JAPÓN - DIA 11. Kyoto: Higashiyama norte y Gion

1 de Septiembre de 2015.

Kyoto representa la tradición japonesa, la exaltación de la sensibilidad y las costumbres más ancestrales del país del Sol naciente. Supone, en muchos aspectos, la antítesis de la gran capital y es por ello el complemente perfecto a esta y una visita imprescindible para cualquier viajero. Las montañas y bosques que lo rodean lo hacen, si cabe, más especial, permitiéndote conseguir una paz absoluta en el momento que huyes, unos cuantos kilómetros, de la vorágine del centro de la ciudad, encontrando jardines y espacios que parecen de otro mundo. Sus templos te invitan al recogimiento, al silencio, a la serenidad, a dejar pasar el tiempo mientras tú espíritu parece fundirse con la naturaleza. En definitiva, Kyoto te atrapa en cuanto comienzas a descubrirlo, dejándote recuerdos e imágenes inolvidables.

Kyoto sería la capital imperial durante más de mil años, después de que el emperador Kammu la trasladase de Nara hasta aquí. A partir de ese momento la ciudad se convertiría en centro cultural y artístico de Japón, siendo, igualmente, un importante centro religioso llegándose a construir más de 1600 templos budistas y 270 santuarios sintoístas. Si a todos ellos, además, le sumas el impresionante palacio Imperial, un soberbio castillo y legendarios jardines que encuentran en todas estas construcciones y se tiene en cuenta que la ciudad no sufriría los bombardeos de la segunda guerra mundial, permitiendo así que todo llegara cuidadosamente conservado hasta nuestros días, uno puede hacerse una idea de la infinidad de posibilidades que te ofrece este lugar, pudiendo permanecer en él todo el tiempo que uno quiera.

Las distancias existentes entre los puntos de interés son enormes y se hace casi imprescindible la utilización de los medios de transporte si no se quiere perder un tiempo precioso entre el desplazamiento de unos lugares a otros. En mi caso decidiría llegar hasta los sitios más lejanos utilizando estos y luego ya realizar la correspondiente ruta entre muchos de los templos de interés de la respectiva zona. Para mi gusto, lo mejor son los autobuses pues existen varias líneas que te dejan casi en la puerta de los templos y una vez que le pillas el truco al plano que te facilitan en el Hostel o la oficina de turismo, todo se hace muy sencillo. El metro, sin embargo, sólo consta de dos líneas y es mucho más limitado para llegar a muchos lugares de interés.

Tras preguntar en la recepción de mi alojamiento donde se encontraba la parada en la que tenía que tomar mi primer autobús, me dirigiría hacia allí, sin todavía haber desayunado, y cuando estaba atravesando el puente sobre el río Kamo, vería justo al otro lado, un McDonald´s donde ofertaban en un enorme cartel un desayuno consistente en tortitas con sirope de caramelo y un zumo, por lo que no lo dudé y allí que me metí a desayunar.

Al terminar sólo tendría que cruzar la calle para encontrarme la parada del autobús número 100 entre otros muchos, que me llevaría por 230 yenes hasta el primero de los templos que iba a visitar hoy. Hay un pase diario por 500 yenes que en el momento que coges dos autobuses ya queda amortizado, pero como no sabía si iba a tomar alguno más, a lo largo del día, opté por, de momento, no comprarlo.

El autobús me dejaba al inicio de una calle llena de tiendas de recuerdos  y restaurantes y caminando por esta, en pocos metros, me plantaba en las taquillas del que iba a ser el primer templo que visitaría en Kyoto, nada más y nada menos que Ginkaku-ji, el Pabellón Plateado, uno de los más afamados. (500 yenes).

Este lugar sería el retiro del sogún Yoshimasa, propulsor de un renacimiento artístico conocido como la cultura Higashiyama. De la misma manera que su abuelo cubriría de pan de oro el Pabellón Dorado, él quería hacerlo en este con plata, pero al final no sería posible como consecuencia del inicio de una guerra.

Ginkakuji o Pabellón de Plata

Allí estaba, en el borde del pequeño estanque que lo rodeaba, un edificio de dos plantas de tonos marrones, presidiendo los hermosos jardines que estaban a su alrededor. Estaría un buen rato disfrutando de este momento especial, hasta que una marabunta de niños harían que huyera hacia el sentido contrario de donde me encontraba.

Muy cerca de él podría contemplar un hermoso jardín zen de arena blanca con un gran cono, representando el oleaje del mar y el monte Fuji y, más allá, dos nuevos edificios de similares características que Ginkaku-ji y un sendero que te va llevando por un pequeño bosque, perfectamente cuidado, con puentes, riachuelos, estanques y desde el que se consiguen, en su parte más elevada, las mejores perspectivas de todo el conjunto y de Kyoto en la lejanía.

Jardines Ginkakuji o Pabellón de Plata

Jardines Ginkakuji o Pabellón de Plata

Kyoto desde Jardines Ginkakuji o Pabellón de Plata

A la salida me encaminaría hacia el inicio o final, según se mire, del Paseo del Filósofo, el cual permite realizar una relajada y apacible caminata, bordeando un canal, con pequeños puentecillos y rodeado de cerezos que, evidentemente, ahora no tenían ni una sola flor, pero que me hizo pensar en lo espectacular que debe ser esta zona en primavera.

Paseo de la Filosofía

Del propio camino van saliendo sendas que te llevan a multitud de templos, por lo que pronto cogería una de estas para terminar en el recinto del llamado Honen-in (entrada gratuita), de la secta Jodo. Aquí destaca, sobre todo, su puerta techada de paja y sus montículos de arena rastrillada, pero poco más, por lo que no duraría mucho tiempo aquí.

Enseguida llegaría hasta mi próxima visita, la del templo  Eikan-do. (600 yenes). El nombre proviene del sacerdote que contribuiría a la restauración del templo y en el siglo XV sería pasto de las llamas, como consecuencia de las guerras Onin, aunque se reconstruiría en el mismo siglo.

Uno de los primeros edificios con los que me encontraría sería el Shakado  o Sala del Buda histórico con un pequeño jardín de rocas, para después seguir paseando por los diferentes pasillos interiores y estancias llegando hasta una escalera de madera que me permitiría subir a nuevos pasillos superiores con unas bonitas vistas del complejo.

Jardines Templo Eikando

Templo Eikando

Lo mejor de este lugar es que se pueden visitar prácticamente todas las habitaciones y sin casi un alma, pues no es de los templos más conocidos en Kyoto. Las salas lejos de parecerse, se caracterizan por diferentes detalles que no hacen para nada monótona la visita y todo está envuelto en una intimidad y serenidad que invitan al recogimiento y a perderse un rato en tus pensamientos.

Templo Eikando

Templo Eikando

Otra de las cosas que más me gustaría sería el realizar toda la visita descalzo, paseando por sus pasarelas de madera. Luego vendrían muchas más, en muchos otros lugares, pero esta era la primera y de más duración que había hecho y junto con la paz que se respiraba la recuerdo como de las que más me llenaron.

También es imprescindible en este complejo subir hasta la pagoda Tahoto, que se encuentra en la ladera de la montaña y desde donde se pueden apreciar unas espectaculares vistas de Kyoto y de los tejados del templo.

Kyoto desde Templo Eikando

Para terminar la visita me perdería entre los jardines con un bonito estanque principal y un pequeño santuario en el centro del mismo, que eran el complemento ideal a todo lo visto, consiguiendo la armonía perfecta con el resto de edificios por los que había transitado durante casi hora y media.

Jardines Templo Eikando

Apenas llevaba visto una mínima parte de todo lo que ofrece la ciudad y me estaba dando cuenta que si seguía al ritmo pausado que estaba dedicando a cada visita, mis objetivos para el día de hoy no se iban a cumplir ni de casualidad, pero lejos de agobiarme decidiría seguir hasta donde me diera tiempo y ya está. No era plan de ir con prisas en lugares tan especiales.

En unos metros más me encontraría con el recinto donde está Nanzen-ji, el cual ha jugado un importante papel en la historia de Japón, ya que pasaría de ser un tranquilo lugar de descanso del emperador Kameyana a convertirse en el templo más importante de Kyoto al otorgársele el control de los Gozan, es decir, de los cinco templos zen más importantes de la ciudad.

Nada más pagar mi entrada (500 yenes + 200 de los jardines) y avanzar unos pasos me encontraría con la descomunal puerta Sanmon, compuesta de dos pisos realizados en madera y que se construyó para honrar las almas de los muertos caídos en el asedio de verano al castillo de Osaka.

Puerta Sanmon.Templo Nanzen-ji

Después llegaría al Hojo o residencia del sacerdote principal donde se encuentra el “Salto del tigre”, uno de los rincones más especiales. Este consiste en un jardín zen compuesto por rocas que representan a tigres y sus cachorros cruzando a través del agua. También se pueden ver estos animales pintados con tonos dorados en las puertas correderas de algunas salas, consiguiendo la mezcla del conjunto de todo ello, una estampa difícil de superar.

Jardines Templo Nanzen-ji

Jardines Templo Nanzen-ji

Una de las construcciones que más llaman la atención en todo el complejo es un acueducto de ladrillo que pasa por los terrenos del templo. Su explicación es que sería construido durante el periodo Meiji para llevar agua y mercancías entre Kyoto y el lago Biwa, sito en una prefectura cercana.

Acueducto Templo Nanzen-ji

Tras atravesar uno de los arcos del conducto me perdería por un bosque limítrofe con el que terminaría mi visita a este lugar.

Mi intención en este momento era irme a comer pero mientras caminaba por las calles aledañas vería la entrada a un nuevo templo y no pude evitar entrar a conocerlo. Hablo de Konchi-in (400 yenes). Sería fundado en 1400, pero se trasladaría a su ubicación actual a principios del 1600.

En esta ocasión las instalaciones que observé no me llamarían tanto la atención como las de sus predecesores, aunque también pude ver edificios bien cuidados, habitaciones con hermosas pinturas, jardines de roca y hasta una casa de té.

Templo Konchi-in

Y es que en Japón podrás encontrar lugares que te llamen menos la atención que otros, pero es harto complicado poder utilizar la palabra feo.

Ahora sí que, evitando la tentación de entrar en más templos que se iban sucediendo, según avanzaba por nuevas callejuelas, buscaría un lugar para comer. Tras varios locales que tenían buena pinta pero que encontraría cerrados al final saldría a una inmensa avenida donde me daría de bruces con un gigantesco Torii de acero.

Santuario Heian Jingu

Antes de confirmar en el mapa que este gran elemento era la antesala de mi primera visita de la tarde, no podría evitar fijar todos mis sentidos en un Seven Eleven que estaba en una esquina con unos cuantos bancos en el exterior, por lo que no lo dudé y hacia él que me dirigí para poner fin al desfallecimiento que llevaba encima. Tenía más hambre que nunca por lo que no pude evitar comprar cuatro bollos de arroz rellenos, un plátano y varios dulces. (850 yenes). Todo ello lo disfrutaría tranquilamente sentado en los asientos de la entrada, mientras, ahora sí, que me aseguraba que estaba delante del Santuario Heian.

Por cierto, que el Torii que mencionaba unas líneas atrás es uno de los más grandes que hay en Japón. Una vez atravesado este pronto llegaría, hasta un inmenso patio de arena flanqueado por dos pequeños pabellones, en los laterales, y el santuario principal, de frente, donde había varias personas realizando diferentes rituales. También destacan las torres, de gran belleza, de estilo chino, que realzan aún más la perfección con la que está realizado el complejo.

Santuario Heian Jingu

El santuario es de construcción tardía, remontándose a 1895, hace sólo algo más de cien años. Su edificación estaría motivada por el aniversario de 1100 años de la fundación de Kyoto como capital y está dedicado a los espíritus del primer y último emperador que reinaron en la ciudad, coincidiendo con el inicio y el final de Kyoto como capital de Japón.

Santuario Heian Jingu

Santuario Heian Jingu

Si la simetría y armonía entre los edificios de color rojo y el gran cuadrilátero de tierra blanca me habían dejado sorprendido, esto no iba a ser nada para lo que me iba a encontrar en los jardines, a los que accedería por uno de los laterales del recinto tras pagar por la entrada 600 yenes.

¿Y qué me encontraría dentro? Un mundo de naturaleza desbordante, hermosos rincones que en pocos instantes eran superados por recodos todavía más bellos y, de nuevo, paz y tranquilidad, que te vuelven a invitar a reflexionar, a pensar sobre la vida y la existencia, para pasar, otra vez, a exaltarte estimulado por la aparición de otro paisaje inesperado compuesto por variedades de plantas o estanques con piedras circulares por las que poder ir saltando de una orilla a otra. Y cuando ya crees que todo está visto y piensas que ya no va a haber más sorpresas, de repente, emerge un inmenso lago con construcciones y edificios de madera sobre los que poder pasear y plantarte en el centro de la masa de agua, haciéndote dudar de si estás en medio de un sueño del que no quieres despertar.

Jardines Santuario Heian Jingu

Jardines Santuario Heian Jingu

Este lugar, me calaría muchísimo y, sin saber por qué, me lo llevo como uno de los que más me llenarían en mi estancia en Kyoto.

Cuando salía de los jardines, el cielo empezaba a romper y todo presagiaba que no iba a ser una tormentilla de diez minutos, así que viendo las orejas al lobo, me pegaría una buena carrera hasta el soportal de unos baños públicos que era el único lugar cercano con garantía para no calarte. Menos mal que elegiría un sitio confortable, porque un minuto después comenzaría a caer una tromba de agua brutal que hacía que casi no se pudiera ver uno metros por delante de tus narices.

Esta circunstancia desbarataría parte de mis planes de la tarde dado que perdería una hora de reloj viendo llover a cántaros y sin posibilidad de reaccionar porque, incluso aunque hubiera llevado paraguas, hubiera acabado hecho una sopa.

Tras esa hora y ante una pequeña tregua donde empezaría a llover algo menos, me pegaría una buena carrera hasta llegar al templo Shoren-in (500 yenes), donde llegaría a las 16.00 para ya no salir hasta la hora del cierre del mismo, las 17.00, ante la que volvía a liarse fuera.

Shoren-in es uno de los cinco templos Monzeki de la secta Tendai en Kyoto. Los sacerdotes de este tipo de templos, pertenecieron a la familia imperial hasta la restauración Meiji, lo que permitiría que este lugar ostentara ciertos privilegios que se utilizarían para conseguir mayor prosperidad y avances en algunos campos intelectuales y teóricos, que a la vez también supondrían importantes aportaciones a la cultura japonesa, como por ejemplo la creación de un estilo exclusivo de caligrafía que combinaba los caracteres japoneses y chinos.

Además cuando el palacio imperial fue totalmente arrasado, como consecuencia de un incendio, este lugar se convertiría en residencia temporal del Emperador Gosakuramachi, lo que permite hacernos una idea de la trascendencia de este lugar.

Lo que más me gustaría de este templo es que también se te permite plena libertad para transitar por todas las estancias del mismo. Tal es así que hasta me encontraría con un sacerdote meditando y completamente concentrado en una de las salas. Tras observar su plena inmovilidad y ver que iba para largo continué con la visita del resto de habitaciones decoradas con pinturas de flores de loto, una mandala, escrituras, una pintura de gran valor con una de las deidades más importantes del budismo esotérico, documentos antiguos  y otros bienes culturales de gran importancia, además de varias puertas profusamente adornadas.

Templo Shoren-in

Templo Shoren-in

Como no podía ser de otra manera, los jardines tampoco le van a la zaga a todos los que llevaba vistos en la jornada de hoy. Estos se encuentran perfectamente adaptados a la ladera de la montaña sobre la que se sitúan y están compuestos por hermosas flores, colinas, una laguna con la disposición de sus piedras colocadas de forma innovadora, pequeños riachuelos y hasta una cascada. Y es que todo lo mencionado combinado con el mismo entorno natural en que se encuentra situado, hacen que tenga una belleza difícil de igualar y sea uno de los más hermosos jardines japoneses.

Jardines Templo Shoren-in

Hasta aquí llegaba el empacho de templos de hoy, más que nada porque aunque hubiera querido seguir descubriendo alguno que otro más, la mayoría cierran sus puertas al público a las cinco de la tarde, obligándote a poner fin a esta actividad.

Afortunadamente había parado de llover y eso me permitía dirigirme a conocer el barrio de Gion, el más genuino y auténtico de Kyoto. En sus calles podría ver las construcciones más antiguas de la ciudad, la arquitectura más tradicional y una atmósfera en el ambiente que recuerda las gloriosas épocas en que las geishas se contaban por miles. Ahora sin embargo, no quedan más de trescientas y es realmente complicado dar con ellas. Ese iba a ser mi principal objetivo nada más llegar, pues me dejaba caer por aquí sobre las 17.40, hora en la que tanto las geishas como las maikos suelen aparecer, pues se encaminan a realizar sus espectáculos ante los bolsillos más pudientes.

Conviene salirse de las arterias principales de estos barrios e intentar buscar en las calles más estrechas, que sería hacia donde yo me dirigí. No tenía ninguna esperanza en poder encontrarlas pero por si acaso llevaba la cámara preparada y encendida, por si ocurría el milagro. De repente escucharía, en un pequeño callejón, a un grupo de italianos vociferar por lo que me dirigí hacia allí. Estaban como locos porque habían visto entrar en una vivienda a las esquivas mujeres. Lo bueno que una vez que se tranquilizaron y miraron sus fotografías, unas cuantas veces, se marcharían y la zona quedaría totalmente desierta. En este momento pensé que lo mismo no era este su destino final y que dadas las horas, simplemente era una parada de paso y tendrían que volver a salir, así que decidiría encomendarme a la virgen y los santos y me agazapé en un pequeño rincón que había al final del pasillo exterior con que contaba la casa y esperé como diez minutos, pasados los cuales, la puerta se entreabrió, dejando salir una tenue línea de luz, para pocos segundos después, dar paso a dos maikos que se encaminaban hacia un coche que acaba de llegar y estaba justo detrás de mí. No tenían escapatoria y pude captarlas a la perfección, lo que para mí fue un auténtico subidón. Cierto que no eran Geishas, pero me daba por satisfecho, pues no era nada fácil capturar una buena imagen de estas mujeres que son parte de la historia viva de Japón.

Maikos en el Barrio de Gion

La noche estaba cayendo y los farolillos empezaban a iluminar toda el área, dándole, aún más, si cabe, un ambiente acogedor a toda la zona por la que me perdería el resto de la tarde, paseando entre sus callejuelas, repletas de casas de té, antiguos riokanes y restaurantes.

Barrio de Gion

Barrio de Gion

Y entre todas esas calles hay una que destaca entre las demás y que es realmente genuina. Hablo de Pontocho, un callejón estrechísimo, repleto de restaurantes especializados en marisco y pescado crudo. La clásica arquitectura de madera y el olor de los guisos que se preparaban en el interior de las cocinas de muchos de los locales, hacían que te sintieras en el Japón más tradicional y auténtico.

Restaurante en Pontocho

Chicas con Kimono cerca de Pontocho

Mientras me dirigía al metro atravesando el puente sobre el río Kamo, todavía tendría una última y bonita visión: el conjunto de terrazas correspondientes a los locales de la calle Pontocho, que son soportados por enormes vigas en la ribera del río. Me quedaría con las ganas de poder cenar en uno, pero aunque sus precios no son desorbitados, sí son lo suficientemente caros como para que mi bolsillo se resintiese en exceso, por lo que me conformaría con, tras coger el metro para volver al hostal (150 yenes), tomarme una pizza y un coca cola en el pub contiguo al mismo (850 yenes), antes de irme a dormir.

2 comentarios :

  1. precioso super bonito que preciosidad.Ojala pudiera ver todo lo que has visto.Sería impresionante estar alli.

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  2. Estoy seguro que tarde o temprano cumplirás este y muchos otros sueños!!

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