A las 08.30
partía en el tren de Inca Rail hacia Ollantaytambo. Estaría formado por un
único vagón. Curioso, pero tampoco me extrañaría mucho después de ver que tan
sólo éramos una familia argentina de seis miembros y yo.
Con un
retraso de quince minutos nos plantaríamos en la estación de Ollantaytambo,
dándonos así las 10.15.
Como llegaba
con el inmenso petate más la mochila pequeña, decidí aceptar el ofrecimiento de
un señor, que desde su furgoneta me propuso acercarme hasta la entrada de las ruinas
por un sol, ya que serían estas la primera visita que realizaría hoy.
Ya en las
taquillas, mostré mi boleto turístico para no tener que volver a soltar la
pasta y le pedí al chico que me lo picó, que si le importaba guardarme el
mochilón, a lo que accedió sin problema en un cuarto cerrado bajo llave que
tenían en la parte trasera de donde vendían las entradas al recinto.
La ciudadela
de Ollantaytambo, en pleno Valle Sagrado, sería uno de los últimos bastiones
incas tras la toma de Cuzco por los españoles. Ella protagonizó en 1536 una de
las contadas derrotas que sufriría Pizarro. Heridos en su orgullo, los
españoles regresaron con refuerzos y obligaron al jefe Manco Inca a huir y
refugiarse en la selva.
Ruinas de Ollantaytambo |
Ruinas de Ollantaytambo |
Remontando
una empinada escalera, consigo alcanzar su templo del Sol, desde el que se
aprecia la resguardada situación de la fortaleza y unas vistas espectaculares
de la pequeña ciudad y del valle que después se adentra hasta Machu Picchu.
Ollantaytambo desde sus ruinas |
Valle Sagrado desde ruinas de Ollantaytambo |
Continuando
con mi paseo por las instalaciones puedo apreciar de primera mano los logros
alcanzados en aquellos tiempos por la
ingeniería inca, algunos de los cuales son de difícil explicación, como el
transporte de piedras colosales sin polea, hierro o rueda.
Ruinas de Ollantaytambo |
Ruinas de Ollantaytambo |
Ruinas de Ollantaytambo |
Tras algo
más de dos horas de estar entretenido haciendo de auto guía con la información
que había sacado de internet, saldría de las ruinas y me iría a dar una vuelta
por el pueblo, donde aún se conservan antiguos muros y todavía se observan
restos de las murallas levantadas para frenar a las huestes invasoras, hasta
que sobre la una, recogería la mochila y tomaría el colectivo que sale de al
lado del mercado con dirección a Urubamba (1,30 soles).
Plaza de Armas. Ollantaytambo |
En esa
estación, sólo tuve que andar unos pasos y sacar, sin salir de ella, el billete
que me llevaría hasta el llamado cruce de Maras (2 soles) de camino a Cuzco.
Como había unas señoras que también se bajaban allí, no tuve el mayor problema.
Si no basta con decirle al chico encargado de los billetes que te avise y andar
un poco recordándoselo, para que no se le olvide. Ya que si no te puede pasar
lo que a unas alemanas a la ida, que acabarían con un cabreo de campeonato.
En el
susodicho cruce había unos cuatro o cinco taxis, así que, como no, en cuanto
bajé del bus, rápidamente me abordaron varios taxistas. Después de un rato
largo negociando, uno de ellos me dejaría por 40 soles el llevarme a los
bancales de Moray (13kms), esperarme cuarenta minutos, luego acercarme a las
salineras de Maras (unos 10 kilómetros y 5 soles la entrada), esperarme treinta
minutos y retornarme al cruce.
Moray sería
otro lugar que también me sorprendería, pues era diferente a lo que llevaba
visto. Los estudiosos sostienen que sus andenes circulares pudieron servir para
ensayar formas más eficaces de cultivo por parte de los incas y dotar así al
valle de nuevos productos agrícolas, dado
los problemas que traía trabajar la tierra en entornos montañosos y con
temperaturas más extremas.
Bancales de Moray |
Bancales de Moray |
Lo más
increíble es que de la parte superior a la inferior puede haber una diferencia
de hasta quince grados, lo cual se nota cuando accedes hasta el nivel que está
a ras del suelo. Aquí hacía mucho menos calor, lo que demuestra que se pudieron
plantar productos que soportaran mejor el clima fresco y húmedo. Mientras que
según vas ascendiendo se produce una oscilación a temperaturas más altas que
invitan a otro tipo de plantaciones.
Bancales de Moray |
Bancales de Moray |
A los 45
minutos un silbido me avisaba de que mi tiempo había terminado. Era el amable
taxista que me hacía señas para que me dirigiera hacia la salida del recinto.
El buen hombre me había concedido cinco minutos más de cortesía, así que no
podía pedir más.
Cuando
volvimos a pasar por el poblado de Moray de camino a las salineras, nos
encontramos que el camino por el que transitábamos estaba totalmente tomado por
una gran cantidad de gente. El taxista bajaría la ventanilla para preguntar qué
era lo que sucedía a lo que le respondieron que había fallecido una persona del
pueblo y la iban a enterrar pero que no nos preocupáramos que rápidamente nos
hacían hueco, como así fue. Fue curioso ver como estaba allí concentrada hasta
la última alma de la localidad con niños pequeños y todo.
Entierro en Maras |
Cordillera de los Andes camino hacia Salineras de Maras |
Pronto
llegaríamos a las salineras de Maras, donde tras aparcar el coche, el taxista
me indicaría donde estaba la entrada, para atravesada esta bajar un importante
repecho hasta situarme a la altura de las terrazas. Una senda que transitaba
entre ellas, me permitiría ver como trabajaban en las diferentes parcelas los
lugareños y uno de ellos me explicaría amablemente que el agua de la que
estaban repletas muchas de esas parcelas provenía de un cercano arroyo que
tenía altas propiedades salinas, por lo que sólo tenían que dejarlas secar
después y así obtener la preciada sal rosada, característica de esta región.
Salineras de Maras |
Salineras de Maras |
Salineras de Maras |
Tras darle
las gracias a mi improvisado profesor, volvería a deshacer la empinada cuesta y
con diez minutos de retraso del tiempo acordado, volvería hasta donde me estaba
esperando el amable taxista que bromeando me señalaba el reloj.
Salineras de Maras |
Salineras de Maras |
A eso de las
16.40, me encontraba de nuevo en el cruce de Maras, esperando el colectivo
(3,50 soles) para que me llevara hasta Cuzco. Por fin, tras veinte minutos
esperando, llegaría este y tras una hora y pico más de ruta llegaría a la
ciudad. El bus te deja en la avenida Grau y aunque está un poco lejos del
centro, me apetecía andar a pesar del mochilón, por lo que eso fue lo que hice.
Ya en el
hotel Antanawasi (el mismo de la otra vez, 38 dólares), la chica de recepción,
Beatriz, tan encantadora como siempre, me estuvo preguntando que tal me lo
había pasado y allí estuvimos charlando un ratillo. Me devolvería el móvil en
un sobre cerrado y menos mal que se me ocurrió preguntarla que sobre qué hora
sería bueno tomar un taxi para el aeropuerto al día siguiente. Me dijo que como
es que no había hecho el check in todavía, que allí hay un montón de cambios y
que la gente no pierde el tiempo a la hora de reservar su sitio. Así que muy
maja, sacaría mis billetes en el momento y menos mal porque lo habían
adelantado una hora y sólo quedaban cinco plazas. ¡Fiuuu!
Para acabar
la jornada, saldría a tomarme una empanada de carne en un local que me llamó la
atención, pero que ni me acuerdo de su nombre. Esta la acompañaría con dos
inmensos copazos de jugo de naranja y fresa natural. ¡Estaban de muerte! (16
soles, todo)
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