JAPÓN - DIA 09. Tokyo: Shinjuku, Shibuya y Harajuku

30 de Agosto de 2015


Mi último día en la vibrante capital japonesa lo iba a dedicar a seguir sumergido en la locura de la selva futurista que te encuentras a cada paso que das por muchos de los barrios que conforman esta mega urbe y, especialmente, me ceñiría a Shinjuku y Shibuya, que son dos de los más famosos y de más renombre y que había dejado para el final para terminar por todo lo alto esta primera etapa del viaje.

Comenzaría por Shinjuku, uno de los barrios más concurridos y con mayor concentración de rascacielos de Tokyo, entre los que destaca el del Ayuntamiento, con sus inconfundibles torres gemelas, y que sería el elegido para llevar a cabo la primera visita del día, subiendo a una de ellas para divisar el horizonte tokiota, por última vez, bajo mis pies.

Tokyo Metropolitan Government Building


Tokyo Metropolitan Government Building

Hasta aquí había llegado en metro, pagando esta vez lo mínimo (170 yenes), pues hoy entraba en vigor, para mí, el Japan Rail Pass utilizando, para casi la totalidad del trayecto, la línea Yamanote que se encuentra incluida en el mismo.

Antes de continuar creo que es un buen momento para hacer un pequeño balance de si me salió rentable mi primera semana por Japón sin el afamado pase y estas son mis conclusiones.

Aproximadamente me gastaría unos 5000 yenes entre el autobús del aeropuerto al centro de Tokyo, metros, el tren de Kamakura e incluso he añadido un poco más por si se me ha olvidado algún trayecto. No he incluido el pase de la zona del Monte Fuji y Hakone el cual hay que sacarlo igualmente aunque tengas el Japan Rail Pass, ya que este no es válido si quieres llegar hasta allí. Al cambio actual vienen siendo unos cuarenta euros. Si tenemos en cuenta que el pase de tres semanas me hubiera costado unos 90 euros más, eso supone un ahorro de 50 euros, de lo que se deduce que si permaneces en Tokyo y alrededores muchos días, el Japan Rail pass no sale rentable, tal y como me recomendaría el bloguero Térmico en su momento.

Tras estas breves reflexiones matemáticas, me había quedado en el observatorio de una de las torres del Ayuntamiento, cuya subida es gratuita. Estaría un buen rato recreándome con el mar de rascacielos y hormigón que me rodeaba y volvería por donde había venido para seguir mi ruta de hoy. Por cierto, se me olvidaba comentar que la entrada no se realiza por la puerta principal, sino por el piso inferior de uno de los laterales.

Tokyo desde Metropolitan Government Building

Tokyo desde Metropolitan Government Building

Un breve paseo me llevaría a la estación de Shinjuku, una zona que ya me era familiar pues en ella había estado el primer día para dirigirme a la región de los cinco lagos. En aquella ocasión sólo me quedaría con una simple perspectiva general de la zona, pero hoy iba a ser el momento de profundizar más en ella y sus alrededores, así que la atravesaría y me perdería por sus inmediaciones, a rebosar de gente y con un ambiente espectacular.

Me dedicaría a entrar en algún que otro gran almacén y sobre todo a observar y observar la fiebre consumista de los tokiotas, el trasiego constante de miles de personas por segundo y el ritmo frenético con que se mueve la ciudad. Este era mi octavo día en Japón y seguía tan sorprendido de todo como el primero y creo que aunque hubiese estado un mes, mi cara de alucine hubiera sido la misma que la que tenía cuando cogía mi primer metro en la estación central de Tokyo.

Barrio de Shinjuku desde la estación de Metro

Ante tanto desenfreno me apetecía un poco de calma, pudiendo encontrarla no muy lejos de donde me hallaba, en un santuario sintoísta llamado Hanazono, cuya entrada pasa completamente desapercibida entre los inmensos edificios que le rodean y que salvo pura casualidad hay que saber de su existencia. Yo supe de él porque aparecía en uno de los mapas que llevaba y me llamó la atención y dado que me pillaba de camino hacia la siguiente zona que visitaría, optaría por dedicarle un poco de mi tiempo.

En el complejo arbolado encontraría un edificio de color bermejo y blanco y varias estatuas del zorro Inari, una de las deidades japonesas más importantes. El interior de la sala principal estaba decorada por bonitos labrados en oro y algún que otro farolillo. Este lugar es famoso entre los comerciantes locales, que vienen aquí a rezar por el éxito en sus negocios.

Santuario Hanazono Jinja

De este oasis de paz volvería, de nuevo, a la vorágine, pero de un nuevo barrio que estaba contiguo al templo. Podemos decir que se trata de la zona donde en menos metros cuadrados se concentra más perversión, lujuria y sexo: el barrio Rojo o Kabukicho.

En unas cuantas manzanas surgen bares de alterne, sex shops, prostíbulos y salas recreativas de un juego llamado Pachinko, donde estuve intentando descifrar cuál era la razón por la que conseguían llenar cestas enteras de bolitas plateadas, lo que me hubiera llevado a entender el objetivo final del juego, pero no hubo manera de adivinarlo.

Barrio de Kabukicho

Barrio de Kabukicho

Seguí merodeando por los destartalados callejones, casi desiertos en estos momentos, hasta que viendo que no había nada más que hacer por allí, me iría otra vez al corazón de Shinjuku para coger la Yamanote Line hasta Shibuya. Por cierto, ¡qué cómodo enseñar el Japan Rail Pass y no tener que estar comprando el ticket!

Y había llegado otro de los momentos más especiales y que más ganas tenía que llegara en Tokyo. Este no era otro que verme plantado en el famosísimo cruce de Shibuya, de fama mundial y al que se recurre constantemente en documentales, películas y series cada vez que se habla de la capital de Japón.

Pero todavía tendría que esperar unos minutos antes del ansiado momento porque tendría suerte y saldría por la salida donde se encuentra la estatua de Hachiko, la cual muestra un perro que después de la muerte de su amo le siguió esperando  más de una década. En ese momento se estaba respetando una escrupulosa fila para hacerse la fotografía de rigor con la escultura, por lo que aprovecharía para llevarme el recuerdo.

Escultura de Hachiko. Barrio de Shibuya

Ahora sí, lo siguiente que me encontraría serían enormes pantallas de televisión, anuncios de neón, música sonando a todo volumen y el emblemático gran cruce, considerado el más concurrido del mundo y el cual se inunda de peatones cada vez que los semáforos cambian de rojos a verdes.

Cruce de Shibuya

Cruce de Shibuya

Estuve mezclándome entre la marea de gente mucho tiempo, cruzando de un lado para otro, en línea recta, en diagonal; jugando a ser un japonés más a la vuelta del trabajo; me hice mil fotografías; me paré en el centro del enjambre humano, apurando al máximo el tiempo, antes de que los coches volvieran a circular; grabé mi vídeo de recuerdo y no sé cuántas chorradas más haría, pero fue uno de los momentos que más disfruté de lo que llevaba en Japón. Es curioso como algo tan simple puede llenarte tanto y es que cuando has visto hasta la saciedad un lugar por la televisión y en el cine, el encontrarte allí es algo que muchas veces te parece algo irreal por lo mucho que has esperado ese momento y lo disfrutas más que un niño.

Tras haber vivido la experiencia de lleno y a pie de calle, quería también ver cómo se desarrollaba todo siendo un mero espectador y para ello subiría al Starbucks situado en la segunda planta de unos de los edificios de la enorme plaza y me entretendría viendo el espectáculo y fijándome en cómo a pesar de la cantidad ingente de personas que lo cruzan, se estima que unas mil en cada ocasión, no chocan entre sí en ningún momento.

Cruce de Shibuya desde Starbucks

Cruce de Shibuya desde Starbucks

Había llegado el momento de seguir descubriendo esta zona, una vez que consideré que tenía suficientes fotografías y vídeos del trasiego constante de gente, por lo que volví a bajar a la calle y me mezclé entre la multitud dejándome llevar por las arterias y calles que salían del famoso cruce.

Pasaría el resto de la mañana entre las últimas tendencias en moda y las novedades de música y restaurantes, me mezclaría entre adolescentes y colegiales en la famosa Center Gai que es el foco del ocio juvenil en Tokyo,  visitaría grandes almacenes, galerías recreativas, casas de videojuegos e incluso la tienda Disney y sin darme cuenta me plantaría en las dos de la tarde.

Barrio de Shibuya

Shibuya 109

Un amigo del trabajo me había hablado que los mejores croissants de chocolate que se había comido en su vida habían sido en una cadena llamada Choco Cro y mira por donde que me daría casi de bruces con ella en uno de mis paseos y aunque puede que no sea lo más normal comer con sabores dulces, no pude evitar meterme en ella y corroborar lo que me decía. No he probado nunca cosa igual. Lo malo es que cuando vuelva a España se me caerán las lágrimas cada vez que desayune un croissant, acordándome de estos.

Cruasanes de la Repostería Choco-Cro

Cuando volvía a la calle me encontré con que llovía bastante, así que cogería el metro para dirigirme hacia la zona de Harajuku y una vez allí introducirme en el inmenso parque Yoyogui en busca de los rockabilly, grupos vestidos con chaquetas de cuero e inmensos tupes que se reúnen para bailar Rock and roll, pero mi gozo en un poco porque ante el cambio de tiempo no había rastro de ellos.

Pero una por otra, me encontraría un festival donde en un inmenso escenario iban apareciendo grupos de jóvenes ataviados con preciosos trajes tradicionales y al son de pegadizas canciones, mezcla de tradición y modernidad, iban bailando coreografías donde todos estaban perfectamente coordinados.

Bailes Tradicionales en el Parque Yoyogi

Bailes Tradicionales en el Parque Yoyogi

Bailes Tradicionales en el Parque Yoyogi

A pesar de la lluvia me quedaría disfrutando de unas diez actuaciones y aunque hubiera seguido allí hasta el final del festival, no quería quedarme sin conocer el templo Meiji Jingu al que se accede a través de tres inmensos toriis gigantes y un corredor de frondosa vegetación, donde el silencio impera en el ambiente.

Santuario Meiji. Parque Yoyogi

El santuario está dedicado a las almas del Emperador Meiji y su mujer y es el más importante de la religión Shinto de la ciudad. Había varias personas realizando rituales de purificación, antes de entrar a orar al santuario, por lo que estuve entretenido viendo como lo hacían.

Me habían hablado de que es normal ver aquí la celebración de bodas tradicionales, pero tal vez por la hora, no había casi un alma en la zona, así que tras acercarme a ver el interior seguiría mi camino. No he hablado todavía de las grandes ofrendas que hacen las empresas japonesas en los santuarios, consistentes en grandes barriles de sake que suelen encontrarse cerca de la entrada de los recintos y que eran de los elementos que más me gustaba observar y fotografiar, por lo que también estuve un rato entretenido con esto, pues aquí es uno de los lugares que más hay.

Santuario Meiji. Parque Yoyogi

Santuario Meiji. Parque Yoyogi

Una de las cosas que más me han gustado de Tokyo, es la rapidez con la puedes pasar de la calma más absoluta a la locura del ruido y las masas, pues son constantes cambios de ambiente que hacen que todo sea más entretenido. Esto último lo volvería a encontrar en una de las calles más concurridas y más famosas de Harajuku: Takeshita Dori, un estrecho callejón repleto de tiendas que ofrecen lo último en moda y cultura para adolescentes, restaurantes de lo más peculiares y chicas vistiendo de la forma más estrafalaria u original, según se mire. Además es uno de los lugares donde puedes encontrar todo tipo de originales recuerdos y a precios bastante asequibles, por lo que aprovecharía para hacer aquí parte de las compras para familia y amigos.

Tienda de Moda en Takeshita Dori

Restaurante en Takeshita Dori

Última Moda en Takeshita Dori

Sería también en esta zona donde probaría otra de las que consideran exquisiteces culinarias japonesas: Takoyakis, es decir bolitas rellenas de trozos de pulpo aderezadas con el tipo de salsa que cada uno elija, que en mi caso sería de queso. Si tenemos en cuenta que el pulpo no es que me haga saltar de alegría, pues me las comí con más pena que gloria, pero ya que estaba en Japón no quería irme sin probarlas. (6 bolitas por 500 yenes).

Takoyaki en Takeshita Dori

La calle termina muy cerca de Omotesando, los Campos Elíseos de Tokyo, con grandes aceras arboladas y donde se encuentran todas las firmas y marcas de lujo tales como Dior, Burberry, Chanel, Ralph Lauren, etc. Los precios como era de esperar eran prohibitivos, pero sí que permití entrar en varias de ellas para fijarme en el diseño interior y, nuevamente, me sorprendería no por la arquitectura en cuestión sino por la amabilidad y simpatía con la que fui recibido por sus dependientes, a pesar de las pintas que llevaba y que en cualquier otro país casi que me hubieran echado o seguro que me hubieran mirado con las típicas caras de acelga, como diciendo que hace este aquí.

Dior en la Avenida Omotesando

Y como ya venía siendo tradición en días anteriores quería terminar la jornada con el ambiente nocturno de alguno de los barrios que había podido visitar durante el día y en esta ocasión estaba claro que volvería a Shibuya y sus alrededores, cogiendo la línea Ginza de metro (180 yenes) pues no tenía ganas de pegarme otro palizón de andar para utilizar la Yamanote Line que me hubiera salido gratis.

Si esta zona impresiona durante el día, por la noche es alucinante, pues las luces de neón que rodean toda la plaza, la hacen todavía más fascinante. Además hay todavía más marcha y en el cruce casi que se duplicaba el número de personas que iban de un lado para otro, por lo que la zona es todavía más vibrante si cabe.

Barrio de Shibuya por la noche

A las 21.30 y con cierta tristeza me despedía de Tokyo cruzando por última vez el afamado cruce e introduciéndome en una de las bocas de metro, diciéndome a mí mismo que tarde o temprano volveré a una de las ciudades más espectaculares del mundo.

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