11 de Septiembre de 2025.
Varanasi —también conocida como Benarés o Kashi— no es solo una de las ciudades más antiguas del mundo habitadas de forma continua, sino el corazón espiritual de la India. Se dice que fue fundada por el propio dios Shiva, lo que la convierte en un lugar sagrado desde tiempos inmemoriales. Situada a orillas del río Ganges, esta ciudad es considerada por los hindúes como el lugar más auspicioso para morir, ya que, según la tradición, quien expira aquí rompe el ciclo del samsara (la rueda de la reencarnación) y alcanza el moksha, la liberación espiritual definitiva.
La espiritualidad de Varanasi no se encuentra solo en sus templos o rituales, sino en cada rincón de sus callejuelas, en el humo del incienso que impregna el aire, en los cantos védicos que se escuchan al amanecer y en los peregrinos que vienen de todo el país para bañarse en las aguas purificadoras del Ganges. Este río no es solo un curso de agua, sino una deidad viva, Maa Ganga, la Madre Ganges, que tiene el poder de lavar los pecados de esta vida y de las anteriores.
Un dato curioso: las cenizas de millones de personas han sido arrojadas al Ganges, y en los ghats —las escalinatas que descienden al río— se celebran cremaciones día y noche. No obstante, a pesar de la constante presencia de la muerte, Varanasi no es una ciudad triste. Es una ciudad de transición, de transformación, donde vida y muerte conviven de manera natural, casi poética. Quizá por eso, cuando uno camina por sus calles, siente que el tiempo se diluye, que lo mundano se desvanece, y que algo muy antiguo y profundo nos observa en silencio.
Me levanté a las diez de la mañana, habiendo dormido apenas cinco horas, con el cansancio todavía pesando sobre mi. Desayuné tranquilo: fruta fresca, tostadas y té, permitiéndome un pequeño oasis de normalidad antes de sumergirme en el caos y la majestuosidad de Varanasi. Con el sol comenzando a calentar y la ciudad ya viva, me dispuse a salir hacia el río, con la sensación de que aquel día iba a ser intenso y revelador.
ASSI GHAT
El Assi Ghat era la primera parada. Aunque cubierto en parte por la crecida del Ganges, su accesibilidad era relativamente mejor que la de otros ghats, lo que permitía acercarse a la orilla sin demasiadas complicaciones. Desde allí, la magnitud del río era impresionante: el Ganges se extendía ancho y poderoso, con un caudal medio de 12.000 m³/s en temporada de monzón y más de 2.500 km de longitud que atraviesan múltiples estados. Pero lo más increíble era que a pesar de la fuerza del agua, incluso con la crecida y siendo época de monzón, la gente seguía bañándose, lavando la ropa y haciendo sus rituales, mostrando lo acostumbrados que están a convivir con el agua.
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| Assi Ghat |
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| Río Ganges a su paso por Assi Ghat |
Este ghat es uno de los más antiguos y simbólicos de Varanasi. Se dice que el nombre viene del río Assi, que desemboca justo aquí, y según algunas leyendas, fue el lugar donde el dios Shiva liberó una espada después de derrotar a unos demonios. También es mencionado en textos como el Skanda Purana, lo que deja claro que no es un sitio cualquiera, aunque ahora la vida aquí parezca seguir su curso sin prestar atención a tanta historia.
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| Río Ganges a su paso por los Ghats de Varanasi |
Desde Assi Ghat, comencé a explorar los ghats cercanos a pie, cruzando callejones interiores de la ciudad para poder aproximarme a cada uno, ya que muchos escalones estaban sumergidos. Se podían ver nombres como Tulsi Ghat, Manikarnika, Ganga Mahal, Darbhanga y otros, pero el flujo del agua convertía cualquier paseo lineal en un verdadero laberinto de calles y callejones.
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| Río Ganges a su paso por los Ghats de Varanasi |
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| Río Ganges a su paso por los Ghats de Varanasi |
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| Río Ganges a su paso por los Ghats de Varanasi |
La ciudad se desplegaba como un mosaico: vacas cruzando sin prisa, comerciantes abriendo tiendas, devotos y locales moviéndose entre la humedad y el calor, mientras el Ganges permanecía omnipresente, testigo silencioso y poderoso de toda la escena.
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| Río Ganges a su paso por los Ghats de Varanasi |
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| Río Ganges a su paso por los Ghats de Varanasi |
HARISHCHANDRA GHAT
Al llegar a Harishchandra Ghat, la solemnidad se imponía. Este ghat, famoso por las cremaciones, estaba casi completamente anegado, dejando solo unos pocos escalones visibles. Observé cómo los trabajadores preparaban las piras, la madera dispuesta con precisión, los cuerpos cubiertos y listos para la ceremonia. A pesar del agua, el ritual se mantenía, inalterable. La sensación era intensa: el olor, el calor de las llamas, el murmullo de los mantras, y el contraste de la vida cotidiana alrededor hacían del lugar un punto de reflexión profunda sobre la muerte y la trascendencia.
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| Cremaciones Harishchandra Ghat |
No es un sitio fácil. No porque sea desagradable, sino porque te pone delante algo que normalmente evitamos mirar. La muerte aquí está presente, pero no hay dramatismo. La gente está tranquila, en silencio. Los que están allí no lloran, acompañan. Es otro tipo de respeto.
Me quedé un rato en una parte más apartada, sin molestar. No es un lugar para hablar mucho. Sólo miraba, intentaba entender. El humo, la madera, los hombres preparando las piras… todo tenía su ritmo. Me impresionó, pero sin sensacionalismo. Era más bien una sensación de calma rara. Como si aquí morir fuera parte de la vida, y no algo que se esconde.
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| Cremaciones Harishchandra Ghat |
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| Harishchandra Ghat |
Este ghat se llama así por el rey Harishchandra, que según las leyendas trabajó aquí mismo como encargado de las cremaciones después de perderlo todo. Dicen que lo hizo por seguir diciendo la verdad.
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| Harishchandra Ghat |
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| Harishchandra Ghat |
GODOWLIA Y DAALMANDI MARKET
Tras salir de Harishchandra, me adentré en Godowlia Market. El cambio fue abrupto: del murmullo del río pasé al caos organizado del comercio local. Calles estrechas, vendedores de especias, bangles, flores y alimentos, un olor que mezclaba incienso, frituras y polvo. El mercado de flores me llamó la atención: se trata de un comercio vital para las cremaciones, ya que se utilizan coronas, guirnaldas y pétalos en cada ceremonia, manteniendo viva la tradición y el colorido de los rituales.
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| Centro de Varanasi |
Más adentro, el Daalmandi Market mostraba un rostro más local. Puestos pequeños, gente conversando, animales entre las calles, vendedores ofreciendo té y dulces. La sensación era de autenticidad: aquí se vive Varanasi de manera directa, sin filtros, entre lo comercial, lo ritual y lo cotidiano. Callejones estrechos conectaban estos mercados con ghats accesibles y templos cercanos, permitiéndome seguir explorando la ciudad sin depender de un recorrido lineal por los escalones inundados del Ganges.
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| Mercado de las Flores. Godowlia Market |
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| Mercado de las Flores. Godowlia Market |
KASHI VISHWANATH
El templo Kashi Vishwanath es el corazón espiritual de Varanasi. Construido originalmente en el siglo XI y reconstruido varias veces, está dedicado a Shiva y es uno de los Doce Jyotirlingas. Entré, sintiendo la energía del lugar, pero era imposible tomar fotos debido a la multitud y la seguridad. La devoción se percibe en cada gesto: peregrinos tocando el lingam, oferentes encendiendo lámparas y sacerdotes recitando mantras. La arquitectura combina elementos medievales y modernos: cúpulas doradas, puertas ornamentadas y patios llenos de fervor religioso. La sensación de historia, fe y continuidad era abrumadora.
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| Templo Kashi Vishwanath |
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| Torre Templo Kashi Vishwanath |
TEMPLO NEPALI (KATHWALA)
Tras recorrer las callejuelas internas de Varanasi, llegué al Templo Nepali, un lugar alejado de la ribera del Ganges, más íntimo y menos frecuentado por turistas. Su acceso se realiza por un estrecho pasaje que desemboca en un pequeño patio, lo que ya anuncia que estamos ante un espacio de carácter más recogido. Este templo, construido por la comunidad nepalí de la ciudad, destaca por su arquitectura típica del valle de Katmandú: techos escalonados en pagoda, maderas talladas con precisión, y balcones que parecen sostenerse en el aire.
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| Templo Nepali (Kathwala) |
El interior era un contraste sorprendente: silencioso, fresco y oscuro, iluminado solo por la luz que entraba por los ventanales altos. Lo que más me impactó fueron los relieves que decoran pilares y paredes, representando escenas del Kama Sutra. No se trata de pornografía, sino de un arte simbólico y ritual, donde el placer, la unión y la espiritualidad se entrelazan. Cada figura parece contar una historia sobre la vida, el deseo y el equilibrio entre cuerpo y alma.
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| Templo Nepali (Kathwala) |
Los techos tallados, los frisos con motivos florales y geométricos, y los pequeños santuarios secundarios hacían del lugar un microcosmos de devoción y cultura. Podía percibir que cada madera, cada relieve y cada esquina tenía un significado profundo para la comunidad que lo mantenía vivo.
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| Templo Nepali (Kathwala) |
MANIKARNIKA GHAT
Manikarnika Ghat es, sin duda, el epicentro de las cremaciones. Su historia es milenaria, vinculada a las leyendas de Shiva y Parvati, y su función es esencial en la espiritualidad de Varanasi: liberar el alma y asegurar el moksha, la liberación del ciclo eterno de la reencarnación. No es simplemente un ghat más; es el corazón mismo del tránsito entre la vida y la muerte. Para muchos, morir en Varanasi y ser incinerado aquí no es el final, sino la meta.
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| Manikarnika Ghat |
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| Manikarnika Ghat |
Estos días, el acceso era especialmente complicado. El Ganges estaba, como ya he comentado, a su máximo nivel y las escaleras que normalmente llevan hasta la plataforma de cremaciones se encontraban bajo el agua. Mientras intentaba orientarme con el móvil, un comerciante se acercó, curioso por ver la dirección que estaba buscando. Al saber que mi intención era acceder a Manikarnika se ofreció acompañarme, y acepté, sin imaginar lo que vendría después.
Avanzamos entre callejones hasta llegar al punto donde el acceso por tierra desaparecía bajo el río. Solo sumergiéndose hasta la cintura podía uno alcanzar la plataforma. El comerciante habló con un trabajador del ghat y, en pocos minutos, apareció un pequeño bote que nos acercó los últimos metros. Subí, con el corazón acelerado, consciente de que estaba cruzando una frontera invisible.
Al llegar, el impacto fue inmediato. Diez cuerpos, cubiertos con telas naranjas y doradas, reposaban a mi alrededor. La madera se apilaba, el fuego crepitaba, el calor era insoportable. El humo lo envolvía todo; el olor, penetrante, extraño, por momentos desagradable y por otros, casi hipnótico. Sentía el sudor corriendo por mi cuerpo, una mezcla de respeto, desconcierto y una sensación de estar presenciando algo que desbordaba cualquier intento de explicación racional. No había llanto, ni dramatismo. Solo el murmullo de los mantras, el ritmo de los hombres que movían la leña y avivaban las llamas, la aceptación absoluta de la muerte como parte de la vida.
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| Manikarnika Ghat |
El comerciante y el trabajador comenzaron a explicarme los diferentes tipos de madera y materiales usados en las cremaciones, los costes, las dificultades que enfrentaban las familias más pobres. Enseguida, el tono cambió: me pidieron una contribución de sesenta euros para ayudar a los desfavorecidos. La presión fue inmediata, incómoda. Me vi rodeado, insistían con un tono cada vez más duro. Durante unos minutos, temí que la situación se saliera de control. Negocié, contuve la tensión como pude y terminé entregando quince euros, con el pulso acelerado y una sensación de agotamiento absoluto.
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| Manikarnika Ghat |
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| Manikarnika Ghat |
De regreso al bote, el comerciante insistió en llevarme a una tienda de su familia. Otra vez la misma escena: exigencias, presión, un intento de venderme telas por casi cincuenta euros. Volví a discutir y acabé comprando algo simbólico por diez. Cuando por fin me vi a solas, lejos del humo y del ruido, estaba completamente exhausto. Me senté en una cafetería cercana, pedí un lassi y me quedé casi una hora mirando al vacío, intentando procesar todo. India, una vez más, me había llevado al límite.
Manikarnika no es solo fuego, humo y muerte. Es una lección brutal de realidad. Todo ocurre a la vista de todos: los cuerpos, las llamas, las cenizas que el viento esparce sobre el Ganges. No hay nada que esconder. No hay paredes ni cortinas. Desde cualquier terraza cercana puedes ver el ciclo completo. Y eso te obliga a mirar, aunque quieras apartar la vista. Porque allí, entre el calor y el humo, la muerte deja de ser un concepto abstracto y se convierte en algo físico, presente, inevitable.
Cuando me alejé, el humo seguía en mi ropa y en la garganta. Caminé sin hablar, con esa imagen persistente grabada en la mente. En Varanasi la muerte no es el final: es una parte más del camino. Pero presenciarla tan de cerca, con toda su crudeza y su serenidad, deja una huella que no se borra fácilmente.
DASASHVAMEDH GHAT
Desde allí seguí caminando. Pasé por algunos ghats más, sin detenerme demasiado. Cada uno tenía su ambiente, su gente, su rutina. A esas alturas del paseo, ya no necesitaba que todo me sorprendiera; a veces bastaba con seguir andando y mirar.
Lo que sí me atrajo fue el Dasashvamedha Ghat, uno de los ghats más conocidos y significativos de Varanasi. Desde el primer vistazo, es imposible no notarlo: es grande, siempre está lleno de gente y tiene una energía diferente a otros ghats de la ciudad.
Este ghat, además de ser uno de los más antiguos, tiene una importancia religiosa enorme. Su nombre está vinculado a un antiguo ritual, en el que se sacrificaban diez caballos en honor a Shiva, según cuenta la leyenda. Es un lugar que ha visto pasar siglos de historia, y eso se siente en el aire. Cada piedra, cada escalón, parece cargado de ese pasado.
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| Río Ganges desde Dasashvamedh Ghat |
Aquí, las actividades son constantes. Siempre hay personas en el río, algunos bañándose, otros realizando rituales, o simplemente sentados mirando el agua. En el lado de la orilla, la vida no se detiene, las voces de los vendedores, los murmullos de los devotos, y el sonido de los barcos cruzando el Ganges se mezclan creando una atmósfera particular, única. Es una constante actividad, pero no caótica, sino fluida, como si todo tuviera un propósito.
El ghat no se limita solo a lo religioso, también es un centro de interacción social. En él, ves grupos de personas, algunos de paso y otros que parecen haberse detenido por algún motivo. Es un lugar donde se cruza lo sagrado con lo mundano de una forma natural.
El Dasashvamedha Ghat no es un sitio para pasar desapercibido. Tiene una presencia, algo que hace que te quedes mirando más tiempo del que habías pensado.
GANGA AARTI DASASHVAMEDH GHAT
No había transcurrido demasiado tiempo, cuando volví a este mismo ghat para asistir al Ganga Aarti, la ceremonia diaria de ofrenda de fuego al río sagrado. Buena parte de las escalinatas estaban cubiertas por el agua del Ganges, que seguía crecido, por lo que el ritual se celebraba en una terraza superior. Desde lejos ya se percibía un ambiente distinto, más controlado, más expectante.
La seguridad era extrema. El primer ministro Narendra Modi se encontraba en la ciudad y presenciaría la ceremonia desde un barco frente al río. Había francotiradores en las azoteas, agentes armados patrullando entre el público, y controles en cada acceso. Nos hicieron pasar varios registros antes de entrar, revisando mochilas, cámaras y bolsillos. La entrada costaba 200 rupias y debíamos estar dentro a las cinco de la tarde, aunque la ceremonia no comenzaría hasta las siete. Dos horas de espera en el calor húmedo de Varanasi se hacían eternas.
Durante ese tiempo, el espacio se fue llenando de gente. Familias enteras, monjes, turistas, devotos… todos compartiendo un mismo silencio expectante. Preferí buscar un lugar lateral, algo elevado, desde donde pudiera observar sin estar demasiado expuesto. Desde allí veía el Ganges, oscuro y denso, reflejando las luces del atardecer y el constante ir y venir de las barcas.
Cuando el sol desapareció del todo, comenzó el aarti. Siete sacerdotes, vestidos con túnicas color azafrán y el torso cruzado por una banda blanca, iniciaron los movimientos rituales frente al río. Primero sonaron las campanas pequeñas, luego los tambores, y después el eco grave de una caracola. Las lámparas de múltiples niveles giraban en amplios círculos, dejando trazos luminosos en el aire, mientras el humo del incienso ascendía en espirales lentas.
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| Ganga Aarti. Dasashvamedh Ghat |
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| Ganga Aarti. Dasashvamedh Ghat |
El fuego se reflejaba en el Ganges crecido, y por momentos la escena parecía suspendida entre lo real y lo simbólico. No había gritos ni voces, solo el ritmo del ritual y el murmullo de los mantras. Todo fluía con la misma naturalidad que el río mismo.
Durante unos minutos observé las luces del barco del primer ministro reflejándose sobre el agua oscura. La embarcación permanecía inmóvil, rodeada de un perímetro de seguridad visible incluso desde nuestra terraza. El contraste era extraño: los sacerdotes continuaban su coreografía milenaria mientras, a unos metros, decenas de agentes vigilaban cada movimiento. El aire olía a incienso y a tensión.
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| Barco Presidencial presenciando el Ganga Aarti |
El aarti siguió su curso. Las lámparas giraban, las campanas repicaban y, por encima de todo, el fuego se reflejaba en el Ganges crecido como una superficie viva. A ratos, el humo se mezclaba con el polvo y el calor, y costaba mantener la vista fija.
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| Ganga Aarti. Dasashvamedh Ghat |
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| Ganga Aarti. Dasashvamedh Ghat |
Cuando terminó la ceremonia, la multitud comenzó a dispersarse lentamente, sin aplausos ni palabras. Nadie podía acercarse al agua: las zonas bajas seguían inundadas y los accesos estaban bloqueados por la seguridad. Me quedé un momento quieto, observando cómo se apagaban las últimas lámparas y cómo el murmullo de la gente sustituía el sonido de los tambores.
Sentía haber vivido algo excepcional, difícil de explicar del todo. No por la presencia del poder ni por el espectáculo, sino por la intensidad del momento: la mezcla de devoción, fuego y ruido contenía algo que solo se entiende estando allí.
Tras salir de los callejones, me dirigí al restaurante Mona Lisa. El lugar ofrecía un respiro de la intensidad del Ganga Aarti: luces cálidas, mesas ordenadas y un ambiente tranquilo. Pedí pizza, disfrutando de la sencillez de la comida tras la ceremonia tan cargada de simbolismo.
Después de cenar, me retiré a descansar, dejando que la noche de Varanasi se cerrara lentamente a mi alrededor.


















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