JAPÓN - DIA 04. Tokyo: Asakusa, Skytree, Ueno y Akihabara

25 de Agosto de 2015.

Mi viaje por Japón había comenzado de forma intensa y con mucho movimiento, por lo que hoy, sin duda, sería un día donde mi intención era coger los menos medios de transporte posibles y comenzar a conocer la descomunal Tokyo, la cual me moría ya de ganas por empezar a descubrirla.

Casi once horas de sueño serían suficientes para recuperarme del palizón que me había pegado en el monte Fuji y alrededores, por lo que un poco antes de las ocho me encontraba desayunando unos donuts con leche ( 377 yenes)que me había comprado en el Seven Eleven, pegado al Hostal.

Tokyo es el área metropolitana más grande del mundo, poblada por unos trece millones de personas, un paraíso en cuanto a costumbres y tradiciones diferentes al otro lado del mundo, una capital llena de vitalidad y que está dispuesta a ofrecerte sorpresa tras sorpresa en cada barrio que se visita. Tokyo es una mega urbe donde conviven juntas las tradiciones milenarias con la tecnología más avanzada, un lugar repleto de contrastes que es casi imposible que deje indiferente a nadie.

Iniciaría mi recorrido dirigiéndome hacia la ribera del río Sumida, ya que me pillaba a tan sólo diez minutos caminando desde mi alojamiento. Nada más llegar a él pude ver las inconfundibles siluetas de la Tokyo Sky Tree, una impresionante torre de 634 metros de alto, y del Asahi Super Dry Hall, el edificio donde se encuentran las oficinas de la cerveza japonesa Asahi Breweries y que se caracteriza, principalmente, por el churro amarillo que se ve en su azotea.


Asahi Super Dry Hall y Skytree

Estuve paseando relajadamente por el pequeño parque que flanquea uno de los márgenes del río, para continuar mi ruta muy cerca de aquí y en uno de los barrios donde más ambiente se respira en la capital: Asakusa.

Con el templo Senso-ji  de 1300 años en su centro, Asakusa nos recuerda el pasado de Japón y pasear por sus calles supone retroceder en el tiempo varios siglos. Este es uno de los distritos del Tokyo más tradicional y que mejor ha conservado sus raíces y tradiciones, siendo de hecho el antiguo corazón y espíritu de la cultura Edo.

Mi visita al famoso templo comenzaría atravesando la espectacular puerta de madera llamada Kaminarimon, la cual se encuentra flanqueada por dos deidades que te miran de reojo amenazantes. Se trata de Fujin, dios del viento, a la derecha, y Raijin, Dios del trueno, a la izquierda. También destaca la magnífica linterna de papel rojo gigante dedicada al Dios del trueno.


Kaminarimon

Tras esta encontraría Nakamise Dori, una calle de 400 metros de longitud, atestada de coloridos puestos con una increíble variedad de productos, desde los tradicionales abanicos y quimonos, hasta ropa para perros, pasando por un sinfín de recuerdos y objetos a unos precios económicos. Aquí realizaría mis primeras compras y adquiriría los primeros regalos para la familia y amigos y es que es complicado no caer en la tentación.


Nakamise Dori

También me perdería por los aledaños y calles paralelas, donde podría encontrar tiendas de artesanía y grabados.

Al final de esta calle comercial, me daría de bruces con una segunda puerta llamada Hozomon, donde se pueden apreciar, colgadas en los laterales, las que dicen que son las sandalias de buda, con un peso de 400 kilos cada una y 4,5 metros de alto.


Hozomon y Gojuno-to

Gojuno-to o Pagoda de las Cinco Alturas

Y un poco más adelante me encontraría con un quemador de incienso, donde había un grupo numeroso de personas echándose encima el humo que emanaba del mismo, ritual con el que se pretende obtener buena salud para el futuro, por lo que no sería menos que ellos y actuaría de la misma forma.

También podría observar, muy cerca, como en una fuente repleta de pequeños cazos con largos mangos, la gente se lavaba las manos y bebía a sorbos el agua. Ritual cuyo objetivo es conseguir la purificación y del que tampoco prescindiría, pues allá donde fueras haz lo que vieras.

Bien ahumado, para tratar de llegar por lo menos a los cien años y bien purificado para entrar con el alma limpia al santuario, afrontaría ya, sin más preámbulos, la visita al pabellón principal del templo donde se encuentra la estatua de Kannon y donde un gran número de personas se encontraban haciendo reverencias y rezando sin descanso, mientras otros encendían velas y arrojaban monedas pidiendo deseos.


Templo Senso-ji

Kannon es la Diosa budista de la piedad y el templo está construido en su honor, al ser encontrada una estatuilla de oro suya, por dos pescadores que faenaban en el río Sumida, allá por el año 628. Al principio sería un santuario humilde pero con el tiempo iría creciendo como consecuencia de las diferentes ampliaciones que harían los sucesivos mandatarios.

A la salida podría sorprenderme con la increíble perspectiva que se tiene de la gran pagoda de cinco pisos, la cual se aprecia desde casi cualquier punto del recinto, pero que a mí fue desde aquí desde donde más me gustó.

El resto de la visita al complejo continuaría entre paseos por los jardines, entradas en el resto de pabellones que lo conforman, destacando especialmente el llamado Yogodo con ocho estatuas de Buda, y la observación de pequeños detalles en muchas de las esculturas de la divinidad que están distribuidas en muchos otros rincones del perímetro del templo.


Jardines de Senso-ji

Jardines de Senso-ji

Pero si hay algo con lo que disfrutaría, especialmente, sería sin duda, con poder ver a muchísimas familias, parejas, amigas, vistiendo con orgullo los kimonos tradicionales, decorados con infinidad de grabados y de colores vistosos. Eran el complemento perfecto a este oasis de paz y tradición perdido entre el desenfreno y bullicio de la capital nipona.

Tampoco hay que olvidarse de visitar el santuario Asakusa Jinja, dedicado a los pescadores que hallaron la estatua Kannon y situado en otro de los extremos del gran recinto.

Al terminar de ver este, me iría en sentido contrario de mis futuros planes porque en el hostal me habían recomendado unas galerías comerciales cercanas al pequeño y antiguo parque de Atracciones llamado Amusement Park, donde además de unos precios de lo más asequibles pude encontrar recuerdos que merecían bastante la pena, por lo que volví a caer en la tentación. Si esto seguía así tendría que volverme a España antes de tiempo y es que si hay un país que invita al consumismo ese es, sin duda, Japón.

Después de estas nuevas compras, pondría rumbo hacia la inconfundible Tokyo Sky Tree, que ya había tenido oportunidad de contemplar a primeras horas de la mañana. Sólo se encontraba a veinte minutos a pie desde Senso-ji, por lo que hacia allí que me dirigí.

Mientras caminaba no paraba de pensar en lo fácil que es pasar de visitar templos milenarios a, de repente, encontrarte en una torre futurista. Y es que Tokyo es una ciudad de contrastes brutales.


Tokyo Skytree y Río Sumida

Esta soberbia torre de 634 metros de alto abriría sus puertas por primera vez en 2012. Está considerada como la torre de comunicaciones más alta del mundo y su principal función es la transmisión de ondas de radio para la transmisión digital terrestre.

Cuando llegué hasta ella, pude comprobar que la atracción no sólo es la propia torre sino también el inmenso complejo que tienen allí montado de tiendas, restaurantes, comercios, jardines, etc. Es casi una ciudad en sí misma y, evidentemente, imposible de recorrer en unas pocas horas, por lo que me fui directo a las taquillas a comprar mi entrada para subir a su primer mirador. (2060 yenes).


Tokyo Skytree

Chicas con Kimono en las Instalaciones de Tokyo Skytree

Taquillas de Tokyo Skytree

Tendría que esperar sólo unos diez minutos de fila, para introducirme en un ascensor bala llamado Tembo, el cual con una capacidad de 40 personas, te transporta en unos 50 segundos, hasta el mirador del mismo nombre. Esto supone una velocidad máxima de 600 metros por minuto y está considerado como el más rápido de Japón.

Cuando se abrieron las puertas, salí a un amplio pasadizo con enormes cristaleras que te permiten tener una visión espectacular de la capital por los cuatro costados. El espectáculo era fascinante porque aunque hacía un día gris, esto no era óbice para tener unas buenas vistas y disfrutar de las panorámicas. Se podía apreciar perfectamente en la lejanía el templo Senso-ji, en el que acababa de estar hacía un momento, el palacio imperial, la Torre de Tokyo, el área de Odaiba, etc.


Tokyo desde Skytree

Tokyo desde Skytree

Estaba feliz, bueno casi, porque había algo que no se podía ver, que era imposible de apreciar, que estaba totalmente cubierto de nubes. Sí, efectivamente, era él, el esquivo Monte Fuji, que no iba a permitir que pudiera echarle ni una fugaz mirada. Nada de nada.

Lo mejor de los japoneses es que le sacan partido a todo y no permiten que te aburras ni un segundo y esto lo digo porque mientras que podría pensarse que ya con las increíbles vistas uno tiene suficiente, no contentos con estas, se han inventado un trío de personajes oficiales de la torre que hacen las delicias de pequeños y de muchos mayores y que cantan, bailan y hacen un espectáculo cada cierto tiempo. Ellos son un perro anciano, un pingüino y una niña curiosa. Así que ya que era su momento, allí que estuve viendo el show, que hay que reconocer que me pareció divertido, yo creo que más por lo flipado que estaba con el entusiasmo de la gente que por los muñecos bailarines en sí.


Personajes de la Tokyo Skytree

Tras el espectáculo seguí entretenido con unos monitores que muestran las panorámicas de Tokyo, con orientaciones y explicaciones.

Y por si todo esto fuera poco, no podía faltar, el sector de suelo de cristal, ya famoso en muchas torres, desde donde disfruté, mirando hacia abajo, de otras perspectivas diferentes y de la impresión de tener el vacío a mis pies, además de la increíble estructura de acero de la Tokyo Sky Tree.

Eran ya las 14.30 por lo que decidiría bajar de las alturas y tras comprarme en unas de las muchas tiendas que había en los pisos inferiores, unas brochetas de pollo picante y un zumo de uva, me dirigí al metro para coger Línea Tobu hacia Asakusa (150 yenes) y desde aquí tomar la línea Ginza, durante tres paradas (170 yenes), hasta Ueno.

Tendría suerte y saldría justo por la salida que quería, la que me llevaría al barrio comercial de Ameyoko, el cual aloja infinidad de tiendas que venden todo tipo de productos, desde alimentos hasta baratijas. Aunque no estaba en plena ebullición, sí que había cierto ambiente, más que suficiente para no agobiarte y poder ir tranquilamente mirando cosas tan curiosas como algas negras, vendedores de fideos y pescados rarísimos.


Mercado de Ameyoko

Y del trajín y el ruido de Ameyoko, pasaría, en pocos minutos, a la paz y tranquilidad del Parque Ueno en el que permanecería, las pocas horas de luz que me quedaban, descubriendo algunos de los muchos rincones escondidos que este ofrece y más de unas sorpresa que no esperaba encontrar.

En Ueno se libraría una importante batalla donde los últimos partidarios del sogún fueron derrotados por las fuerzas imperiales, decidiendo el Gobierno tras esta victoria convertir la zona en parque público, gozando a partir de ese momento de gran popularidad entre los ciudadanos.

El templo Kiyomizu Kannon-do sería mi primera visita dentro de este inmenso espacio verde. Sería creado en 1631 por Tenkai Sojo, sumo sacerdote budista, siguiendo el modelo del templo de Kiyomizu-dera en Kyoto.


Kiyomizo Kannon-do.Parque Ueno

Exteriores Kiyomizo Kannon-do.Parque Ueno

A lo largo de todo el parque hay constantes carteles indicativos para poder llegar a todos los lugares destacables sin perderte. Siguiendo estos llegaría a otro interesante templo, situado en una isla en medio de un estanque llamado Shinobazu y rodeado de un mar de inmensas flores de loto. Nunca había visto estas dimensiones en este tipo de plantas y me quedé un rato contemplando las mismas.


Flores de Loto Gigantes.Parque Ueno

A Benten-do, que así se llamaba este nuevo santuario, llegaría por un puente de piedra erigido a finales del siglo XVII, lo que permitiría su visita por multitud de personas, ya que antes sólo se podía llegar hasta él en barco. El templo no es original pues gran parte de él sería destruido por ataques aéreos de EE.UU en 1945. Lo más destacable, además de su forma octogonal, es el dragón de oro del techo de la sala principal. Está dedicado a Benten, la diosa de la fortuna, la riqueza, la música y el conocimiento.


Benten-do.Parque Ueno

La siguiente visita me gustaría especialmente, pues podría ver en el templo Gojo Tenjinja, el primer conjunto de toriis consecutivos y sin un alma por la zona. Curiosas, también, las estatuas del zorro Inari vestidas de rojo.


Gojo Tenjinja. Parque Ueno

Gojo Tenjinja. Parque Ueno

Aunque me hubiese gustado quedarme un poco más de lo que permanecí allí, la luz empezaba a escasear y todavía quería visitar un último templo del parque antes de que la noche se me echara encima. Hablo del Santuario Toshogu, dedicado a Ieyasu, el que fuera fundador del shogunato Tokugawa y unificador de Japón. De hecho sería enterrado aquí antes de ser trasladado al complejo de Nikko.

Un sendero arbolado, flanqueado por 200 linternas de piedra me llevaría hasta la pared que protege el lugar de culto de las miradas curiosas, obligándote a pagar la entrada para poder admirar sus paredes doradas de lujo y la puerta al estilo chino, también decorada espectacularmente.


Santuario Toshogu.Parque Ueno

Santuario Toshogu.Parque Ueno

Dice la leyenda que dos dragones de oro que están tallados en la puerta se deslizan cada noche a beber de las aguas del cercano estanque Shinobazu.

Con esta bonita visita terminaba mi andadura por los templos de parque Ueno, pero no así el paseo por el recinto pues todavía tendría tiempo de acercarme hasta la enorme piscina con fuentes que se encuentra delante del Museo Nacional. Con esta imagen abandoné el precioso parque y me dirigí, callejeando, hacia el templo Kanei-ji, el cual ya estaba cerrado, así que era el momento perfecto para dirigirme a hacer una buena merienda cena, pues sólo había picado unos snacks en la comida.


Museo Nacional de Tokyo

A no más de media hora caminando, se encontraba el famoso distrito electrónico de Akihabara, punto y final de mi ruta en la jornada de hoy, por lo que de camino al mismo entraría en un restaurante especializado en soba, o dicho de otro modo, fideos finos hechos con harina. Por 560 yenes me pondría hasta arriba de estos y de otro cuenco con cerdo empanado y arroz, acompañado por agua fresquita.


Cenando Soba en Barrio de Akihabara

Ya con la tripa llena y con nuevas fuerzas, me dispuse a conocer el distrito de Akihabara, donde nada más llegar a su centro neurálgico, me quedaría embobado contemplando el conjunto de edificios que me rodeaban, repletos de luces de neón, publicidad a raudales de todo tipo de marcas y una música marchosa con la que te daban ganas de ponerte a bailar.


Barrio de Akihabara

Barrio de Akihabara

Es uno de los barrios más grandes del mundo especializado en electrónica y en sus tiendas puedes encontrar plantas y plantas repletas de todo tipo de productos electrónicos, informáticos, juegos de ordenador, cámaras, telefonía móvil, etc.

Pero por si todo lo anterior sabe a poco, también es la tierra Santa del manga y la animación japonesa, con edificios enteros dedicados a este arte.


Barrio de Akihabara

Y para culminar la fiesta, en las calles se podían ver a Cosplayers vestidas de personajes de videojuegos, chicas con atuendo de criada animándote a que entres en los establecimientos  que publicitan y alguna que otra Gothic Lolita. Un auténtico espectáculo en plena calle que no lo supera ni la mejor obra teatral.


Cosplay.Barrio de Akihabara

Estaría casi cuatro horas disfrutando de todo lo descrito, entrando en tiendas, mirando revistas, sorprendiéndome con cada nuevo disfraz que veía en los viandantes, asombrándome con los últimos modelos en cuanto a tecnología se refiere de multitud de objetos electrónicos, etc.


Barrio de Akihabara

Eran las 22.30 y aunque hubiera seguido más horas, mañana tocaba madrugar, por lo que lo más sensato era regresar a mi alojamiento y descansar, así que tomaría la línea Ginza de metro y tras un transbordo en la estación de Asakusa (280 yenes) llegaría dispuesto a meterme en la cama lo antes posible, tras una buena ducha y picar algo del seven eleven cercano. (680 yenes).

No hay comentarios :

Publicar un comentario