Si hay una año que resulte especialmente emblemático para la
reciente historia de España ese sería, casi sin dudarlo, 1992. Los diferentes
acontecimientos internacionales que tuvieron lugar en nuestro territorio,
hicieron que el mundo entero estuviese pendiente de nosotros por ellos y
aprendieran a localizar, definitivamente, en el mapa donde estábamos situados. Por
una vez no éramos objeto de atención por ser un país a la cola de Europa, lo
cual se hacía hasta extraño.
Y es que no es fácil que en el mismo año coincidieran en el
mismo país los juegos olímpicos, la capitalidad europea de la cultura y la
Exposición Universal, de hecho nadie antes lo había conseguido. A todo ello
además había que sumarle las celebraciones por el quinto centenario del
Descubrimiento de América.
Y seguro que muchos se estarán ya preguntando que tiene que
ver todo lo anterior con este diario referente a París, pues que aquel
importante año para España, también lo sería para mí, pues, con sólo quince
años, llevaría a cabo la segunda salida fuera de nuestras fronteras (la primera
sería a Dublín), siendo el lugar elegido la “ciudad de la luz”.
Los culpables de todo ello serían mis padres que este año habían
decidido cambiar las toallas, bañadores, cubos y palas de los años anteriores
por un plan mucho más cultural a la par que divertido, pues junto a la capital
francesa también tendríamos oportunidad de visitar durante unos días el casi
recién inaugurado parque temático de Eurodisney.
Espectáculo de Eurodisney |
Sería esta la manera de empezar a enseñarnos que más allá de
nuestro barrio, de nuestra ciudad y nuestro país, hay otras nacionalidades y
otras culturas, que aunque diferentes no son mejores ni peores que la nuestra.
Con este viaje y el del año anterior mis padres me permitían abrir la mente al
mundo y despertaban un profundo sentimiento de querer seguir conociendo nuevos
países y las costumbres y peculiaridades de aquellos que conforman su sociedad.
Por aquel entonces no había compañías de bajo coste y asumir
cualquier viaje en avión por muy cerca que fuese el destino era prácticamente
inasumible para cualquier economía normal, añadiéndole a ello la clara
desventaja que por aquel entonces tenía la peseta con respecto a cualquier otra
divisa europea importante. En lo que a nosotros nos atañe la equivalencia era
de veinte pesetas por cada franco, lo que no era barato para los tiempos que
corrían.
Son por esas razones por las que afrontaríamos en coche los
casi 1300 kilómetros que nos separaban de París, parando a pernoctar en San
Sebastián. Toda una aventura que aunque se nos haría muy pesada, hoy recordamos
con especial cariño.
Después de tanto tiempo hay recuerdos que se han esfumado pero,
sin embargo, otros se conservan intactos y son imposibles de olvidar. De esta
manera me vienen a la cabeza momentos tan especiales como los paseos por los
Campos Elíseos y el jardín de las Tullerías; la subida a la torre Eiffel y las
espectaculares vistas que se obtienen desde lo más alto; la perplejidad de mi
cara cuando tuve delante de mí, por primera vez, la catedral de Notre Dame, más
aún cuando no conocía por aquellos momentos catedrales como las de León o
Burgos; la impresión que me causaría ver las principales pinturas y esculturas
del Louvre, cuando hacía apenas nada me las estaban explicando en la clase de
historia en el instituto; observar ensimismado como hacían retratos los
pintores del barrio de Montmartre bajo los pies del blanco impoluto del Sacre
Coeur; sentir la brisa en nuestra cara desde el Bateux Mouche en la navegación
por el Sena; vivir por unos instantes la opulencia de los reyes franceses en el
palacio de Versalles; sentirme parte de un mundo de fantasía en Eurodisney
junto con Mickey, Donald, Goofy y Pluto; y así un sinfín más de experiencias
que hicieron de ese viaje familiar uno de los más especiales que he podido
realizar, pues la ilusión con la que se viven las primeras experiencias en
cualquier aspecto de la vida, no es la misma que cuando vas acumulando
vivencias. Si a eso le añadimos la capacidad de sorpresa que uno tiene con tan
sólo quince años es de imaginar la cara de embobado que se me quedaba a cada
momento, según íbamos descubriendo monumentos y lugares significativos.
Museo del Louvre |
Pirámide del museo del Louvre |
Cabalgata de carrozas. Eurodisney |
Como ya he comentado, París no me dejó indiferente, como es
evidente, me pareció una ciudad mágica, repleta de lugares míticos y de
interés, de preciosas avenidas, plazas y edificios que hacen imposible que
dejen un sabor amargo a nadie que la visite, sino al contrario, lo normal es
que quieras volver, sin mucho tardar, para vivir, de nuevo, todo lo que ya has
visitado y descubrir tantas cosas que te quedaron pendientes.
Y aunque mi intención era no tardar demasiados años en
volver a pisarla, al final han tenido que transcurrir 25 años para ello.
Increíble, pero cierto. Era junto con Londres, a la que volví en 2013, esa gran
espina que seguía clavada en mí y que por unas cosas y por otras, lo vas
dejando y cuanto te quieres dar cuenta ha pasado esa cantidad ingente de
tiempo.
Banderas Francesas |
Así que por fin, como si de un aniversario se tratase, pues
un cuarto de siglo no es ninguna tontería, iba a volver a París y a disfrutar
de tantísimas cosas que ofrece la capital francesa. Después de pensar bastante
cómo afrontar esta visita, al final decidiría realizarla como si no hubiera
estado en ella nunca, pretendiendo volver a todos o la gran mayoría de lugares
que ya conocí e incluyendo alguno nuevo y es que después de tantos años o no
recuerdas ya muchos detalles o los has olvidado completamente o, directamente,
te apetece volver a disfrutar de aquellos.
Lema de Francia |
Disponía de cuatro días completos, uno más que cuando estuve
con mis padres, lo que creo que es tiempo suficiente para poder conocer los
monumentos y museos más significativos, aunque sin profundizar en exceso en las
grandes galerías ni recrearte demasiado en rincones en los que podrías tirarte
medio día dedicado a la vida contemplativa.
En esta ocasión prescindiría de volver al palacio de
Versalles, pues es otro lugar al que me gustaría volver con calma y combinarlo
con otros lugares cercanos al mismo.
Y sin andarme más por las ramas, comienzo la crónica del
viaje en cuestión, justo dos semanas antes de la salida del vuelo hacia la
preciosa ciudad.
Y es que si algo hay que tener en cuenta en París es que si
quieres entrar a muchos de sus museos y monumentos ello te va suponer una
auténtica fortuna y va a ser parte importante de tú presupuesto. Por lo que si
se pueden abaratar dichos costes de alguna manera pues mejor que mejor. Y,
efectivamente, esa manera existe adquiriendo la llamada Paris Museum Pass, un
pase que da acceso a la mayoría de lugares importantes y encima sin tener que
esperar largas filas en gran parte de ellos. Tienes tres opciones diferentes:
- Dos días: 48 euros.
- Cuatro días: 62 euros.
- Seis días: 74 euros.
Aunque no incluye el acceso a la torre Eiffel, sí que
permite, como ya he comentado, poder entrar en aquellos sitios que nos
interesan a todos, amortizándola en poco tiempo.
Aunque se puede comprar por su página web: http://es.parismuseumpass.com/ yo
decidiría ir dos semanas antes a la Casa de Francia y adquirirla
presencialmente allí. Esta se encuentra tanto en Madrid como en Barcelona,
siendo la dirección en la capital la siguiente: Calle Serrano, 40 – 2º derecha.
Una vez allí, también me informaría del tema relativo al
transporte, aconsejándome la chica que me atendió sacar un conjunto de diez
billetes en vez de uno individual cada vez que tomase un transporte y es que
por mucho que te guste andar, las distancias en París hacen que tarde o
temprano acabes utilizando los vehículos públicos. El importe sería de 15,95
pudiendo utilizar cada uno de ellos en Metro, RER, Tranvías y autobuses de
forma ilimitada durante los siguientes noventa minutos, salvo en los autobuses
de la misma línea.
Y ya que estaba aquí y también podía conseguirlo, optaría
por comprar el ticket para poder realizar el paseo en barco por el Sena de una
hora de duración con la empresa Bateaux Parisien y por un coste de 9,50 euros.
Sólo tendría que elegir el día ya que el horario era libre, pues la frecuencia
con la que salen los barcos es de media hora desde las 10:00 hasta las 22:30
durante la primavera y el verano.
Y ahora sí, pasadas dos semanas de las anteriores gestiones,
y con todo preparado y la planificación hecha, me disponía a disfrutar al
máximo de la capital francesa, esperando que ni el tiempo ni ninguna incidencia
importante me impidieran llevar a cabo tantos planes como llevaba en la cabeza.
Y es que es cierto que en los tiempos que corren, París está a la orden del día
por desagradables noticias por culpa de la lacra del terrorismo y, es cierto,
que nunca se sabe cuando pueden actuar esos impresentables. Por otro lado, la
hermosa capital también se caracteriza por tener un clima caprichoso y no
excesivamente bueno, por lo que es cuestión de suerte que te toque lluvia,
cielos nublados o días espléndidos. Veríamos a ver.
Esta vez la compañía elegida para volar sería Iberia
Express, consiguiendo los vuelos de ida y vuelta al aeropuerto de París – Orly por
96,27 euros, un precio de lo más asequible teniendo en cuenta que era el puente
de Mayo. El secreto como siempre comprarlo con muchos meses de antelación.
Aterrizaríamos con media hora de retraso, por lo que eso de
lo que presume de que es la compañía más puntual, será en otro mundo, porque lo
que es en este son como todas las demás.
Para llegar a mi hostal optaría, de entre las diferentes
opciones posibles, por tomar la línea de tren llamada Orlyval que conecta el
aeropuerto con el metro de París. El billete se puede comprar en las taquillas
que están justo antes de acceder al andén o en las máquinas que dispensan los
billetes, pero ojo que estas no admiten billetes, sólo tarjeta o monedas. El
precio es de 12,05 euros y cuidado con no comprarlo porque aunque no hay tornos
a la entrada, sí que los hay a la salida y si no tienes billete te pillan
seguro.
El tren tarda seis minutos en llegar a la estación Antony
donde hay que cambiar de tren a la línea B, la cual hay que tomar con dirección
al aeropuerto Charles de Gaulle, ya que conecta ambos aeropuertos, y luego ya
bajarte donde más te interese en base a donde esté situado tú alojamiento. Yo
me bajaría en Denfert Rochereau que conectaba con la línea seis de metro,
tomando este hasta la estación La Motte Picquet Grenelle, donde tras un nuevo
trasbordo a la línea ocho, llegaría a la estación Commerce, la cual estaba ya a
muy pocos pasos de mi alojamiento. Por cierto que el billete utilizado para la
línea Orlyval es válido para tomar el metro hasta la estación de destino.
En muy pocos metros me plantaba en la puerta del que iba a
ser mi centro de operaciones durante mi estancia en París: el Ducks 3 Hostel,
situado en place Etienne Pernet, 6.
Hostal 3 Ducks Boutique Eiffel Tower |
Sobre él, comentar en primer lugar que la entrada es el
mismo acceso al bar en el que se ubica, creándote confusión al principio, ya
que esperas que la recepción sea una normal y no parte de la barra del bar como
era el caso. Eso implica que no existen zonas comunes para las personas
alojadas en el hostel y la única zona con mesas coincide con la del propio bar,
que muchas veces está hasta arriba, siendo imposible utilizarlas por los que
estamos alojados, lo que significa que se da más prioridad a los clientes del
bar que vienen a tomarse una cerveza.
Hostal 3 Ducks Boutique Eiffel Tower |
Todas las habitaciones dan a un pequeño patio interior,
pegado al bar, por lo que la música se oye en multitud de ocasiones,
especialmente los fines de semana. En cuanto a las propias habitaciones hay que
decir que cuentan con dos plantas, una en la que se hayan unas pequeñas
taquillas para depositar tus objetos de valor, con código de seguridad que tú
mismo estableces, y luego ya la planta superior, la cual es pequeña y donde se
está algo apretado cuando están las cuatro personas al mismo tiempo. En ella
también está el baño, separando la ducha del váter. No hay taquillas más
grandes para depositar las maletas o bolsas grandes, por lo que hay que dejarlas
encima de la cama o en el rincón que se pueda.
Hostal 3 Ducks Boutique Eiffel Tower |
Respecto a la limpieza es correcta y se limpia todos los
días, las toallas se alquilan por tres euros, aunque te hacen dejar una fianza
de ocho euros por la llave de la habitación y por la propia toalla que te
devuelven al entregar el recibo que te dieron al pagar, el día que te marchas.
Si lo pierdes no te devuelven nada, así que es importante no hacerlo.
Parte del personal son dos chicos argentinos que son
bastante amables y que si pueden te ayudan con cualquier duda o problema que
tengas y, sin duda, que la situación es lo mejor de todo, pues está sólo a diez
– quince minutos andando de la Torre Eiffel, lo que es un privilegio. También
es cierto que se paga pues el precio de la cama con el desayuno incluido es de
48 euros, lo que me parece caro en base a lo que ofrece.
El desayuno considero que no está mal pues dispones de
varios zumos, cereales, yogures, pan, mantequilla, mermelada, leche y café.
Aunque es cierto que si no te levantas temprano puedes no tener espacio en las
mesas para desayunar tranquilo.
En la habitación me tocaría un señor de unos cincuenta años
que no diría ni hola cuando entré y una pareja a la que sólo vi durmiendo, pues
no coincidiríamos en horarios nunca.
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