JAPÓN - DIA 10. Nikko

31 de Agosto de 2015.

Ayer, entre que volvía al hostal, cenaba unas bandejitas de makis del Seven Eleven, me duchaba y preparaba la maleta y la bajaba a consigna, me daban casi las doce y hoy la corneta estaba sonando a las cinco de la madrugada, por lo que es de imaginar el cuerpo y la cara de zombi que tenía.

Pero ello era necesario porque no me quería quedar sin conocer Nikko, otro de los lugares imprescindibles en Japón y que había dejado para el último momento por una simple y sencilla cuestión: el tiempo. Cuando consultaba en varias hojas de meteorología esta zona, el resultado siempre era desolador, todos los días y durante diez jornadas consecutivas daba lluvia constante. Mi esperanza era que según fuera pasando el tiempo la cosa cambiara y aprovechar así alguna pequeña ventana para hacer la escapada en ese momento, pero desgraciadamente no pudo ser y ya no podía apurar más, así que con unas previsiones más que nefastas me iba para allá.

Es cierto que cualquiera que vea el planning de hoy lo puede tachar de locura, porque teniendo que viajar a Kyoto por la tarde, que está en el sur, e irme a más de 130 km al norte de Tokyo, no tiene mucho sentido. Tendría que darle la razón a quien argumentara esto, pero siempre que se tratara de otro lugar del mundo, pero no olvidemos que estamos en Japón y aquí todo es posible en cuanto a planificación se refiere. Por lo que, salvo causa de fuerza mayor, te puedes organizar una jornada perfectamente estructurada en tiempos con minutos y segundos y todo se desarrollará tal cual lo tenías pensado. Así de fácil.

Por lo menos ya tenía mi Japan Rail Pass y me ahorraba una fortuna en llegar hasta allí y además era lunes y, supuestamente, tendría que haber bastante menos gente que en fin de semana y además lloviendo, por lo que no esperaba mucho agobio de masas.

A las cinco de la madrugada estaba en pié para que me diese tiempo a cumplir con todo lo previsto, desayunaría unos donuts y unos zumos que había comprado la noche anterior en el Seven Eleven y antes de las seis estaba cogiendo el metro en la estación de Kuramae hacia Ueno Okachimachi (170 yenes), donde cogería la línea Yamanote para bajarme tan sólo una estación después en Ueno y aquí ya hacer trasbordo al tren con dirección hacia Utsunomiya cuyo billete ya tenía reservado desde el primer día, aunque es cierto que no me hubiera hecho falta porque a las 06.18 venía prácticamente vacío, pero bueno más vale prevenir que curar.

Tras 42 minutos llegaba a Utsunomiya, donde volvía a cambiar de tren siguiendo las indicaciones hacia la Nikko Line, que venían bien claras. A las 07.10 estaba ya en el andén, pero al ser tren local este no pasaba con la misma frecuencia que los Shinkansen y me tocaría esperar hasta las 07.41, media hora que aprovecharía para volver a comer y beber algo.

Había leído en mucho lugares que este último trayecto de la Nikko Line no venía incluido en el Japan Rail pass y que era necesario pagar un billete aparte, por lo que para no tener problemas, le preguntaría a un revisor, el cual me afirmaría hasta la saciedad que no me preocupara que con el pase podría llegar sin coste adicional. Así que no tengo ni idea de por qué no tuve que pagar, lo mismo han cambiado las condiciones, pero el caso que cuando llegué a la salida de la estación en Nikko, enseñé el pase, como siempre, y salí sin el menor problema.

Había tardado 42 minutos exactos en llegar hasta mi destino, desde el último punto, y unas dos horas y media en total, por lo que a las 08.23 estaba saliendo de la estación.

Efectivamente, las previsiones no se habían equivocado y una cortina de agua intensa y fina me daba la bienvenida, lo que me obligaba a ponerme el chubasquero para afrontar todas las visitas de la mañana en estas condiciones. Estaba siendo, sin duda, el viaje de larga duración donde peor suerte estaba teniendo con el tiempo y me lo estaba tomando mejor de lo que me esperaba, aunque también es cierto que la otra opción hubiera sido estar amargado todo el día y tampoco era plan en un destino tan increíble.

Ante el panorama que me encontraba, obviamente renunciaría a pasear y cogería, nada más salir de la estación, el autobús 1A (230 yenes) que me dejaría, tras dos paradas, en el inicio de la ruta de hoy.

Nikko sería fundada hace más de 1200 años por el sacerdote budista Shodo Shonin, quien cruzó el río Daiya de camino al monte Nantai y fundó el primer templo entre las colinas verde esmeralda que rodean la zona. Siglos después este lugar se convertiría en un importante centro budista sintoísta, lo que no pasaría inadvertido para el gran guerrero Tokugawa Ieyasu, quien escogería el lugar para crear su mausoleo. Sería su nieto Iemitsu quien al final lo mandaría construir en 1634 y tenía claro que toda la riqueza y el poder del clan Tokugawa quedara reflejado aquí.

El autobús me había dejado tan sólo a unos pasos del puente Shinkyo, un puente rojo de madera laqueada que atraviesa el río Daiya y que según la leyenda es en lo que se convirtieron las dos serpientes gigantes con que atravesaría el río Shodo Shonin. En otros tiempos, sólo el shogun y sus mensajeros imperiales podían atravesarlo.


Puente Shinkyo

Nada más cruzar la carretera, encontraría unas escaleras que me llevarían hasta Rinno-ji, el primero de los templos que fundaría el afamado sacerdote y que su principal edificio, Sanbutsu-do, se encontraba totalmente cubierto por una inmensa nave y en total restauración. Aun así las taquillas se encontraban abiertas y la curiosidad me llevaría a pagar los 400 yenes de la entrada para inspeccionar lo que se mostraba dentro de aquel gran cubículo. Y para mi sorpresa me encontraría el templo desmontado hasta su última viga y a  unos cuatro trabajadores lijando un inmenso trozo de madera. Entre la decepción y la estupefacción, avanzaría por los pasillos metálicos que tenían montados y, tras alguna que otra escultura, llegaría hasta donde tenían expuestas las tres imágenes doradas de Buda, a las que se consagra el pabellón y que representan a las tres deidades montañeras que ocupan el santuario Futara-san y sobre las cuales también había restauradores trabajando, aunque pude apreciar la parte frontal de dos de ellas y me impresionaron bastante.


Restauración Templo Rinnoji

Restauración Templo Rinnoji

Se estima que las obras de restauración de este santuario no se terminen hasta 2019 – 2020.

El propio circuito te hace salir a la parte trasera de la nave, encontrándome, sin esperarlo, un jardín de gran belleza y la inmensa zona boscosa por la que te ves rodeado en todo momento, las cuales me llevarían, casi sin darme cuenta, a la entrada del Santuario Tosho-gu. (1300 yenes).

Esta joya sería construida en honor de Tokugawa Ieyasu, shogun que unificó Japón y quien fundaría una dinastía política que se prolongó durante más de 250 años. Sería su nieto y tercer Shogun, Tokugawa Iemitsu, quien se encargaría de llevar a cabo el proyecto, llamando para ello a cerca de 15000 artesanos quienes trabajaron durante dos años en crear este majestuoso complejo.

Tras atravesar el torii de granito que te da la bienvenida me encontraría con la gran pagoda de cinco pisos, donde cada planta representa un elemento – tierra, agua, fuego, viento y cielo – en orden ascendente.

Pocos instantes después atravesaría la puerta Niomon, guardada por dos temibles figuras, y llegaría hasta un espacio abierto donde pude admirar los primeros edificios que se mostraban ante mí: tres almacenes y un establo sagrado, contando este último, en su interior, con un caballo donado por el Gobierno de Nueva Zelanda y con un relieve de lo más famoso, ya que aquí pude ver los tres monos de la sabiduría tapando con sus manos los oídos, la boca y los ojos. Su significado es que el saber se alcanza no escuchando, ni diciendo, ni viendo maldades.


Santuario Toshogu

Monos Establo Sagrado.Santuario Toshogu

Unos pasos más adelante podría observar la fuente sagrada para los rituales de purificación, un edificio llamado Rinzo que contiene en su interior una biblioteca de escrituras budistas llamadas sutras y varios campanarios y torreones que flanquean las escaleras que te llevan directas a la parte más importante del complejo y a la que se accede por la puerta Yomeimon, que, desgraciadamente, estaba cubierta de andamios por restauración. Una lástima porque es uno de los elementos más bonitos de este lugar.


Santuario Toshogu

Santuario Toshogu

No olvidemos que estaba lloviendo y a pesar de ello y siendo lunes, la tranquilidad inicial de la mañana, empezaba a romperse por cada vez más grupos de turistas y de algún que otro de colegiales. Cierto que no demasiados, pero los suficientes como para no poder moverte como pez en el agua. No quiero ni pensar cómo debe ponerse esto en fines de semana y con buen tiempo.

Nada más atravesar la maltrecha Yomeimon llegaría a un tercer espacio ocupado por las edificaciones más sagradas: Karamon, la puerta más pequeña de Tosho-gu; Haiden o Santuario; y Honden o Santuario interior. Pasearía, un rato, por parte de las zonas abiertas al público de estas instalaciones, siempre descalzo, aprovechando así para resguardarme de la copiosa lluvia que en ese momento caía y cuando parecía que el tiempo mejoraba algo, me dirigiría hacia la torre del Tesoro, donde llevan depositadas las cenizas de Ieyasu por más de 400 años. El camino hasta aquí se realiza por una escalinata, que tengo que reconocer me dejaría algo fundido y eso que no era nada del otro mundo.


Santuario Toshogu

Santuario Toshogu

Torre del Tesoro.Santuario Toshogu

Antes de marcharme del santuario, todavía visitaría una última sala llamada Honji-do, en cuyo techo se encuentra pintado el llamado “Dragón rugiente”, debido a que si te sitúas debajo de él y das una palmada se produce un fuerte eco que se interpreta como si el dragón emitiera dicho sonido. ¡¡Qué imaginación tienen estos japoneses muchas veces!!

Ahora sí que había completado la visita a este soberbio recinto, entendiendo porqué la Unesco lo declaró Patrimonio de la Humanidad, junto con el resto de templos de Nikko en 1999.

Y aunque empezaba a tener los pies calados y el chubasquero empezaba a dejar de cumplir su función, había quedado tan encantado con esta última visita, que decidí continuar con el resto de instalaciones que ofrecen estos misteriosos bosques, encontrándome, casi al lado de Tosho-gu, con el Santuario Futara-san.


Santuario Futarasan

Santuario Futarasan

Hasta aquí llegaba por un sendero bordeado de linternas de piedra, encontrándome, nada más llegar, que su principal edificio también estaba restaurándose, así que me tuve que conformar, tan sólo, con ver el más pequeño. Por lo menos sí que podría ver un farol de bronce, que según se dice adquiere forma de monstruo por la noche, y sus agradables jardines, donde además me encontraría con que estaban haciendo un reportaje fotográfico a dos chicas espectaculares, que bien podrían considerarse como nuevos monumentos del lugar.

Como colofón final al conjunto de templos llegaría hasta el santuario Taiyuin-byo (400 yenes), terminado en 1653. En este mausoleo yace Tokugawa Iemitsu, nieto de Ieyasu. Él sería quien cerraría Japón al comercio exterior y adoptaría una política de completo aislamiento que duraría 200 años. Una gran escalinata me llevaría, atravesando diferentes puertas como Niomon, Nitenmon y Yashamon, todas protegidas por fieros guardianes, hasta los santuarios principales y la sexta y última puerta donde se encuentra la tumba del poderoso mandatario. Hay que comentar que una de estas puertas, no sabría decir con exactitud cuál de ellas, también se encuentra en restauración.


Mausoleo Taiyuin-Byo

Mausoleo Taiyuin-Byo

Mausoleo Taiyuin-Byo

Como se ha podido ver, a lo largo de mi recorrido, encontraría varios lugares de los que no podría disfrutar por encontrarse rehabilitándose para en un futuro poder mostrarse en todo su esplendor. Es ahora cuando vendría la pregunta de si entonces merece la pena desplazarse hasta aquí para ver el resto de edificios. Sinceramente, creo que sí, pues el porcentaje de lo que no se puede ver es bastante inferior a lo que sí y si a esto le añades el entorno en el que está emplazado, creo que te permite llevarte una visión bastante buena de este lugar histórico de suma importancia en Japón.

Pasaban ya la una de la tarde, pero todavía me quedaba un último lugar por conocer antes de dirigirme a la estación. Buscaba el abismo de Ganman-ga-fuchi, un increíble desfiladero por donde discurren las limpias aguas del río Daiya y que además guarda una sorpresa.

Como el mapa que llevaba era sólo de la zona de templos estuve dando vueltas durante un rato, hasta que me dio por preguntar al vigilante de un parking cercano, el cual muy amablemente me daría un mapa y me señalaría con boli cómo llegar. Da gusto así.

El sendero que discurre junto al río me llevaría hasta la sorpresa que comentaba antes y es que, tras un rato caminando, el camino me acercaría hasta setenta estatuas de piedra de Jizo, el bodhisattva o buda protector de los niños. Todas estaban ataviadas con sus respectivos gorros y baberos rojos y daban una imagen de lo más entrañable. Seguía lloviendo y no había ni un alma en la zona, salvo una pareja española con la que pude conversar unos minutos, pero no mucho más pues no estaban muy dispuestos a soportar la que estaba cayendo. Yo, sin embargo, como era ya lo último que iba a visitar, decidiría permanecer allí como media hora, disfrutando del entorno y de la paz que transmitía este lugar. Aunque buscaría algún que otro árbol frondoso para resguardarme, al final acabaría empapado y volvería sobre mis pasos hacia la estación.


Abismo de Kanmangafuchi

Abismo de Kanmangafuchi

Abismo de Kanmangafuchi

Ya en la carretera, tendría suerte y podría coger uno de los autobuses que se dirigían a la terminal de trenes, donde tomaría a las 15.20 el que me llevaría, de nuevo, a Utsunomiya, para desde aquí realizar otra vez los mismo trámites que me dejarían en el Hostel de Tokyo, donde recogería mi equipaje a las 18.00.

Habían sido nueve días los que me había alojado aquí, por lo que aunque tampoco hubo mucho tiempo para la charla, el trato y la acogida que había tenido había sido excepcional, por lo que con tristeza me despedí de los encargados que no paraban de hacerme reverencias en mi despedida. Se terminaba definitivamente mi etapa tokiota y en pocas horas comenzaría a tener el primer contacto con un Japón completamente diferente a lo que llevaba visto, por lo que cierto nerviosismo se había apoderado de mí, desde hacía un rato.

El Shinkansen hacia Kyoto, que ya tenía reservado, partía con absoluta puntualidad a las 19.33, recorriendo los casi 500 km que separan ambas ciudades en menos de tres horas, llegando a mi destino a las 22.11.


Shinkansen Tokyo - Kyoto

No lo dudaría y, ante el cansancio que traía encima, cogería un taxi para recorrer las pocas manzanas que me separaban de mi nuevo Hostel, así de paso probaba la experiencia de montar en uno y ver como el conductor te abre y cierra la puerta con una palanca a modo de freno de mano. La broma me saldría por 800 yenes unos cinco minutos de trayecto.

Mi alojamiento en Kyoto sería en K´s House Kyoto, de la misma cadena del que me había alojado en Tokyo y, nuevamente, no me defraudaría. Los encargados son amabilísimos y con toda la paciencia del mundo si no te defiendes muy bien en inglés, las habitaciones muy limpias y con cajoneras inmensas donde cabe cualquier tipo de maleta o mochila, los baños limpísimos y con gel, champú y suavizante gratuito, los espacios comunes amplios y prácticos.

En esta ocasión, sí que conseguiría reservar una habitación de cuatro personas, por lo que estaría mucho más tranquilo que en Tokyo. El importe por noche sería de 21 euros, lo cual es irrisorio, teniendo en cuenta que hay muchos hoteles que valen cuatro veces más y están en peores condiciones, por mucho que no tengas que compartir habitación. Así que lo recomiendo sin dudarlo, ya que además estás sólo a diez minutos andando de la estación central de trenes y el metro lo tienes a menos de cinco minutos.

Tras comprar algo en un supermercado cercano, ponía fin al intenso día que había vivido y me metía en la cama, con ganas de que pasara pronto la noche, para comenzar a descubrir la Kyoto más tradicional.

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