Sería testigo de sus amplias avenidas ajardinadas que conducen al lago, del cosmopolitismo de sus habitantes, de sus monumentos más especiales y de sus secretos mejor guardados. La ciudad que cobija a más de doscientos organismos internacionales con nombre indescifrables, la ciudad tomada por relojeros, banqueros, joyeros y hombres de negocio me esperaba para ofrecerme lo mejor de sí misma.
El talante abierto que siempre ha tenido Ginebra, le permitió ya desde el S.XVI acoger a perseguidos políticos y religiosos. En el S.XVIII sería en ella donde pensadores como Voltaire y Rousseau fecundarían sus ideas progresistas y en el S.XX Lenin preparó desde aquí la revolución rusa. La Cruz Roja se afianzaría en este lugar en el mismo siglo y ante tanta tolerancia y humanidad, tampoco es de extrañar que la ONU se acabara asentando aquí después de la segunda guerra mundial.
Si tenemos en cuenta que esta última institución internacional es el lugar más alejado para acudir hasta él tanto desde el centro de la ciudad como desde mi hostal, pues iba a ser por el que comenzaría mi visita turística. Dado que el desayuno se encontraba incluido en el precio del hotel, no lo desaprovecharía y comenzaría el día con unos cereales, un yogur y unas tostadas. No es que fuera muy variado pero tampoco se puede pedir más en estos casos y a estos precios. Después y tras andar unos minutos llegaría hasta la parada del tranvía número quince que me llevaría hasta la última estación de la línea: Nations, donde me daba la bienvenida la escultura Brocken Chair, una descomunal e inmensa silla sin una pata, situada en uno de los laterales. Esta simboliza la lucha en contra de las minas antipersonas que han asesinado a miles de hombres, mujeres y niños en más de ochenta países. Justo en frente de ella me iba a encontrar con el edificio de la ONU y, en los alrededores, el de otros organismos internacionales (OMM, OMC, OMS, etc.)
Escultura Broken Chair. ONU |
Una vez realizadas unas cuantas fotografías volvería a tomar el tranvía número quince y pasadas como 4 paradas me bajaría en la estación central de tren, lugar desde el que afrontaría el paseo por los sitios más significativos e importantes de Ginebra. La Basílica de Notre Dame sería lo primero que me sorprendería. Construída en el S.XIX fue realizada inspirándose en el gótico del XII. Desde aquí y tras unas manzanas más, llegaría a la ribera del lago encontrándome con el mausoleo que la ciudad brindó al Duque de Brunswick, un erudito músico y lingüista, que legó a Ginebra en su testamento importantes cantidades de dinero.
Monumento a Brunswick |
Tras admirar la soberbia escultura seguiría mis pasos y cuando estaba a punto de llegar al puente de Mont-Blanc y cuando ya me disponía a cruzar el Ródano, de repente empecé a ver como cientos de personas comenzaban a llegar corriendo hacia este. Ahora entendía por qué no había visto ni un solo coche en todas las inmediaciones y es que hoy se celebraba la importante cita del maratón. Así que como me iba a tomar el día con calma, seleccioné un lugar desde el que tuviera buena visibilidad y me entretuve viendo y animando a los sufridos corredores. La gente que se encontraba presenciando el espectáculo también vibraba con pasión, lo que me permitió comprobar que una vez más los tópicos se alejan de la realidad, pues no se veía un halo de frialdad en prácticamente ninguna de las personas que estaban a mi alrededor.
Maratón de Ginebra |
Cuando los últimos atletas empezaban a pasar, decidí acabar de atravesar el bonito puente repleto de banderas con escudos coloridos y sin esperármelo a mí izquierda me daría de bruces con el Jardín Anglais y su famosísimo reloj florido. La verdad que es una pasada y estuve un buen rato fotografiándolo como todo forastero que llega hasta él.
Lago Leman y Puente de Mont Blanc |
Reloj Florido. Jardín Anglais |
Al estar en el meollo del maratón cada vez había más gente en el parque, queriendo llevarse un recuerdo de su estancia en la ciudad ginebrina, por lo que la situación se empezaba a hacer un poco agobiante, así que sin pensármelo mucho más seguí andando en busca del distintivo de Ginebra, el Jet d´Eau, la fuente con el chorro más alto de Europa. Supuestamente el agua sale disparada a más de 200 km por hora para alcanzar una altura de 140 metros y ello desde el año 1886. Cada veinte minutos se pone en funcionamiento pero cuando he dicho supuestamente es porque tras llegar hasta el mismo punto desde donde sale el agua y esperar y esperar, nada de nada. No entendía lo que sucedía pero era verdad que desde ningún punto de la ciudad desde el que había estado lo había podido observar. Por fin y después de pensar como preguntarlo me animaría a ello con una chica que pasaba por allí, la cual aclaró rápidamente mis dudas y es que cuando sopla mucho el viento, como era el caso, no lo encienden, así que me iba a quedar sin ver el símbolo de Ginebra.
Faro en el Jet d'Eau |
Tras estudiar un poco el mapa, con permiso del ya mencionado viento gélido que llevaba acompañándome toda la mañana y que en una de sus ráfagas me partió el plano en dos, decidiría que afrontaría el centro histórico pero llegando a él por amplias avenidas que me llevarían antes hasta dos lugares que no quería perderme. Por un lado la iglesia rusa que me encantó y que me hizo pensar lo increíble que debe ser Moscú y San Petersburgo. Su interior es precioso y los rezos que venían llevando a cabo algunos fieles realmente curiosos.
Iglesia Ortodoxa Rusa |
Por otro lado el Museo de Arte e Historia que al ser gratuito quise entrar en su interior a ver la colección de piezas griegas, romanas y egipcias que conserva. A decir verdad, después de haber visto muchas de estas obras en museos de otros lugares y en los propios países implicados, no me sorprendió, aunque puede estar bien si es de las primeras veces que se contempla este tipo de arte.
La colina histórica, es decir la parte más antigua de la urbe, sería por donde me movería durante lo que restaba de mañana, que todavía era bastante. En ella comenzaría, por pura casualidad, por la plaza que durante siglos fue el corazón de la ciudad, la llamada Bourg-de-Four, un encantador espacio de aire medieval con fachadas nobles, una fuente y repleta de terrazas para disfrutar tomando algo tranquilamente al menor atisbo de buen tiempo. Hoy, por ejemplo, la mitad ya estaban ocupadas.
Plaza de Bourg de Four |
En mi periplo de subidas y bajadas por las diferentes callejuelas, pronto me encontraría ante el Ayuntamiento u Hôtel de Ville del S.XV, donde tras atravesar su grandiosa puerta iría a dar a un patio con soportales bastante espectacular. Hoy este edificio es la sede del gobierno cantonal. Justo en frente se encuentra lo que llaman el Arsenal, el cual cobija bajo sus soportales, decorados con mosaicos, unos cañones del S.XVIII. En la actualidad su interior es utilizado como archivo estatal.
Hôtel de Ville |
Una nueva calle me llevaría hasta la joya de la corona de la parte antigua, ni más ni menos que la catedral de St. Pierre o San Pedro del S.XIII, en la parte más elevada del centro histórico. Aquí se encontrarían restos de templos romanos y paleocristianos y fue uno de los lugares donde predicó Calvino hasta 1564, por lo que para ello sería consagrada al protestantismo. De su exterior lo más espectacular es su frontón que se inspiró en el Panteón de Roma. Por supuesto, que tras recorrer sus naves, no podría evitar subir los 150 escalones que me llevarían hasta sus torres (5 francos), desde las cuales me entretendría un largo rato deleitándome con la fabulosa vista panorámica del lago Leman, los Alpes y toda la ciudad. Aunque el viento seguía soplando con fuerza, el día se había quedado totalmente despejado, por lo que el espectáculo era sublime y me eternicé en este lugar.
Catedral de San Pedro o Saint Pierre |
Ginebra desde la Torre de la Catedral de St.Pierre |
A la bajada y de nuevo curioseando por el casco viejo, me encontraría con nuevos edificios destacados como la casa Tavel, una mansión del S.XIV, hoy convertida en museo de la ciudad, o alguna calle pintoresca como la Rue des Granjes que conserva fachadas góticas y palacios barrocos, además de la iglesia de St. Germain.
Tras asomarme a una terraza con una nueva vista de Ginebra, situada justo detrás del Ayuntamiento, sería el momento de volver a bajar a la parte baja por la rampa de la Treille, un viejo camino que me conduciría hasta la Place Neuve o Plaza Nueva, una inmensa plaza situada a los pies del casco antiguo y en cuyo centro se encuentra la escultura del general Dufour, rindiendo así homenaje a quien fuera el encargado de poner paz en Suiza en 1847. Flanqueando la plaza, además, se encuentran bellos edificios como el museo Rath, el Gran Teatro y el Conservatorio de Música. La verdad que fue una plaza que me impactó muy gratamente.
Place de Neuve |
Y como las tripas empezaban a sonar y eran ya las 14.00 empezaría a dar vueltas y, de nuevo, sin querer, me encontraría con una gran explanada en forma de rombo llamada Plaine de Plainpalais, donde habían instalado un mercadillo popular. Me daría una pequeña vuelta por la misma y como el hambre estaba pudiendo más, al final pasaría de los puestos y muy cerca encontraría, una vez más y como todos los días, al inconfundible Mac Donalds (19 francos). Si hay algo que tiene Suiza por doquier son franquicias de este restaurante, hay una barbaridad. Tras tomármelo con mucha calma, estaría una hora de relax, comenzaría la tarde acercándome, que lo tenía muy cerca, como a tres manzanas, al parque llamado Promedade des Bastions, donde se encuentra la Universidad y un monumento muy significativo para los ginebrinos, el Muro de los Reformadores en el que están representados los cuatro reformadores, valga la redundancia, de la iglesia en Suiza, encabezados por Calvino. Por otro lado y en las diferentes explanadas verdes del parque, la gente seguía animándose y cada vez eran más los que disfrutaban, tumbados en la hierba, del increíble sol que cada vez apretaba con más fuerza, por lo que el aire, a cada minuto que pasaba, daba menos sensación de frío.
Parc des Bastions |
Tal vez por esto y pensado, seguramente, sólo en mi imaginación que el viento soplaba con menos fuerza y que gracias a ello, encenderían el famoso chorro del lago, me volvería a encaminar hacia donde este se encontraba, pero efectivamente fue una gran paranoia pues todo seguía exactamente igual que lo que llevaba de jornada. Así que dado que ya estaba cerca de la zona comercial, la cual no había recorrido, decidí entretenerme por ella. Muchas de sus calles ocupan el barrio donde antes se ubicaba el muelle principal del siglo XV, tal y como recuerda la plaza Tour du Molard. En ellas me encontraría con una sucesión de tiendas de lujo al alcance de, únicamente, los bolsillos más pudientes.
Place du Molard |
Torre Medieval. Place du Molard |
En mis sucesivos pasos por el enlace de calles peatonales conocido como Rues Basses formado, entre otras, por Confédération y de Rive, daría con nuevas y encantadoras plazas como la de nombre Fusterie con un obelisco de 1773. En ella los jueves se instala un mercado de artesanos. También me encontraría, tras perderme por un viejo callejón llamado Fontaine, con una nueva plazuela con sabor a antiguo y de nombre Madeleine, donde una nueva iglesia me recibiría imponente. Y así y tras volver a pasar varias veces por los mismos lugares que ya me sonaban como si llevara mucho tiempo en Ginebra, me encontraría con el puente de I´IIe y la isla hasta la que permite llegar, donde existe una vieja torre fortaleza del S.XIII, con el mismo nombre, y que sirvió de prisión durante mucho tiempo.
En este instante me encontraba en el lugar recién descrito y encima del río Ródano, teniendo a un lado las vistas del lago y al otro las del curso del propio río y la visión de algún que otro puente. Decidiría entonces que pasearía por la ribera del gran torrente de agua hasta que me cansara y así en mi paseo me iría fijando en algunos hoteles y restaurantes de lujo, en algún vehículo deportivo de gama alta, en cómo la gente tomaba el sol en los márgenes del río y se relajaba tomando en sus terrazas helados y refrescos, etc. Llegaría hasta el puente llamado Coulouvreniére y tras seguir fijándome en lo bien que se lo estaba montando el personal, no pude evitarlo, bajé unas escaleras que llevaban hasta unas plataformas de piedra al lado del agua y allí que me tumbé como una hora a descansar.
Río Ródano a su paso por Ginebra |
Casi que puedo afirmar que me quedaría dormido en varios momentos. Cuando miré el reloj y vi que eran ya las seis de la tarde, decidí ponerme en pie y encaminarme al último lugar con cuya visión quería despedirme de Ginebra. Me estoy refiriendo a su faro, el cual me pillaba de camino al hostal. El paseo hasta él fue de lo más agradable, con una tarde inmejorable, como ya llevaba gran parte del día y con el viento soplando con bastante menos fuerza que en otros momentos. Ya en el espigón me encontraría con una pequeña playa y con algunas rocas de diferentes tamaños alrededor de la blanca torre, adornando su estampa. Justo debajo de ella existen como unos tablones de madera a los que se accede por unas pequeñas escaleras y situados unos metros por encima de las aguas, por lo que no pude evitar bajar hasta dicho lugar y sentarme allí a disfrutar de las vistas de todos los lugares en los que me había ido dejando caer a lo largo del día, era una estampa de postal y la guinda casi perfecta para cerrar el día. Y digo casi perfecta porque, también, justo en frente de donde estaba situado, tenía el surtidor del Jet d´Eau del que no emanaba una sola gota de agua, como había sucedido durante el resto de la jornada y es que su gran enemigo, el viento, había sido inquebrantable, por lo que es una excusa perfecta el querer verlo para volver algún día.
Jetée des Pâquis y Faro |
Ginebra desde Jetée des Pâquis |
Eran ya las ocho y el sol había desaparecido, empezaba a anochecer y el frío era cada vez mayor, por lo que era el momento perfecto para volver hacia el hostal que sólo me quedaba como a unos quince minutos. Sólo me quedaba cenar, asearme y dejarlo todo listo para la madrugada del día siguiente, ya que a las cuatro de la mañana sonaría el despertador para que me diese tiempo a llegar con tranquilidad al aeropuerto. Los trenes para el mismo empiezan a pasar desde las 04.45 creo, lo cual era perfecto para mis planes. Esta vez sí que llegaría con tiempo suficiente para ir tranquilo, pasar los controles de seguridad y desayunar unos bollos delante de la misma puerta de embarque. A la hora señalada, las siete, despegaba el avión sin retraso y pocas horas después me encontraba trabajando, recién empezada la semana, con una sensación verdaderamente extraña, pues me sentía todavía más en Suiza que en Madrid.
Consejos: Muy cerca del puente de Mont Blanc parten cruceros por el lago Leman que te llevan a otras ciudades suizas y a algunos pueblos de Francia. Es una opción a tener en cuenta.
Existen cruceros por el río Ródano de varias horas de duración. Yo no podría hacerlo por falta de tiempo, pero puede ser algo interesante para realizar. Los detalles los facilita la oficina de turismo.
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