Mi vuelo a Madrid salía a las 10:35 desde el aeropuerto de
Delhi, por lo que ya no quedaba tiempo para nada más en India. Tan solo
desayunaría en mi hotel, esperaría a que me recogieran en un vehículo privado
contratado con Panipuri y pasaría los controles pertinentes en el
aeropuerto, para después relajarme en la sala de espera hasta el momento de
tomar el vuelo.
Por delante tenía algo más de cuatro horas de vuelo hasta Doha,
donde tras otras 2 horas y 20 minutos de escala, tomaría el segundo vuelo hacia
Madrid, donde aterrizaría puntualmente a las 21:00 en el aeropuerto Adolfo
Suárez.
Atrás quedaban 25 intensos días de viaje por India, un país
que no deja a nadie indiferente, y mi experiencia no fue la excepción. Viajando
por su vasta extensión, experimenté un abanico de emociones tan amplio como su
propia diversidad. Hubo momentos que me resultaron desafiantes, como la
omnipresente pobreza que golpea sin previo aviso, la suciedad que parecía
fundirse con el calor sofocante, y esa sensación constante de estar bajo la
mirada de todos, como si cada paso que daba se convirtiera en un espectáculo
público. Hubo días en los que, al final de la jornada, me sentía exhausto,
tanto física como mentalmente, abrumado por una mezcla de agobio y fascinación.
Sin embargo, incluso en esos momentos más difíciles, India lograría cautivarme
durante buena parte del viaje, sorprendiendo con su capacidad para ofrecer
belleza y maravilla en los lugares más inesperados.
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| Río Yamuna y Taj Mahal en la lejania (Agra) |
Desde el comienzo en Delhi, el
choque inicial fue intenso: el bullicio, el tráfico caótico y el calor eran
casi abrumadores. Sin embargo, fue allí donde comenzó mi fascinación, caminando
por las avenidas históricas y contemplando lugares como la tumba de Humayun y
la imponente Jama Masjid. El primer contacto con la India más monumental lo
tuve en el complejo de Qutub Minar, mientras que el Fuerte Rojo y Chandni Chowk
me sumergieron en la historia mogol y el caos comercial de la ciudad.
Udaipur me
ofreció un respiro, un lugar de serenidad donde el lago Pichola y sus palacios
parecían sacados de un sueño. Pasear por sus ghats al atardecer, recorrer los
salones del City Palace y perderme por sus callejuelas fue una experiencia
completamente distinta a lo vivido en Delhi. El templo de Jagdish y el
cenotafio de Ahar me recordaron la riqueza espiritual e histórica de la ciudad.
Desde allí, el camino me llevó a Ranakpur,
donde el Templo Jainista me dejó una de las impresiones más memorables del
viaje. Sus columnas de mármol esculpidas con precisión infinita y el ambiente
de paz absoluta hicieron que la visita fuera realmente especial.
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| Lago Pichola (Udaipur) |
En Jodhpur, la "Ciudad Azul", la subida hasta el Fuerte Mehrangarh resultó espectacular. Sus muros imponentes contrastaban con las casas azuladas que se extendían a sus pies, creando una imagen difícil de olvidar. Paseé por el mercado de la Torre del Reloj y visité el Jaswant Thada, un mausoleo de mármol blanco con vistas privilegiadas de la ciudad.
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| Fortaleza de Mehrangarh (Jodhpur) |
Jaisalmer, en pleno desierto del Thar, me regaló otra de las experiencias más mágicas del viaje. Sus callejones dorados, su fuerte vivo y los templos jainistas fueron solo el inicio, pues la excursión al desierto, viendo el atardecer entre dunas y contemplando las estrellas, fue uno de esos recuerdos imborrables.
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| Dunas de Khuri. Desierto del Thar |
En Bikaner, su fuerte me pareció impresionante, aunque la verdadera curiosidad del día la protagonizó el Templo de las Ratas en Deshnok, un lugar tan peculiar como inquietante. En Pushkar, me encontré con una de las ciudades más espirituales del viaje, con su lago sagrado rodeado de ghats y templos. Allí, la tranquilidad contrastaba con el bullicio de los bazares y el colorido ambiente de esta pequeña pero vibrante localidad.
En Jaipur, la
capital de Rajastán, el Fuerte Amber fue la estrella indiscutible, con su
increíble arquitectura y sus vistas privilegiadas de la ciudad. No menos
impresionante fue el Palacio de los Vientos, con su icónica fachada llena de
pequeñas ventanas, y el Jantar Mantar, un observatorio astronómico que sigue
desafiando al tiempo. Desde allí, el viaje me llevó a uno de los lugares más
esperados: Agra.
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| Fuerte Amber (Jaipur) |
Ver el Taj Mahal con mis propios ojos fue una de esas experiencias que justifican cualquier viaje. Su perfección arquitectónica y su historia lo convierten en mucho más que un simple monumento. Pero Agra tenía más que ofrecer: el Fuerte de Agra, con su mezcla de belleza y solidez, y la ciudad abandonada de Fatehpur Sikri, que aún conserva el aura de la grandiosidad mogol.
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| Taj Mahal (Agra) |
De allí pasé a Gwalior, donde su fuerte, situado en lo alto de una colina, dominaba la ciudad con su imponente presencia. Orchha fue una grata sorpresa: su tranquilidad y sus palacios semiabandonados, rodeados de vegetación y con vistas al río Betwa, me transportaron a otra época. Khajuraho, con sus templos eróticos, fue otro de los puntos más fascinantes del viaje, con esculturas que combinaban arte y espiritualidad de una manera única.
Finalmente, llegué a Varanasi, la
ciudad más impactante de todas. Sus ghats, el Ganges, las cremaciones y el
sinfín de rituales que se sucedían ante mis ojos hicieron que esta etapa del
viaje fuera la más intensa, tanto visual como emocionalmente. Era un lugar
difícil de procesar, donde la vida y la muerte se daban la mano de manera cruda
y directa.
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| Río Ganges a su paso por Varanasi |
A pesar de los desafíos, hubo momentos en los que me sentí pletórico, como si cada pequeño contratiempo fuera un precio justo a pagar por el privilegio de estar allí. Los monumentos y su patrimonio cultural me maravillaron una y otra vez, y aunque a menudo sentí que muchos buscaban aprovecharse, también encontré personas que me ofrecieron ayuda sincera. Todo ello, junto con un constante sentido de aventura, hizo que la experiencia resultara única y completamente diferente a lo que había vivido hasta ahora en cualquier viaje.
Si algo también me quedó claro fue que haber contado con
transporte privado para la mayoría de los trayectos importantes fue una
decisión completamente acertada. Sin este recurso, es probable que el cansancio
y las dificultades hubieran teñido mi experiencia de otro color, pero gracias a
esa comodidad, pude abordar cada etapa, en la mayoría de ocasiones, con la
energía y disposición necesarias para disfrutar al máximo.
Ahora, al mirar hacia atrás, me doy cuenta de que India me
ofreció una lección que difícilmente olvidaré. Es un país que no trata de
suavizar su realidad: muestra su cara más dura, pero también su lado más
inspirador. Es un lugar de contrastes, donde lo agotador y lo sublime conviven
de manera natural. Y aunque no es un destino fácil, puedo decir con total
certeza que ha sido uno de los más enriquecedores.
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| Taj Mahal (Agra) |
¿Volveré? No lo sé. No es un no, pero tampoco un sí. India es un país que te sacude, que te desafía y que deja una huella imposible de borrar. Quizás algún día sienta la llamada de volver a recorrer sus calles caóticas, perderme entre sus templos o dejarme sorprender una vez más por su gente. O quizás prefiera conservar intacto el recuerdo de esta aventura, con todo lo bueno y lo malo que ha supuesto. Solo el tiempo dirá.








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