4 de Septiembre de 2014.
“Eres realmente afortunado”. Esta sería la frase con la que se dirigiría a mí el chico de recepción nada más verme por la mañana. La verdad, que no entendía nada ni sabía a qué se refería pero pronto comprendería, al llegar a la mesa del comedor para desayunar, porqué me lo decía. Y es que resulta que hacía un día espléndido, maravilloso, con un cielo totalmente azul. No me lo podía creer ya que en estas fechas es algo realmente complicado y es como si te hubiese tocado la lotería, así que desayuné rápido y me dispuse a disfrutar de este maravilloso día.
Aunque ayer ya me entretuve admirando la imagen de los populares Palafitos, hoy aprovecharía para fotografiarlos y disfrutar todavía más de sus vistas, ante el tiempo que hacía. Creo que no hay que hacer presentaciones pero, por si acaso, son las famosas viviendas sostenidas por pilares que se encuentran encima de aguas en calma tales como lagos o lagunas, facilitando así el transporte de mercancías que se desarrolla desde las mismas, aunque hoy muchas de ellas han dejado de tener esa función y actúan como meras residencias.
“Eres realmente afortunado”. Esta sería la frase con la que se dirigiría a mí el chico de recepción nada más verme por la mañana. La verdad, que no entendía nada ni sabía a qué se refería pero pronto comprendería, al llegar a la mesa del comedor para desayunar, porqué me lo decía. Y es que resulta que hacía un día espléndido, maravilloso, con un cielo totalmente azul. No me lo podía creer ya que en estas fechas es algo realmente complicado y es como si te hubiese tocado la lotería, así que desayuné rápido y me dispuse a disfrutar de este maravilloso día.
Aunque ayer ya me entretuve admirando la imagen de los populares Palafitos, hoy aprovecharía para fotografiarlos y disfrutar todavía más de sus vistas, ante el tiempo que hacía. Creo que no hay que hacer presentaciones pero, por si acaso, son las famosas viviendas sostenidas por pilares que se encuentran encima de aguas en calma tales como lagos o lagunas, facilitando así el transporte de mercancías que se desarrolla desde las mismas, aunque hoy muchas de ellas han dejado de tener esa función y actúan como meras residencias.
Después me dirigiría a dos iglesias Patrimonio de
la Humanidad que estaban relativamente cerca de Castro (como a unos 30 km):
- Chonchi, la cual se ubica donde la isla Grande se hace más estrecha, en su costa oriental y frente a la isla Lemuy; los españoles le llamaban “el fin de la cristiandad”. Los jesuitas eligieron este lugar para establecer un puesto de avanzada de su misión circular, que cubriera los sectores cercanos y las zonas más australes del archipiélago. Se construyó a finales del siglo XIX y su portal tiene seis columnas cónicas y está realizada con alerce, tenio y ciprés.
Iglesia de San Carlos Borromeo.Chonchi |
- Vilupulli, que sería construida a comienzos del Siglo XX. Destaca por las formas alargadas de su pórtico y la esbeltez de su torre. Además se ubica frente a la costa, sobre una colina, lo que hace que tenga todavía mayor encanto.
Iglesia de San Antonio.Vilupulli |
Tras disfrutar de estas y de un breve paseo por sus
alrededores, me dirigí otra vez dirección Castro, parando en un mirador con
unas vistas increíbles de la bahía, y pasada la capital de la Isla Grande
conduje hasta el pequeño pueblo de Rilán, donde me esperaba otro tesoro más.
Este templo pertenece a la madurez de la escuela Chilota y fue edificado a
principios del S.XX. Se encuentra cerrando uno de los extremos de la plaza del
pueblo y a sólo una cuadra de la costa.
Iglesia de Santa María.Rilán |
En esta población es donde se toma el transbordador para cruzar a la isla de Quinchao, donde me esperaban nuevas construcciones. El lugar no tiene pérdida y está perfectamente indicado. A la llegada ya encontré el barco semi lleno y casi no tuve que esperar por lo que coloqué el coche donde me dijeron, pagué 5000 pesos por el billete de ida y vuelta y me dispuse a disfrutar de las vistas de Dalcahue, mientras el barco se alejaba. Este sólo tarda 10 minutos en cruzar de una orilla a otra, por lo que apenas te da tiempo a nada. Una vez se volvieron a abrir las compuertas, decidí conducir hasta el más lejano de los lugares que quería visitar en esta isla y, posteriormente, ir parando al regreso en el resto.
Son unos 30 kilómetros los que recorrería por un camino
perfectamente asfaltado y en muy buen estado hasta casi el extremo de la isla,
donde se encuentra, impertérrita al paso del tiempo, la iglesia de Quinchao. Es
inmensa, de hecho, luego pude saber que es la más grande de todas las construcciones
religiosas chilotas. Su tamaño no responde al poblado, que es pequeñísimo, sino
a la importancia de la fiesta de su patrona, que congrega todos los años a gran
cantidad de personas. El día invitaba a acercarse hasta la costa y eso haría,
sentándome a disfrutar de la imagen de postal que tenía frente a mí.
A parte de las iglesias que estaba visitando y que me
estaban gustando mucho, abría una cosa que me sobrecogería: las vistas que se
obtienen, desde algunos puntos de la isla de Quinchao, de la cordillera de los
Andes completamente nevada, pudiendo ver kilómetros y kilómetros de esta, justo en frente tuya.
Era grandiosa la imagen que se obtenía desde un pequeño mirador, por supuesto de madera, que se encontraba a la izquierda de la carretera, de camino a Achao. En esta localidad me encontraría la más antigua de las iglesias chilotas que permanece en pié. Su nave fue construida alrededor de 1740 aunque su torre fachada fue remodelada más tarde a semejanza de la iglesia de Quinchao. Esta se encuentra en la plaza de la localidad y muy cerca de la costanera, es decir su paseo marítimo.
Ni que decir tiene, que haciendo el día que hacía, no dudé en descalzarme y ponerme a pasear por su playa, que aunque no es nada del otro mundo y estaba bastante sucia, el entorno era espectacular. Después seguiría paseando otro rato por Achao para contemplar sus casas de madera con vistosos colores y que parecían sacadas de un cuento.
Cordillera de Los Andes desde Isla Quinchao |
Cordillera de Los Andes desde Isla Quinchao |
Era grandiosa la imagen que se obtenía desde un pequeño mirador, por supuesto de madera, que se encontraba a la izquierda de la carretera, de camino a Achao. En esta localidad me encontraría la más antigua de las iglesias chilotas que permanece en pié. Su nave fue construida alrededor de 1740 aunque su torre fachada fue remodelada más tarde a semejanza de la iglesia de Quinchao. Esta se encuentra en la plaza de la localidad y muy cerca de la costanera, es decir su paseo marítimo.
Iglesia de Santa María de Loreto.Achao |
Ni que decir tiene, que haciendo el día que hacía, no dudé en descalzarme y ponerme a pasear por su playa, que aunque no es nada del otro mundo y estaba bastante sucia, el entorno era espectacular. Después seguiría paseando otro rato por Achao para contemplar sus casas de madera con vistosos colores y que parecían sacadas de un cuento.
Un poco más allá de este último pueblecito me encontraría a mi
derecha el llamado mirador Alto Paloma, desde el que se obtenía un vista de
Achao, la Cordillera de los Andes, nuevamente, y varias islas más pequeñas de
los alrededores. No tengo palabras para describir lo bonito que era todo
aquello.
Curaco de Vélez sería la última parada en mi breve estancia
en la isla de Quinchao. Esta es otra pequeña localidad compuesta casi en su
totalidad por casitas de madera de lo más originales y coloridas. Su iglesia
también destaca, aunque no esté declarada como Patrimonio de la Humanidad, pero
al tener otra forma diferente a las ya vistas, se hace notar.
Iglesia de San Judas Tadeo.Curaco de Vélez |
Casa Tradicional. Curaco de Vélez |
Casas Tradicionales. Curaco de Vélez |
Tampoco
se puede perder uno su Plaza de Armas, aunque está adosada a la iglesia y, por tanto,
es como si fueran indisolubles, pues con la visita de una es imposible no ver la
otra. Destacan sus árboles desnudos, un monumento a modo de faro y el busto del
almirante Galvarino Riveros Cárdenas.
Plaza de Armas. Curaco de Vélez |
Plaza de Armas. Curaco de Vélez |
Sólo diez kilómetros restaban para volver a llegar al
embarcadero y retornar a Dalcahue. Todo fue rápido porque no tendría que
esperar, por lo que en apenas cuarto de hora volvía a estar en Chiloé.
Ya eran las 15.00 por lo que mis tripas empezaban a rugir,
asunto que solucioné con una empanada de carne y una coca cola, antes de
dirigirme al último destino en mi estancia en la isla grande.
Después de tanta visita cultural y eclesiástica, el mejor modo de cambiar de tercio, totalmente, era con alguna sorpresa de la naturaleza y en este caso me iría a conocer la cascada Tocoíhue. Esta me la recomendaron los chicos de recepción de Palafito Hostel. Lo malo que para llegar hasta ella tuve que volver a tomar parte de la pista de tierra que me llevó, hacía menos de dos días, a la iglesia de Tenaún pero de esto me daría cuenta cuando ya estaba muy cerca del camino que da acceso a la caída de agua, ya que fui por otra ruta, de lo contrario no hubiera vuelto a tentar a la suerte, pues había tenido suficiente con ayer.
Después de tanta visita cultural y eclesiástica, el mejor modo de cambiar de tercio, totalmente, era con alguna sorpresa de la naturaleza y en este caso me iría a conocer la cascada Tocoíhue. Esta me la recomendaron los chicos de recepción de Palafito Hostel. Lo malo que para llegar hasta ella tuve que volver a tomar parte de la pista de tierra que me llevó, hacía menos de dos días, a la iglesia de Tenaún pero de esto me daría cuenta cuando ya estaba muy cerca del camino que da acceso a la caída de agua, ya que fui por otra ruta, de lo contrario no hubiera vuelto a tentar a la suerte, pues había tenido suficiente con ayer.
A la cascada puedes llegar en
todo terreno hasta el mismo sendero, que en 5 minutos, te acerca a su mirador o
si vas con un coche normal, es conveniente andar como un kilómetro y medio si no quieres quedarte
sin auto, pues existe alguna parte de la pista en mal estado. La entrada cuesta
1000 pesos. La masa de agua es un gran torrente que cae a plomo entre la
espesura del bosque y se ve de maravilla desde el pequeño mirador situado en
frente de ella.
Cascada Tocoihue |
A la vuelta de la pequeña excursión eran ya las 17.00, una
buena hora para afrontar el camino de regreso al continente y una vez en este
continuar hasta Puerto Varas donde iba a dormir las dos noches siguientes. La
verdad que se me haría pesado, pues me demoraría unas cuatro horas, lo que no
parece tanto cuando vas parando en diferentes lugares para conocerlos, como
hice a la ida. Pero ahora todo de una vez me resultó bastante pesado.
Menos mal
que en el Ferry (10600 pesos) descansaría algo. Aquí un señor de edad avanzada
me pediría el favor de si podía acercarle a Puerto Montt, si iba para allá, a lo
que no puse inconveniente porque también yo tenía que pasar por allí para
comprar todos los billetes de bus que necesitaba antes de que terminara el
viaje.
A las 21.00 llegaría al Melmac Patagonia, el cual me habían
recomendado los muchachos de Castro y, una vez más, no se equivocaron porque
daba gusto estar en él, pues se puede decir que es una casa particular con
diferentes habitaciones, y todo limpísimo y el dueño de lo más amable. (Ambas
noches fueron 20000 pesos). Sería aquí donde me recomendarían el acogedor
restaurante – café “El Barista” (calle Walker Martínez, 211), donde cenaría un sándwich
de queso de cabra que estaba buenísimo con un pastel de manzana y una coca cola
(11110 pesos).
Y a pesar del cansancio que tenía en el cuerpo, al final no
me acostaría hasta las 02.00 de la madrugada y es que cuando hay una buena
charla de por medio, puede más esta que el sueño. Ello sería consecuencia de la
interesante conversación mantenida con el dueño del hostal, del que me acabaría
acordando a la mañana siguiente, tras haber dormido sólo cinco horas.
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