La noche
se había aprovechado para atravesar, a través de su esclusa, el desnivel de
unos diez metros que tiene el río Nilo en la localidad de Esna y que en
ocasiones puede llegar a suponer un tiempo importante de espera al tratarse de
un paso obligado para cualquier crucero que realice esta ruta. Tras este
trámite, la nave continuó navegando hacia la ciudad de Edfú, donde nos
despertábamos a primera hora de la mañana.
El día de
hoy no iba a tener nada que ver con el de ayer y el planning iba a ser mucho
más relajado y tranquilo.
Sobre las
ocho de la mañana desembarcábamos y nos dirigíamos a visitar un nuevo templo:
el del dios Horus, una de las deidades de primer orden en el Antiguo Egipto y
de las más célebres y populares, pues es la que se identifica con la cabeza de
halcón.
Cuando
llegamos a su impresionante pilono de entrada lo primero que me sorprendería
sería su perfección y las enormes figuras del dios que flanquean el acceso,
pues todo parecía casi nuevo. El templo permanece tan entero que hasta casi que
me hace ponerme a buscar a los sacerdotes practicando sus antiguos ritos
milenarios. La sensación no era para menos pues el templo de Horus se considera
el monumento mejor conservado del mundo
antiguo.
Templo de Edfú |
Grabado Templo de Edfú |
Nos
contaba Ali que a este dios se le adoraba como hijo de los dioses Isis y Osiris
y que se le suele representar como un hombre o un animal con la cabeza de
halcón, o sencillamente como un halcón. De hecho, en el patio principal se
puede admirar una gran figura de granito representando a Horus como un majestuoso
halcón que lleva la corona de Egipto.
Figura del Dios Horus. Templo de Edfú |
La
distribución del templo es la clásica que se puede ver en otros muchos con el
patio, las salas hipóstilas, la sala central y el santuario. Este último de
roca pulida y donde se ocultaba una figura dorada de Horus.
Templo de Edfú |
Templo de Edfú |
Sala Hipóstila. Templo de Edfú |
Los
relieves e inscripciones que pueden verse por todas sus dependencias son de una
gran belleza y han proporcionado una cantidad ingente de información sobre los
rituales, los festivales, el sacerdocio y la mitología del Antiguo Egipto.
Grabados Templo de Edfú |
El templo
que se puede ver hoy en día, que sustituyó al anterior, fue construido durante
180 años por una sucesión de gobernantes en la dinastía ptolomea, que adoptaron
los dioses y la religión de Egipto para afianzar su poder.
Es
interesante saber también que en su momento contó con una extensa biblioteca,
así como con un laboratorio con inscripciones en las paredes que detallaban
recetas para perfumes e inciensos. Además una vez al año, la estatua de la
madre de Horus, la diosa Isis, era llevada a Edfú en una barcaza dorada por el
Nilo, desde su templo en Dendera, para dar a luz, simbólicamente, al dios en la
“Fiesta del Bello Encuentro”.
Tras una hora de tiempo libre por el recinto, volvíamos a la motonave
dispuestos a continuar nuestro camino.
Serían muchas las horas las que pasaría en la cubierta del barco, el lugar
perfecto para relajarte y descansar de las visitas culturales y, sobre todo,
para fijarte en cómo se desarrolla la vida de la gente a lo largo del mítico
río. El Nilo no ha cambiado demasiado desde los lejanos días en que Ramsés era
niño y sigue siendo fácil observar, en sus orillas de perpetuo color verde, el
ritmo de los habitantes instalados en ellas, cómo los niños corren para
saludarte, los hombres lavan a sus bueyes o las falúas de vela latina navegan
por sus aguas.
Navegando por el Nilo en el Amarante |
Navegando por el Nilo en el Amarante |
A través de dichas escenas cotidianas es sencillo entender por qué los antiguos
egipcios lo veneraban y porqué era el alma de la civilización egipcia, el
corazón y el espíritu de su gente. Sin duda, que es un regalo para los cinco
sentidos y una herramienta para conseguir una completa relajación, que unida a
los refrescantes baños en la pequeña piscina del barco, acompañados por unas buenas
cervezas frías, podían hacerte sentir lo que es la perfección más absoluta.
Navegando por el Nilo en el Amarante |
Falua vista desde el Amarante |
Tras la sustanciosa comida, no podía faltar una buena siesta, sintiendo, al
despertar de esta, que el barco ya no se movía. Era señal de que habíamos
llegado a, seguramente, un nuevo puerto y a la visita de un nuevo templo. No me
equivocaba. Una vez en la cubierta, y desde estribor, podía ver como el sol se
iba escondiendo tímidamente y cómo proyectaba sus últimos rayos de luz sobre el
templo de Kom Ombo.
Templo de Kom Ombo |
Justo encima de un promontorio rocoso, sobre un meandro del Nilo, se encuentra este santuario dedicado a los
dioses Horus y Sobek. A este último suele representársele con la forma de un
cocodrilo y a eso se debe el emplazamiento del templo, pues los cocodrilos
solían tomar el sol en esta ribera arenosa.
Templo de Kom Ombo |
Desgraciadamente, el templo no se conserva como cabría esperar ya que gran
parte del techo se ha caído así como la parte delantera de la fachada. Son en
realidad, dos templos gemelos, uno para cada dios. El de Horus está situado en
el norte y el de Sobek en el sur. Ambos conservan las mesas de ofrendas
labradas en diorita negra.
La orientación de los edificios indica que, además de los motivos religiosos,
los ptolomeos encargaron la construcción de estos templos para vigilar las
rutas del este y el oeste del río Nilo.
Templo de Kom Ombo |
Pero sin duda lo mejor de esta visita, más allá de su apasionante historia,
sería poder apreciar la construcción iluminada con un cielo repleto de
estrellas, mientras que Ali nos contaba una leyenda según la cual Sobek
maquinaba contra su hermano Horus la forma de expulsarle del pueblo, lo que
lograría. Pero al ver la población que su amado dios les abandonaba decidieron
seguirle, dejando la aldea completamente desierta. Sobek al querer continuar
con la vida en el poblado, decidiría resucitar a los muertos quienes en lugar
de construir, destruían y en vez de sembrar trigo, sembraban arena.
Templo de Kom Ombo |
Templo de Kom Ombo |
Grabados Templo de Kom Ombo |
Grabados Templo de Kom Ombo |
Otra cosa curiosa sería poder ver un profundo pozo que servía para medir el
caudal del río, estableciendo los impuestos en base a donde llegara el agua,
permitiendo así un sistema de recaudación justo de acuerdo con la cosecha
obtenida cada año.
Nilómetro del Templo de Kom Ombo |
Tras la visita del templo y las obligadas fotografías decidiríamos dar una
vuelta por un mercadillo que se encontraba justo detrás del mismo y muy cerca
de donde se encuentran amarrados todos los cruceros. Nuestra idea era encontrar
varios recuerdos y alguna chilaba a buen precio para la fiesta que teníamos
esta misma noche en el barco. Podríamos comprobar que había cientos de telas,
figuras, papiros y otras muchas cosas, pero también viviríamos en nuestras
carnes lo cansinos que pueden llegar a ser los vendedores egipcios, además de
maleducados y desagradables si no les doras la píldora. Era la primera vez que
nos atosigaban tanto y que teníamos que vivir un acoso fuera de lo normal, por
lo que también sería la primera vez, por nuestra parte, que contestábamos con
varios secos y repetitivos – “ la, la, shukran” que me había enseñado un
compañero del trabajo y que significaba “no, no, gracias”. Parecía que
funcionaba y que era efectiva, aunque es verdad que a más de uno le sentó
todavía peor y nos llamó de todo menos guapos.
Así que al final decidimos no comprar nada, también motivado porque las
chilabas que vimos eran de muy mala calidad, y nos fuimos directos a la tienda
del barco, en la que también las vendían, siendo de mejor tela e incluyendo
todas las partes del traje, para así guardarlo luego de recuerdo. Además el
precio era bastante similar al que nos pedían en el mercadillo, después de los
regateos.
Todo lo
anterior sería la antesala de la fiesta de chilabas que nos esperaba en pocas
horas, como ya he comentado, y que apenas tardaron en pasar. Ataviados con
nuestros trajes egipcios disfrutaríamos de una contundente cena con
especialidades del país, para inmediatamente después admirar como unas
increíbles y bellas bailarinas movían
las caderas como en las mil y una noches. La cosa se iba animando y había
llegado el momento, ayudado por alguna que otra copa, de hacer lo que se podía
en la pista de baile, no pudiendo haber mejor manera de ponerle la guinda a la
jornada que terminaba.
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