12 de Julio de 2013.
Érase una vez un país de cuento donde la gente parecía vivir feliz protegidos por los grandiosos Alpes, relamiéndose los dedos después de degustar su delicioso chocolate y despertando cada mañana al compás del sonido de los relojes de cuco. Una estancia de cuatro días me permitiría comprobar de cerca que no quedan lejos esos tópicos y disfrutar de paisajes y pueblos más propios de la fantasía que de la realidad.
Érase una vez un país de cuento donde la gente parecía vivir feliz protegidos por los grandiosos Alpes, relamiéndose los dedos después de degustar su delicioso chocolate y despertando cada mañana al compás del sonido de los relojes de cuco. Una estancia de cuatro días me permitiría comprobar de cerca que no quedan lejos esos tópicos y disfrutar de paisajes y pueblos más propios de la fantasía que de la realidad.
Bandera Suiza |
Qué mejor que aprovechar la estación estival, las altas
temperaturas veraniegas, el buen tiempo, los días largos y soleados, para
volver a perderme unas jornadas por la vieja Europa. En esta ocasión quería
aprovechar para conocer parte de un nuevo país y llegar así al simbólico número
veinte de mi lista, lo que me hacía especial ilusión, por lo que decidí elegir
algún lugar especialmente complicado para visitar con mal tiempo, fuera de las
fechas veraniegas, teniendo en cuenta que ni siquiera el factor estacional era
una garantía total de éxito en que esto sucediera, pero bueno, contaba con que
las probabilidades fueran mayores para poder cumplir con mi objetivo final:
intentar disfrutar de toda la zona que iba a conocer sin tener que aguantar las
inclemencias meteorológicas.
El elegido sería el país de las montañas: Suiza y dentro de
este la región del Overland Bernés, una zona excepcionalmente bella, repleta de
lagos de aguas turquesas, de aldeas con casitas sacadas del mejor de los
cuentos, de valles adornados con pueblos de ambiente acogedor, etc. Y además de
todo ello y como guinda del pastel los espectaculares Alpes suizos presididos
por las imponentes cumbres nevadas del macizo del Jungfrau, lo que apuntaba a
que , si todo salía bien, pudiera ser uno de los viajes más bonitos y
especiales de los que llevaba hechos por el territorio europeo. Veríamos a ver
si los astros estaban de mi parte.
Como el Martes, día 16 de Julio, era el Carmen y por tanto
fiesta en mi empresa, sólo tuve que coger un día de vacaciones y de esta manera me juntaba con cuatro de una
tacada, algo que no podía desaprovechar aunque ello supusiera el tener que
volver a viajar en solitario, algo con lo que, no nos vamos a engañar, cada vez
disfruto más. Será que me empieza a gustar la vida de ermitaño, pero hay que
reconocer que me encanta lo de perderme sólo por ahí.
Así que el viernes cuando salí a las 15.00 de la tarde del
curro, me dirigí sin perder ni un minuto al aeropuerto de Barajas para tomar el
vuelo de easyyet que salía a las 16.30 y que había comprado hacía ya unos
cuatro meses, previendo estas fechas tan jugosas. El vuelo me saldría por 95
euros hasta el aeropuerto internacional de Basilea, compartido por tres países:
Francia, Alemania y Suiza.
En dos horas y cinco minutos de vuelo, había llegado a este
aeropuerto, aterrizando a la hora prevista y saliendo al hall principal de este
a las 18.45, la hora estipulada, y es que estaba en Suiza y la puntualidad no
podía fallarme, por lo que la cosa empezaba bastante bien.
Nada más salir fuera de la zona de seguridad te encuentras
con varios carteles indicándote la dirección a seguir dependiendo del país a
donde quieras entrar, así había unos que indicaban hacia Francia y Alemania y
otro hacia Suiza, por lo que para allá que me fui, pasando sin ningún problema
y sin que ni siquiera me pidieran el DNI, por lo que a estos efectos no hay
ninguna diferencia por el hecho de no ser país miembro de la Unión Europea, al
menos para los europeos. Una vez en territorio Suizo, pregunté a un trabajador
de la terminal como ir a la estación central de trenes de Basilea, el cual muy
amablemente me dijo que tenía que tomar el autobús número 50, el cual me
dejaría en la misma puerta. Así que saqué un ticket en las máquinas habilitadas
al efecto (4,20 francos) y en cinco minutos ya estaba subido en él con
dirección al centro de la ciudad de Basilea.
Por cierto que los francos suizos ya los llevaba cambiados
desde España, ya que como tengo algún amiguete trabajando en bancos, pues no me
cobran comisión. Aunque es cierto que hay lugares donde admiten euros, según la
zona y los comercios de Suiza a los que vayas, también es cierto, que hay
muchos lugares que no, por lo que para evitar problemas mejor ir con francos. A
día de hoy el cambio que se me aplicó fue 1 euro = 1,23 francos suizos.
Pues que como iba diciendo, en apenas 20 minutos, llegaba a
la puerta de la estación de trenes, que es enorme, aquí me encontraría, de
casualidad, con unos mexicanos que muy amablemente me ayudaron a sacar mi
billete de tren hacia mi destino inicial del viaje: Berna. En el Hall principal
hay un montón de máquinas expendedoras donde señalas desde y hasta donde
quieres ir, aparte, por supuesto, de las taquillas con personal. También hay un
enorme panel desde donde te indican las vías desde la que parten los trenes
hacia sus destinos y carteles con información de hora a hora, señalando los
andenes desde donde salen estos, por lo que no tiene pérdida. El costo del
billete hacia Berna fue de 39 francos.
Tras un trayecto de lo más tranquilo por las llanuras
suizas, de las pocas que debe haber, llegaba a Berna en cincuenta minutos y
sobre las 21.15 de la noche entre unas cosas y otras. La estación de la capital
se encuentra a 10 minutos andando del centro histórico por lo que es perfecto
para poder ir caminando a cualquier alojamiento dentro de este.
Cuando salí al exterior hacía calor y un tiempo de lo más
agradable lo que era otro buen presagio de que la cosa parecía que se iba a dar
bien, así que empecé a buscar el tranvía que me llevara cerca de mi
alojamiento. Así que me puse a mirar el plano de transportes que llevaba y ver
que era lo que mejor me venía, cuando de repente un chica mexicana con sus dos
chavales me preguntó que si sabía cómo ir a una plaza cuyo nombre era impronunciable.
Se la notaba un poquillo perdida y algo nerviosa, por lo que dejé a un lado lo
de mi alojamiento y me puse a investigar con ella como llegar a su destino. La
verdad, que tengo que reconocer que la cosa estaba difícil, por lo que me puse
a preguntar con mi inglés de salir del paso a unas cuantas personas, hasta que
pareció que una de ellas nos daba la clave, pero iba a ser sólo eso, una
apariencia.
Al final y resumiendo, para no ser excesivamente coñazo, nos
tocaría montarnos hasta en tres tranvías entre idas y venidas por
equivocaciones de dirección, hasta que conseguiría dejar encauzada a la familia
hacia su destino. La verdad que nos reímos bastante con la tontería y a ella se
le pasó pronto ese nerviosismo inicial que tenía. Lo bueno de esto que además
de haber ayudado a alguien lo que siempre hace que te sientas bien, me había
hecho soltarme bastante con los tranvías y los transportes, así que ya en tan
sólo 10 minutos más, llegaba hasta mi alojamiento en pleno centro histórico de
Berna a eso de las 22.15.
Suiza tendrá infinidad de cosas buenas: una red de
transportes envidiable y considerada de las mejores del mundo, paisajes de
ensueño, chocolate para chuparse los dedos y morir con ellos en la boca, una
amabilidad y un saber estar de sus gentes que ya querrían para sí muchos de sus
vecinos europeos, etc. Pero también es cierto que una de las peores cosas es lo
carísimo que es todo, por lo que al viajar sólo no me quedaba otra que volver a
vivir la experiencia que ya tuve oportunidad de disfrutar hacía más o menos un
año: el alojarme en hostales con habitaciones compartidas.
De esta manera y
tras investigar un poco desde España decidí reservar con unos tres meses de
antelación en uno situado, como he mencionado, en el corazón de la parte
antigua de la capital suiza. Su nombre era Hotel Glocke y el precio en una
habitación de seis personas me salió por 37 francos. Te facilitan, como suele
ser lo normal, sábanas, edredón nórdico, toalla y taquilla personal. Así que
nada, después de pagar por anticipado y de darme las instrucciones de rigor,
subí para mi habitación.
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