM, una de las mejores del país y la más idónea para extranjeros, por su seguridad y puntualidad, aunque en alguna ocasión se columpien bastante, como ya contaré más adelante. Para ello tomaría un taxi que en menos de diez minutos me dejaría allí, pagando por el trayecto 20 dírhams.

El autobús a El Jadida partía a las 19.15, por lo que llegué con tiempo de sobra para comprar el billete (45 dírhams) y tomarme unos dulces y una coca cola que compraría en una tienda dentro de la estación. El viaje me lo pasaría durmiendo la hora y 45 minutos que se tarda en llegar, así que ni me enteré.

En la puerta de la estación de autobuses cogería el último taxi del día por 10 dírhams que me dejaría en la puerta del Riad que había seleccionado para pasar la noche de hoy. Por cierto que, como se ve, lo de las negociaciones en los taxis y en todo, es según con quien des y como estés tú de fresco. A mí unas veces se me daba mejor y otras peor.

Mi alojamiento se llamaba Riad Harmonie, una auténtica pasada. Hacia muchísimo tiempo que no daba con un lugar con tanto encanto. Todo me encantó desde que entré por la puerta: su patio interior, su decoración, el gusto con que estaba todo colocado, su limpieza y sobre todo el trato y el recibimiento de sus dueños. No me podía creer que por 36 euros la habitación con el desayuno incluido, pudiera disfrutar de un lugar tan increíble y que en cualquier país europeo hubiera sido imposible por el precio. El baño se encontraba fuera de la habitación pero era privado y con llave para poder cerrarlo e igualmente con una decoración y limpieza digna de reseñar.

Riad Harmonie

Riad Harmonie

Me recibirían con té a la menta y un plato de dulces marroquíes con los que me chupé los dedos, me darían varios planos de la ciudad y me informaron de todas aquellas dudas que traía, así que ante tanta hospitalidad me fui a dormir con una sonrisa de oreja a oreja.

No hay comentarios :

Publicar un comentario