Jodhpur no tarda en hacerse notar. Basta con dar los
primeros pasos por sus calles para que la ciudad se revele con toda su energía:
un laberinto de callejuelas estrechas donde el azul de las fachadas se impone
con una intensidad casi hipnótica, mercados en los que el bullicio parece no
dar tregua y, dominándolo todo desde lo alto, la silueta imponente del fuerte
de Mehrangarh, como un guardián que ha visto pasar siglos de historia.
Segunda ciudad más grande de Rajastán, Jodhpur es un cruce
entre tradición y dinamismo. Fundada en 1459 por Rao Jodha, líder del clan
Rathore, su ubicación estratégica en el desierto del Thar la convirtió en un
importante centro comercial, un punto
esencial en las rutas de caravanas que transportaban especias,
seda y opio. Hoy, ese legado sigue latiendo en sus calles, donde los vendedores
de especias siguen ofreciendo cardamomo y cúrcuma con la misma pasión con la
que sus antepasados comerciaban con mercaderes persas.
Tras un desayuno sin prisas en la azotea del hotel, con el
fuerte recortándose contra el cielo matutino, estaba listo para comenzar la
jornada. Durante la mañana recorrería las joyas arquitectónicas más
emblemáticas de Jodhpur completamente por mi cuenta, sin contar con Rajesh
hasta las 14:30.
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| Fortaleza de Mehrangarh desde Suraj Haveli |
RAO JODHA DESERT ROCK PARK
Antes de sumergirme en el entramado urbano de Jodhpur, me
dirigí hacia un paisaje completamente distinto, pero que tenía mucho que ver
con la esencia de la ciudad: el Rao Jodha Desert Rock Park,
una reserva natural a los pies de Mehrangarh que prometía una inmersión en la
flora y geología del desierto del Thar.
A las 07:15,
con el aire aún fresco de la mañana, cruzaba la entrada de este extenso parque natural,
una extensión de más de 70 hectáreas creada para restaurar el ecosistema árido
que una vez dominó el paisaje de Jodhpur. Este espacio, que en su día estuvo
invadido por plantas invasoras y en estado de abandono, había sido recuperado
con especies autóctonas del desierto del Thar, devolviendo al terreno su
aspecto original y convirtiéndolo en un refugio para la flora y fauna local.
El recorrido por el Rao Jodha Desert Rock Park está
organizado en diferentes rutas marcadas por colores, cada una con su propia
distancia y nivel de dificultad. Decidí hacer una combinación de varios tramos,
enlazando distintos senderos para aprovechar al máximo la experiencia y
recorrer zonas diversas del parque.
Comencé el
trayecto atravesando un estrecho corredor por el que el agua me llegaba hasta
los tobillos. El suelo, cubierto de una fina capa de musgo, resultaba tan
resbaladizo que no tuve más remedio que descalzarme para mantener el equilibrio
y evitar una caída. Una vez superado ese tramo inicial, el
sendero ascendía suavemente entre formaciones rocosas de arenisca volcánica y
vegetación adaptada a la aridez. A medida que avanzaba, me encontraba con
acacias, buteas de llamativas flores anaranjadas y dhok, un árbol que sobrevive
con lo mínimo y es fundamental para el ecosistema del desierto.
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| Rao Jodha Desert Rock Park |
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| Flora en Rao Jodha Desert Rock Park |
Aunque el parque es conocido por su interesante flora y fauna —con nilgais, reptiles y una gran variedad de aves—, mi principal motivo para venir hasta aquí era conseguir una de las vistas más impresionantes de Jodhpur: la del fuerte de Mehrangarh emergiendo sobre el paisaje rocoso. Desde los puntos más altos de la ruta, la vista era realmente sobrecogedora; el fuerte parecía flotar sobre la ciudad azul, mientras que al otro lado el desierto del Thar se extendía infinito, con su inmensidad rojiza fundiéndose con el cielo.
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| Fortaleza de Mehrangarh desde Rao Jodha Desert Rock Park |
El silencio solo se veía interrumpido por el canto de algunos pájaros y el crujido de la grava bajo mis pies. En algún momento distinguí el movimiento ágil de un lagarto que se deslizaba entre las rocas; aunque el parque es hábitat de nilgais, yo no tuve la suerte de ver ninguno.
La caminata duró alrededor de una hora y media, con momentos
en los que me detendría simplemente a contemplar la belleza austera del
entorno. No era el típico desierto de dunas, sino un territorio rocoso, árido,
pero lleno de vida para quien se detenía a observar. Al final del recorrido,
antes de abandonar el parque, me quedé un rato en una de las zonas de sombra,
bebiendo agua y disfrutando de la sensación de haber explorado un paisaje
diferente.
FORTALEZA DE MEHRANGARH
Con el sol ya ganando intensidad, era momento de continuar
la jornada, esta vez, ascendiendo hacia la imponente fortaleza que dominaba el
horizonte de Jodhpur, el majestuoso Mehrangarh.
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| Fortaleza de Mehrangarh |
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| Fortaleza de Mehrangarh |
Cruzando la monumental puerta Jai Pol, el bullicio de la ciudad quedó atrás y me adentré en la historia de Mehrangarh, una fortaleza que no solo dominaba el paisaje de Jodhpur, sino también su pasado. Fundada en 1459 por Rao Jodha, el mismo gobernante que trasladó aquí la capital del reino de Marwar, la construcción de este coloso de arenisca roja no estuvo exenta de dificultades. Según cuenta la leyenda, para levantar el fuerte sobre la colina Bhakurcheeria —conocida como la "colina de los pájaros"—, Rao Jodha tuvo que desalojar a un ermitaño llamado Cheeria Nathji, quien, furioso por la intrusión, maldijo al rey: "Que vuestra fortaleza siempre sufra de escasez de agua". Para apaciguar su ira, se dice que se realizó un sacrificio humano, enterrando vivo a un hombre llamado Raja Ram Meghwal en los cimientos, con la promesa de cuidar de su familia a perpetuidad.
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| Jai Pol. Fortaleza de Mehrangarh |
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| Fortaleza de Mehrangarh |
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| Jodhpur desde Fortaleza de Mehrangarh |
Pero más allá de las leyendas, Mehrangarh ha sido testigo de siglos de batallas y alianzas. Sus gruesos muros resistieron los ataques de los mogoles y, más tarde, la creciente influencia británica, convirtiéndolo en un símbolo de la resistencia rajput. A lo largo de los siglos, cada gobernante añadió su propio sello, expandiendo y embelleciendo el complejo con palacios, patios y templos, creando un microcosmos del poder de Marwar.
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| Fortaleza de Mehrangarh |
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| Fortaleza de Mehrangarh |
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| Fortaleza de Mehrangarh |
Uno de los espacios más llamativos es el Palacio de la Perla (Moti Mahal), un salón amplio donde los maharajás celebraban audiencias privadas. Sus paredes, cubiertas por una fina capa de yeso mezclado con conchas trituradas, reflejaban la luz con un resplandor suave y perlado. En el techo, pequeñas aberturas permitían que la luz natural jugara con los colores de los vitrales, proyectando sombras tintadas sobre el suelo. Cinco balcones ocultos permitían a las reinas y damas de la corte escuchar las reuniones sin ser vistas.
El Palacio de las Flores (Phool
Mahal) contrastaba con la sobriedad del anterior. Este salón de
recreo real era una oda al lujo: dorados techos ornamentados con intrincados
diseños, frescos vibrantes de divinidades hindúes y persas, y alfombras de seda
traídas de la lejana Cachemira. Aquí se celebraban las danzas y festividades
cortesanas, y todavía parecía posible imaginar el sonido de los instrumentos y
las risas que una vez llenaron el espacio.
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| Phool Mahal. Fortaleza de Mehrangarh |
También destaca el Palacio de los Espejos (Sheesh Mahal), donde la luz se descomponía en miles de reflejos diminutos. Las paredes y el techo estaban cubiertos de fragmentos de espejos incrustados, creando un efecto deslumbrante, casi onírico. Este espacio era utilizado como aposento privado del maharajá y, por las noches, con la tenue luz de las lámparas de aceite, debía de parecer un cielo estrellado atrapado entre cuatro paredes.
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| Sheesh Mahal. Fortaleza de Mehrangarh |
El Takhat Vilas, una sala más reciente, resulta igualmente fascinante. Construida por el maharajá Takhat Singh en el siglo XIX, combinaba elementos tradicionales rajastaníes con influencias británicas: los techos estaban adornados con bolas de cristal de colores y las paredes cubiertas con pinturas de divinidades y escenas cortesanas. Aquí, el contraste entre la herencia local y los pequeños guiños a la modernidad de la época resultaba evidente.
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| Takhat Vilas. Fortaleza de Mehrangarh |
El fuerte no solo era un espacio de poder y lujo, sino también un lugar de culto y conmemoración. Chamunda Mataji Mandir, un pequeño templo en honor a la diosa protectora de la ciudad, se encontraba en un extremo del recinto, con vistas espectaculares de Jodhpur. Los devotos seguían acudiendo a depositar ofrendas, y el aroma a incienso flotaba en el aire.
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| Jodhpur desde Fortaleza de Mehrangarh |
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| Fortaleza de Mehrangarh |
Finalmente, tras recorrer sus patios, pasillos y salas repletas de historia, me detuve en una de las terrazas abiertas para admirar la panorámica. Desde allí, Jodhpur se extendía hasta el horizonte, con el contraste del azul de sus casas y el dorado del desierto en la distancia. Mehrangarh no era solo una fortaleza; era la esencia misma de la ciudad, su guardián, su memoria viva.
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| Jodhpur desde Fortaleza de Mehrangarh |
El fuerte está abierto todos los días de 9:00 a 17:00 y la entrada al museo cuesta 600 INR. El resto es gratuito. Por acceder con cámara es necesario pagar 100 INR. La audioguía, incluida en el precio, resulta excelente, con explicaciones claras y muy bien estructuradas sobre la historia, la arquitectura y los detalles decorativos de cada sala, y está disponible en varios idiomas, entre ellos el castellano.
JASWANT THADA
Dejando atrás las imponentes murallas del fuerte, inicié el
camino a pie hacia Jaswant Thada,
el sereno mausoleo de mármol blanco que se alzaba en una ladera cercana. El
trayecto no era largo, apenas unos minutos descendiendo por un sendero rodeado
de vegetación, pero ofrecía vistas espectaculares de la ciudad azul
extendiéndose en el horizonte.
Al llegar, me encontré con una imagen de cuento: un hermoso
cenotafio de mármol blanco, delicadamente esculpido, que brillaba bajo el sol
de la mañana. Construido en 1899 por
el maharajá Sardar Singh en memoria de su padre, Maharajá Jaswant Singh II,
este lugar no solo es un monumento conmemorativo, sino también un espacio de
calma y recogimiento. Como muchos cenotafios reales de Rajastán, no alberga
restos mortales, pero sí es un homenaje a la memoria del gobernante que, entre
otras cosas, modernizó Jodhpur con infraestructuras clave y fomentó el
desarrollo de la ciudad.
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| Mausoleo Jaswant Thada |
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| Mausoleo Jaswant Thada |
La arquitectura del mausoleo es una verdadera joya del arte rajput y mogol, con una estructura elaborada en mármol de Makrana, el mismo que se utilizó en el Taj Mahal. Lo que más llamaba la atención era la forma en que la luz atravesaba el mármol, dotándolo de un brillo casi etéreo. Caminé por la galería de pilares finamente tallados, observando los detalles florales y geométricos de las paredes, mientras un pequeño grupo de visitantes recorría el lugar en silencio, como si la atmósfera pidiera respeto.
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| Mausoleo Jaswant Thada |
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| Mausoleo Jaswant Thada |
Frente al mausoleo, un estanque con nenúfares reflejaba la silueta del edificio en sus aguas tranquilas. A un lado, una serie de pequeños cenotafios de otros miembros de la familia real se alzaban discretamente, como guardianes de la memoria de los gobernantes de Marwar. Me senté un momento en uno de los bancos de piedra, disfrutando de la paz del entorno y de la vista del fuerte recortándose contra el cielo, antes de continuar con la jornada.
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| Mausoleo Jaswant Thada |
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| Fortaleza de Mehrangarh desde Mausoleo Jaswant Thada |
Se encuentra abierto todos los días de 09:00 a 17:00 y su precio es de 50 INR. Por las fotografías te cobran otros 25 INR.
BARRIO AZUL
Desde el Jaswant Thada, la vista del casco antiguo de
Jodhpur ya adelantaba lo que estaba por venir: un laberinto de callejones
teñidos de azul que parecían extenderse hasta el infinito. Decidí recorrerlos
sin rumbo fijo, dejándome llevar por la intuición, por las sombras alargadas que
proyectaban las casas y por la luz vibrante que resaltaba cada tonalidad de las
fachadas.
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| Mural Barrio Azul |
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| Blue Corridor. Barrio Azul |
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| Mural Barrio Azul |
Todo era una sinfonía de azules. Las fachadas, pintadas con diferentes tonalidades, oscilaban entre un azul lavanda tenue y un índigo profundo. Se dice que esta tradición comenzó como una manera de señalar las casas de los brahmanes, aunque hoy una buena parte del barrio adopta el color, creando un efecto visual único que ha convertido a Jodhpur en la "Ciudad Azul".
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| Barrio Azul |
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| Barrio Azul |
Me crucé con mujeres vestidas con saris de colores vivos que contrastaban con los muros, ancianos sentados en la puerta de sus casas, y algún niño que asomaba la cabeza con timidez antes de soltar una sonrisa. Aquí, la vida cotidiana transcurría sin prisa: el sonido del tintineo de los brazaletes, el murmullo de conversaciones a media voz y el eco lejano de una radio encendida formaban la banda sonora del paseo.
Caminando entre esos callejones, llegué hasta el área del Blue
Corridor, un pasaje donde el azul de las paredes se veía interrumpido por
murales vibrantes. Elefantes ornamentados, figuras mitológicas y símbolos
rajasthaníes tradicionales decoraban las fachadas, aportando aún más carácter
al lugar.
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| Barrio Azul |
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| Mural Barrio Azul |
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| Mural Barrio Azul |
GHANTA GHAR
Tras recorrer los callejones del barrio azul, mi atención se
dirigió hacia el centro de la ciudad, donde se alzaba el Ghanta Ghar, la
icónica torre del reloj de Jodhpur, una estructura de piedra arenisca
construida en el siglo XIX por Maharaj
Sardar Singh. Más que un simple marcador del tiempo, esta torre
se había convertido en un punto de referencia esencial en la ciudad. Su diseño,
con influencias coloniales británicas mezcladas con el estilo arquitectónico de
Rajastán, destacaba entre los edificios circundantes.
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| Ghanta Ghar o Torre del Reloj |
Aunque en esta ocasión el acceso al interior estaba cerrado, desde el primer piso se puede disfrutar de una vista impresionante: una composición de tejados planos, calles serpenteantes y el imponente perfil del Mehrangarh dominando el horizonte. El reloj, aún en funcionamiento, marca las horas con precisión, como si llevara siglos sincronizando la vida de la ciudad a sus campanadas.
SARDAR MARKET
A continuación, atravesé el bullicioso Sardar Market,
un laberinto de puestos improvisados y tiendas de fachadas antiguas donde el
comercio no parecía detenerse nunca. Los colores de las especias se mezclaban
con los de las frutas y las telas vibrantes, mientras los vendedores ofrecían
su mercancía con una mezcla de insistencia y simpatía. En algunos rincones,
mujeres vestidas con saris de tonos intensos regateaban con una destreza que
solo da la experiencia, mientras motocicletas sorteaban carretas cargadas de
verduras y sacos de lentejas.
El aire estaba impregnado del aroma de especias, pero
también del inconfundible olor del chai recién preparado en pequeños puestos al
borde de la calle. Me detuve un momento para observar a un artesano trabajar el
latón, golpeando con precisión cada pieza que más tarde adornaría los hogares
de la ciudad.
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| Sardar Market |
Las tiendas de tejidos atrapaban la vista con estanterías llenas de pashminas, colchas bordadas y turbantes de mil colores. En una de ellas, un comerciante desplegó ante mí un dupatta de seda con detalles dorados, asegurándome que estaba hecho a mano en los pueblos cercanos, aunque finalmente no conseguiría convencerme para comprar nada.
A medida que avanzaba entre los puestos, el mercado me
absorbería en su ritmo frenético, convirtiéndose en una de esas experiencias
que definen el alma de una ciudad. No era solo un lugar de compras, sino un
espacio vivo donde la tradición y el día a día de Jodhpur se encontraban en su
estado más puro.
TOORJI KA JHALRA BAVDI
Dejando atrás el ajetreo del Sardar Market, me dirigí a un
rincón mucho más sereno de la ciudad: Toorji Ka Jhalra Bavdi,
uno de los antiguos stepwells de
Jodhpur. A medida que me acercaba, el bullicio del mercado se disipaba y el
sonido del agua resonaba con suavidad entre las paredes de piedra rojiza.
Este pozo escalonado, construido en el siglo XVIII por la
reina-consorte de Maharaja Abhay Singh, era una muestra más de la impresionante
ingeniería hidráulica de Rajastán. Descendía en niveles simétricos, con
intrincadas escaleras de arenisca que parecían formar un laberinto geométrico
perfecto. En su momento, fue una fuente esencial de agua para la ciudad, pero
con el paso del tiempo, cayó en el abandono y quedó cubierto por escombros.
Solo hace unas décadas fue restaurado, devolviéndole su antiguo esplendor.
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| Toorji Ka Jhalra Bavdi |
Desde lo alto, observé a varios jóvenes que, desafiando cualquier norma de seguridad, se lanzaban al agua desde las plataformas más altas con una destreza impresionante. Algunos turistas y locales descansaban en los escalones inferiores, disfrutando de la sombra y del ambiente pausado que contrastaba con el resto de la ciudad. Me senté un rato en uno de los peldaños para admirar la estructura y dejar que el tiempo pasara sin prisa.
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| Toorji Ka Jhalra Bavdi |
PALACIO UMAID BHAWAN
Tras picar algo rápido, me dirigiría al punto donde había
quedado con Rajesh y, tras un breve intercambio de palabras, pusimos rumbo
hacia nuestra siguiente parada: el Umaid Bhawan Palace. A medida
que avanzábamos por las amplias avenidas que conducían hasta él, la ciudad
parecía transformarse. Dejábamos atrás la Jodhpur de los bazares y las
callejuelas azules para adentrarnos en una zona más ordenada, con avenidas
arboladas y un aire casi señorial.
A lo lejos, la silueta del Umaid Bhawan se imponía sobre la colina
Chittar, con su cúpula central destacando entre las torres y fachadas de
arenisca dorada. Al llegar a la entrada, la sensación de estar frente a algo
fuera de lo común era inmediata. Este palacio, construido entre 1929 y 1943 por
orden del maharajá Umaid Singh, no solo era una de las residencias privadas más
grandes del mundo, sino también un símbolo del poder real en tiempos de
cambios.
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| Palacio Umaid Bhawan |
La historia de su construcción es curiosa: el maharajá encargó su edificación en plena crisis de sequía para dar empleo a miles de personas que, de otro modo, habrían quedado sin sustento. Lo que en un principio era una solución a una crisis terminó convirtiéndose en un fastuoso palacio que fusionaba influencias indo-sarracenas, art déco y neoclásicas.
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| Palacio Umaid Bhawan |
Actualmente, el Umaid Bhawan Palace se divide en tres partes: una sigue siendo la residencia privada de la familia real de Jodhpur, otra alberga un hotel de lujo gestionado por Taj Hotels, y la tercera es un museo abierto al público. Esta última sección era la que podía visitarse, así que me dirigí hacia la entrada del museo para descubrir lo que ofrecía.
El interior del museo exhibía una colección de objetos
pertenecientes a la realeza, desde antiguos relojes y fotografías hasta una
impresionante selección de automóviles clásicos que en su día pertenecieron a
los maharajás. También había muebles de época y salones decorados con ese inconfundible
aire art déco que definió la estética del palacio. Aunque la visita era
relativamente breve, permitía hacerse una idea del esplendor con el que
vivieron (y siguen viviendo) los descendientes de la dinastía Rathore.
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| Palacio Umaid Bhawan |
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| Palacio Umaid Bhawan |
Al salir, me detuve un instante en los jardines que rodeaban el palacio. Desde allí, la vista de Jodhpur en la distancia resultaba imponente. No era difícil entender por qué esta colina había sido elegida como el lugar perfecto para una residencia real: la sensación de dominio sobre la ciudad era absoluta.
Abierto todos los días de 9:00 a 17:00. Su precio es de 100
INR.
MANDORE GARDEN
Tras salir del Umaid Bhawan Palace, me dirigí hacia Mandore
Garden, dejando atrás la solemnidad del palacio y entrando en un lugar
donde la historia de Marwar todavía se siente presente. Rajesh se quedó en el
coche mientras yo cruzaba la entrada, y de inmediato me rodearon los cenotafios
de los maharajás, construidos en piedra roja, con cúpulas en forma de loto y
columnas talladas. La primera impresión fue de orden y majestuosidad: cada
monumento se alzaba con un aire de solemnidad que hacía palpable el poder de la
dinastía Rathore.
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| Cenotafios Mandore Garden |
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| Cenotafios Mandore Garden |
Entre los cenotafios, el de Maharaja Ajit Singh destacó por su tamaño y la riqueza de sus detalles. Caminé por los senderos que conectaban los monumentos, notando cómo cada chhatri estaba colocado para formar un conjunto armonioso que marcaba la memoria de los gobernantes. El Hall of Heroes apareció ante mí, con sus figuras esculpidas en piedra que representaban héroes y guerreros de la región. La precisión de los relieves y la fuerza de las imágenes transmitían la importancia que estos personajes tuvieron para Marwar.
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| Cenotafio Mandore Garden |
Más adelante, llegué al templo dedicado a los 33 millones de dioses hindúes. Las estatuas de diferentes tamaños y estilos llenaban el espacio, mostrando la diversidad del panteón hindú. Recorrí sus pasillos con calma, observando cómo la arquitectura y la escultura se combinaban para crear un lugar de culto que ha permanecido intacto durante siglos. Entre los templos y los cenotafios se conservan restos de antiguos palacios y murallas, recordando la importancia política de Mandore antes de que Jodhpur se convirtiera en capital.
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| Cenotafio Mandore Garden |
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| Cenotafio Mandore Garden |
El conjunto reflejaba la tradición constructiva rajastaní, sobria y elegante a la vez. Cada paso ofrecía una nueva perspectiva de los monumentos, permitiendo percibir la relación entre los espacios funerarios y religiosos. Algunos templos todavía conservan actividad ceremonial, con ofrendas que refuerzan la continuidad de la cultura local.
La sensación de recorrer un sitio con siglos de historia era
intensa, y comprendí por qué Mandore sigue siendo un referente para entender
los orígenes de Jodhpur y la continuidad de la dinastía Rathore. Finalmente,
después de recorrer senderos, templos y monumentos, regresé al coche para
dirigirme al último lugar de la jornada.
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| Calle de Jodhpur |
PACHETIA HILL
La última parada del día me llevaría a un rincón menos
transitado, Pachetia Hill. Al salir de Mandore Gardens, Rajesh ya me esperaba
junto al coche.
El trayecto fue corto, apenas quince minutos por calles
todavía llenas de movimiento y actividad. Los puestos de comida callejera
despedían aromas de especias, y los vendedores ultimaban sus preparativos
mientras el tráfico continuaba su ritmo caótico pero ordenado. Desde la
ventanilla, observaba cómo la ciudad se mantenía activa, con una luz difusa que
se filtraba entre las nubes.
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| Calle de Jodhpur |
El coche se detuvo cerca de la base de la colina. Antes de bajar, Rajesh me preguntó si quería que me esperara. Le dije que por hoy estaba bien y que nos veríamos al día siguiente. Sonrió levemente y asintió, dejándome listo para comenzar la subida.
El camino se presentaba empinado desde el inicio. Subí por
los escalones de piedra, algunos desgastados, otros desiguales, como si el
tiempo los hubiera moldeado sin prisa. La pendiente obligaba a mantener el paso
atento, y la respiración se aceleraba ligeramente con cada tramo.
Al llegar a la cima, me encontré con un mirador tranquilo,
sin apenas turistas. Solo algunos locales esperaban, sentados sobre los muros
de piedra, la contemplación silenciosa del final de la tarde. Me acomodé sobre
un banco y dejé que la brisa ligera aliviara el calor que aún flotaba en el
aire. Desde allí, Jodhpur
se desplegaba a mis pies, un mosaico de azules y terracotas que, a medida que
el sol descendía, se transformaban en una paleta de tonos más profundos.
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| Jodhpur desde Pachetia Hill |
El cielo estaba cubierto de nubes, que filtraban la luz con un tono suave y difuso. No habría puesta de sol espectacular, pero había una claridad serena que daba profundidad al paisaje. Desde allí, la panorámica permitía ver el contorno de la ciudad y las colinas a lo lejos.
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| Jodhpur desde Pachetia Hill |
Las fachadas azules de las casas, que durante el día brillaban con intensidad, adquirieron un matiz más sereno. El fuerte, parecía aún más majestuoso. Fue un momento perfecto. Con la última luz del día apagándose en el horizonte, supe que era hora de bajar.
Descendí de Pachetia
Hill con calma, disfrutando de los últimos reflejos de luz
sobre los tejados de Jodhpur.
La ciudad comenzaba a envolverse en su atmósfera nocturna, con faroles
encendiéndose aquí y allá y el murmullo de la vida cotidiana bajando de
intensidad, aunque nunca del todo.
INDIGO RESTAURANT
Había llegado el momento de poner el broche final al día, y
para ello elegí cenar en el Indigo Restaurant, un lugar que había leído
recomendado en varias guías. Ubicado en una terraza con vistas al Fuerte
Mehrangarh, su mayor atractivo, además de la comida, era la panorámica que
ofrecía sobre la ciudad.
El fuerte, iluminado, imponía su presencia incluso de noche,
con sus murallas doradas que destacaban entre las sombras. A lo lejos se
distinguía el Ghanta Ghar, su reloj iluminado marcando el tiempo de la ciudad,
y el perfil del palacio Umaid Bhawan que se recortaba en la distancia,
silencioso y majestuoso.
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| Fortaleza de Mehrangarh desde Indigo Restaurant |
El ambiente era tranquilo, con la brisa nocturna mezclándose con el murmullo de la ciudad lejana. Los pocos comensales disfrutaban del espacio sin prisas, y el ritmo pausado del lugar reforzaba la sensación de estar en un sitio apartado, donde el tiempo parecía transcurrir de manera distinta.
Permanecí allí un buen rato, dejando que la luz cálida del restaurante y la iluminación del fuerte acompañaran mis pensamientos. Mañana dejaría atrás Jodhpur para poner rumbo a un nuevo destino, continuando con el viaje por Rajastán. Pero por ahora, solo quedaba descansar.


















































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