PERÚ - DIA 11. Ollantaytambo, Maras y Moray

29 de Agosto de 2011.

A las 08.30 partía en el tren de Inca Rail hacia Ollantaytambo. Estaría formado por un único vagón. Curioso, pero tampoco me extrañaría mucho después de ver que tan sólo éramos una familia argentina de seis miembros y yo.

Con un retraso de quince minutos nos plantaríamos en la estación de Ollantaytambo, dándonos así las 10.15.

Como llegaba con el inmenso petate más la mochila pequeña, decidí aceptar el ofrecimiento de un señor, que desde su furgoneta me propuso acercarme hasta la entrada de las ruinas por un sol, ya que serían estas la primera visita que realizaría hoy.

Ya en las taquillas, mostré mi boleto turístico para no tener que volver a soltar la pasta y le pedí al chico que me lo picó, que si le importaba guardarme el mochilón, a lo que accedió sin problema en un cuarto cerrado bajo llave que tenían en la parte trasera de donde vendían las entradas al recinto.

La ciudadela de Ollantaytambo, en pleno Valle Sagrado, sería uno de los últimos bastiones incas tras la toma de Cuzco por los españoles. Ella protagonizó en 1536 una de las contadas derrotas que sufriría Pizarro. Heridos en su orgullo, los españoles regresaron con refuerzos y obligaron al jefe Manco Inca a huir y refugiarse en la selva.

Ruinas de Ollantaytambo


Ruinas de Ollantaytambo

Remontando una empinada escalera, consigo alcanzar su templo del Sol, desde el que se aprecia la resguardada situación de la fortaleza y unas vistas espectaculares de la pequeña ciudad y del valle que después se adentra hasta Machu Picchu.

Ollantaytambo desde sus ruinas

Valle Sagrado desde ruinas de Ollantaytambo

Continuando con mi paseo por las instalaciones puedo apreciar de primera mano los logros alcanzados  en aquellos tiempos por la ingeniería inca, algunos de los cuales son de difícil explicación, como el transporte de piedras colosales sin polea, hierro o rueda.

Ruinas de Ollantaytambo

Ruinas de Ollantaytambo

Ruinas de Ollantaytambo

Tras algo más de dos horas de estar entretenido haciendo de auto guía con la información que había sacado de internet, saldría de las ruinas y me iría a dar una vuelta por el pueblo, donde aún se conservan antiguos muros y todavía se observan restos de las murallas levantadas para frenar a las huestes invasoras, hasta que sobre la una, recogería la mochila y tomaría el colectivo que sale de al lado del mercado con dirección a Urubamba (1,30 soles).

Plaza de Armas. Ollantaytambo

En esa estación, sólo tuve que andar unos pasos y sacar, sin salir de ella, el billete que me llevaría hasta el llamado cruce de Maras (2 soles) de camino a Cuzco. Como había unas señoras que también se bajaban allí, no tuve el mayor problema. Si no basta con decirle al chico encargado de los billetes que te avise y andar un poco recordándoselo, para que no se le olvide. Ya que si no te puede pasar lo que a unas alemanas a la ida, que acabarían con un cabreo de campeonato.

En el susodicho cruce había unos cuatro o cinco taxis, así que, como no, en cuanto bajé del bus, rápidamente me abordaron varios taxistas. Después de un rato largo negociando, uno de ellos me dejaría por 40 soles el llevarme a los bancales de Moray (13kms), esperarme cuarenta minutos, luego acercarme a las salineras de Maras (unos 10 kilómetros y 5 soles la entrada), esperarme treinta minutos y retornarme al cruce.

Moray sería otro lugar que también me sorprendería, pues era diferente a lo que llevaba visto. Los estudiosos sostienen que sus andenes circulares pudieron servir para ensayar formas más eficaces de cultivo por parte de los incas y dotar así al valle de nuevos productos agrícolas, dado  los problemas que traía trabajar la tierra en entornos montañosos y con temperaturas más extremas.

Bancales de Moray

Bancales de Moray

Lo más increíble es que de la parte superior a la inferior puede haber una diferencia de hasta quince grados, lo cual se nota cuando accedes hasta el nivel que está a ras del suelo. Aquí hacía mucho menos calor, lo que demuestra que se pudieron plantar productos que soportaran mejor el clima fresco y húmedo. Mientras que según vas ascendiendo se produce una oscilación a temperaturas más altas que invitan a otro tipo de plantaciones.

Bancales de Moray

Bancales de Moray

A los 45 minutos un silbido me avisaba de que mi tiempo había terminado. Era el amable taxista que me hacía señas para que me dirigiera hacia la salida del recinto. El buen hombre me había concedido cinco minutos más de cortesía, así que no podía pedir más.

Cuando volvimos a pasar por el poblado de Moray de camino a las salineras, nos encontramos que el camino por el que transitábamos estaba totalmente tomado por una gran cantidad de gente. El taxista bajaría la ventanilla para preguntar qué era lo que sucedía a lo que le respondieron que había fallecido una persona del pueblo y la iban a enterrar pero que no nos preocupáramos que rápidamente nos hacían hueco, como así fue. Fue curioso ver como estaba allí concentrada hasta la última alma de la localidad con niños pequeños y todo.

Entierro en Maras

Cordillera de los Andes camino hacia Salineras de Maras

Pronto llegaríamos a las salineras de Maras, donde tras aparcar el coche, el taxista me indicaría donde estaba la entrada, para atravesada esta bajar un importante repecho hasta situarme a la altura de las terrazas. Una senda que transitaba entre ellas, me permitiría ver como trabajaban en las diferentes parcelas los lugareños y uno de ellos me explicaría amablemente que el agua de la que estaban repletas muchas de esas parcelas provenía de un cercano arroyo que tenía altas propiedades salinas, por lo que sólo tenían que dejarlas secar después y así obtener la preciada sal rosada, característica de esta región.

Salineras de Maras

Salineras de Maras

Salineras de Maras

Tras darle las gracias a mi improvisado profesor, volvería a deshacer la empinada cuesta y con diez minutos de retraso del tiempo acordado, volvería hasta donde me estaba esperando el amable taxista que bromeando me señalaba el reloj.

Salineras de Maras

Salineras de Maras

A eso de las 16.40, me encontraba de nuevo en el cruce de Maras, esperando el colectivo (3,50 soles) para que me llevara hasta Cuzco. Por fin, tras veinte minutos esperando, llegaría este y tras una hora y pico más de ruta llegaría a la ciudad. El bus te deja en la avenida Grau y aunque está un poco lejos del centro, me apetecía andar a pesar del mochilón, por lo que eso fue lo que hice.

Ya en el hotel Antanawasi (el mismo de la otra vez, 38 dólares), la chica de recepción, Beatriz, tan encantadora como siempre, me estuvo preguntando que tal me lo había pasado y allí estuvimos charlando un ratillo. Me devolvería el móvil en un sobre cerrado y menos mal que se me ocurrió preguntarla que sobre qué hora sería bueno tomar un taxi para el aeropuerto al día siguiente. Me dijo que como es que no había hecho el check in todavía, que allí hay un montón de cambios y que la gente no pierde el tiempo a la hora de reservar su sitio. Así que muy maja, sacaría mis billetes en el momento y menos mal porque lo habían adelantado una hora y sólo quedaban cinco plazas. ¡Fiuuu!

Para acabar la jornada, saldría a tomarme una empanada de carne en un local que me llamó la atención, pero que ni me acuerdo de su nombre. Esta la acompañaría con dos inmensos copazos de jugo de naranja y fresa natural. ¡Estaban de muerte! (16 soles, todo)

Pocas horas restaban ya para despedirme de mi primera etapa del viaje, por lo que  qué mejor que terminarlas sentado en un banco de la plaza de Armas, mientras observaba el ir y venir de los lugareños y las sesiones constantes de fotos de los extranjeros. Así hasta que la plaza quedó desierta y yo me marché a descansar.

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