Mi último día
en la vibrante capital japonesa lo iba a dedicar a seguir sumergido en la
locura de la selva futurista que te encuentras a cada paso que das por muchos
de los barrios que conforman esta mega urbe y, especialmente, me ceñiría a Shinjuku
y Shibuya, que son dos de los más famosos y de más renombre y que había dejado
para el final para terminar por todo lo alto esta primera etapa del viaje.
Comenzaría
por Shinjuku, uno de los barrios más concurridos y con mayor concentración de
rascacielos de Tokyo, entre los que destaca el del Ayuntamiento, con sus
inconfundibles torres gemelas, y que sería el elegido para llevar a cabo la
primera visita del día, subiendo a una de ellas para divisar el horizonte
tokiota, por última vez, bajo mis pies.
Tokyo Metropolitan Government Building |
Tokyo Metropolitan Government Building |
Hasta aquí
había llegado en metro, pagando esta vez lo mínimo (170 yenes), pues hoy
entraba en vigor, para mí, el Japan Rail Pass utilizando, para casi la
totalidad del trayecto, la línea Yamanote que se encuentra incluida en el
mismo.
Antes de
continuar creo que es un buen momento para hacer un pequeño balance de si me
salió rentable mi primera semana por Japón sin el afamado pase y estas son mis
conclusiones.
Aproximadamente
me gastaría unos 5000 yenes entre el autobús del aeropuerto al centro de Tokyo,
metros, el tren de Kamakura e incluso he añadido un poco más por si se me ha
olvidado algún trayecto. No he incluido el pase de la zona del Monte Fuji y
Hakone el cual hay que sacarlo igualmente aunque tengas el Japan Rail Pass, ya
que este no es válido si quieres llegar hasta allí. Al cambio actual vienen
siendo unos cuarenta euros. Si tenemos en cuenta que el pase de tres semanas me
hubiera costado unos 90 euros más, eso supone un ahorro de 50 euros, de lo que
se deduce que si permaneces en Tokyo y alrededores muchos días, el Japan Rail
pass no sale rentable, tal y como me recomendaría el bloguero Térmico en su
momento.
Tras estas
breves reflexiones matemáticas, me había quedado en el observatorio de una de las
torres del Ayuntamiento, cuya subida es gratuita. Estaría un buen rato
recreándome con el mar de rascacielos y hormigón que me rodeaba y volvería por
donde había venido para seguir mi ruta de hoy. Por cierto, se me olvidaba
comentar que la entrada no se realiza por la puerta principal, sino por el piso
inferior de uno de los laterales.
Tokyo desde Metropolitan Government Building |
Tokyo desde Metropolitan Government Building |
Un breve
paseo me llevaría a la estación de Shinjuku, una zona que ya me era familiar
pues en ella había estado el primer día para dirigirme a la región de los cinco
lagos. En aquella ocasión sólo me quedaría con una simple perspectiva general
de la zona, pero hoy iba a ser el momento de profundizar más en ella y sus
alrededores, así que la atravesaría y me perdería por sus inmediaciones, a
rebosar de gente y con un ambiente espectacular.
Me dedicaría
a entrar en algún que otro gran almacén y sobre todo a observar y observar la
fiebre consumista de los tokiotas, el trasiego constante de miles de personas
por segundo y el ritmo frenético con que se mueve la ciudad. Este era mi octavo
día en Japón y seguía tan sorprendido de todo como el primero y creo que aunque
hubiese estado un mes, mi cara de alucine hubiera sido la misma que la que
tenía cuando cogía mi primer metro en la estación central de Tokyo.
Barrio de Shinjuku desde la estación de Metro |
Ante tanto
desenfreno me apetecía un poco de calma, pudiendo encontrarla no muy lejos de
donde me hallaba, en un santuario sintoísta llamado Hanazono, cuya entrada pasa
completamente desapercibida entre los inmensos edificios que le rodean y que
salvo pura casualidad hay que saber de su existencia. Yo supe de él porque aparecía
en uno de los mapas que llevaba y me llamó la atención y dado que me pillaba de
camino hacia la siguiente zona que visitaría, optaría por dedicarle un poco de
mi tiempo.
En el
complejo arbolado encontraría un edificio de color bermejo y blanco y varias
estatuas del zorro Inari, una de las deidades japonesas más importantes. El
interior de la sala principal estaba decorada por bonitos labrados en oro y
algún que otro farolillo. Este lugar es famoso entre los comerciantes locales,
que vienen aquí a rezar por el éxito en sus negocios.
Santuario Hanazono Jinja |
De este oasis
de paz volvería, de nuevo, a la vorágine, pero de un nuevo barrio que estaba
contiguo al templo. Podemos decir que se trata de la zona donde en menos metros
cuadrados se concentra más perversión, lujuria y sexo: el barrio Rojo o
Kabukicho.
En unas
cuantas manzanas surgen bares de alterne, sex shops, prostíbulos y salas recreativas
de un juego llamado Pachinko, donde estuve intentando descifrar cuál era la
razón por la que conseguían llenar cestas enteras de bolitas plateadas, lo que
me hubiera llevado a entender el objetivo final del juego, pero no hubo manera
de adivinarlo.
Barrio de Kabukicho |
Barrio de Kabukicho |
Seguí
merodeando por los destartalados callejones, casi desiertos en estos momentos,
hasta que viendo que no había nada más que hacer por allí, me iría otra vez al
corazón de Shinjuku para coger la Yamanote Line hasta Shibuya. Por cierto, ¡qué
cómodo enseñar el Japan Rail Pass y no tener que estar comprando el ticket!
Y había
llegado otro de los momentos más especiales y que más ganas tenía que llegara
en Tokyo. Este no era otro que verme plantado en el famosísimo cruce de
Shibuya, de fama mundial y al que se recurre constantemente en documentales,
películas y series cada vez que se habla de la capital de Japón.
Pero todavía
tendría que esperar unos minutos antes del ansiado momento porque tendría
suerte y saldría por la salida donde se encuentra la estatua de Hachiko, la
cual muestra un perro que después de la muerte de su amo le siguió
esperando más de una década. En ese
momento se estaba respetando una escrupulosa fila para hacerse la fotografía de
rigor con la escultura, por lo que aprovecharía para llevarme el recuerdo.
Escultura de Hachiko. Barrio de Shibuya |
Ahora sí, lo
siguiente que me encontraría serían enormes pantallas de televisión, anuncios
de neón, música sonando a todo volumen y el emblemático gran cruce, considerado
el más concurrido del mundo y el cual se inunda de peatones cada vez que los
semáforos cambian de rojos a verdes.
Cruce de Shibuya |
Cruce de Shibuya |
Estuve mezclándome
entre la marea de gente mucho tiempo, cruzando de un lado para otro, en línea
recta, en diagonal; jugando a ser un japonés más a la vuelta del trabajo; me
hice mil fotografías; me paré en el centro del enjambre humano, apurando al
máximo el tiempo, antes de que los coches volvieran a circular; grabé mi vídeo
de recuerdo y no sé cuántas chorradas más haría, pero fue uno de los momentos
que más disfruté de lo que llevaba en Japón. Es curioso como algo tan simple
puede llenarte tanto y es que cuando has visto hasta la saciedad un lugar por
la televisión y en el cine, el encontrarte allí es algo que muchas veces te
parece algo irreal por lo mucho que has esperado ese momento y lo disfrutas más
que un niño.
Tras haber
vivido la experiencia de lleno y a pie de calle, quería también ver cómo se
desarrollaba todo siendo un mero espectador y para ello subiría al Starbucks
situado en la segunda planta de unos de los edificios de la enorme plaza y me
entretendría viendo el espectáculo y fijándome en cómo a pesar de la cantidad
ingente de personas que lo cruzan, se estima que unas mil en cada ocasión, no
chocan entre sí en ningún momento.
Cruce de Shibuya desde Starbucks |
Cruce de Shibuya desde Starbucks |
Había llegado
el momento de seguir descubriendo esta zona, una vez que consideré que tenía
suficientes fotografías y vídeos del trasiego constante de gente, por lo que
volví a bajar a la calle y me mezclé entre la multitud dejándome llevar por las
arterias y calles que salían del famoso cruce.
Pasaría el
resto de la mañana entre las últimas tendencias en moda y las novedades de
música y restaurantes, me mezclaría entre adolescentes y colegiales en la
famosa Center Gai que es el foco del ocio juvenil en Tokyo, visitaría grandes almacenes, galerías
recreativas, casas de videojuegos e incluso la tienda Disney y sin darme cuenta
me plantaría en las dos de la tarde.
Barrio de Shibuya |
Shibuya 109 |
Un amigo del
trabajo me había hablado que los mejores croissants de chocolate que se había
comido en su vida habían sido en una cadena llamada Choco Cro y mira por donde
que me daría casi de bruces con ella en uno de mis paseos y aunque puede que no
sea lo más normal comer con sabores dulces, no pude evitar meterme en ella y
corroborar lo que me decía. No he probado nunca cosa igual. Lo malo es que
cuando vuelva a España se me caerán las lágrimas cada vez que desayune un
croissant, acordándome de estos.
Cruasanes de la Repostería Choco-Cro |
Cuando volvía
a la calle me encontré con que llovía bastante, así que cogería el metro para
dirigirme hacia la zona de Harajuku y una vez allí introducirme en el inmenso
parque Yoyogui en busca de los rockabilly, grupos vestidos con chaquetas de
cuero e inmensos tupes que se reúnen para bailar Rock and roll, pero mi gozo en
un poco porque ante el cambio de tiempo no había rastro de ellos.
Pero una por
otra, me encontraría un festival donde en un inmenso escenario iban apareciendo
grupos de jóvenes ataviados con preciosos trajes tradicionales y al son de
pegadizas canciones, mezcla de tradición y modernidad, iban bailando
coreografías donde todos estaban perfectamente coordinados.
Bailes Tradicionales en el Parque Yoyogi |
Bailes Tradicionales en el Parque Yoyogi |
Bailes Tradicionales en el Parque Yoyogi |
A pesar de la
lluvia me quedaría disfrutando de unas diez actuaciones y aunque hubiera
seguido allí hasta el final del festival, no quería quedarme sin conocer el
templo Meiji Jingu al que se accede a través de tres inmensos toriis gigantes y
un corredor de frondosa vegetación, donde el silencio impera en el ambiente.
Santuario Meiji. Parque Yoyogi |
El santuario
está dedicado a las almas del Emperador Meiji y su mujer y es el más importante
de la religión Shinto de la ciudad. Había varias personas realizando rituales
de purificación, antes de entrar a orar al santuario, por lo que estuve
entretenido viendo como lo hacían.
Me habían
hablado de que es normal ver aquí la celebración de bodas tradicionales, pero
tal vez por la hora, no había casi un alma en la zona, así que tras acercarme a
ver el interior seguiría mi camino. No he hablado todavía de las grandes
ofrendas que hacen las empresas japonesas en los santuarios, consistentes en
grandes barriles de sake que suelen encontrarse cerca de la entrada de los
recintos y que eran de los elementos que más me gustaba observar y fotografiar,
por lo que también estuve un rato entretenido con esto, pues aquí es uno de los
lugares que más hay.
Santuario Meiji. Parque Yoyogi |
Santuario Meiji. Parque Yoyogi |
Una de las
cosas que más me han gustado de Tokyo, es la rapidez con la puedes pasar de la
calma más absoluta a la locura del ruido y las masas, pues son constantes
cambios de ambiente que hacen que todo sea más entretenido. Esto último lo
volvería a encontrar en una de las calles más concurridas y más famosas de
Harajuku: Takeshita Dori, un estrecho callejón repleto de tiendas que ofrecen
lo último en moda y cultura para adolescentes, restaurantes de lo más
peculiares y chicas vistiendo de la forma más estrafalaria u original, según se
mire. Además es uno de los lugares donde puedes encontrar todo tipo de originales
recuerdos y a precios bastante asequibles, por lo que aprovecharía para hacer
aquí parte de las compras para familia y amigos.
Tienda de Moda en Takeshita Dori |
Restaurante en Takeshita Dori |
Última Moda en Takeshita Dori |
Sería también
en esta zona donde probaría otra de las que consideran exquisiteces culinarias
japonesas: Takoyakis, es decir bolitas rellenas de trozos de pulpo aderezadas
con el tipo de salsa que cada uno elija, que en mi caso sería de queso. Si
tenemos en cuenta que el pulpo no es que me haga saltar de alegría, pues me las
comí con más pena que gloria, pero ya que estaba en Japón no quería irme sin
probarlas. (6 bolitas por 500 yenes).
Takoyaki en Takeshita Dori |
La calle
termina muy cerca de Omotesando, los Campos Elíseos de Tokyo, con grandes
aceras arboladas y donde se encuentran todas las firmas y marcas de lujo tales
como Dior, Burberry, Chanel, Ralph Lauren, etc. Los precios como era de esperar
eran prohibitivos, pero sí que permití entrar en varias de ellas para fijarme
en el diseño interior y, nuevamente, me sorprendería no por la arquitectura en
cuestión sino por la amabilidad y simpatía con la que fui recibido por sus
dependientes, a pesar de las pintas que llevaba y que en cualquier otro país
casi que me hubieran echado o seguro que me hubieran mirado con las típicas
caras de acelga, como diciendo que hace este aquí.
Dior en la Avenida Omotesando |
Y como ya
venía siendo tradición en días anteriores quería terminar la jornada con el
ambiente nocturno de alguno de los barrios que había podido visitar durante el
día y en esta ocasión estaba claro que volvería a Shibuya y sus alrededores,
cogiendo la línea Ginza de metro (180 yenes) pues no tenía ganas de pegarme
otro palizón de andar para utilizar la Yamanote Line que me hubiera salido
gratis.
Si esta zona
impresiona durante el día, por la noche es alucinante, pues las luces de neón
que rodean toda la plaza, la hacen todavía más fascinante. Además hay todavía
más marcha y en el cruce casi que se duplicaba el número de personas que iban
de un lado para otro, por lo que la zona es todavía más vibrante si cabe.
Barrio de Shibuya por la noche |
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