Aquel día desperté más tarde que nunca, sobre las ocho y media. El descanso me había sentado de maravilla después de tantas jornadas intensas, y por primera vez en mucho tiempo sentí que mi cuerpo había recuperado el ritmo tranquilo que pedía el viaje. Desde la habitación, el murmullo lejano del pueblo y el canto de los pájaros marcaban el inicio pausado de la mañana.
Volví a desayunar con Surendra, Kiran y Khushi en el patio común. Era un desayuno sencillo, como siempre: plátanos, crepes finos y té. Charlamos sin prisas, entre sonrisas y despedidas que ya se intuían. Aquella familia, con su calidez y hospitalidad, había conseguido que en apenas dos días Orchha me resultara un lugar cercano, de esos que se quedan en la memoria más allá de las fotografías.
Poco después, hacia las diez, llegó el momento de partir. Me despedí de ellos con un apretón de manos y unas palabras que quedaron cortas frente a lo que realmente sentía. No fue una despedida grandilocuente, sino de esas que dejan un silencio lleno de gratitud. Caminé hasta la puerta del homestay, donde Rajesh ya me esperaba con su sonrisa tranquila y el coche preparado para retomar la ruta. Surendra, Kiran y Khushi salieron hasta la puerta para despedirme con un último gesto amable mientras el coche arrancaba lentamente. A través del retrovisor los vi alejarse, y un pequeño nudo en la garganta me acompañó durante un buen tramo del camino. Era hora de seguir hacia el próximo destino, con la sensación de haber dejado atrás un rincón pequeño pero inolvidable.
RANEH FALLS
El trayecto sería largo, unas cuatro horas de carretera, y pronto quedó claro que no sería un viaje cómodo. El asfalto daba paso a tramos irregulares, con baches que obligaban a reducir la velocidad y desvíos improvisados que nos llevaban por caminos de tierra. Aquel recorrido exigía bastante paciencia; me notaba cansado, probablemente por la acumulación de días en ruta. Entre campos resecos y arboledas dispersas, el avance se hacía lento, aunque cada kilómetro me acercaba más a mi próximo destino.
A medida que nos aproximábamos a la región de Khajuraho, el paisaje comenzó a transformarse. Los llanos agrícolas se fueron abriendo hacia un relieve más quebrado, con afloramientos rocosos que anunciaban la presencia de un entorno diferente. Antes de llegar a la ciudad, decidí hacer una parada en uno de los enclaves naturales más sorprendentes del centro de la India: las Raneh Falls, situadas a unos 20 kilómetros de Khajuraho, dentro del Ken Gharial Sanctuary.
En el último tramo del camino hacia las cascadas, algo llamó mi atención: un elefante pintado con motivos florales y geométricos, avanzando lentamente junto a su cuidador. Sus colores —rojos, azules y dorados— brillaban bajo el sol como si fuera una escultura en movimiento. Fue una imagen casi surrealista, una estampa viva de la India más tradicional que contrastaba con la fuerza indómita del paisaje.
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| Elefante camino hacia Raneh Falls |
El lugar es, en esencia, un vasto cañón esculpido por el río Ken a lo largo de milenios, donde el agua ha tallado un paisaje de extraordinaria belleza geológica. Las paredes del desfiladero, que alcanzan en algunos tramos hasta 30 metros de profundidad, muestran una asombrosa variedad de colores —rosas, grises, verdes y rojizos— fruto de la presencia de basaltos, granitos y doleritas que se superponen como un mosaico natural. En época de monzones, el río desciende con fuerza, creando un conjunto de cascadas que se precipitan entre las grietas de la roca con un estruendo hipnótico; durante la estación seca, en cambio, el cañón revela con nitidez su compleja estructura, casi como una obra de arte tallada por el tiempo. Yo tendría la suerte de vivir el primer escenario que describo y os aseguro que fue espectacular.
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| Raneh Falls |
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| Raneh Falls |
A la entrada del recinto, un guía local me fue asignado —es obligatorio para todos los visitantes— y me explicó brevemente la geología y la fauna de la zona. El recorrido, de una hora escasa con paradas, se realiza por un sendero circular que va enlazando distintos miradores, cada uno con una perspectiva más espectacular que el anterior. Desde los puntos más altos, el cañón se abría en toda su amplitud, y el rugido del agua resonaba a lo lejos, mezclado con el canto de las aves y el murmullo del viento. La entrada cuesta 250 rupias, una cifra modesta para la magnitud del lugar y el acompañamiento del guía.
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| Raneh Falls |
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| Raneh Falls |
Lo que más me cautivó fue precisamente esa sensación de conexión con la naturaleza. Después de tantos días de templos, palacios y ciudades llenas de historia, volver a un entorno natural tan puro y salvaje me resultó revitalizante. Caminaba sin prisa, deteniéndome en cada mirador, dejando que la vista se perdiera en el contraste de las rocas y el verde disperso del bosque que bordeaba el cañón.
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| Raneh Falls |
El aire fresco del cañón, el sonido del agua y el silencio del bosque me devolvieron una energía que creía agotada. Mientras retomábamos la carretera hacia Khajuraho, el paisaje seguía desplegándose ante mí con esa mezcla de desierto y verdor que define el corazón de la India central. No sabía exactamente qué me esperaba en el próximo destino, pero después de aquel encuentro con la naturaleza, sentía que el viaje había cambiado de ritmo.
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| Raneh Falls |
TEMPLOS DE KHAJURAHO (ESTE)
La llegada a Khajuraho se produjo poco después de abandonar las rocas del cañón; la ciudad estaba ya apenas media hora por carretera, por lo que apenas me enteré del trayecto. Decidí que, antes de instalarme en el hotel, pediría a Rajesh que me condujera al conjunto de templos del este de Khajuraho, al menos una parte de ellos, para abrir boca. Estos templos son menos célebres que los del grupo occidental —la mayoría de las postales de la ciudad—, pero resultan igualmente fascinantes, más tranquilos y perfectos para una toma de contacto relajada.
Estos templos, construidos entre los siglos IX y XI bajo la dinastía Chandela, eran más pequeños y menos ornamentados, pero conservaban la esencia del estilo escultórico y religioso que define la región: torres escalonadas (shikharas), nichos con figuras de deidades y frisos que, aunque más modestos, muestran la transición entre el arte temprano y el período de máxima madurez de Khajuraho.
Templo Vamana: Está dedicado a la encarnación enana de Vishnú. Su estructura, compacta y robusta, conserva un pequeño mandapa con columnas sencillas pero proporcionadas. Los frisos exteriores muestran escenas de la mitología vishnuita, con relieves de Vishnú en diversas formas y representaciones de apsaras danzando. Es un templo que, aunque discreto en tamaño, refleja la precisión constructiva de los Chandela: cada piedra encaja con exactitud, y las proporciones del shikhara, ligeramente piramidal, mantienen la armonía visual que caracteriza a Khajuraho.
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| Templo Vamana |
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| Templo Vamana |
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| Templo Vamana |
Templo Javari: Unos metros más adelante, el Javari se erige como un ejemplo de modestia y funcionalidad. Dedicado también a Vishnú, conserva su garbhagriha intacto y un mandapa de planta cuadrada. Los relieves exteriores son escasos, pero los que permanecen muestran figuras de deidades menores y motivos vegetales, claramente realizados con un estilo más austero que los templos occidentales. La sencillez del Javari permite apreciar la geometría pura de la construcción y la orientación ritual hacia el sol.
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| Templo Javari |
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| Templo Javari |
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| Templo Javari |
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| Templo Javari |
Templo Brahma: Por último, el templo Brahma es el más pequeño del grupo, y sorprende por su simetría y proporción. Aunque gran parte de la ornamentación se ha perdido, aún se perciben fragmentos de frisos que representan a Brahma y otras deidades védicas, junto con escenas de la vida cotidiana de la época. Su shikhara conserva el diseño escalonado característico, recordando que, incluso en templos modestos, los arquitectos buscaban mantener la verticalidad que conecta lo terrenal con lo divino.
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| Templo Brahma |
ISABEL PALACE HOTEL
Mientras nos acercábamos a los templos del Este de Khajuraho, ya se apreciaba que el cielo llevaba un rato cubierto y amenazaba lluvia. Aun así, me daría tiempo a recorrer esta primera parte antes de que comenzara a caer con fuerza, una excusa perfecta para que Rajesh me condujera al hotel después, dejando para mañana el resto de templos que aún me quedaban por visitar.
Mi alojamiento sería un hotel llamado Isabel Palace. Al llegar, me recibió un edificio de arquitectura tradicional con toques modernos, rodeado de jardines cuidados que ofrecían un respiro del calor y el polvo del camino. La decoración interior mantenía un aire artesanal, con muebles de madera tallada y suelos de baldosas.
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| Isabel Palace Hotel |
Tras hacer el check in optaría por quedarme en el hotel. La lluvia caía constante fuera, y no me apetecía salir a probar más comida india, así que me conformé, de entre las diferentes opciones que ofrecía la carta del restaurante del hotel, con una tortilla francesa y arroz blanco. El peso de tantos días de viaje empezaba a notarse cada vez más, y aproveché para descansar, dejar que la jornada se asentara y preparar el cuerpo y la mente para el intenso día de mañana explorando los templos del oeste de Khajuraho.
















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