Este diario no comienza como siempre, es decir, saliendo un
viernes desde el aeropuerto de Madrid, después de un día de trabajo. En esta
ocasión eso ya lo había hecho cuatro días antes, volando hacia Viena, por lo
que, como se puede ver, lo que empiezo a contar aquí es la continuación de ese
mismo viaje, que animo a leer a quien pudiera estar interesado en la capital
austriaca. Habían sido tres intensos días descubriéndola y conociendo palacios,
iglesias, parques y la interesante historia de los Habsburgo y tras todo ello
la dejaba atrás en un tren que salía con media hora de retraso de la ciudad
imperial con dirección a Bratislava, la capital de Eslovaquia.
Panel Indicador del Tren hacia Bratislava |
Había decidido continuar mi viaje con esta ciudad, primero
por la cercanía, pues son las dos capitales europeas que más cercanas se
encuentran, distando sólo sesenta kilómetros la una de la otra, aunque si nos
ponemos pijoteros es cierto que el primer lugar lo ocuparían Roma y la Ciudad
del Vaticano, pero ya es rizar el rizo. Ante tal cercanía y lo cómodo que
resultaba era más que tentador acercarme hasta ella. En segundo lugar, era una
forma sencilla de añadir un nuevo país a mi lista lo cual era bastante atrayente,
y por último, me servía de alguna manera de descanso antes de afrontar la
última capital de mi viaje: Praga, que también es monumental y tiene muchísimo
que ofrecer, descansado un poco entre dos ciudades que tienen tantísimo
patrimonio. Con esto no quiero decir que Brastislava no tenga nada, ni mucho
menos, pero sí que es cierto que es más
pequeña y todo está muy cerca y sus monumentos no son tantos como los de Viena
y Praga, permitiéndome así tomarme las cosas con más calma y descansar un poco.
Dicho esto, vuelvo al punto exacto donde continuaba mi
viaje, es decir, contemplando por los grandes ventanales del tren como el sol
se iba poniendo sobre las grandes llanuras que unen Austria y Eslovaquia. Sólo
media hora después la oscuridad era la protagonista lo que aprovecharía para
echarme una cabezadita de otra media hora, justo el tiempo que quedaba para
llegar a la estación de Bratislava, así que si se suman los dos tiempos, ya se
habrá comprobado que sólo se tarda una hora en enlazar ambas capitales.
Nada más entrar al hall de la estación un cartel nos recibía
a todos los recién llegados con un “Welcome to Slovakia”, así que la primera
impresión del país ya era de buen anfitrión y de querer agradar a los
visitantes.
Hall de la Estación de tren de Bratislava |
Cuando salí al exterior preguntaría a un joven que donde se
cogían los tranvías y aunque este casi no hablaba inglés, me pediría que
intentara explicarle de alguna otra manera que era lo que estaba buscando para
intentar ayudarme, así que le enseñaría un plano con el símbolo del transporte
en cuestión y me indicaría que bajase por unas escaleras cercanas a la salida
del hall. Así que de momento el primer contacto con la gente del país había
sido bueno.
En mi caso tenía que tomar el tranvía número uno, para
bajarme cuatro paradas después, en la estación Vysoká, a la que llegaría en sólo
siete minutos. Por cierto que el billete se saca en las máquinas expendedoras
que están en las paradas, pero ojo que sólo admiten monedas. El importe son
setenta céntimos, por lo que el coste de la vida con respecto a Viena ya
comenzaba a notarse una barbaridad.
Bajaría por la calle Mariánska y al final, giraría a la
derecha y me encontraría un edificio un tanto cutre en una gran avenida, el
cual correspondía al Hostel Blues, la que iba a ser mi estancia en la capital
eslovaca. El precio de cada una de las dos noches que iba a estar en él, sin
desayuno incluido, sería de 17,90 euros en una habitación compartida de cuatro
personas.
Aunque el exterior puede asustar, el interior está bien. Me
atendería una chica muy amable que me explicaría el funcionamiento de las
diferentes llaves de la habitación y de la taquilla y cama que me correspondían.
Estas son amplias y están limpias, teniendo baño privado donde se encuentran
separada la ducha del lavabo, por lo que es cómodo. La zona común posee una
cocina espaciosa e impecable, pudiendo
utilizar su frigorífico para dejar alimentos y bebidas. El centro histórico se
encuentra a muy pocas manzanas por lo que no se tarda más de diez minutos
caminando en llegar.
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