PARÍS - DIA 01. Reencuentro con París un cuarto de siglo después

28 de Abril de 2017.

Si hay una año que resulte especialmente emblemático para la reciente historia de España ese sería, casi sin dudarlo, 1992. Los diferentes acontecimientos internacionales que tuvieron lugar en nuestro territorio, hicieron que el mundo entero estuviese pendiente de nosotros por ellos y aprendieran a localizar, definitivamente, en el mapa donde estábamos situados. Por una vez no éramos objeto de atención por ser un país a la cola de Europa, lo cual se hacía hasta extraño.

Y es que no es fácil que en el mismo año coincidieran en el mismo país los juegos olímpicos, la capitalidad europea de la cultura y la Exposición Universal, de hecho nadie antes lo había conseguido. A todo ello además había que sumarle las celebraciones por el quinto centenario del Descubrimiento de América.

Y seguro que muchos se estarán ya preguntando que tiene que ver todo lo anterior con este diario referente a París, pues que aquel importante año para España, también lo sería para mí, pues, con sólo quince años, llevaría a cabo la segunda salida fuera de nuestras fronteras (la primera sería a Dublín), siendo el lugar elegido la “ciudad de la luz”.

Los culpables de todo ello serían mis padres que este año habían decidido cambiar las toallas, bañadores, cubos y palas de los años anteriores por un plan mucho más cultural a la par que divertido, pues junto a la capital francesa también tendríamos oportunidad de visitar durante unos días el casi recién inaugurado parque temático de Eurodisney.

Espectáculo de Eurodisney

Sería esta la manera de empezar a enseñarnos que más allá de nuestro barrio, de nuestra ciudad y nuestro país, hay otras nacionalidades y otras culturas, que aunque diferentes no son mejores ni peores que la nuestra. Con este viaje y el del año anterior mis padres me permitían abrir la mente al mundo y despertaban un profundo sentimiento de querer seguir conociendo nuevos países y las costumbres y peculiaridades de aquellos que conforman su sociedad.

Por aquel entonces no había compañías de bajo coste y asumir cualquier viaje en avión por muy cerca que fuese el destino era prácticamente inasumible para cualquier economía normal, añadiéndole a ello la clara desventaja que por aquel entonces tenía la peseta con respecto a cualquier otra divisa europea importante. En lo que a nosotros nos atañe la equivalencia era de veinte pesetas por cada franco, lo que no era barato para los tiempos que corrían.

Son por esas razones por las que afrontaríamos en coche los casi 1300 kilómetros que nos separaban de París, parando a pernoctar en San Sebastián. Toda una aventura que aunque se nos haría muy pesada, hoy recordamos con especial cariño.

Después de tanto tiempo hay recuerdos que se han esfumado pero, sin embargo, otros se conservan intactos y son imposibles de olvidar. De esta manera me vienen a la cabeza momentos tan especiales como los paseos por los Campos Elíseos y el jardín de las Tullerías; la subida a la torre Eiffel y las espectaculares vistas que se obtienen desde lo más alto; la perplejidad de mi cara cuando tuve delante de mí, por primera vez, la catedral de Notre Dame, más aún cuando no conocía por aquellos momentos catedrales como las de León o Burgos; la impresión que me causaría ver las principales pinturas y esculturas del Louvre, cuando hacía apenas nada me las estaban explicando en la clase de historia en el instituto; observar ensimismado como hacían retratos los pintores del barrio de Montmartre bajo los pies del blanco impoluto del Sacre Coeur; sentir la brisa en nuestra cara desde el Bateux Mouche en la navegación por el Sena; vivir por unos instantes la opulencia de los reyes franceses en el palacio de Versalles; sentirme parte de un mundo de fantasía en Eurodisney junto con Mickey, Donald, Goofy y Pluto; y así un sinfín más de experiencias que hicieron de ese viaje familiar uno de los más especiales que he podido realizar, pues la ilusión con la que se viven las primeras experiencias en cualquier aspecto de la vida, no es la misma que cuando vas acumulando vivencias. Si a eso le añadimos la capacidad de sorpresa que uno tiene con tan sólo quince años es de imaginar la cara de embobado que se me quedaba a cada momento, según íbamos descubriendo monumentos y lugares significativos.

Museo del Louvre

Pirámide del museo del Louvre

Cabalgata de carrozas. Eurodisney

Como ya he comentado, París no me dejó indiferente, como es evidente, me pareció una ciudad mágica, repleta de lugares míticos y de interés, de preciosas avenidas, plazas y edificios que hacen imposible que dejen un sabor amargo a nadie que la visite, sino al contrario, lo normal es que quieras volver, sin mucho tardar, para vivir, de nuevo, todo lo que ya has visitado y descubrir tantas cosas que te quedaron pendientes.

Y aunque mi intención era no tardar demasiados años en volver a pisarla, al final han tenido que transcurrir 25 años para ello. Increíble, pero cierto. Era junto con Londres, a la que volví en 2013, esa gran espina que seguía clavada en mí y que por unas cosas y por otras, lo vas dejando y cuanto te quieres dar cuenta ha pasado esa cantidad ingente de tiempo.

Banderas Francesas

Así que por fin, como si de un aniversario se tratase, pues un cuarto de siglo no es ninguna tontería, iba a volver a París y a disfrutar de tantísimas cosas que ofrece la capital francesa. Después de pensar bastante cómo afrontar esta visita, al final decidiría realizarla como si no hubiera estado en ella nunca, pretendiendo volver a todos o la gran mayoría de lugares que ya conocí e incluyendo alguno nuevo y es que después de tantos años o no recuerdas ya muchos detalles o los has olvidado completamente o, directamente, te apetece volver a disfrutar de aquellos.

Lema de Francia

Disponía de cuatro días completos, uno más que cuando estuve con mis padres, lo que creo que es tiempo suficiente para poder conocer los monumentos y museos más significativos, aunque sin profundizar en exceso en las grandes galerías ni recrearte demasiado en rincones en los que podrías tirarte medio día dedicado a la vida contemplativa.

En esta ocasión prescindiría de volver al palacio de Versalles, pues es otro lugar al que me gustaría volver con calma y combinarlo con otros lugares cercanos al mismo.

Y sin andarme más por las ramas, comienzo la crónica del viaje en cuestión, justo dos semanas antes de la salida del vuelo hacia la preciosa ciudad.

Y es que si algo hay que tener en cuenta en París es que si quieres entrar a muchos de sus museos y monumentos ello te va suponer una auténtica fortuna y va a ser parte importante de tú presupuesto. Por lo que si se pueden abaratar dichos costes de alguna manera pues mejor que mejor. Y, efectivamente, esa manera existe adquiriendo la llamada Paris Museum Pass, un pase que da acceso a la mayoría de lugares importantes y encima sin tener que esperar largas filas en gran parte de ellos. Tienes tres opciones diferentes:
  • Dos días: 48 euros.
  • Cuatro días: 62 euros.
  • Seis días: 74 euros.

Aunque no incluye el acceso a la torre Eiffel, sí que permite, como ya he comentado, poder entrar en aquellos sitios que nos interesan a todos, amortizándola en poco tiempo.

Aunque se puede comprar por su página web: http://es.parismuseumpass.com/ yo decidiría ir dos semanas antes a la Casa de Francia y adquirirla presencialmente allí. Esta se encuentra tanto en Madrid como en Barcelona, siendo la dirección en la capital la siguiente: Calle Serrano, 40 – 2º derecha.

Una vez allí, también me informaría del tema relativo al transporte, aconsejándome la chica que me atendió sacar un conjunto de diez billetes en vez de uno individual cada vez que tomase un transporte y es que por mucho que te guste andar, las distancias en París hacen que tarde o temprano acabes utilizando los vehículos públicos. El importe sería de 15,95 pudiendo utilizar cada uno de ellos en Metro, RER, Tranvías y autobuses de forma ilimitada durante los siguientes noventa minutos, salvo en los autobuses de la misma línea.

Y ya que estaba aquí y también podía conseguirlo, optaría por comprar el ticket para poder realizar el paseo en barco por el Sena de una hora de duración con la empresa Bateaux Parisien y por un coste de 9,50 euros. Sólo tendría que elegir el día ya que el horario era libre, pues la frecuencia con la que salen los barcos es de media hora desde las 10:00 hasta las 22:30 durante la primavera y el verano.

Y ahora sí, pasadas dos semanas de las anteriores gestiones, y con todo preparado y la planificación hecha, me disponía a disfrutar al máximo de la capital francesa, esperando que ni el tiempo ni ninguna incidencia importante me impidieran llevar a cabo tantos planes como llevaba en la cabeza. Y es que es cierto que en los tiempos que corren, París está a la orden del día por desagradables noticias por culpa de la lacra del terrorismo y, es cierto, que nunca se sabe cuando pueden actuar esos impresentables. Por otro lado, la hermosa capital también se caracteriza por tener un clima caprichoso y no excesivamente bueno, por lo que es cuestión de suerte que te toque lluvia, cielos nublados o días espléndidos. Veríamos a ver.

Esta vez la compañía elegida para volar sería Iberia Express, consiguiendo los vuelos de ida y vuelta al aeropuerto de París – Orly por 96,27 euros, un precio de lo más asequible teniendo en cuenta que era el puente de Mayo. El secreto como siempre comprarlo con muchos meses de antelación.

Aterrizaríamos con media hora de retraso, por lo que eso de lo que presume de que es la compañía más puntual, será en otro mundo, porque lo que es en este son como todas las demás.

Para llegar a mi hostal optaría, de entre las diferentes opciones posibles, por tomar la línea de tren llamada Orlyval que conecta el aeropuerto con el metro de París. El billete se puede comprar en las taquillas que están justo antes de acceder al andén o en las máquinas que dispensan los billetes, pero ojo que estas no admiten billetes, sólo tarjeta o monedas. El precio es de 12,05 euros y cuidado con no comprarlo porque aunque no hay tornos a la entrada, sí que los hay a la salida y si no tienes billete te pillan seguro.

El tren tarda seis minutos en llegar a la estación Antony donde hay que cambiar de tren a la línea B, la cual hay que tomar con dirección al aeropuerto Charles de Gaulle, ya que conecta ambos aeropuertos, y luego ya bajarte donde más te interese en base a donde esté situado tú alojamiento. Yo me bajaría en Denfert Rochereau que conectaba con la línea seis de metro, tomando este hasta la estación La Motte Picquet Grenelle, donde tras un nuevo trasbordo a la línea ocho, llegaría a la estación Commerce, la cual estaba ya a muy pocos pasos de mi alojamiento. Por cierto que el billete utilizado para la línea Orlyval es válido para tomar el metro hasta la estación de destino.

En muy pocos metros me plantaba en la puerta del que iba a ser mi centro de operaciones durante mi estancia en París: el Ducks 3 Hostel, situado en place Etienne Pernet, 6.

Hostal 3 Ducks Boutique Eiffel Tower

Sobre él, comentar en primer lugar que la entrada es el mismo acceso al bar en el que se ubica, creándote confusión al principio, ya que esperas que la recepción sea una normal y no parte de la barra del bar como era el caso. Eso implica que no existen zonas comunes para las personas alojadas en el hostel y la única zona con mesas coincide con la del propio bar, que muchas veces está hasta arriba, siendo imposible utilizarlas por los que estamos alojados, lo que significa que se da más prioridad a los clientes del bar que vienen a tomarse una cerveza.

Hostal 3 Ducks Boutique Eiffel Tower

Todas las habitaciones dan a un pequeño patio interior, pegado al bar, por lo que la música se oye en multitud de ocasiones, especialmente los fines de semana. En cuanto a las propias habitaciones hay que decir que cuentan con dos plantas, una en la que se hayan unas pequeñas taquillas para depositar tus objetos de valor, con código de seguridad que tú mismo estableces, y luego ya la planta superior, la cual es pequeña y donde se está algo apretado cuando están las cuatro personas al mismo tiempo. En ella también está el baño, separando la ducha del váter. No hay taquillas más grandes para depositar las maletas o bolsas grandes, por lo que hay que dejarlas encima de la cama o en el rincón que se pueda.

Hostal 3 Ducks Boutique Eiffel Tower

Respecto a la limpieza es correcta y se limpia todos los días, las toallas se alquilan por tres euros, aunque te hacen dejar una fianza de ocho euros por la llave de la habitación y por la propia toalla que te devuelven al entregar el recibo que te dieron al pagar, el día que te marchas. Si lo pierdes no te devuelven nada, así que es importante no hacerlo.

Parte del personal son dos chicos argentinos que son bastante amables y que si pueden te ayudan con cualquier duda o problema que tengas y, sin duda, que la situación es lo mejor de todo, pues está sólo a diez – quince minutos andando de la Torre Eiffel, lo que es un privilegio. También es cierto que se paga pues el precio de la cama con el desayuno incluido es de 48 euros, lo que me parece caro en base a lo que ofrece.

El desayuno considero que no está mal pues dispones de varios zumos, cereales, yogures, pan, mantequilla, mermelada, leche y café. Aunque es cierto que si no te levantas temprano puedes no tener espacio en las mesas para desayunar tranquilo.

En la habitación me tocaría un señor de unos cincuenta años que no diría ni hola cuando entré y una pareja a la que sólo vi durmiendo, pues no coincidiríamos en horarios nunca.

Cuando me metí en la cama eran casi la 01:00, por lo que tampoco es que fuera a dormir muchas horas, pero aún así no me importaba porque volvía a estar en París, 25 años después.

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