Dejábamos atrás Aracena y su sierra para dirigirnos a,
probablemente, los lugares más populares de toda la provincia de Huelva, más
allá de las playas y lugares de veraneo.
Por delante teníamos unos cien kilómetros que realizaríamos
en algo más de hora y media de viaje, para sobre las diez de la mañana hacer
acto de presencia en Almonte.
Esta pequeña y blanca localidad, situada en pleno campo
onubense, vive en gran parte para Doñana y El Rocío, al menos así se advierte a
primera vista en sus tiendas, calles, plazas, edificios y letreros. No
obstante, también posee personalidad propia como pueblo y esta se manifiesta en
lo bien cuidado que está, con fachadas que deslumbran por lo blanco y manzanas
de casas repletas de ventanas, balcones y labores de forja inigualable, unido a
estar rodeado de vides y olivos, pinos y encinas, cotos y dunas, así como las
maravillosas marismas del Guadalquivir.
La plaza del Rocío
reúne gran parte de la riqueza monumental. A ella se asoman los arcos
sostenidos por dobles columnas que forman las galerías de la Casa Consistorial.
A la plaza también asoma la iglesia parroquial de la Asunción, reconstruida en estilo barroco
tras el terremoto de Lisboa. Es en ella donde descansa la Virgen del Rocío cada
siete años por una importante tradición religiosa conocida como “Venida de la
Virgen”, permaneciendo en su interior durante nueve meses, justo dos semanas
antes de la romería del Rocío.
Nuestra Señora de la Asunción. Almonte |
Nuestra Señora de la Asunción. Almonte |
Cerca de la anterior se encuentran la capilla del Cristo y la ermita
de San Bartolomé.
Tras visitar los atractivos de Almonte, había llegado el
momento de dirigirnos a la inigualable, única y peculiar aldea del Rocío, localizada a sólo quince kilómetros.
La Virgen del Rocío, conocida como La Blanca Paloma, da vida
y nombre a esta aldea enclavada en el corazón del Parque Nacional de Doñana,
donde nuestra primera impresión fue haber llegado a un pueblo del antiguo oeste
americano, con sus calles y plazas sin asfaltar y llenas de arena y polvo.
El Rocío |
El Rocío |
La aldea creció al amparo de un santuario blanco cuyo
campanario aporta un toque de verticalidad entre tanta llanura. Fue a mediados
del siglo XV cuando el milagro de la aparición de la Blanca Paloma revitalizó
uno de los cultos más populares de Andalucía: la romería a la ermita que se
celebra todos los años a finales de mayo o principios de Junio, llegando a
congregar a un millón de personas. En la semana que precede al domingo de
Pentecostés, las hermandades se ponen en marcha, formando comitivas de carretas
de bueyes, caballos y otros vehículos con sus estandartes, a través de los
bosques y arenales que circundan el santuario. En la madrugada del lunes, a una
hora imprevista, los “almonteños” saltan la reja que protege a la Virgen y la
sacan en multitudinaria procesión.
La ermita original fue construida en tiempos de Alfonso X el
sabio a finales del siglo XIII, manteniéndose en pie hasta el terremoto de
Lisboa. El santuario que se puede
ver en la actualidad es un templo de grandes dimensiones, donde la fastuosidad
dorada del retablo genera un importante contraste con el blanco. Este por su
parte deslumbra por su magnificencia y perfección artística.
Ermita de la Blanca Paloma. El Rocío |
No fue poco el tiempo que estuvimos visitando la ermita y
sus alrededores y es que, no nos vamos a engañar, nos haría mucha ilusión estar
en un lugar tan simbólico.
Pero es cierto que no nos conformaríamos con conocer su
núcleo más conocido, sino que también optaríamos por realizar un agradable
paseo por otros interesantes lugares como el paseo marismeño y la plaza
del Acebuchal, así como el dédalo de calles y plazas que articulan el
asentamiento de las sedes donde las hermandades han edificado sus casas.
Marismas de Doñana desde El Rocío |
También merece la pena el museo Histórico Religioso del Rocío, que te sumerge en el paisaje
de Doñana y las marismas, la historia de la ermita y de la Virgen, además de
ilustrarte sobre todo lo relativo a la romería, los caminos que conducen a la
aldea y las venidas de la imagen.
Sin prisa pero sin pausa, había llegado el momento de volver
a coger el coche para dirigirnos al espacio natural por excelencia de la
provincia de Andalucía: el Parque
Nacional de Doñana.
Este santuario de la naturaleza cuenta con tres Centros de
Visitantes, debiendo en nuestro caso dirigirnos al que se conoce como El Acebuche, ubicado en el km 37,8 de
la carretera A-483. La razón era bien sencilla y es que desde este punto parten
las visitas guiadas que utilizan vehículos todo – terreno y recorren los
ecosistemas de Doñana.
La reserva la haríamos telefónicamente en el número 959 430 432. La visita se realiza en
todo momento con un guardaparques, dura unas cuatro horas y se recorren unos
setenta kilómetros. Se pueden elegir dos salidas: 08:30 (invierno y verano); 15
h (invierno, del 15 de septiembre al 15 de abril) y 17 h (verano). No se
realizan visitas los domingos (de junio a septiembre) o los lunes (de octubre a
mayo).
Lo primero que nos sorprendería sería el propio vehículo
todo – terreno en el que montaríamos para realizar la ruta y es que este tiene
capacidad hasta para 21 personas. Lo bueno es que en estas fechas las plazas
ocupadas eran la mitad, por lo que íbamos a ir bastante cómodos.
Todo - Terrenos. Centro El Acebuche. P. Nacional de Doñana |
Tras la presentación oportuna por parte de nuestro guía,
cerraría las puertas, arrancaría la máquina y comenzaría la aventura con una
puntualidad inglesa, las tres en punto.
Doñana, para quien no lo sepa, es el coto de doña Ana, de
apellido Mendoza, mujer del séptimo duque de Medina Sidonia, la familia que
administró durante siglos este inmenso humedal como un cortijo privado dedicado
a la caza y al recreo de los poderosos.
Sólo puedo decir que la experiencia es única, pues te
encuentras en la mayor reserva ecológica de Europa con una inmensa superficie
que está sometida a protección, por la flora específica que guarda y la riqueza
ornitológica que atesora. Más de 200.000 aves huyen de los fríos invernales y
se refugian en el cálido aposento de Doñana. El lince y el águila imperial
tienen en el parque uno de los escasos lugares donde cuidadores y expertos
luchan contra su extinción.
A lo largo de la visita son varios los ecosistemas que puedes
ir observando: playas y lagunas, dunas y veras, marismas y cotos. Las playas
forman una extensa franja de arena de más de treinta kilómetros donde se
refugian aves costeras y animales marítimos como tortugas y cetáceos. La
morfología de la playa se ve
permanentemente modificada por el viento, que arrastra las partículas hacia el
interior y forma los famosos trenes de dunas
móviles. Estos últimos constituyen
una de las singularidades del Parque y en ellos se puede señalar como
curiosidad que la pendiente del frente de avance es más pronunciada que la de
la cola. Entre dos frentes de dunas quedan los corrales, poblados por matorrales y pinos piñoneros.
Playa. Parque Nacional de Doñana |
Dunas. Parque Nacional de Doñana |
Nuestro guía sabía una barbaridad y se notaba que su trabajo
le entusiasmaba, transmitiéndolo en las continuas explicaciones con las que te
quedabas ensimismado.
La vera es una
franja de vegetación o zona de pastizal que sirve de frontera entre la marisma
y las arenas fijas. Siempre mantiene intacto su verdor porque se aprovecha de
la humedad procedente del acuífero que subyace debajo de las dunas. Entre las
especies que conviven en esta zona sobresalen los grandes mamíferos como
jabalíes, ciervos y gamos, además de yeguas.
La Vera. Parque Nacional de Doñana |
La Vera. Parque Nacional de Doñana |
Las marismas
forman el ecosistema más característico de Doñana, que permite que el Parque
Nacional esté considerado como el humedal más importante de Europa. Ocupan la
mitad su superficie, pudiendo distinguirse los terrenos que se inundan
estacionalmente y las lagunas fijas. Es el refugio invernal preferido por gran
número de aves como el pato colorado y la garceta grande.
Marismas. Parque Nacional de Doñana |
Marismas. Parque Nacional de Doñana |
En los llamados cotos,
por su parte, que no son otra cosa que suaves ondulaciones de arena
estabilizada que integran el llamado monte negro (que ocupa las zonas más bajas
y húmedas del terreno) y el monte blanco, que puebla los suelos más secos,
pobres y elevados, podríamos llegar a ver con muchísima suerte al águila
imperial y ocurriendo casi un milagro al lince ibérico.
En definitiva que toda la experiencia es un goce para los
sentidos, porque además durante la visita se hacen varias paradas de una
duración suficiente como para poder disfrutar de la naturaleza, hacer
fotografías y dar algún pequeño paseo. Por cierto, es recomendable llevarse
unos prismáticos, para que la visita sea completamente satisfactoria.
Como broche de oro al circuito, viviríamos un atardecer de
esos de película, donde el sol se va escondiendo en el horizonte, mientras una
policromía de colores lo envolvía todo y las gaviotas no dejaban de rodear el
vehículo, al mismo tiempo que atravesábamos, a toda velocidad, la inmensa e
infinita playa virgen de Doñana.
Atardeciendo en el Parque Nacional de Doñana |
Anocheciendo en el Parque Nacional de Doñana |
Anocheciendo en el Parque Nacional de Doñana |
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