11 de Septiembre de 2020.
Quien me iba a decir a mí que por una auténtica carambola de
la vida, volvería a Oporto diez años después y en medio de una pandemia
mundial. Verlo para creerlo.
Efectivamente, apenas dos días después de mí llegada a
Varsovia, Ryanair me comunicaba por mail que los vuelos directos entre Polonia
y España quedaban cancelados a causa del Coronavirus, lo que me obligaba a
reestructurar el viaje y a intentar que me facilitaran una combinación que me
permitiera llegar a Madrid, vía un país que no estableciera restricciones ni
pruebas sanitarias específicas para los españoles. Tras varios intentos y algo
de agobio, conseguía que esto fuera posible con escala en Oporto, por lo que
hoy pasaría la tarde en la hermosa ciudad portuguesa.
A las 12:00 despegaba el vuelo, por lo que hoy ya no tenía
sentido intentar apurar más el tiempo haciendo alguna visita, así que me
levanté tranquilo, desayuné en el hotel y sobre las 09:30 me dirigí a la estación
de tren para llegar en este medio al aeropuerto.
Todo se desarrolló con normalidad y a la hora en punto el
avión despegaba, medio vacío, rumbo a Oporto.
A las 14:45, hora portuguesa, recordemos que es una hora
menos, desembarcaba del avión, dirigiéndome a coger el metro que me llevase al
centro de la ciudad. Sorprendentemente y a pesar del tiempo transcurrido, todo
me era familiar y recordaba muchos detalles de mi anterior estancia.
Tras un transbordo en la estación de Trindade, me bajaría en
Aliados, donde se encontraba el hotel que había elegido para dormir unas pocas
horas esta noche. Su nombre era Hotel Aliados y la noche me saldría por 42,50
euros. Se encuentra en un edificio antiguo al que no le vendría mal una reforma,
aunque la habitación estaba en buen estado, limpia y bien cuidada. Eso sí era
pequeña. Lo mejor la localización, en pleno centro de Oporto para ir caminando
a cualquier lado.
Ayuntamiento y Avenida de los Aliados |
Tenía claro que mi breve estancia en Oporto iba a ser diferente, quería hacer algo que siempre me había apetecido hacer al regresa a una ciudad que ya conociera bien, que no era otra cosa que elegir algún lugar que me hubiera entusiasmado de la vez anterior y pasarme allí buena parte de la tarde, saboreando una cerveza fría. Y así lo haría.
Por tanto me encaminé hacia la ribera del Duero y una vez
allí cruzaría por su parte baja el puente Don Luis I, hasta llegar a Vila Nova
de Gaia, donde elegiría una terraza que me brindara las famosas vistas de
Oporto.
Oporto desde Vila Nova de Gaia |
Puente Luis I desde Vila Nova de Gaia |
Allí se pararía el tiempo y no me levantaría hasta el atardecer para dirigirme a cenar una de las especialidades de esta región de Portugal y que fue el descubrimiento culinario del viaje anterior: las afamadas Francesinhas, es decir el sándwich compuesto por jamón, queso, bacon, filete de ternera y huevo frito bañado todo él por una salsa hecha de cerveza y tomate, acompañado por patatas fritas. ¡Espectacular!
Cenando Francesinha. Restaurante Capa Negra II |
En esta ocasión investigaría un poco y elegiría un restaurante llamado Capa Negra II, situado en Rua do Campo Alegre, 191, con una agradable terraza en el exterior donde poder estar relajado.
Mañana mi vuelo despegaba a las 06:30 de la mañana por lo
que sobre las diez estaba apagando la luz de mi habitación para descansar, al
menos, unas horas.
Para llegar al aeropuerto a esas horas intempestivas utilizaría el servicio de Uber, solicitándolo sobre las 04:50 para ir sin agobios. Una vez allí todo se desarrollaría sin problemas y el vuelo despegaría en hora, llegando a Madrid a las 08:45, volviendo así a la dura realidad de las mascarillas y duras restricciones tras tres semanas (Andorra y Polonia) viviendo algo muy similar a lo que era todo antes de esta maldita pandemia. Esperemos que pase pronto y podamos recuperar la vida de siempre.
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