LAGO LEMAN - DIA 4. Lausanne, Morges y Nyon

3 de Mayo de 2014.

Hoy sí que volvería a la ribera del lago Leman para seguir disfrutando de sus maravillosas vistas, de la tranquilidad de sus pueblos y ciudades y del entorno montañoso que lo rodea. Parece que, aunque nublado, la normalidad iba a ser la nota en el tiempo y no como casi el agujero negro que me sorprendía en la jornada de ayer. Así que tras dejar mi mochila en la consigna del Hostal y desayunar como siempre en la estación, viendo pasar los trenes, me dispuse a conocer el centro histórico de Lausanne, que comienza justo a partir de esta misma y cuesta arriba.

Estación Central. Lausanne

La parte vieja se encuentra en lo alto de una colina y su expansión se empezó a realizar hacia abajo, hacia la zona del lago y del pueblo de pescadores de Ouchy, quedando al final unidas, por lo que mi idea era realizar la ruta de forma similar a los orígenes de la urbe.

Así comenzaría subiendo una empinada calle que me llevaría, tras un pequeño esfuerzo, pues todavía estaba perezoso, hasta un primer repecho con una gran avenida en llano y la gran plaza de Saint François con la iglesia del mismo nombre y algún gran edificio histórico y gubernamental. Seguiría trepando por las calles de la ciudad vieja hasta llegar hasta la plaza de la Palud, con la característica y tradicional Fuente de la Justicia y el Ayuntamiento. En ella empezaban a montar el tradicional mercado que tiene lugar todos los miércoles y sábados.

Plaza de la Palud y Hotel de Ville. Lausanne

Tras una breve vuelta observando cómo los comerciantes iban dando vida a la zona, pronto encontraría las escaleras de Marché que conducen hasta la catedral. Su aspecto medieval es difícil de superar. La marquesina de madera cubriendo sus 160 escalones laterales es muy pintoresca. Superado el ascenso llegaría hasta uno de los templos góticos más imponente de Europa en el que, como siempre que puedo y tras visitar su interior, me dirigiría a las escaleras que dan acceso a la torre, donde, desde lo más alto, pude recrearme oteando la ciudad y presenciando como uno de los últimos vigías de Europa sigue tocando las campanas con puntualidad suiza cada hora.

Escaleras du Marché.Lausanne

Catedral de Lausanne

Lausanne desde la Torre de su Catedral

El castillo de piedra y ladrillo de St. Maire es sede del gobierno cantonal y fue residencia episcopal y de los alcaldes de Berna. Esta sería mi siguiente parada después de bajar de las alturas. Tras rodearlo en busca de la Avenida de la Université, me encontré descendiendo hacia otro de los puntos de gran interés, la plaza de la Riponne. Esta queda dominada por el Palacio de Rumine con influencias renacentistas y dos columnas altas que sostienen a la esfinge y la quimera de la ciudad.

Castillo de Saint Marie.Lausanne

Palacio Rumine.Plaza de la Riponne.Lausanne

Una vez aquí llegaría a una de las zonas de más vida y con más trasiego de personas, que había podido ver hasta ahora, pues en las calles cercanas peatonales a la gran plaza de la Riponne, una gran masa de gente iba y venía contemplando y deteniéndose en muchos de los puestos callejeros que estaban montados por doquier. Sería por una de estas calles (Rue de I´Ale) por la que iría a parar hasta una torre cilíndrica, el único vestigio que se conserva de la desaparecida muralla.

Torre Medieval. Lausanne

Después de vivir el gran ambiente que ofrecen las calles del centro de Lausanne, me apetecía cambiar de aires y tener un poco de tranquilidad por lo que para ello me encaminé hacia la explanada de Montbenon, donde me encontré con el Palacio de Justicia, la escultura de Guillermo Tell y unas vistas espectaculares del lago Leman y los montes alpinos que lo rodean.

Palacio de Justicia de Montbenon. Lausanne

También pude pasear por los exteriores del casino que aquí se encuentra y que hoy está destinado a hacer de centro social y cultural. No había casi gente y aunque hacía un poco de frío aprovecharía para sentarme un rato en un banco y disfrutar del entorno que tenía delante de mí. Tras estos momentos de relax, decidí ir en busca del nivel de las aguas y por consiguiente del barrio de Ouchy, construido en la ribera del lago y donde se encuentra el puerto. En mi camino hacia él, por supuesto, que haría una visita imprescindible, al museo Olímpico, eso sí, tan sólo a la parte que se permite visitar de forma gratuita y sus exteriores.

Escultura Non Violence.Museo Olímpico. Lausanne

A Lausanne se la llama ciudad olímpica porque acoge la sede del Comité Olímpico Internacional y ante un hecho tan significativo no podía faltar un museo que acogiera lo más destacado del olimpismo. La pena es que ante lo que yo creo que debería ser gratuito o como mucho fijar un precio simbólico, el puro que te meten si quieres visitarlo es de 18 francos, por lo que teniendo en cuenta la altura del viaje en la que me encontraba y viendo mi presupuesto, decidí desistir. Eso sí, por lo menos me entretuve mirando la gran cantidad de esculturas dedicadas a muchas de las disciplinas olímpicas y que se encuentran desperdigadas por sus exteriores, la pista de atletismo de 100 metros que está situada a la izquierda de la entrada principal y por la que, si quieres, puedes correr y así hacerte una idea de lo que tarda un mortal en recorrer esta distancia o ya dentro del edificio que acoge el museo y en la planta baja, el mural donde se encuentran grabados los nombres y los emblemas de todas las que han sido ciudades olímpicas.

Museo Olímpico. Lausanne

Museo Olímpico. Lausanne

Tras esta visita de lo más entretenida, me dediqué  a ir caminando por el paseo del lago hasta llegar al puerto donde había desembarcado la tarde de hacía dos días y donde todo me resultaba ya familiar, para desde aquí volver a tomar el metro situado al lado de la oficina de turismo, el cual me dejaría en la estación central, y ya en esta y una vez que recogí mi mochila de la consigna del hostal, tomar el tren que me llevaría hasta mi siguiente destino: Morges.

Esta localidad vinícola fue adorada por dos residentes ilustres, el pianista Paderewski y el compositor Stravinky al considerarla un remanso de paz y de belleza y ante este dato, por un lado, y la recomendación de muchas guías y diarios de ser de obligada visita, por otro, decidí que no me la perdería.

No tardaría ni diez minutos desde la estación en llegar hasta el castillo de torres cilíndricas construido por orden de Luis I de Saboya en el siglo XIII y por el que comenzaría la visita a la localidad. Tras pensarme durante unos instantes si pagar o no los diez francos que costaba la visita a su interior, decidí que como este iba a estar repleto, como consecuencia de una feria, del trabajo realizado por artesanos de todo tipo que venían hasta aquí, desde muchos lugares de Suiza, a exponer sus obras, pues por lo menos aprovechaba algo más la entrada y amortizaba esta.

Castillo de Morges

En su interior podemos encontrar hasta cuatro museos de historia militar, destacando especialmente en el que se exponen 10000 soldaditos de estaño. Pero lo mejor iba a ser, sin duda, las obras de los artistas distribuidos por todas las habitaciones del palacio. Había desde ingeniosas pulseras y pendientes, hasta lámparas y muebles estrambóticos, pasando por ropa rimbombante y esculturas abstractas. Todo ello bajo un ambiente festivo y de lo más hippie.

Justo detrás de la fortaleza se encuentra el parque de la Independence, lugar por el que me dejaría caer a continuación y es que aquí se celebra durante los meses de abril y mayo uno de los eventos más importantes de la población y de la zona, el llamado Tulpenfest o fiesta del tulipán. Su interior se convierte en un mar de colores gracias a sus miles de tulipanes, narcisos y jacintos distribuidos por todo el recinto. Además el sol estaba empezando a hacer acto de presencia y resaltaba más el color de todas las flores.

Fiesta del Tulipán. Morges

Cuando terminé de pasear por los jardines, me acercaría hasta la orilla del lago para ir paseando desde aquí hasta el centro de la población. Lo más destacable de este es la Grand Rue, adoquinada y prohibida al tráfico rodado y repleta de comercios y restaurantes. Por ella llegaría hasta la iglesia de la villa. Tras dar alguna que otra vuelta más por las calles aledañas, decidiría volver sobre mis pasos y dirigirme, de nuevo, hacia la estación, donde tomaría el tren hacia el último destino que visitaría por hoy: el bonito pueblo de Nyon.

Grand Rue. Morges

La visita a Morges la había realizado con la mochila a cuestas por lo que en cuanto subí al vagón correspondiente, me deshice de ella con más ganas que nunca, colocándola en uno de los compartimentos superiores destinados a colocar el equipaje, bolsas y demás. Nunca lo había hecho así, pues siempre había optado por llevarla al lado mío, pero esta vez no sé por qué, cambié las costumbres. Las consecuencias de esta decisión me harían sudar de lo lindo durante casi la siguiente hora y es que al llegar a la estación de Nyon, me levanté, me puse el abrigo y bajé al andén tan pancho. No sé si fue por el entusiasmo por conocer esta localidad de la que tan bien había oído hablar o porque tal vez esté perdiendo la cabeza, pero en ningún momento me acordé de la mochila que se quedaba en el tren. El caso es que me fui tan contento a la Rue de la Gare, calle comercial y peatonal, en la que me encontré un Mac Donalds y aquí que me metí para saciar el apetito, pues ya eran casi las cuatro de la tarde.

Después de pedir y cuando me disponía a comerme las primeras patatas, de repente las luces se me encendieron, la cara se me desencajó y me cercioré de que no llevaba la mochila conmigo. Mi rostro se tornó blanco y el estómago se me redujo a la mitad, quitándoseme toda el hambre que había ido acumulando. Aunque es cierto que lo más importante de valor lo llevaba encima, también es cierto que esto me suponía quedarme sin más ropa que la puesta, la mochila en sí y todos los cargadores de móvil, cámara y demás, por lo que el disgusto fue considerable. Después de quedarme parado y compadeciéndome durante unos minutos, por fin reaccioné y tras meterme la hamburguesa en un bolsillo interior y coger la bebida y las patatas, salté como un resorte y me fui corriendo hacia la estación que no estaba más que a cinco minutos de donde me encontraba. En esta me fui a una de las ventanillas de venta de billetes en la que había una chica y empecé a explicarle entre señas y mi inglés chapucero lo que me había ocurrido. El caso es que me entendió a la primera, pero ella empezó a hacerme preguntas y yo no la comprendía a ella. Pero una vez más la suerte se puso de mi parte y un señor que estaba comprando un billete en la ventanilla de al lado sabía español y no tardó en reaccionar y hacerme de traductor, por lo que rápidamente la chica empezó a actuar tecleando datos en su ordenador y haciendo como unas tres llamadas. Después de veinte minutos y de pagar 15 francos por las gestiones, la chica me comunicaba que habían localizado mi mochila y que la enviarían a la consigna del aeropuerto de Ginebra, por lo que podía pasar a por ella cuando quisiera. No daba crédito de la suerte que había tenido, en parte gracias a encontrarme en un país como Suiza, donde parece que se confirma que todo es perfecto, ya que soy consciente que si esto me hubiera pasado en cualquier otro país, me hubiese quedado seguramente sin mi equipaje. Tras darle yo no sé cuántas veces las gracias a mi salvadora, decidí que ya que hoy dormía en Ginebra y el aeropuerto se encuentra sólo a cinco kilómetros de esta, pues que iría para allá, después de ver relajadamente Nyon. Así que me senté en un banco a comer, pues el apetito me había vuelto con más fuerza que nunca y tras ello, comencé con la visita.

Lo más destacado en Nyon, para mí, fue su maravilloso castillo de cuento con sus deslumbrantes torres blancas. Sólo ver ya su exterior te transporta a épocas pasadas de caballeros y princesas. En su interior se encuentra el museo de historia y porcelana, pero opté por pasar de él y seguir descubriendo la localidad.

Castillo de Nyon

Así tras perderme por sus calles e ir descubriendo encantadoras plazuelas como la place du Marché o St. Martin, esculturas como la de Julio César, calles con arcadas imitando el modelo bernés y alguna que otro detalle más, llegaba hasta uno de los lugares que más ganas tenía de conocer: la explanada des Marronniers, situada en una pequeña colina en un parque a orillas del lago, donde te reciben, imponentes, tres inmensas columnas corintias que recuerdan la época romana.

Columnas Romanas en Explanada de los Marronniers. Nyon

Me quedaría ante ellas, contemplándolas, durante unos minutos, para después y con toda la parsimonia del mundo encaminarme hacia la parte baja de la población, donde se encuentra el barrio ribereño. En el camino hacia este me iría encontrando con multitud de viñedos colgados de las colinas por las que el sendero me iba llevando y sin darme cuenta me encontraba en la Plaza de Savoie, al lado del pequeño puerto de Nyon y lugar donde comienza la pequeña pero encantadora Rue de Rive, con antiguos edificios de colores y viviendas de pescadores e incluso la típica fuente de carácter bernés. Otra zona de gran encanto y que uno no puede perderse.

Rue de Rive. Nyon

Fuente de Maitre-Jacques. Nyon

Para volver hasta la estación decidí perderme por cuestas y calles diferentes de las que había ido transitando durante mi estancia en el pueblo y así tratar de encontrarme con algún rincón con encanto que me sorprendiera. De esta manera fui a dar con un jardín privado desde el que se tenía una vista preciosa del castillo, por lo que tras pedir permiso a su dueño, pude pasar a su interior y hacer unas fotos desde esta perspectiva. Una vez más el carácter y simpatía suizo me sorprendían.

Castillo de Nyon

Lo poco que me quedaba ya de tarde lo aprovecharía para tomar el tren que me llevara al aeropuerto y así recoger mi mochila, la cual estaba intacta y tal cual la dejé. Después volvería a la ciudad de Ginebra, donde tras un paseo de un poco más de diez minutos desde la estación Gare de Cornavin llegaría al alojamiento que me acogería durante las próximas dos noches, el Geneva Youth Hostel. (84 francos por ambas). El precio incluía sábanas y edredón, taquilla, desayuno, wifi gratuito en la zona de recepción y la Geneva Transport Card que te permite moverte por todos los transportes de Ginebra de forma gratuita.

Tras acomodarme y aunque ya estaba anocheciendo, todavía tendría tiempo de acercarme hasta la orilla del lago Leman, que sólo estaba a cinco minutos andando, y disfrutar de la puesta de sol durante cuarto de hora. Cuando regresé me metí en el comedor a cenar lo que estaban sirviendo, ensalada y pollo al curry con arroz blanco. Me lo sirvieron y allí nadie me pidió ningún pase especial, ni nadie me hizo pagar nada, por lo que me quedé bastante sorprendido y a día de hoy no sé si estaba incluida la cena o es que como ya eran casi las 21.00 hubo un descontrol total a esas horas. Yo creo que fue más lo segundo, pero el caso es que yo acabé encantado porque la cena me saldría gratis. Estaba fundido, por lo que sin pensármelo demasiado, subiría a mi habitación de seis plazas, en la cual había ya otras dos personas durmiendo y me dispuse a imitarles, lo que no tardaría ni cinco minutos en hacer.

Opiniones:

Geneve Youth Hostel: Un gran hostal con una situación privilegiada ya que desde él puedes llegar andando a todos los lugares del centro. La limpieza, la buena organización y la profesionalidad de su personal hacen que lo recomiende sin dudarlo.

Consejos: La visita al castillo de Morges en condiciones normales y sin ningún evento especial, creo sinceramente que no merece la pena. Es cara y no ofrece nada del otro mundo.

En el recinto del museo del olimpismo no dejes de visitar los jardines por su parte trasera ya que allí encontrarás más esculturas y entre ellas la famosa Non Violence que es la de la pistola con el cañón anudado.

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