INDIA - DIA 24. Varanasi: despedida del alma de la India

13 de Septiembre de 2025.

Me desperté sabiendo que era el último día en Varanasi y casi en la India, y con eso vino una sensación distinta. No era nostalgia, ni prisa, sino la tranquilidad de haber exprimido el viaje hasta el final. Varanasi me había hecho experimentar sentimientos tan fuertes en tan poco tiempo que no quedaba espacio para la melancolía. Había caminado, observado y vivido cada rincón con intensidad, y eso bastaba. Hoy no se trataba de descubrir más, sino de disfrutar el cierre, de poner el broche final sin apuro. Salí a la calle con calma, con esa satisfacción que deja lo completo, cuando uno siente que no faltó nada y que cada día valió la pena a pesar de las adversidades.

SHITALA GHAT

Decidí comenzar la jornada acercándome al Shitala Ghat, uno de los más tradicionales de Varanasi y dedicado a la diosa Shitala Devi, protectora contra las enfermedades y símbolo de purificación.

Para llegar hasta allí utilicé de nuevo la aplicación Rapido. Ya le había cogido el gusto a moverme en moto por la ciudad: rápida, práctica y sorprendentemente barata. Este trayecto, por ejemplo, me costó apenas cincuenta rupias, y en menos de quince minutos estaba frente al río.

Durante el recorrido, sentí esa mezcla de caos y vitalidad que caracteriza a Varanasi. El tráfico seguía siendo un laberinto endiablado, pero los motoristas parecían tener un sexto sentido para sortearlo: adelantaban entre vacas, peatones y coches como si todo respondiera a un orden secreto que solo ellos entendían.

Al llegar, noté que muchos de los ghats cercanos seguían parcialmente anegados por la crecida del Ganges, pero Shitala resistía mejor. Parte de sus escalinatas quedaban aún al descubierto, lo suficiente como para ofrecer una imagen más reconocible y serena de lo que es Varanasi en época seca. La vida fluía sin pausa: mujeres haciendo ofrendas, barqueros esperando clientes, niños jugando en la orilla. Todo tenía un ritmo más calmo, más cotidiano.

Shitala Ghat

Shitala Ghat

Me quedé un buen rato observando la escena. Después de tantos días de intensidad, aquella imagen de normalidad era casi un regalo.

NUEVOS PASEOS POR EL CENTRO

Decidí regresar caminando hacia el centro, sin rumbo fijo. Quería despedirme de la ciudad a mi manera, sin buscar nada concreto. Volví por callejones que ya conocía, entre templos, puestos de flores y tiendas diminutas que parecían no haber cambiado en siglos. Varanasi seguía siendo la misma: desbordante, insistente, imposible de ignorar.

Calle de Varanasi

Calle de Varanasi

Aun así, había aprendido a moverme con más soltura. Ya no me desconcertaban los empujones, los ruidos o las miradas insistentes. Alguno volvió a intentar venderme algo, o convencerme para “una visita especial” o “un buen precio amigo”, pero esta vez no cedí. Me limité a sonreír y seguir andando.

Calle de Varanasi

Calle de Varanasi

Gente de Varanasi

Entre unas cosas y otras, el cansancio empezó a notarse. El calor era denso y el cielo, que por la mañana había estado claro, se había vuelto oscuro y amenazante. Sobre las tres de la tarde decidí volver al hotel. Apenas tuve tiempo de llegar cuando el cielo se abrió y cayó una tormenta monumental. El agua golpeaba con fuerza los balcones y las calles se convirtieron en ríos en cuestión de minutos. Duró casi dos horas, y mientras tanto, desde la ventana, veía cómo la ciudad entera parecía detenerse.

Gente de Varanasi

Gente de Varanasi

PASEO EN BARCO POR EL GANGES

A las cinco, cuando la lluvia cesó, volví a salir. El aire había cambiado: olía a tierra mojada y el cielo, aunque aún nublado, dejaba pasar algunos rayos de luz.

Me costó avanzar; varias calles seguían anegadas, pero no me importó. Iba contento, porque me dirigía a mi última actividad en Varanasi: un paseo en barco por el Ganges.

Durante días había pensado que me quedaría sin hacerlo. Las embarcaciones pequeñas y medianas tenían prohibido navegar con turistas debido a la fuerza de la corriente, que seguía siendo peligrosa. Incluso algunas barcas de mercancías permanecían amarradas. Pero, gracias a un policía con el que hablé el día anterior, supe que había una empresa que mantenía un único viaje diario con un barco grande: Alaknanda Cruise (www.alaknandacruise.com) .

El barco partía a las 18:15, y era necesario estar media hora antes. Conseguí mi billete dos días atrás, por pura suerte: temporada baja y plazas libres de última hora. En otras épocas, habría sido imposible. Me quedaba sin el amanecer en barca pequeña, sí, pero al menos tendría el atardecer sobre el Ganges, y eso ya era un cierre perfecto.

Puerto de Varanasi

El barco era amplio, cómodo y estable. Navegamos lentamente hacia el norte, y a medida que avanzábamos, el paisaje revelaba los ghats cubiertos por la crecida. Desde el agua, podía reconocer Assi Ghat, Harishchandra, Manikarnika, Dasashvamedh… todos semienterrados bajo las aguas, apenas visibles, como si la ciudad estuviera conteniendo el aliento bajo el peso del monzón.

Ghats de Varanasi desde Paseo en Barco por el Río Ganges

Ghats de Varanasi desde Paseo en Barco por el Río Ganges

Ghats de Varanasi desde Paseo en Barco por el Río Ganges

Desde allí pude comprobar la imposibilidad total de enlazar caminando los ghats: si quedaba alguna duda, el panorama la despejaba por completo. Era impresionante ver las dimensiones del río en época de monzón y cómo la gente se adaptaba a ello con una naturalidad asombrosa. Seguían bañándose, haciendo ofrendas, encendiendo velas y realizando los mismos gestos de devoción en los pocos espacios que el agua dejaba libres.

Ghats de Varanasi desde Paseo en Barco por el Río Ganges

El barco también pasó frente a la terraza de Manikarnika, y fue imposible no recordar aquella experiencia intensa vivida días atrás. Ahora la contemplaba desde otra perspectiva, más serena, con la distancia justa para entender que también eso formaba parte de una experiencia única.

Manikarnika Ghat desde Paseo en Barco por el Río Ganges

Manikarnika Ghat desde Paseo en Barco por el Río Ganges

El cielo se fue tiñendo de tonos naranjas y rosados, y poco después, al dar la vuelta y remontar la corriente, el barco se detuvo frente al Dasashvamedh Ghat. Desde allí, como había hecho el propio Modi días atrás, los pasajeros pudimos contemplar el Ganga Aarti desde el río. Las lámparas, las voces de los sacerdotes, los mantras, las campanas, todo se reflejaba sobre la superficie del agua, creando una imagen imposible de olvidar. No había mejor manera de despedirse de Varanasi.

Ghats de Varanasi desde Paseo en Barco por el Río Ganges

Ganga Aarti desde Paseo en Barco por el Río Ganges

Desembarcamos hacia las ocho y cuarto. Caminé sin prisa hasta una pizzería cercana al hotel y cené tranquilo, disfrutando de los últimos momentos en la ciudad. Mientras comía, pensaba en todo lo vivido: los templos, los ghats, el caos, la devoción, los silencios, el calor y la lluvia. Todo.

De vuelta al hotel, hice la maleta con calma, todavía con la cabeza llena de imágenes. Esa noche me dormí feliz, con la certeza de haber vivido algo irrepetible.


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