29 de Septiembre de 2013.
El viaje llegaba a su fin y como siempre me pasa, me desperté con la moral un poco por los suelos, ya que significaba que había que volver a la rutina diaria y al quehacer del día a día.
El viaje llegaba a su fin y como siempre me pasa, me desperté con la moral un poco por los suelos, ya que significaba que había que volver a la rutina diaria y al quehacer del día a día.
Además teníamos por
delante dos días de campeonato en cuanto a vuelos se refiere y se me hacía aún
más cuesta arriba. Así que con este ánimo comenzaba el día 29, a la par que
desayunando en la terraza del hotel desde la que se tenía unas vistas
excelentes del puerto de Labuan Bajo y del mar salpicado de pequeñas islas, lo
que, ciertamente, hacía que me relajase y me fuera viniendo un poco arriba.
A las 09.30 marchábamos en un taxi que habíamos pedido en el
hotel, después de estar un buen rato negociando el precio, pues querían
cobrarnos más que a la ida, a lo que nos negamos. Cuando por fin cedieron y se
estableció como precio final 40000 rupias entonces dimos el visto bueno.
En el aeropuerto todo transcurrió sin problemas, tanto que,
sorprendentemente, a las 10.30 estábamos todos embarcados y dispuestos a
despegar. No se nos olvide que esto es Indonesia y aquí hacen y deshacen a su
antojo el horario de los vuelos, por lo que, de repente, como en Borneo,
decidieron cambiar el horario por, en este caso, salir una hora antes de lo
previsto, por lo que conviene siempre revisar con antelación la información de
los pasajes y estar unas dos horas antes en el aeropuerto, por si acaso.
En un poco menos de hora y media estábamos aterrizando en
Denpasar, la capital de Bali, donde contaríamos con tres horas para comer y dar
unas vueltas por el aeropuerto. Pronto llegaría, de nuevo, la hora de embarcar
para en esta ocasión volar hacia el mismo lugar donde comenzaría todo, Yakarta,
la capital de Indonesia, donde ya con una hora descontada, llegaríamos a las
17.00. Una vez fuera de la terminal y sin dudarlo nos fuimos directos a guardar
la fila donde tomas los taxis de la compañía Blue Bird.
En apenas cinco minutos que tardamos en encontrar esta,
seríamos abordados por unos diez taxistas de otras compañías y de coches
particulares ofreciéndonos sus servicios. Creo que fue el momento del viaje
donde más me agobié, pues entre el cansancio que llevaba encima y la mala leche
que tenía en mi cuerpo, estaba de lo más irascible por lo que no sé a cuál de
ellos fue o si fue a varios a la vez, a los que les pegué un grito de un NO de
los más rotundo.
Uno de ellos me diría que no le gritase, poniéndome la mano en
el hombro y yo le diría –“no me toques”, a lo que rápidamente intervendría Raúl
poniéndose en medio y haciéndome acelerar el paso hasta llegar por fin a la
fila de la compañía Blue Bird, donde se tragaría la tierra, por arte de magia,
al individuo con quien había tenido el conflicto. No suelo perder los nervios,
pero es que, a veces, son realmente desquiciantes y pesados. Aún así no
conviene perder los estribos a tantos kilómetros de distancia pues no sabes
nunca lo que se te puede venir encima.
Tardaríamos unos 35 minutos en llegar al Best Western de
Yakarta, nuestro alojamiento por esta noche gracias a la oferta que encontraría
en Booking por 42 euros la habitación doble. El trayecto en taxi nos costaría
97000 rupias más 17000 de peajes.
Subiríamos un rato a descansar y aunque Raúl decía que el ya
no se movía de allí y yo estaba algo cansado, no quería, de todas formas,
marcharme de Indonesia sin por lo menos dar una vuelta, aunque fuese de
cuarenta minutos, por el centro de la ciudad, así que me cogería otro taxi de
Blue Bird hasta la plaza del banco de Indonesia, uno de los epicentros de esta
locura de urbe.
Yakarta desde Best Western Mangga Dua Hotel |
Cuando bajé, la imagen que tenía delante de mí era una gran
plaza apenas iluminada, sin el menor encanto, con todo lleno de tráfico y de
cortinas de polvo y un ambiente irrespirable.
Empecé a rodear la misma,
sintiéndome observado como nunca antes me había sentido y ello a pesar de
llevar unos pantalones mugrientos, una camiseta sudada y unas playeras que
estaban para tirar a la basura. Me abordarían tres veces para decirme palabras
ininteligibles, a lo que ni me paré, y seguí andando para llegar a uno de los
puentes que cruzan el canal que atraviesa Yakarta.
La verdad que no estaba a gusto y tenía una gran sensación
de inseguridad, era como si el peligro me estuviera acechando, por lo que no
aguanté más la supuesta presión y, sin dudarlo, empecé a intentar parar un taxi
de la compañía de siempre, hasta que en el octavo o noveno intento lo
conseguiría. Creo que fue algo más de media hora lo que aguanté paseando por
allí y si, realmente, lo que vi es la tónica de la capital, que no lo sé porque
no pude ver más, pues creo que no merece la pena dar el más mínimo paseo, al
menos no de noche.
En diez minutos estaba, otra vez, en el hotel y ahora sí que
me tumbaría en la cama hasta que nos iríamos a cenar a un chino que se
encontraba al lado, donde tuvimos que hacer el ensayo de comer con palillos,
pues nos dijeron que no tenían cubiertos. Eso sí, la ternera con pimienta negra
que me tomé fue de las mejores que he probado. El restaurante se llamaba Sanur
Mangga Dua y toda la cena con bebidas incluidas nos costó 152900 rupias.
No quedaba ya mucho por hacer, por lo que lo mejor fue irse
a descansar para al menos aprovechar y dormir lo más posible, ya que a las
04.30 del día 30, sonaba el despertador. Habíamos dormido seis horas, lo cual
no estaba mal en comparación con otros días del viaje.
Al igual que el día anterior tomaríamos otra vez el taxi al
aeropuerto, esta vez por 110000 rupias el trayecto porque había tráfico más
17000 rupias de peajes.
A las 07.25 despegaba nuestro avión con destino Dubái y tras
ocho horas de vuelo más dos más de tránsito, tomábamos el último avión con
destino Madrid, donde tras otras siete horas llegaríamos a las 20.45,
despidiéndonos así de 23 días increíbles de aventuras y vivencias únicas.
Tras volver de mi primer viaje por Asia, no quería terminar
este diario sin hacer una pequeña referencia a las sensaciones definitivas que
el mismo me ha brindado. Y es que mucha gente: amigos, compañeros de trabajo,
blogueros, la comunidad viajera de internet, etc. me habían dicho que Asia no
deja indiferente a nadie, que te atrapa o no quieres volver.
En mi caso, y quien haya llegado hasta aquí se habrá dado
cuenta, que a mí me ha seducido, me ha entusiasmado, me ha dejado con una
sensación de querer más, mucho más y de que con estos 23 días, tan sólo me
queda la sensación de haber tomado un ligero contacto con una minúscula parte
de lo que un continente como este puede ofrecer.
De Indonesia me ha gustado casi todo, su cultura, sus
templos, sus volcanes, sus selvas, sus gentes. Todo ha sido distinto y tan
diferente a lo que llevaba visto que cada día que pasaba era algo nuevo por
descubrir. Todo me ha impactado sobremanera, me ha tocado la fibra sensible en
más de una ocasión y me ha cautivado de tal forma que casi recién aterrizado ya
me gustaría estar otra vez allí para volver a visionar inolvidables
atardeceres, vivir de cerca la cultura hinduista, sentir la adrenalina de
pasear por el cráter de volcanes activos, emocionarme con los gestos de
orangutanes en libertad, quedarme petrificado ante las cercanas fauces de un
dragón de Komodo e incluso alguna otra anécdota imposible de olvidar y que
ahora te arranca una sonrisa al recordarla. En definitiva todo ello hace que
este viaje se haya convertido en uno de los mejores que he realizado, habiendo,
además, despertado en mí, aún con más fuerza, la pasión por viajar que llevo
dentro.
Por otro lado, mencionaba en el anterior párrafo un casi y es
que lo que menos me ha gustado de este país es el agobio al que te someten constantemente
los comerciantes, agentes de turismo, taxistas, etc. haciéndote sentir muchas veces
como un Dólar con piernas, cuando ni muchos menos es así. Los peores momentos han
sido los relacionados con este asunto y es que no es agradable tener que contestar
mal a nadie, o ser borde con la gente, pero hay momentos que parece que están probando
hasta dónde puede llegar el límite de tu paciencia. No obstante, lo que me traigo
conmigo del pueblo indonesio es su simpatía, sus sonrisas, su disposión a ayudarte
y su gran sentido del humor. Todo ello se impuso con creces a los momentos más agobiantes.
A TENER EN CUENTA:
- Procura estar en los aeropuertos dos horas antes y confirmar siempre los vuelos ya que los retrasan y adelantan con una facilidad pasmosa y casi sin avisar.
- Cuando salgas de los aeropuertos no hagas caso a todos los conductores que irán a por ti ofreciéndote precios elevadísimos. Siempre que puedas coge taxis oficiales y de compañías legales, ahorrarás mucho dinero y ganarás en seguridad.
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