16 de Noviembre de 2019.
Nuestro avión hacia Tórtola, la isla principal de las Islas
Vírgenes Británicas (British Virgin Islands, BVI), no despegaba hasta las 10:45
lo que nos permitiría no tener que madrugar demasiado y poder desayunar
tranquilamente en el hotel. El desayuno que ofrece es idéntico al americano con
posibilidad de servirte huevos revueltos, salchichas, tortitas, tostadas y
demás exquisiteces poco calóricas e ideales para perder peso.
Tras coger fuerzas y calorías, en unos minutos estábamos
delante del mostrador de Silver Airways
dispuestos a obtener nuestras tarjetas de embarque. Recordad que el vuelo de
Ida y vuelta nos había salido por 168 euros. Mientras Sergio se encargaba de
los trámites respectivos yo aprovecharía para darme una vuelta por los
exteriores del aeropuerto, encontrando un enorme letrero que decía “I love
Puerto Rico”, inmortalizando el momento con varias fotografías. No tiene mucho
tiempo y es que se realizó para reconocer el inmenso esfuerzo que ha tenido que hacer el pueblo
portorriqueño para levantarse y empezar de nuevo tras la fuerza destructiva de
los huracanas Irma y María.
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Aeropuerto Internacional Luis Muñoz Marín. San Juan |
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I Love Puerto Rico. Aeropuerto Luis Muñoz Marín. San Juan |
El embarque se realizaría en la hora prevista. Una vez
plantados delante de nuestra aeronave, a varios de nosotros nos llamaría la
atención el pequeño tamaño de la misma y que fuera de hélices, con una
capacidad para unas 35 personas, por lo que en un abrir y cerrar de ojos todos
estábamos sentados en nuestros asientos, la puerta cerrada y listos para el
despegue.
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A punto de despegar. Aeropuerto Luis Muñoz Marín. San Juan |
En sólo media hora nos aproximábamos a nuestro destino, el
tiempo era bueno y aunque había alguna que otra nube, no nos impedirían ver,
desde nuestras ventanillas, las aguas cristalinas azul turquesa por las que
navegaríamos durante una semana. También podríamos observar alguna que otra
isla, además de la principal, donde la exuberante vegetación es la nota
dominante en la mayoría de ellas.
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Sobrevolando Tórtola. |
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Sobrevolando Tórtola |
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Sobrevolando Tórtola |
Aterrizábamos en el aeropuerto Terrance B. Lettsome, donde una vez en tierra nos tocaría pasar un
nuevo control de pasaportes al entrar en suelo británico. El trámite fue
lentísimo, pues sólo había dos agentes de aduana, tirándonos algo más de una
hora para pasar el mismo. Por cierto te hacen pagar una tasa de entrada de diez
dólares.
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Aeropuerto Terrance B. Lettsome. Tórtola |
Una vez en el exterior, parecía mentira, el frío y el tiempo
invernal que habíamos dejado en Madrid era sustituido por una temperatura de
unos 28 grados con una ligera brisa, señal ineludible de que habíamos llegado
al Caribe y el momento de empezar a disfrutar de unas merecidas vacaciones.
A la salida nos esperaba un caribeño que nos conduciría a
una gran furgoneta para llevarnos en una media hora al puerto donde se
encontraba el barco que habíamos alquilado. Serían 16 kilómetros por carreteras
destartaladas y cuestas de infarto que ni los ciclistas del tour de Francia
podrían superar y que nos brindaban las primeras y espectaculares panorámicas
de esta isla caribeña y su entorno.
Tortola es la gran isla, la principal, donde comenzaba
nuestra aventura, aunque tendríamos que conformarnos con llevarnos una visión
general de la misma, así como de su capital Road Town, la cual atravesaríamos dejándonos una sensación de poco
que hacer en la misma, con casas viejas y antiguas y algo caótica a primera
vista.
Curiosa también la conducción, pues se conduce por la
izquierda como en Reino Unido, pero el volante está, a diferencia de la isla
Europea, en la parte izquierda, como ocurre en el resto de los países del viejo
continente, una cierta ventaja para quien se anime a coger un vehículo por
estos lares, aunque a primera vista parece que no debe ser del todo sencilla, pues
las carreteras son estrechas, con bastantes baches y, como ya he comentado con
unas pendientes brutales que exigen ser un conductor experimentado.
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Matrícula de las British Virgin Islands |
El puerto al que me refería párrafos atrás era Manuel Reef Marina, una pequeña bahía
rodeada de montañas verde color esmeralda. Este era el lugar en el que teníamos
que embarcar. Nada más llegar lo que más nos sorprendería sería la fuerza
devastadora y destructiva de los huracanes Irma y María, pues justo en el
centro de la bahía había un peñasco en el que había terminado apilados varios
catamaranes y veleros, algunos partidos por la mitad como si de juguetes se
tratasen, otros prácticamente hundidos.
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Manuel Reef Marina. Tórtola |
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Manuel Reef Marina. Tórtola |
Durante media hora, Sergio y Yago, el hermano de Cristina,
se ocuparían de realizar todo el papeleo necesario para alquilar el catamarán,
mientras el resto disfrutábamos del entorno que nos rodeaba. Acto seguido
seríamos conducidos a la que sería nuestra casa durante una semana en el mar
Caribe. Se llamaba Kabuki, haciendo honor a un tipo de teatro japonés. La
primera impresión fue muy buena, pareciendo que estaba nuevo. Contaba con dos
salones, uno interior y otro exterior, cuatro camarotes con capacidad para dos
personas y baño en cada uno de ellos, dos compartimentos con cama individual a
ras de la cubierta. Además disponía de dos neveras y un congelador eléctrico,
potabilizadora, agua caliente, todo tipo de utensilios de cocina, barbacoa y
muchos otros detalles que se me escapan ahora mismo.
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Catamarán Kabuki |
También encontraríamos un montón de cajas que contenían toda
la compra que habíamos realizado por internet unos días antes. Era el momento
de colocarlo todo, tanto equipajes como lo comprado, mientras que Yago, su
mujer Ana y Sergio comenzaban a realizar con Shannon, un empleado de la empresa
de María, lo que se conoce en inglés como “briefing”,
es decir todas las comprobaciones, instrucciones y consejos necesarios de cómo
funciona el barco y que todo está en orden. Se tratan cuestiones referentes a
la documentación, sistemas de seguridad, emisoras, revisión técnica,
suministros, teléfonos de asistencia, etc.
Sería una hora, aproximadamente, lo que nos llevaría todo lo
anterior, por lo que dado que ya eran las 13:30, decidiríamos comer en el
puerto en un restaurante que estaba al lado de la oficina de María y Guillermo.
Sería la típica comida inglesa a base de pizzas, hamburguesas y pasta, más que
suficiente para saciar el hambre antes de embarcar y zarpar definitivamente
sobre las 15:30 de la tarde.
Retirábamos amarres, soltábamos cabos y zarpábamos hacia las
agua en calma del Mar Caribe. En estos primeros momentos estábamos nerviosos,
pues no sabíamos nada acerca de lo que iba a ser una increíble experiencia abordo
de un barco durante una semana. Nos sentíamos como los corsarios y piratas que
surcaron estos mares de leyendas y de sueños hace siglos, donde en esta ocasión
íbamos a ser nosotros los protagonistas.
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Isla de Tórtola desde el Catamarán |
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Isla de Tórtola desde el Catamarán |
Nuestro primer destino iba a ser Norman Island, ubicada en el extremo sur de las BVI, a una
distancia aproximada de cinco millas náuticas que tardaríamos en recorrer una
hora. Es una isla deshabitada que en la primera visión impacta por su belleza,
pero que también se la conoce por ser el escondite principal para muchos de los
botines que conseguían los piratas.
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Norman Island |
Y es que allá por el año 1750 no era ningún secreto que los
barcos piratas usaban las Islas Vírgenes como lugar para ocultarse y
recuperarse después de sus actividades rebeldes en el mar. Una de esas
historias tiene como protagonista a uno de los miembros de la tripulación de un
galeón español. Tras el motín, el marinero y una banda de dudosos compañeros
escaparon con la mitad de la valiosa carga y la escondieron en esta isla.
Desafortunadamente para estos bucaneros de capa y espada su escondite no
permanecería en secreto y la mayoría del tesoro se recuperó. Eso sí, dicen los
rumores que todavía quedan muchas riquezas por descubrir, por lo quien sabe si
nosotros tendríamos suerte y hallaríamos alguna en nuestro breve paso por la isla.
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Norman Island |
Nuestro objetivo en Norman Island era la preciosa playa The Bight, por lo que al llegar nos
haríamos con una de las boyas libres que quedaban. Son de color blanco y azul o
blanco y negro y no es necesario reservarlas, por lo que quien primero llega se
hace con alguna de las que siguen disponibles. El resto es necesario hacer
reserva o son de estacionamiento limitado no sirviendo para poder pasar la
noche. El amarre nocturno nos costaría treinta dólares, pasando un lugareño en
una pequeña lancha a cobrarnos.
Esta sería la primera vez que tendríamos que realizar la
maniobra de tomar la boya, por lo que todos asistiríamos con cierta cara de
asombro a la clase magistral que nos daría Ana. En principio no es una maniobra
complicada y basta con aproximarse a la boya de frente, desde la parte
delantera del barco, es decir, la proa, con el motor de la embarcación al
mínimo. Acto seguido vendría el momento en el que hay que enganchar el anillo
que tiene la boya con el bichero, es decir un palo lo suficientemente largo que
llega hasta la misma, con el que lo levantas, mientras otro miembro de la
tripulación pasa un cabo por dicho anillo y procede a afianzarlo debidamente con
los nudos apropiados al catamarán. Así explicado parece algo complicado, pero
en la práctica no es difícil, sólo es necesario algo de maña y destreza.
A continuación sólo quedaba comenzar a disfrutar más si cabe
de lo que lo estábamos haciendo ya, pues había llegado el primer momento de
sumergirse en las maravillosas aguas cristalinas de las BVI. Serían los
primeros momentos para nadar alrededor del catamarán y pasar bajo el mismo, una
visión espectacular e imponente.
Pero por si todo lo anterior nos había sabido a poco,
seríamos testigos, ya en la cubierta, de nuestra primera puesta de sol
caribeña, que nos haría olvidar el devenir del tiempo y perdernos en el
maravilloso abanico de colores rojizos y anaranjados que se proyectaban sobre
la línea del horizonte.
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Puesta de Sol en Norman Island |
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Puesta de Sol en Norman Island |
Hay que tener en cuenta que antes de las 18:00 ya es de noche, por lo que en estas latitudes
es muy común acostarse pronto y levantarse con las primeras horas de sol. Así
lo haríamos nosotros al menos. Aún así es tanto el tiempo libre que tienes que
da tiempo para todo. Nosotros esta primera noche la utilizaríamos para
disfrutar de los primeros momentos tumbados sobre la red que se halla sobre el
agua en proa y para comentar todas las experiencias que habíamos vivido desde
que salimos de Madrid, todo acompañado por unas buenas cervezas y algo de
picoteo, la música animosa que sonaba en algunos de los barcos vecinos y las
luces de fondo de los pequeños bares que se distribuyen por la bahía. No se
podía tener una sensación mayor de felicidad que la que teníamos, ¿no crees?
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