Mi último día en el sur de Navarra iba a llevarme a tres
nuevas localidades, con la intención de cerrar el recorrido con lugares que,
pese a su menor fama, también merecen atención. Aún quedaban cosas por ver
antes de dar por finalizado el viaje.
MURCHANTE
El primero de ellos sería Murchante, una localidad que,
aunque modesta en tamaño, posee una historia vinculada estrechamente al
desarrollo agrícola de la Ribera navarra. Su origen está ligado a la
repoblación posterior a la conquista cristiana, y durante siglos ha sido un
núcleo activo gracias al cultivo de viñas, olivos y cereales. Murchante ha
sabido mantener su carácter tradicional, visible aún en algunas calles y
rincones del casco antiguo.
Uno de los elementos más destacados de su patrimonio es la Iglesia de la Asunción, un templo que fue levantado en el siglo XVIII y que responde al estilo barroco. De planta rectangular, destaca su elegante fachada de ladrillo y su interior sobrio, pero con una decoración cuidada. No es un edificio monumental, pero encaja perfectamente con el entorno y el espíritu del lugar.
Iglesia de la Asunción. Murchante |
Muy cerca se encuentra el Ayuntamiento, un edificio sencillo pero funcional, que responde a las necesidades del municipio y se sitúa como punto de referencia en la vida local. La calle Mayor, por su parte, atraviesa el centro del pueblo y permite ver de cerca parte del trazado más tradicional de la localidad, con algunas viviendas antiguas.
Sería precisamente en esta localidad donde me encontraría
con un pequeño contratiempo. Al regresar al coche, noté que algo no iba bien y,
efectivamente, la rueda delantera estaba completamente desinflada: un pinchazo.
Tocaba recurrir al seguro. Afortunadamente, la asistencia fue rápida y en una
hora ya estaba de nuevo en marcha, con la rueda cambiada y listo para seguir
con la ruta. Una de esas anécdotas viajeras que, si bien en el momento
molestan, luego se recuerdan de manera más relajada.
CASCANTE
Mi siguiente parada sería en Cascante, una localidad de
raíces profundamente históricas que se remonta a tiempos prerromanos. De hecho,
su nombre aparece ya citado como Cascantum en
fuentes clásicas, y se sabe que fue un importante asentamiento de la tribu
celtíbera de los berones, antes de pasar a formar parte del dominio romano.
Durante la época imperial, Cascante prosperó como un núcleo relevante dentro de
la red de comunicaciones del valle del Ebro, como atestiguan los numerosos
restos arqueológicos hallados en su entorno. Más adelante, en época visigoda y
posteriormente bajo dominación musulmana, continuó siendo un enclave
estratégico, hasta integrarse plenamente en el Reino de Navarra tras la
reconquista.
Mi principal interés en esta localidad era su emblemática basílica de Nuestra Señora del Romero, un lugar al que se accede tras una breve subida desde el casco urbano y que se alza sobre un cerro desde el que se domina buena parte del entorno. Esta ubicación privilegiada no solo le otorga al templo una presencia imponente, visible desde distintos puntos de Cascante, sino que también lo convierte en un magnífico mirador natural desde el que contemplar tanto la localidad como los campos que se extienden a sus pies.
Iglesia de Ntra Sra del Romero. Cascante |
El entorno que rodea la basílica está cuidadosamente ajardinado, con bancos, paseos y una vegetación bien mantenida que invita a la pausa y a un paseo tranquilo. Todo ello hace que la visita no se limite solo al templo en sí, sino que se convierta en una experiencia más amplia, disfrutando así de la tranquilidad del lugar.
Pero más allá de su ubicación y de la calma que transmite el lugar, lo verdaderamente singular es el propio edificio y su historia. La devoción a la Virgen del Romero se remonta, según la tradición, a un hallazgo milagroso de la imagen en el campo, lo que dio lugar al levantamiento del santuario en este lugar concreto. La construcción actual es fruto de varias fases, aunque su aspecto más característico corresponde al barroco navarro del siglo XVIII, cuando fue ampliada y embellecida con elementos que hoy la hacen inconfundible.
Iglesia de Ntra Sra del Romero. Cascante |
Cascante desde Iglesia de Ntra Sra del Romero |
Uno de los más llamativos es sin duda la galería porticada que rodea la basílica por sus cuatro costados, construida íntegramente en ladrillo y formada por 39 arcos de medio punto, perfectamente alineados y sostenidos por robustos pilares. Este pórtico, que actúa casi como una envoltura perimetral, destaca tanto por su valor estético como funcional, creando un espacio de transición entre el exterior y el interior que contribuye a la solemnidad del conjunto. La homogeneidad del ladrillo le confiere además una calidez muy propia del barroco popular de la zona.
Iglesia de Ntra Sra del Romero.Cascante |
En cuanto al interior del templo, de planta de cruz latina y nave única, sorprende por su amplitud y luminosidad. El presbiterio está presidido por el retablo mayor, de corte también barroco, que acoge la imagen titular de la Virgen del Romero, de profundo arraigo entre los cascantinos. El conjunto se completa con algunas capillas laterales, bóvedas de lunetos y un coro alto a los pies, todos ellos elementos que revelan la importancia que este santuario ha tenido a lo largo del tiempo, tanto en lo religioso como en lo social.
Iglesia de Ntra Sra del Romero. Cascante |
Antes de abandonar Cascante, aún tendría tiempo para detenerme brevemente en dos de sus templos más representativos. El primero de ellos, la iglesia parroquial de la Asunción, situada en pleno centro urbano, destaca por su monumentalidad y por las sucesivas transformaciones arquitectónicas que ha experimentado a lo largo de los siglos. Su origen se remonta al siglo XVI, aunque en el exterior predominan formas barrocas y neoclásicas fruto de reformas posteriores. Su interior, amplio y solemne, acoge varias capillas de interés y un retablo mayor de notable factura.
Muy cerca, en una zona más recogida de la localidad, se
encuentra la iglesia de la Victoria,
vinculada desde su origen a la orden de los mínimos de San Francisco de Paula.
Este templo, más sobrio y de menor tamaño, tiene sin embargo un notable valor
histórico y artístico. Su fachada, de líneas sencillas, da paso a un interior
recogido y austero, en el que aún puede respirarse el aire conventual que le
dio forma.
Con estas últimas visitas, pondría fin a mi paso por
Cascante. Tocaba ahora retomar la carretera y dirigirme hacia la que sería la última parada de esta
jornada, un lugar que prometía cerrar el día de mejor manera
aún que con el que había comenzado.
FITERO
Ese lugar
era Fitero. Situada en
el extremo suroccidental de Navarra, casi tocando ya tierras riojanas y
sorianas, su posición fronteriza le ha conferido desde antiguo una relevancia
estratégica y cultural muy particular. Enclavada entre colinas y bañada por el
río Alhama, su término municipal combina una orografía diversa con una notable
riqueza agrícola, especialmente ligada al cultivo del viñedo y al olivar.
Su lugar más importante, seguramente sea el monasterio de Santa María la Real, el cual hace gala de ser el primer monasterio levantado por los cistercienses en la Península Ibérica. Se fundó en 1140, en tiempos del abad San Raimundo, fundador también de la orden militar de Calatrava. En ese momento el monasterio se levantó alejado de la población, que estaba junto al balneario, pero en el siglo XV se decidió agrupar a la población en torno al cenobio, dando lugar a la actual configuración de Fitero. Querido por muchos reyes, el monasterio llegó a contar con un gran patrimonio que incluía incluso el castillo de Tudején, pieza estratégica en la defensa del sur navarro.
Monasterio de Santa María la Real. Fitero |
La iglesia del monasterio, consagrada en 1179, es uno de los ejemplos más tempranos y puros del románico cisterciense en España. Su planta sigue el esquema habitual de las iglesias de la orden: cruz latina, tres naves con bóveda de cañón apuntado y una cabecera rematada en girola con capillas radiales. Todo responde al ideal de sobriedad que predicaba San Bernardo, con una arquitectura limpia, desprovista de decoración superflua. La nave principal, de gran altura, descansa sobre robustos pilares cruciformes con columnas adosadas, y sus cubiertas de ojiva anticipan ya el paso al gótico.
Monasterio de Santa María la Real. Fitero |
Monasterio de Santa María la Real. Fitero |
En el brazo norte del crucero se encuentra una de las piezas más singulares del conjunto: el grupo escultórico de la Sagrada Familia, una obra en alabastro policromado del siglo XVI. Su autoría ha sido atribuida por algunos estudios a Juan de Juni, una figura destacada del Renacimiento español, aunque también se ha vinculado tradicionalmente al círculo de Andrés de Araoz, escultor navarro del siglo XVI. Esta escultura destaca por su detallismo y el tratamiento cercano y casi doméstico de las figuras, que aportan una humanidad poco habitual en este tipo de obras religiosas.
El claustro es una obra maestra del gótico cisterciense,
construido principalmente en el siglo XIII. Destaca por su sobriedad y armonía,
con arcos apuntados y columnas esbeltas que crean un espacio tranquilo y
recogido, pensado para la meditación y la vida monástica. Las galerías ofrecen
un recorrido pausado, con vistas al jardín central que tradicionalmente
simboliza el paraíso terrenal.
La sala capitular, situada en uno de los lados del claustro,
es otro espacio clave del conjunto. Su planta rectangular y cubierta de bóveda
de crucería apuntada alberga las reuniones donde los monjes discutían asuntos
de la comunidad y tomaban decisiones importantes. La luz que entra por los
ventanales crea un ambiente sobrio, con un mobiliario sencillo acorde con la
austeridad de la orden cisterciense.
Al salir del monasterio, me dirigí hacia la Plaza de los Ábsides, un espacio tranquilo y lleno de historia, ubicado justo junto al templo. Este lugar debe su nombre a las estructuras absidiales que se aprecian en la iglesia, y su entorno es ideal para contemplar la majestuosidad del monasterio desde otro ángulo.
Plaza de los Ábsides. Fitero |
Desde allí, continué hacia la Plaza de las Malvas, que debe su nombre a las flores que tradicionalmente crecían en sus alrededores. Es un rincón pintoresco donde se siente el pulso cotidiano de Fitero, un lugar perfecto para dejarse llevar por la atmósfera de pueblo con siglos de historia, entre calles estrechas y fachadas sencillas.
Plaza de las Malvas. Fitero |
El Paseo de San Raimundo me llevó después a un agradable recorrido al aire libre. Este paseo, dedicado al abad fundador del monasterio, recorre zonas verdes y caminos bordeados por árboles que invitan al descanso y la reflexión. Un espacio perfecto para cerrar el día con tranquilidad, meditando sobre todo lo vivido en este viaje, desde la historia hasta los paisajes que el sur de Navarra regala.
Paseo de San Raimundo |
Con el crepúsculo cayendo, puse rumbo a Madrid, cerrando así una experiencia llena de historia, naturaleza y cultura. El sur de Navarra se despedía con un último suspiro de calma y belleza, mientras la carretera me llevaba de vuelta a la capital.
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