INDONESIA - DIA 22. Isla de Komodo y más snorkeling

28 de Septiembre de 2013.

Sobre las 05.30 empezaba a desperezarse el día y aparecían los primeros momentos de claridad, suficientes para incorporarme de mi colchón e irme a un lateral del barco a ver cómo salía el sol, mientras Raúl y Norris seguían durmiendo en cubierta.

Hay momentos en la vida que te quedan grabados y que no olvidas nunca y yo creo que este que estaba viviendo bien podía ser uno de ellos, ya que estar casi al otro lado del planeta en un pequeño barquito y viendo el combinado de luces y sombras que se iban produciendo, me hacía sentirme el tipo más feliz del mundo.

Pronto fueron apareciendo los primeros rayos procedentes del astro rey, cegándome casi por completo y pronto, también, comenzaría la actividad en el barco empezando a preparar los desayunos y otros detalles para zarpar en breve, por lo que ese silencio y momento especial que estaba viviendo se rompería inmediatamente con tanto trajín. Por tanto, sólo quedaba sentarse a la mesa sobre las seis pasadas y esperar a que nos sirvieran el desayuno consistente en unos sándwiches de nutella y dos tazas de té, más unos batidos de chocolate que nos habíamos comprado nosotros el día anterior.

Mientras saboreábamos las últimas miguitas, el barco ya se había puesto en marcha y se aproximaba sin prisa pero sin pausa al pequeño muelle de Komodo. El desembarco no tuvo el menor inconveniente y pronto estaríamos en el centro de interpretación esperando a que nos asignaran un guía.


Muelle del P.N.de Komodo.Isla de Komodo



Parque Nacional de Komodo.Isla de Komodo

Norris se ocuparía de hacer el resto y gestionarnos los permisos que ya estaban pagados del día anterior y el coste del nuevo ranger (40000 rupias por persona). Tras un cuarto de hora de espera aparecería un chico joven llamado Ari con ropa de sport y un gran palo acabado en forma de V, el cual se nos presentaría y nos conduciría a un plano del lugar, al igual que el día anterior, para explicarnos las distintas rutas que se podían hacer y seleccionar una de ellas.

De nuevo había tres opciones: la corta de una hora, la media de hora y media y la larga de dos horas. Y esta vez sí que antes de que nos quisiera vender la moto y recomendarnos ninguna, yo le dije que queríamos hacer la larga sin dudarlo, a lo que no puso la menor objeción y simplemente dijo que perfecto. Así que después de darnos unas pequeñas instrucciones consistentes en decirnos que nunca nos adelantásemos a él, que permaneciéramos siempre a su lado sin quedarnos atrás y que en el caso de aparecer, por sorpresa, algún dragón hiciéramos rápido y sin rechistar todo lo que nos dijese, especialmente mantener una distancia de unos tres o cuatro metros de la fiera, nos pusimos en marcha.

Esta vez el paisaje no tenía nada que ver con el de Rinca. De un terreno árido y seco y casi desprovisto de vegetación como era el de esa isla, pasábamos a mucha más masa forestal y un pequeño sendero que se introducía en esta. Tras unos diez minutos andando, de repente, fui yo quien dio la voz de alarma, pues acababa de atravesar el camino hacia la derecha un varano. Aceleramos entonces nuestros pasos para intentar pillarle pero, inmediatamente, se perdería entre la espesura y le perderíamos de vista. Ari nos diría que no nos preocupásemos que todavía quedaba casi toda la ruta para terminar y  que en el último caso y poniéndonos en lo peor, al final de la excursión seguro que veríamos alguno. Así que seguimos caminando con bastante sigilo y mirando a ambos lados del camino por si acaso alguno de estos carnívoros nos acechaba y se lanzaba a mordernos para acabar convertidos en su presa.

Y es que no queríamos acabar como, dice la leyenda, que acabó el Barón suizo Rudolph Van Reding, que parece que iba caminando sólo, cuando en un instante desapareció sin dejar rastro. Muchos creen que lo devoraron los dragones.

Estos inmensos lagartos no inyectan veneno como tal, pero su saliva contiene al menos siete cepas de bacterias tóxicas. Un animal herido puede escapar pero la infección le llevará a la muerte. Un dragón siempre preferirá alimentarse de un cadáver que arriesgarse a ser herido persiguiendo a su presa. Pueden detectar un cuerpo en descomposición desde más de once kilómetros de distancia, pues el olor lo recogen las puntas de su lengua bífida y penetra hasta los receptores en la parte posterior de la boca. Estos órganos sensoriales analizan las variaciones de las muestras de cada punta, para determinar con precisión la dirección del olor. Los dientes del varano tienen un enorme parecido al de los dinosaurios, están ocultos detrás de las encías que, a menudo, sangran mientras se alimentan. Esta sangre infectada también se une al cóctel tóxico del interior de su boca. Los dientes los utilizan como una sierra para desgarrar y arrancar la carne.

De momento la cosa seguía sin dar sus frutos y la caminata iba transcurriendo entre explicaciones de los distintos tipos de árboles, las defecaciones de los reptiles  y alguna que otra anécdota como cuando encontraron únicamente las cámaras y las tarjetas de memoria de dos fotógrafos neozelandeses que perderían aquí su vida entre las fauces de estos parientes de los dinosaurios.

Pronto alcanzaríamos a una pareja de europeos que se encontraban mirando hacia arriba, por lo que pararíamos y haríamos exactamente lo mismo y lo que pudimos observar fue una inmensa tela de araña con una de estas en su interior, pero como mi mano de grande. Me impresionó bastante pues no había visto algo así en mi vida.


Araña gigante.Trekking por P.N.de Komodo.Isla de Komodo

La ruta continuaría sin el menor contratiempo y más anécdotas y curiosidades como que las mujeres con menstruación suponen una fuerte atracción para los lagartos y que les vuelve más agresivos de lo normal. A pesar de todo, de las advertencias y de pedir, que por favor, se informe de ello a los guías, nos contaba que son muchas mujeres las que con tal de poder verlos no dicen nada y lo ocultan, haciendo luego a los guardias tener que emplearse a fondo en su protección cuando aparecen los dragones, porque vaya que si aparecen. Así que si os queréis asegurar ver dragones en ruta ya sabéis que cebo llevar.

El camino acabaría dejándonos en lo alto de una colina llamada Sulphure Hill, donde a falta de ver los animalitos podríamos contemplar unas magníficas vistas de parte del entorno de la isla de Komodo y de la bahía a la que habíamos llegado con el barco a primera hora de la mañana.


Panorámica del P.N.de Komodo.Isla de Komodo durante el Trekking

Aquí nos haríamos alguna que otra foto con Ari, nuestro guía y protector, para inmortalizar el momento y escucharíamos nuevos datos curiosos tales como que los dragones viven en solitario pero el acto de la comida lo hacen en sociedad y se respeta una jerarquía para ello.

También se producen peleas entre ellos. Muestran su fuerza adoptando una postura agresiva y emitiendo un profundo sonido de siseo. Primero evalúan a su adversario antes de lanzar un ataque. Normalmente la batalla es corta. El vencedor mantiene inmovilizado a su contrincante hasta que este se rinde. Estas peleas sirven también para definir las jerarquías en el apareamiento.

El sexo de los dragones ni siquiera es apreciable para los expertos. Los propios varanos se guían por el olor para determinar si se trata de un macho o una hembra a la hora de cortejar. Una hembra poco receptiva acabará huyendo.

A la hora de poner los huevos siempre optarán por lo fácil, utilizar un nido preexistente a tener que excavar otro desde el principio. Para ello, muchas veces, lo que hacen es utilizar los de la especie pavo de matorral. Aunque esta especie es pequeña, sus nidos alcanzan hasta dos metros, tamaño más que suficiente para que sean utilizados por los dragones. Estos defenderán sus nidos sólo hasta que haya terminado de poner su nidada, después quedarán abandonados a su propio destino por lo que, sólo, una cuarta parte de ellos conseguirán sobrevivir ya que el resto serán devorados por otras especies y por los de la suya propia.

El trekking estaba llegando a su fin y tras dos horas no habíamos tenido rastro de ningún varano, por lo que parecía que nos íbamos a marchar en blanco. Pero cuando ya estábamos llegando a la zona que aquí se conoce como “The Kitchen”, porque es donde había unas cafeterías, que se quemaron no hace demasiado tiempo, y donde se cocinaba la comida para los rangers del parque nacional, de repente y ahora sí, en medio de la senda por la que íbamos nos topamos con un pedazo de dragón tumbado y de lo más relajado. ¡Qué ilusión! ¡Ya no nos íbamos a ir con las manos vacías! Nos colocamos a una distancia prudencial y fuimos rodeándole para poder continuar el camino.


Dragón de Komodo en la Isla de Komodo

Esto sucedía mientras él nos iba siguiendo con la mirada, pero sin inmutarse. Tras hacerle un buen book de fotos avanzamos unos metros más y ¡Bien!, otros dos dragones más, cerca de las antiguas construcciones de madera que antes comentaba, uno estaba totalmente como aletargado y el otro estaba un poco más pendiente de los que hacíamos y dejábamos de hacer.


Dragón de Komodo en la Isla de Komodo

Me puse como de costumbre a sacarle fotos y, en un abrir y cerrar de ojos, se incorporó y empezó a avanzar lentamente hacia mí, que me encontraba agachado. Los cinco o seis metros iniciales que nos separaban pasaron a ser cuatro y como, de momento, los guías no decían nada, pues yo seguí ahí sacando mil tomas más. Me estaba observando y volvió a avanzar otro metro y medio hasta situarse sólo a algo más de dos metros y medio de mí. Lo tenía tan cerca que casi podía acariciarlo, pero ahí fue cuando Ari, se puso delante de mí y extendió la vara en forma de V en previsión de que pudiera atacar. Me dijo que me echara para atrás y obedecí de inmediato. El dragón miró hacia otro lado y cambió de rumbo y de esta manera se alejó de nosotros y se ponía fin a la increíble estancia en Komodo, habiéndose conseguido, una vez más, el objetivo es estar tan cerca de esta increíble criatura, así que no se podía pedir más.


Dragón de Komodo en la Isla de Komodo

Dragón de Komodo en la Isla de Komodo

Dragón de Komodo en la Isla de Komodo

Nos encaminaríamos tranquilamente hacia el muelle y volveríamos a la navegación, pero esta vez para deshacer la travesía realizada en estos dos días. Eso sí, todavía nos quedaban por vivir dos nuevas actividades de snorkel en dos islas diferentes. La primera de ellas y tras un poco más de tres horas de viaje marítimo sería en las transparentes aguas de la isla de Sebayur, una minúscula isla donde pude volver a apreciar increíbles fondos de coral con un sinfín de peces de colores. Igualmente sucedería en la segunda de ellas, en la isla de Kanawa, donde volvería a repetir la misma actividad. Serían cuarenta minutos en cada una de ellas, más que suficiente para no borrar de mi rostro las muestras de mi más absoluta satisfacción y felicidad. Raúl en estos dos casos decidiría quedarse descansando tranquilamente a bordo.


 Isla de Sebayur

Snorkeling en la Isla de Sebayur

Snorkeling en la Isla de Sebayur

Así, de esta manera, acabaría nuestra última gran aventura en Indonesia la cual iba a ser difícil de superar.

Tras cuarenta minutos más llegaríamos al puerto de Labuan Bajo, desembarcando a las 16.30 de la tarde. Esta transcurriría de lo más relajada entre dormir la siesta por parte de Raúl y paseos por el puerto por lo que a mí respecta, además de estar entretenido mirando como preparaban alguna que otra embarcación para ir de buceo, pues sin duda es la actividad por excelencia del lugar, lo cual no me extraña en absoluto, pues si simplemente haciendo snorkeling había podido ver auténticas maravillas, no quiero ni pensar lo que se podrá ver unos metros más abajo. Pero eso ya lo dejo para los más aventajados ya que a mí esa actividad me impone y me da más respeto.

De nuevo una cena en el italiano del hotel, Made in Italy, pues era lo más cómodo para nosotros, acabaría por cerrar la penúltima noche en Indonesia.

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