02 de Mayo de 2017.
Todo tiene sus pros y sus contras y la gran ventaja de visitar
París en primavera o verano es la gran cantidad de horas de luz de las que
puedes disponer. Si además tienes suerte y el clima es agradable y a ello le
sumas el madrugar, puedes conseguir aprovechar muchísimo el tiempo,
permitiéndote, con algo de organización, visitar los principales puntos de
interés de la capital francesa en cuatro días.
En mi caso estaba consiguiendo lo que me había propuesto y
eso me hacía estar eufórico y aunque era consciente de que me iban a quedar
cosas en el tintero, no podía pedir más.
La jornada de hoy era, probablemente, la más complicada a la
hora de conseguir llevar a cabo lo que había planeado, dado que contaba con
menos tiempo para ello, pues hoy regresaba a Madrid y sobre las 16:00 tendría
que poner fin, donde estuviera, a la visita a la ciudad y, además, tenía que
contar con que iba a perder bastante tiempo con la espera, en las incómodas
filas, para entrar a ciertos lugares imprescindibles. Así que había decidido no
agobiarme y llegar hasta donde pudiese.
Tenía claro que si
quería ahorrar muchísimo tiempo, el primer lugar al que tenía que dirigirme hoy
era a la isla de la Cité, con el objetivo claro de acceder, antes de que se
formaran las largas filas, al interior de la catedral de Notre Dame. Así lo
haría y después de llegar en metro hasta la estación de Cité y andar cinco
minutos, me había plantado delante de la fachada de la épica construcción.
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Catedral de Notre Dame |
En estos momentos me encontraba en una parte del terreno que
fue testigo de los orígenes de la ciudad de París, pues ya en el siglo III era
una urbe considerable que se extendía por las islas de la Cité y de San Luis,
ambas situadas en medio del río Sena. Tras la decadencia del Imperio carolingio
se convirtió en el centro de la nueva Francia de la dinastía de los Capetos,
siendo desde entonces la capital de Francia.
Sería en la zona central de la ciudad medieval, donde se
edificaron pronto varias iglesias, así como el palacio real. Fue en esta área
donde, a mediados del siglo XII, el obispo de París, Mauricio de Sully, decidió
levantar una nueva catedral para la ciudad, pretendiendo erigir la iglesia más
grande de la Cristiandad.
Un domingo del mes de junio de 1163 se colocaría la primera
piedra, teniendo el acto tanta trascendencia que contaría con la presencia del
mismo papa Alejandro III.
La construcción de la catedral de Notre Dame llevaría dos
siglos de trabajos, suponiendo la culminación de la arquitectura gótica.
La gran obra parisina impacta desde el primer momento que la
tienes delante y según llegué a su parte delantera, decidí tomarme algo de
tiempo, pues no había nadie, para fijarme en tantos detalles como ofrece. En el
nivel inferior se encuentran las tres portadas del templo, dedicadas a la
Virgen, el Juicio Universal y San Esteban. Sobre ellas se sitúa la galería de
reyes, el rosetón y el balcón de la Virgen, para finalizar el conjunto con las
dos torres de 69 metros de altura cada una. No cabe duda que su gran
simplicidad y armonía la hacen una de las más bellas fachadas góticas que
existen.
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Catedral de Notre Dame |
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Catedral de Notre Dame |
La catedral abre al público a las 07:45 y aunque había
llegado a ella pasados unos minutos de esa hora, no entraría en su interior
hasta las 08:10 y es que, como decía, no pude evitar recrearme con los
increíbles exteriores. La entrada es gratuita y a estas horas no había nadie
por lo que me registraron la mochila y, rápidamente, pase al interior.
Creo que la mayoría coincidirá en que lo que más impacta una
vez dentro es la nave central, articulada en tres pisos, con columnas que
sostienen arcos apuntados que acaban en las bóvedas, consiguiendo una altura de
33 metros bajo la bóveda principal. Sus cinco naves y sus colosales dimensiones
permitirían albergar a 9000 personas, 1500 en las tribunas laterales.
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Nave central. Catedral de Notre Dame |
Pero, evidentemente, son sus fantásticos rosetones los que
también consiguen dejarte casi sin palabras, destacando el situado en la
fachada norte que con un diámetro de
trece metros y una decoración magistral con ochenta figuras del Antiguo
Testamento dispuestas en torno a la Virgen, hacen que sea único.
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Rosetón.Catedral de Notre Dame |
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Rosetón.Catedral de Notre Dame |
Por supuesto que tampoco hay que olvidarse del coro o del
ábside semicircular con siete absidiolos, perteneciente este último a la
primera fase de la construcción.
Si encima a todo lo anterior le sumas hechos históricos tan
significativos como que entre sus muros tendría lugar la beatificación de Juana
de Arco o la coronación de Enrique IV y Napoleón, pues la solemnidad y
misticismo que se respira en cada rincón es absoluto.
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Mausoleo.Catedral de Notre Dame |
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Vidrieras.Catedral de Notre Dame |
Sería una hora la que dedicaría a todo lo descrito
anteriormente y a muchísimo otros detalles, hasta que a las 09:10 volvería al
exterior con un claro objetivo: subir a las míticas torres tantas veces
inmortalizadas en la película El Jorobado de Notre Dame o en la novela de
Víctor Hugo Nuestra Señora de París.
Aunque la entrada se encuentra incluida en la París Museum
Card y no hay que pagar los nueve euros que cuesta el acceso sin ella, este
monumento no cuenta con el privilegio de no tener que esperar filas, por lo que
se sigue el escrupuloso orden de llegada al mismo. Había leído que aquí era
donde más tiempo perdía la gente en conseguir acceder, llegando a esperar la
friolera de dos horas o más, por lo que como no quería que esto me pasara,
decidí estar antes de que lo abrieran para intentar entrar de los primeros,
pero ello me supondría esperar desde las 09:15 que me puse a la fila hasta las
10:00 que abren el acceso. Aun así ya había delante de mí unas treinta
personas, por lo que, como se puede ver, si uno no se quiere eternizar conviene
madrugar. La entrada está situada nada más torcer por la torre izquierda,
mirando de frente la catedral.
A la hora en punto abrían el acceso, consiguiendo pasar el
último antes de que los encargados llevaran a cabo el primer corte en la fila.
La ilusión podría más que el esfuerzo y no tardaría mucho en ascender por la
estrecha escalera que me llevaría a la galería que une las dos torres, desde
donde podría disfrutar de otras maravillosas vistas de París, de las muchas que
ya llevaba contempladas, acompañado de los diversos monstruos o quimeras que el
arquitecto Viollet le Duc, el mismo que restauraría la espectacular ciudadela
de Carcassonne y otros muchos monumentos franceses, mandaría tallar, entre
ellas un fabuloso vampiro.
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París desde Torres de Notre Dame |
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París desde Torres de Notre Dame |
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París desde Torres de Notre Dame |
Este privilegiado mirador también es el mejor sitio para
admirar la tercera torre en espiral que se encuentra encima del crucero y que
es un añadido de Viollet le Duc, así como el discurrir del río Sena que se
muestra impasible al paso del tiempo.
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París desde Torres de Notre Dame |
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Quimera de Notre Dame |
Desde aquí también se accede al campanario de la torre
derecha, donde cuelga la célebre campana mayor de Notre Dame, llamada Emmanuel,
la cual pesa trece toneladas y fue refundida en el siglo XVII. Cuantos momentos
inolvidables nos haría pasar aquí el genial Quasimodo en la ficción.
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Campana de Notre Dame |
Lo siguiente que me esperaba era la subida a lo más alto de
la torre derecha, a la cual vas accediendo en un número más restringido todavía
de personas que el del primer acceso, aunque también tienes la opción de
bajarte aquí y no llegar hasta arriba. Pero, sinceramente, no vi a nadie que lo
hiciera. Todos queríamos contemplar París desde la cumbre de Notre Dame.
Y así, tras otro pequeño esfuerzo, conseguía situarme en la
cúspide con la capital de Francia a mis pies y con un día fantástico donde el
sol jugaba a esconderse entre las nubes, creando juegos de luces y sombras que
iban iluminando y oscureciendo la ciudad.
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París desde Torre de Notre Dame |
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Torre de Notre Dame |
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París desde Torre de Notre Dame |
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Torre Eiffel y Los Inválidos desde Torre de Notre Dame |
Aunque te indican que sólo puedes permanecer aquí cinco
minutos, el vigilante no lo controla, por lo que si vas dejando pasar a la
gente puedes tirarte todo el tiempo que te apetezca. Yo dejaría pasar a tres
grupos y nadie me dijo nada.
Es cierto que me hubiese tirado aquí toda la mañana, pero
todavía me quedaba mucho por hacer, así que era el momento de volver a pisar el suelo de la calle.
No quería dejar definitivamente Notre Dame sin rodearla,
pues tenía ganas de fijarme en los impresionantes arbotantes de quince metros
de altura cada uno, que coronan la cabecera de la fachada este y que con su
colocación permitieron abrir grandes ventanales. Sin duda que es otra de las
imágenes más características de la catedral de París. Y aunque lo ideal para
esta parte es verla desde el otro lado del río para así tener algo más de
perspectiva, no había tiempo para ello, pues tenía que continuar con la siguiente
visita, por lo que me dirigí hacia ella, pasando otra vez por la plaza donde se
ubica la fachada principal del gran templo y comprobando la cantidad ingente de
personas que esperaban cola para entrar. Realmente sorprendente.
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Catedral de Notre Dame |
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Catedral de Notre Dame |
Volvía a pasar por aquí para dirigirme a uno de los
monumentos que más me sorprenderían de mi anterior visita con mi familia y que
el tiempo no sólo no ha conseguido borrar de mi memoria, sino que ha mantenido
las imágenes casi intactas. Tanto me gustaría Saint Chapelle que no quería irme
de París sin volver a visitarla.
Esta se encuentra dentro del perímetro
del palacio de justicia, por lo que la seguridad es mayor si cabe que en otros
lugares y los controles tienen hasta arco de metal por lo que la espera es más
lenta todavía que en otros monumentos. Cuando llegué se me caería el alma un
poco a los pies pues había una fila considerable, aun en la parte reservada
para los que poseíamos la Paris Museum Card, lo que implicaba que me iba a
hacer perder buena parte del tiempo ganado en Notre Dame, pero aún así me
negaba a no poder volver a entrar a esta joya.
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Palacio de Justicia y Sainte Chapelle |
Sin el pase la entrada supone 10 euros si no es gratuita. Su
horario es de 09:00 a 19:00 por lo que se podría tratar de estar aquí nada más
abrir pero al final te tocaría esperar en Notre Dame que es peor, por lo que al
final si lo que quieres es entrar en las dos de forma consecutiva el mismo día,
hay que mentalizarse para aguantar las siempre incómodas filas.
La arquitectura gótica suele llamar la atención por su
monumentalidad y dimensiones, pero la parisina Sainte Chapelle es una magnífica
excepción. Puede que sea más pequeña que las grandes catedrales del norte de
Francia, pero su perfección de orfebrería la convierte en uno de los mejores
ejemplares de este estilo. De hecho, mucha gente la considera como uno de los
edificios más bellos del país.
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Sainte Chapelle |
La Sainte Chapelle (o Santa Capilla) fue encargada por Luis
IX, también conocido como San Luis. Este, a su paso por las cruzadas, había
adquirido reliquias religiosas a precios exorbitantes, y su capilla fue
diseñada para custodiarlas. El edificio consta de dos niveles: la capilla
inferior estaba consagrada al personal del palacio real, mientras que la
superior conservaba las reliquias más preciadas de San Luis: la Corona de
Espinas y un fragmento de la Santa Cruz. La cámara, por tanto, fue concebida
como un santuario. Sus ventanales ilustraban más de 1300 escenas bíblicas, y
una de ellas representa al rey recibiendo las reliquias.
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Sainte Chapelle |
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Sainte Chapelle |
Las generaciones posteriores no mostraron el mismo espíritu
religioso que el rey, y la capilla superior fue cayendo en desuso gradualmente.
Antes de la revolución de 1789, fue utilizada como almacén de grano, y
posteriormente se convirtió en archivo legal con enormes armarios que
bloqueaban la visión de las vidrieras. En el siglo XIX, la capilla sería
restaurada por el genial Viollet le Duc. Las reliquias serían retiradas. La
Corona de Espinas se halla actualmente en la catedral de Notre Dame, junto con
el órgano, el altar y otros elementos.
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Sainte Chapelle |
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Sainte Chapelle |
Hoy en día la capilla se utiliza principalmente como sala de
conciertos, aunque cada año se celebra una misa durante la festividad de San
Ivo.
La verdad que admirando las maravillosas vidrieras te puedes
tirar todo el tiempo del mundo que nunca será suficiente, así que tras unos
veinte minutos contemplándolas, decidiría continuar mi ruta.
No tendría que andar apenas, pues casi contigua a Sainte
Chapelle está la Conciergerie, formando también parte del palacio de justicia.
La entrada con la París Museum Card es libre, sino supone nueve euros.
Sorprendentemente no había nadie esperando para entrar, así
que fue llegar y besar el santo. Aquí tampoco me entretendría demasiado, lo
justo para hacer el circuito auto guiado con el plano que te facilitan, pero
sin detenerme en exceso ni recrearme, pues el tiempo ya jugaba en mi contra.
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Conciergerie o Palais de la Cité |
Sí hay que destacar de ella que tres antiguos reyes de
Francia tuvieron aquí su sede, aunque la familia real se trasladó al Louvre
hacia 1350, y cuando el palacio fue utilizado con mayor frecuencia como sede de
los procesos judiciales, la Conciergerie se convirtió en prisión hacia 1390. El
edificio gozaba ya de una siniestra reputación, especialmente su cámara de
torturas en la torre Bonbec, antes de ser utilizado por el tribunal
revolucionario durante el periodo del Terror, en los años noventa del siglo XVIII.
En efecto, los elevados ideales de la Revolución Francesa
habían dado paso a la brutalidad del Terror jacobino, entre 1793 y 1795, etapa
en la que el tribunal envió a unas 2600 personas a la guillotina por crímenes,
reales o falsos, contra la flamante República.
Los juicios se celebraban en el Gran Salón, que es de los lugares que más
impresionan de la visita. Aunque sin desmerecer la capilla en la que María
Antonieta pasaría sus últimas horas antes de morir o las celdas en las que
estuvieron encarcelados celebridades como Robespierre.
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Gran Salón. Conciergerie o Palais de la Cité |
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Celda de la Conciergerie o Palais de la Cité |
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Celda de María Antonieta.Conciergerie o Palais de la Cité |
Después de esta última visita era el momento de airearme un
poco y qué mejor para ello que estirar las piernas paseando, así que no dudaría
en dirigirme a la orilla del Sena y por ella ir disfrutando desde cerca de
algunos de los puentes que todavía no había tenido oportunidad de ver o sólo de
manera rápida o de lejos. Así se irían sucediendo el Pont Neuf, el más antiguo,
largo y célebre de los puentes parisinos, construido en 1604 para permitir al
rey Enrique IV pasar de una orilla a otra del Sena; el de las Artes, famoso por
la gran cantidad de candados de enamorados que se aferraban a sus barandillas y
que casi lo echan abajo, no quedando hoy ninguno de ellos, aunque veremos por
cuánto tiempo; el puente del Carrusel y, por último, el Royal, donde decidiría
terminar mi caminata por la ribera del río y procedería a atravesarlo, pues era
el más cercano a mi próximo destino: el museo d´Orsay, una antigua estación de
tren transformada en museo en 1986, la cual es un santuario de arte
impresionista, artes decorativas, fotografías, escultura, dibujos, etc., donde
se exponen las obras de los grandes pintores de esa época: Manet, Gauguin, Van
Gogh, Degas, Renoir…
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Puente de las Artes |
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Puente de las Artes |
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Museo de Orsay |
La entrada con la Paris Museum Card es libre, costando sino
doce euros. La fila para los que teníamos el pase no era larga, consiguiendo
entrar en diez minutos. Las mochilas aquí no están permitidas por lo que te
obligan a dejarlas en consigna de manera gratuita.
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Museo de Orsay |
Con todo esto ya hecho, disponía exactamente de una hora y
media de reloj para dirigirme a las obras que había seleccionado y que no me
quería perder por nada del mundo, pues hacía mucho tiempo que me moría de ganas
en admirarlas. Comenzaría en la planta quinta donde podría ver pinturas tan
famosas como “Los acuchilladores de parqué” de Gustave Caillebotte, “Almuerzo
sobre la hierba” de Manet, “La clase de danza” de Degas, “El baile del molino
de la Galette” de Renoir, “El parlamento de Londres” de Monet, etc.
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Almuerzo sobre la Hierba.Manet.Museo de Orsay |
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La clase de Ballet.Degas.Museo de Orsay |
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Baile en el Moulin de la Galette.Renoir.Museo de Orsay |
Serían unos cuantos más los que vería antes de acabar detenido
al final del pasillo mientras me deleitaba con el paisaje de Montmartre y el
Sacre Coeur, en la lejanía, obtenido a través de los espacios que dejaban las
enormes manecillas y los números romanos del representativo y famoso reloj de
la fachada del museo.
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Reloj del Museo de Orsay |
Poco después dejaba esta planta para desplazarme unos pisos
más abajo, exactamente al segundo, donde se sitúan los trabajos
postimpresionistas. Aquí me encontraría con “La iglesia de Auvers Sur Oise”,
“Autoretrato” y “Retrato del Doctor Gachet”, todas ellas de Van Gogh. Tampoco
prescindiría de observar “Mujeres de Tahití” de Gauguin, etc.
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Museo de Orsay |
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Autorretrato.Van Gogh.Museo de Orsay |
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Mujeres de Tahití. Gauguin.Museo de Orsay |
Podría ver muchas otras de pasada, pero serían esas en las
que me pararía y estaría unos minutos contemplándolas. Más allá de la pintura,
sólo me detendría en la versión en yeso de la escultura “La puerta del
Infierno” de Rodin. Esta es la auténtica y la que realizaría el autor, ya que
las fundiciones en bronce del museo Rodin, así como las otras siete que se
distribuyen por otros museos del mundo, fueron realizadas después de la muerte
del escultor a partir de su primer trabajo.
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Puerta del Infierno. Rodin.Museo de Orsay |
El tiempo se agotaba, pero dado que estaban localizadas en
la planta baja y ya desde ahí podía irme directo a la salida, aprovecharía para
ver dos obras que también consideraba imprescindibles: “El hombre herido” y “El
origen del mundo”. Ambas de Gustave Courbet, máximo representante del realismo.
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El origen del mundo. Courbet.Museo de Orsay |
No había tiempo para más aquí, porque el poco tiempo que me
quedaba en París lo quería aprovechar para dirigirme a la última área de la
ciudad que quería recordar. Así que tomaría el metro y me bajaría en la plaza
de la Bastilla, la cual sería un símbolo de la Revolución Francesa. En el
centro se encuentra la columna de Julio, coronada por un ángel alado, que rinde
homenaje a las víctimas de las Trois Glorieuses, es decir los tres días de la
Revolución de 1830 en que se puso fin al reinado de Carlos X de Francia.
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Columna de Julio. Plaza de la Bastilla |
Otros de los puntos de encuentro típicamente parisinos es el
puerto del Arsenal, el cual comienza o termina, según se mire, en la misma
plaza de la Bastilla. Dado que me encontraba aquí no quería desaprovechar la
oportunidad de dar un breve paseo por su orilla este, la cual cuenta con un
jardín con terrazas que se extiende hasta el puente Morland. También se puede ver un buen número
de embarcaciones de recreo amarradas y alguna que otra navegando. Esta es otra
de esas zonas con encanto que me hubiera encantado poder disfrutar más y
recorrerla en su totalidad, así que es algo que, como tantas cosas, dejo para
una próxima ocasión.
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Puerto del Arsenal |
Tardaría unos diez minutos, desde mi anterior ubicación y a
paso ligero, en llegar a la plaza des Vosges, una de más hermosas de París. Y
es que me encontraba rodeado por un verdadero decorado de teatro. Fachadas de
ladrillos, altas buhardillas y arcadas, tejados de pizarra, pórticos en los
bajos que acogen restaurantes y cafés, preciosos jardines con fuentes. Su maravilloso
estilo renacentista no te deja indiferente y te cautiva. La ordenaría construir
Enrique IV en 1605 y fue lugar de residencia de aristócratas. Todo en des
Vosges es discreto y solemne, como si fuera un concierto de música cortesana.
En el número seis se encuentra la casa de Víctor Hugo, hoy transformada en un
pequeño museo que rinde homenaje al escritor y que por segunda vez me iba a
quedar sin poder acceder por falta de tiempo.
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Plaza des Vosges |
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Plaza des Vosges |
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Plaza des Vosges |
Dejando la suntuosidad de la antigua plaza real, me dirigiría,
callejeando y pasando por la sencilla iglesia de Saint Gervais, hasta el Hotel
deVille o Ayuntamiento con su espectacular fachada neorrenacentista que muestra
con orgullo el lema oficial de la República Francesa: liberté, égalité,
fraternité.
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Hôtel de Ville o Ayuntamiento |
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Lema de la República. Hôtel de Ville o Ayuntamiento |
Y a pocas manzanas también podría ver la torre gótica de Saint
Jacques, con 52 metros, siendo el único resquicio que se ha conservado de la
antigua iglesia dedicada a Santiago el Grande, construida en el reinado de
Francisco I y, posteriormente, demolida.
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Torre Saint Jacques |
Eran las 16:30, lo que significaba que había apurado al
máximo mi estancia en París, por lo que cualquier intento de ir a conocer o
recordar otros lugares, hubiera supuesto perder el avión que me llevara de
regreso a Madrid, así que con tristeza por no poder llegar a esos monumentos y
barrios que también había incluido en el planning de hoy, me metía en el metro
camino al hostel para recoger la maleta.
Respecto a lo que me había ahorrado hoy al poseer la París
Museum Card, el importe ascendía a 40 euros lo que sumado a los días anteriores
(72 euros) suponía un coste total de entradas a museos y monumentos de 112
euros. Por tanto teniendo en cuenta que el pase de cuatro días cuesta 62 euros,
el ahorro final era de 50 euros. Por tanto creo que es de los mejores pases
descuento que existen en lo que a capitales europeas se refiere.
Desde el que había sido mi alojamiento estos días, sólo
tendría que deshacer el mismo camino que me había llevado hasta él, llegando al
aeropuerto a las 18:30 y saliendo el vuelo a las 20:20, tan sólo con cuarto de
hora de retraso de la hora prevista. Por cierto que sería aquí donde comería un
sándwich y unos zumos, pues con la jornada tan intensa que había tenido no me
había dado tiempo de, ni siquiera, quiera picar algo.
Era consciente de que se me habían quedado muchísimas cosas
en el tintero: Les Halles, Saint Eustache, el centro George Pompidou, el barrio
Le Marais, la isla de San Luis, la librería Shakespeare, las catacumbas, La
Defensa y tantos y tantos sitios increíbles, pero es que París es mucho París y
en cuatro días es completamente imposible verlo todo. Aún así me iba feliz,
pues el tiempo me había acompañado y había conseguido cumplir la mayoría de los
objetivos que traía en mente, así que no podía pedir más.
Lo que espero es que no pase otro cuarto de siglo para
volver y más pronto que tarde pueda seguir descubriendo tantos rincones
maravillosos de la capital francesa, porque como dijo, al renunciar al
protestantismo, el rey Enrique IV: “París bien vale una misa”. Yo creo que no una,
sino dos, tres y todas las que hagan falta, pues París posee esa magia que hace
que nunca te canses de volver.
Gracias Dani! París bien vale un blog :-)
ResponderEliminarGracias a ti, por tú apoyo incondicional. Un abrazo
ResponderEliminarGracias Dani, me voy a ir cuando se acabe este bicho corana con mi novio. Gracias por la inspiración.
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