INDONESIA - DIA 21. Isla de Rinca y Pink beach

27 de Septiembre de 2013.

A las 08.00 habíamos quedado en la puerta de la oficina  de la agencia con la que habíamos contratado ayer todo el pack de los días que seguían. Así que diez minutos antes nos presentamos allí y ya estaban esperándonos. En realidad, quien lo hacía era Norris, un chico de tan sólo 19 años, que sería nuestro guía durante toda la travesía. Después de las respectivas presentaciones, lo primero que trató es de metérnosla doblada y decirnos que el equipo de snorkeling sólo incluía las gafas y tubo y que teníamos que ir a alquilar las aletas.

Por supuesto que consiguieron enfadarme y me negué rotundamente. Tan sólo tendría que decir “¡mal empezamos!” en inglés y ahí se acabo todo, je, je, nos dieron el equipo completo sin rechistar.

Luego ya nos dirigiríamos con todos los bártulos hacia el puerto, donde nos esperaba una embarcación muy similar al klotok de Borneo, aunque tal vez, un poco más pequeña. Esta vez había una única cubierta con una mesa y dos bancos, todo ello de madera, por un lado, y la pequeña cabina del capitán con un pequeño espacio detrás de esta, que hacía las veces de cocina y un minúsculo váter, por otro.


Nuestro Barco camino hacia la Isla de Rinca


Comenzamos a acomodar todo en la cubierta; mochilas, maletas, bolsas, etc. y nos sentamos en la mesa con Norris para que nos volviese a concretar el plan, que coincidía completamente con el que nos habían explicado el día anterior.

Hecho esto nos sirvieron dos botellas de agua y el capitán y otro ayudante hicieron los últimos preparativos y con todo ya dispuesto levaron el ancla y zarpamos hacia nuestro primer destino: Rinca. Pronto fuimos dejando en la lejanía Labuan Bajo, para inmediatamente empezar a encontrarnos, indistintamente de donde mirásemos, un sinfín de pequeños islotes esparcidos y distribuidos por el mar con formas caprichosas en su relieve y de una belleza singular, que en estos primeros momentos de navegación, hacían que no pudiera dejar de mirar hacia todos los puntos cardinales.


Navegando hacia la Isla de Rinca

Navegando hacia la Isla de Rinca

Tras un rato largo de encendido entusiasmo me iría relajando, para poco después asentarme en la proa del barco y permanecer ahí hasta que, tras dos horas y cuarto de viaje, arribábamos a la isla de Rinca.


Llegando a la Isla de Rinca

Parque Nacional de Komodo.Isla de Rinca

Durante muchos siglos atrás poco o nada se sabía sobre el conjunto de islas de la región de Komodo en las que siempre han vivido los dragones. Era un mundo totalmente virgen, un paraíso natural donde muy pocos se atrevían a aventurarse a descubrirlo, dado que este era el reino del dragón, un mundo desconocido y lleno de peligros. Y aunque hoy estamos en el siglo XXI, yo me sentía como uno de esos pocos e intrépidos exploradores de entonces, dispuesto a vivir posiblemente una de las mejores experiencias de mi vida.

Estos monstruos de unos tres metros de longitud son los restos de una época en la que los reptiles gigantes dominaban el planeta. Únicamente se pueden encontrar en esta región de la tierra, una zona con un ecosistema de lo más frágil y donde las especies que lo conforman dependen todas las unas de las otras.

Por suerte para los dragones la zona está protegida por un foso natural de fuertes corrientes que rodean las islas, lo que hacía que fuese una zona a evitar por las expediciones. Esto ha permitido a los reptiles perdurar y reproducirse en el tiempo sin que los seres humanos les masacren. Pero también es cierto que esas mismas corrientes que les han protegido, les han impedido salir de esta zona, acotando al máximo el lugar en el que viven y sin poder escapar hacia otras islas o lugares. Sin duda han sido los reyes indiscutibles de la zona durante cuatro millones de años.

Tras ir saltando sobre la cubierta de otros barcos que habían llegado antes que nosotros y no habían dejado nada de espacio y tras hacer malabarismos para conseguir poner nuestros pies sobre el alto muelle de madera, andamos unos minutos con Norris, para encontrarnos en el camino de tierra por el que paseábamos, las esculturas de dos grandes dragones flanqueando el camino. Lo primero que me vino a la cabeza fue la película de “La Historia Interminable” cuando Atreyu va a traspasar la puerta de las dos grandes esfinges y estas disparan los rayos de sus ojos. La verdad que en esos momentos me sentía peliculero y como si fuera el protagonista de alguna de las películas de aventuras más míticas de todos los tiempos. No es para menos, pues llevaba muchos meses esperando este momento.


Parque Nacional de Komodo.Isla de Rinca

Segundos después salía a recibirnos el que sería nuestro guía en la isla y nos acompañaría hasta una pequeña oficina donde Norris y él tramitaron todos los permisos necesarios para realizar la visita. Entre la entrada al parque, una tasa turística, la parte que corresponde al guía que te acompaña, las cámaras de fotos, pues llevaba dos; el montante final sería de 220000 rupias por persona. Además la tasa correspondiente a los guías de la isla de Komodo iba a parte y se pagaba en aquella isla y eran 40000 rupias por persona.

Ya con todo en orden nos acercaríamos hasta un pequeño mapa de la zona de la isla en la que nos encontrábamos y nos explicarían que había tres rutas para hacer: la corta de una hora, la media de hora y media y la larga de dos horas. Al guía claramente se le veía con pocas ganas de andar y no sabía que excusa poner para intentar por todos los medios que no cogiéramos la larga, que si hacía mucho calor, que si por aquella zona no íbamos a ver a los dragones, que si se veía lo mismo en la corta que en las otras dos rutas, etc. Buff, la verdad que me estaba encendiendo porque yo quería hacer la larga y como había pagado pues no quería ceder, pero bueno al final Raúl acabó intercediendo y al final acabamos haciendo la de duración media, pero con la condición de que dijera lo que dijera al día siguiente el ranger que nos tocase en Komodo, haríamos la larga sí o sí.

Por lo tanto comenzamos a andar y casi sin haber dado ni diez pasos, comenzaron a decirme todos, ¡mira!, ¡mira!, un dragón, y yo ¿dónde?, ¿dónde?, no lo veía, creía que estaban de coña, pero tras centrarme un poco y fijarme en una zona de sombra, efectivamente, allí estaba, ¡un dragón de Komodo! Por fin lo tenía delante de mis narices. Era una hembra de unos dos metros y estaba allí repanchingada, tan contenta. Joder, que pasada, no podía creérmelo, la tenía tan sólo a unos tres metros. Después de observarla detenidamente durante unos minutos saqué la cámara y me empecé a animar con las fotos, tanto que el guía me dijo que tuviera cuidado que en cualquier momento podía reaccionar y que si me mordía o me rasgaba con sus zarpas, estaría perdido, aunque ya estaba él allí para tratar de que eso no sucediera.


Dragón de Komodo en la Isla de Rinca

Nos contó que estos varanos se alimentan de una serie de especies que fueron introducidas en la isla por los primeros colonos, tales como el búfalo de agua, el jabalí, el macaco de cola larga, los caballos salvajes y el ciervo de Timor. Los dragones tienes muy flexibles las articulaciones de las fauces y el cráneo, lo que les permite consumir grandes trozos de carne de un solo bocado. Usan la fuerza bruta para despedazar el animal, no mastican los alimentos sino que se tragan enteros los trozos de los animales, incluyendo piel, pezuñas y huesos. Un dragón hambriento puede consumir más del 80% de su peso corporal en una sola comida y tardará varios días en digerir lo comido, para que ello le resulte más fácil frotará su estómago contra la tierra y luego buscará agua, transcurriendo incluso un mes hasta que vuelva a tener una comida copiosa.

Después de estos primeros momentos con el fiero animal, continuamos avanzando y tras otros tres minutos, allí muy cerca del camino y debajo de un caseta, había otros dos tirados, un poco más grandes esta vez, de unos dos metros y medio cada uno. Según nos dijo el Ranger, como en esta zona se cocina y hay comida para los guardias, los reptiles se sienten atraídos por esta y se acercan hasta aquí. Ese es el motivo de que hubiera tantos.


Dragónes de Komodo en la Isla de Rinca

Dragón de Komodo en la Isla de Rinca

Seguimos nuestro camino y sin apenas habernos repuesto de la emoción de haber visto ya a tres varanos, el guía con un gesto enérgico con el dedo y señalando inmóvil hacia una gran sombra proyectada por un árbol, hizo que pudiéramos ver a un dragón bastante joven el cual estaba apoyado sobre sus patas, como esperando a ver cuál era nuestra reacción. El ranger nos dijo que había que tener cuidado porque era probable que su madre estuviera por aquí y que son bastante protectoras, por lo que mejor  seguir el camino y eso fue lo que hicimos por una senda de tierra que se adentraba entre pequeños matorrales.


Dragón de Komodo Joven en la Isla de Rinca

Esta nos conduciría a un lugar donde los fieros animales tienen varias madrigueras y, por tanto, donde mejor protegen a sus crías, razón por la cual es aquí donde podían ser más agresivos de lo normal si se siente amenazados. Tuvimos suerte y un nuevo dragón se encontraba en este territorio, bastante relajado y sin signos aparentes de ponerse nervioso ante nuestra presencia. Nos contaron que hoy era un día caluroso y que los varanos se aplatanan y se mueven poco y que en cuanto avanzara un poco más la mañana, seguro que no se vería ninguno, así que la fortuna estaba de nuestro lado. De repente, la bestia abrió sus ojos y mantuvo la mirada fija en nosotros, esperó unos segundos, y empezó a abrir ligeramente la boca para dejarnos observar sus potentes mandíbulas.


Madre protegiendo sus Crías.P.N.Komodo.Isla de Rinca

Nos mantuvimos impávidos esperando su siguiente reacción, la cual no se hizo mucho esperar, pues lo que vino después fue que abrió sus fauces de par en par, siendo testigos de la profundidad y oscuridad de su garganta y, a la vez, siendo conscientes de lo que puede llegar a engullir aquello que más que una boca parecía una cueva, era alucinante. Nuestro guía que en ese momento estaba delante nuestro nos hizo retroceder unos pasos y tras dejar pasar otro leve espacio de tiempo, el dragón se levantó, nos volvió a mirar y se fue para dentro de una de las madrigueras como diciendo se acabó el espectáculo.


Madre protegiendo sus Crías.P.N.Komodo.Isla de Rinca

Madre alejándose hacia su madriguera..P.N.Komodo.Isla de Rinca

Ya no se podía pedir más, me daba por satisfecho al 100%, además aunque no hubiera sido así me hubiera dado igual, ya que por hoy no veríamos más dragones. De todas maneras todavía nos quedaba la mitad o incluso algo más del total de la ruta por hacer, ya que seguiríamos andando entre pequeñas colinas desérticas sin apenas vegetación, lo que hacía que fuéramos sudando como pollos, mientras subíamos y bajábamos por las mismas, pues el sol cada vez apretaba más.

Así hasta que llegamos a un mirador natural desde el que pudimos apreciar unas bonitas vistas de todo el entorno que nos rodeaba. A nuestras espaldas, la orografía ondulada de la isla sin apenas árboles, salvo alguno que otro que salpicaba, como si de adornos se trataran, el paisaje. Y a ambos lados de donde estábamos situados, tanto la bahía a la que habíamos llegado en nuestra embarcación, como otra mucho más grande de aguas claras y limpias y una mezcla de azules que se combinaban entre sí, creando una postal realmente bella.


Panorámica de la Isla de Rinca durante el Trekking por la misma

 Permaneceríamos allí un cuarto de hora, para una vez disfrutado de todo el entorno, empezar a realizar una bajada que nos llevaría, de nuevo, al centro de interpretación, donde nos esperaba Norris con dos botellas de agua, las cuales nos las beberíamos casi de un sorbo ya que estábamos secos.

 Poco más quedaba por hacer en Rinca, por lo que nos despedimos de nuestro Ranger y nos encaminamos de nuevo al barco para seguir navegando por aquellos mares repletos de sorpresas.

Otras dos horas más serían suficientes para llegar a la isla que da nombre a los famosos dragones y hasta las inmediaciones de otro paraje de ensueño, la playa rosada o Pink Beach, donde comeríamos, tranquilamente, un menú consistente en verduras, pescado, arroz, nuddles y piña, hecho todo ello por el ayudante del capitán que como se puede ver también hacia las funciones de cocinero, por tanto, un tío polifacético.

Después nos colocaríamos el equipo de snorkel y nos zambullimos de un salto en el mar, donde tendríamos como hora y media para disfrutar de las cristalinas aguas de estos mares remotos y de sus fondos de coral repletos de multitud de peces de colores, de esos que siempre ves en los acuarios, pero que muy pocas veces en la vida tienes oportunidad de sentirlos en su hábitat natural. Y aquí había no cientos, sino miles de ellos, de todo tipo de colores y formas que se movían constantemente de un lado para otro, que pasaban rozándote y se colaban entre orificios de piedra enormes, para volver a aparecer, como si estuvieran jugando y haciéndote partícipe de sus travesuras. El mundo marino de esta zona del planeta me estaba maravillando y me estaba dejando hipnotizado.


Pink Beach.Isla de Komodo

Era la segunda vez que tenía la oportunidad de hacer algo así y esta superaba a la primera que pude realizar en la Riviera Maya, ya que aquí había muchísimos más peces de diferentes especies y tamaños y, en este caso, los fondos de arena de Yucatán estaban siendo sustituidos por enormes corales a cada cual más espectacular. También es cierto que en aquella ocasión no estábamos con expertos en la zona para llevarnos a los puntos de mejor observación.

Raúl se saldría pronto, pero yo aprovecharía para llegar nadando hasta la playa, ya que quería tocar la arena rosada con finísimas partículas de este color que impregnaban esta y sentirla en cada puñado que podía coger con mis manos, además de darme pequeños paseos por ella hasta que pasaría el tiempo estipulado y tuve que volver al barco con cierta resignación.

Seguimos el viaje ya con destino al lugar donde dormiríamos, pero en el trayecto pudimos ver según navegábamos el pequeño pueblo de pescadores de Komodo, por lo que le dije a Norris que si no sería mucho pedir el parar y dar una vuelta por él, ya que quería saber cómo vive y se sustenta esta gente.


Pueblo de Komodo. Isla de Komodo

Pueblo de Komodo. Isla de Komodo

Este preguntaría al capitán, el cual no tuvo ningún problema en acceder a la petición, con la única condición de estar de vuelta antes de que se hiciera totalmente de noche. Así que nada, bajamos como pudimos, o mejor dicho subimos, al ser un muelle más alto todavía que el de Rinca, cuyo único acceso estaba compuesto por pequeños salientes de  los tablones de madera que sostienen la construcción, por lo que a modo de escalera tienes que acceder hasta la parte superior.

Luego tras unos metros andando sobre él, llegaríamos a las primeras casas y comenzaríamos a caminar por su única calle principal compuesta de arena. A ambos lados se levantaban humildes casas elevadas sobre el terreno por pilares de madera, distando del suelo algo más de un metro, de esta manera se protegían tanto de los dragones como de otros merodeadores, al igual que sucede en España con los hórreos.


Pueblo de Komodo. Isla de Komodo

También nos contaba Norris, que tanto este pueblo como algún otro de los alrededores se llevan sustentando toda la vida de la pesca que ha sido, durante muchos siglos, su única fuente de alimentación. En los últimos tiempos el turismo se empieza a dejar caer por esta zona y esto les está reportando importantes ingresos que les está permitiendo una mejora en las infraestructuras del poblado, creando un hospital e, incluso más adelante, se plantean construir viviendas a modo de bungalows para los visitantes que deseen compartir con ellos su forma de vida durante unos días.

Cuando acabamos de atravesar el pueblo, nos encontramos con una de las autoridades del poblado, que nos llevó hasta una pequeña oficina, donde nos dio un libro de firmas para dejar constancia de que habíamos pasado por allí y, si quieres, contribuir con un donativo.

Deshicimos, de nuevo, el camino y esta vez fueron muchos los niños que salieron a recibirnos y a pedirnos que les hiciéramos fotos, pues les hacía mucha ilusión según nuestro guía, así que nos hicimos unas cuantas con ellos y cuando estábamos llegando al muelle, Norris, me preguntó, al saber de conversaciones anteriores que me gustaba el trekking, sí queríamos subir a una pequeña colina para ver las vistas del pueblo al atardecer y de su entorno. A lo que, evidentemente, no pudimos negarnos. Sólo tardaríamos unos quince minutos en subir y, realmente, mereció la pena, pues la perspectiva de varios kilómetros a la redonda era inmejorable.


Komodo desde la Colina cercana

Los últimos rayos de luz empezaban a despedirse, por lo que decidimos bajar rápido para cumplir con la condición que nos puso el capitán y estar allí antes de que anocheciera, lo que conseguiríamos llegando al barco a las seis pasadas.


Muelle de Komodo antes de Dejar la Isla

En quince minutos más de trayecto llegaríamos a la bahía donde echaríamos el ancla para pasar la noche junto con otros doce barcos más distribuidos todos por aquel paraje privilegiado.


Puesta de Sol en la Bahía de Komodo

Tras unos instantes más, tras la llegada inmediata de la noche cerrada y después de estar un rato charlando con Norris acerca de la vida y de lo diferentes que son nuestras culturas, volverían a agasajarnos con una cena de lo más completa con arroz frito con especias, noodles, otro tipo de pescado diferente al de la comida, una cosa parecida al tofu y piña.

Después extendieron unos colchones sobre la cubierta de la embarcación, cerraron los laterales con telas por los tres costados abiertos al mar y apagaron las luces. Y así de esta manera se ponía fin al primer día de intensas experiencias en este lugar mágico, que poco o nada tiene que envidiar a otros mundos de ficción creados para el séptimo arte.

A TENER EN CUENTA:
  • El sol pega bastante fuerte en toda esta zona por lo que conviene utilizar protección solar muy alta para evitar quemaduras y varias veces al día.
  • Conviene cubrir con bolsas cámaras y objetos que puedan estropearse al mojarse ya que, a veces, por el oleaje, en algunos tramos del recorrido, puede quedar salpicada gran parte de la cubierta y lo que haya en ella.

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