MARRUECOS - DIA 4. De la fortificada El Jadida al paraíso natural de Oualidia

21 de Marzo de 2016.


Me levanté de la misma manera que me había acostado la noche de ayer, es decir, con una sensación inmensa de felicidad y es que cuando uno da con un alojamiento de las características del que me encontraba, que en muchos otros lugares del mundo hubiera sido impensable poder acceder a él, pues es algo que se valora el triple.


Riad Harmonie

Después de asearme y como todavía quedaban unos minutos para que me sirvieran el desayuno, decidiría subir hasta la terraza del Riad para poder disfrutar de las vistas de la ciudad y del sinfín de tejados que se perdían en la lejanía. Aunque el escenario era agradable tampoco permanecería mucho tiempo más aquí, pues soplaba un aire frío que me dejaría helado en poco tiempo, por lo que me iría directo a la segunda planta a disfrutar de la primera comida del día.


El Jadida desde la Terraza del Riad Harmonie

Y como era de esperar tampoco me decepcionarían, pues el zumo de naranja natural, el pan con diferentes mermeladas, el combinado de frutos secos con pasas, almendras y avellanas y unos crepes que se deshacían en la boca, harían que acabara encantado. Por cierto que todo ello estaba incluido en el precio de la habitación.


Esperando el desayuno en el Riad Harmonie

Y ahora sí que comenzaba la jornada turística, callejeando por las pocas calles de interés que conforman la Medina, destacando especialmente el conjunto de vasijas, platos y recipientes de cerámica que encontré muy cerca de una pequeña mezquita con su característico minarete, de un color blanco inmaculado.


Medina

Mezquita

Tampoco perdería mucho más tiempo en la zona moderna, en la cual me encontraba en este momento, pues creo que no aporta nada más digno de reseñar, por lo que me encaminé directo hacia el lugar por el que El Jadida es digna de visitarse: su inmensa y descomunal Ciudadela.

Sería allá por el año 1502 cuando los portugueses aparecerían por estos lares deslumbrados por su magnífica posición geográfica y estratégica, su hermosa bahía, su clima templado y los recursos marinos y agrícolas que ofrecía esta zona del Atlántico.

En muy poco tiempo este nuevo asentamiento llamado Mazagán, se convertiría en pieza clave del tráfico marítimo portugués en la costa atlántica, por lo que en 1513 se decidiría construir una ciudad fortificada lo suficientemente segura para proteger los intereses comerciales del país luso.

Los portugueses permanecerían aquí hasta que en 1769 la ciudad fue tomada y devastada por el sultán Sidi Mohammed ben Abdallah. Reconstruida hacia 1815, vivió a finales del siglo XIX un cierto desarrollo, que prosiguió  durante la época del protectorado francés.

Lo primero con lo que se toparían mis ojos sería con un sector de sus imponentes murallas y con una placa conmemorativa haciendo referencia a que todo el recinto está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde el año 2004. También aquí se hallan las únicas dos puertas de acceso al conjunto defensivo: la principal y la llamada Sokko. Accedería por esta última y me daría de bruces con dos construcciones religiosas, por un lado la iglesia de la Asunción, construida por los portugueses y, casi al lado, la gran Mezquita, con un minarete único de forma pentagonal que, en su origen, fue un faro.


Muralla Ciudadela Portuguesa

Iglesia Ciudadela Portuguesa

Minarete Ciudadela Portuguesa

Tras apreciar el exterior de estos dos monumentos, pues su interior no se puede visitar, no callejearía más por las calles de la Ciudadela, de momento, sino que me encaminaría directo hacia la rampa que da acceso al primero de los cuatro bastiones que hoy se encuentran reconstruidos. Empezaba por el conocido como bastión del Espíritu Santo que me brindaba las primeras e increíbles vistas del conjunto fortificado, el puerto y parte de la ciudad moderna. También sería esta la primera parada para recrearme, pronto empezaba, y es que las panorámicas bien lo merecían.


Ciudadela Portuguesa

Ciudadela Portuguesa

Desde aquí comenzaría un recorrido por toda la muralla que me permitiría tener todas las perspectivas posibles de la zona, a la par que ir enlazando con los otros tres bastiones. Es un paseo  espectacular que recomiendo sin dudarlo, aunque es cierto que no cuenta con barandillas y para ir con niños puede ser algo arriesgado.

Así, entre foto y foto, llegaba al que para mí fue el bastión más espectacular de todos: el del Angel, en el lado sudoriental, ofreciéndome unas increíbles vistas del océano, la dársena y el puerto exterior. Cuenta también con varios cañones apuntando al horizonte y con la mejor perspectiva del interior de la Ciudadela. Este lugar sería considerado por largo tiempo como el mejor refugio de la costa atlántica marroquí. Sería aquí donde más tiempo pasaría disfrutando de todo lo que me rodeaba y sin apenas un alma por la zona.


Ciudadela Portuguesa

Cañones Ciudadela Portuguesa

Ciudadela Portuguesa

Acompañado por nuevas y bonitas vistas del paseo de ronda y el mar, llegaba hasta el bastión de San Sebastián, desde el que pude apreciar la sobria elegancia de la Capilla de la Inquisición.

Sólo me quedaba ya llegar hasta el último bastión que tenía por nombre San Antonio, desde el que dejaría las alturas para volver a pisar el suelo.


Muralla Ciudadela Portuguesa

Decidiría tomar entonces la principal calle del recinto, la Rua Careira, donde me entretendría mirando alguna que otra tienda de recuerdos y cuando me cansé me dirigí directo a visitar la joya de El Jadida y por la que bien merece la pena desplazarse hasta aquí. Hablo de la cisterna portuguesa, una preciosa construcción subterránea de principios del siglo XVI, de 34 x 33 m, con techo abovedado sostenido por 25 columnas. Todo ello se encuentra alumbrado por un tragaluz abierto en la nave central que unido al fino manto de agua que recubre el suelo, permiten crear un juego de luces y sombras únicos y un juego de efectos ópticos realmente sorprendente. La entrada cuesta 10 dírhams.


Cisterna Ciudadela Portuguesa

Cisterna Ciudadela Portuguesa

Tras eternizarme haciendo no sé cuántas fotografías y disfrutando de este increíble oasis de paz, llegaría en otro breve paseo hasta las rejas que dan acceso hasta la porte de la mer o puerta del mar, importante lugar histórico ya que aquí era donde los barcos descargaban la mercancía y también desde donde los portugueses dirían definitivamente adiós a El Jadida.


Murallas Ciudadela Portuguesa desde Puerta del Mar

Para terminar, con el interior del recinto de la ciudadela, me entretendría vagando por las pequeñas callejuelas que salen de sus arterias principales, por sus callejones sin salida y sus decadentes rincones que todavía siguen evocando los tiempos gloriosos de los portugueses.


Calle de la Ciudadela Portuguesa

Calle de la Ciudadela Portuguesa

Me había tomado la visita de la fortificación con toda la parsimonia del mundo y tan sólo eran las 12.30, por lo que como todavía tenía tiempo de sobra me animaría a ir rodeando las imponentes murallas hasta llegar al paseo del espigón, desde donde suponía tendría unas vistas excelentes del bastión defensivo. Efectivamente no me equivocaba, lástima que la visión quedara un poco estropeada por los imprevistos nubarrones negros que en sólo veinte minutos se habían formado.


Murallas Ciudadela Portuguesa

Ciudadela Portuguesa desde el espigón

Todo parecía indicar que en muy poco tiempo una tromba de agua importante iba a caer sobre mi cabeza, por lo que me encaminaría a paso ligero hacia la zona del paseo marítimo y la playa, donde llegaría justo a tiempo para meterme debajo de los toldos de un bar antes de que cayera el diluvio universal.

La tormenta pasaría en sólo media hora, por lo que aprovecharía para darme una vuelta por la parte más moderna de la ciudad, encontrándome edificios como el teatro, la oficina de correos y ya en el mismo paseo marítimo el museo de la memoria histórica de la Resistencia, al cual entraría un rato para echar un pequeño vistazo, encontrándome un montón de fotografías del pasado militar de Marruecos y de la colaboración que ha prestado el país en las guerras mundiales y otras contiendas. Especialmente importantes son las tomas de varios reyes alauitas con el general Charles de Gaulle.


Teatro Municipal

Museo de la Memoria Histórica de La Resistencia

Sólo me restaba ya dar un pequeño paseo por la playa, bastante sucia, por cierto, antes de dirigirme a la avenida paralela al mar donde elegiría uno de los muchos restaurantes que se encuentran por aquí, para calmar el hambre que me venía acompañando desde hacía ya un buen rato. Al final me decidiría por un bocata compuesto por algo parecido a la chistorra, patatas fritas y coca cola. (24 dírhams)


Playa de El Jadida

Comiendo en El Jadida

Poco más me quedaba ya por hacer en El Jadida así que volvería al Riad a por la maleta, me despediría de mis excelentes anfitriones, al que espero poder volver a ver algún día, y me marcharía andando hasta la parada de taxis que se encontraba como a 15 minutos.

En Marruecos el tema de los taxis es un mundo aparte, pues tienes un sinfín de posibilidades. Por un lado están los taxis normales que realizan circuitos de corto recorrido dentro de la misma ciudad y los alrededores y por otro los taxis compartidos que llevan a cabo recorridos de larga distancia y que se pagan entre varias personas. Normalmente se espera a que la ocupación del vehículo sea total, antes de ponerse en marcha, para que el precio establecido sea asequible para todos. Yo tenía claro que quería optar por esta segunda opción para llegar a mi siguiente destino y que me saliera tirado de precio, por lo que nada más llegar a la explanada donde se concentran todos los vehículos, preguntaría a un joven que taxi me podría llevar a Oualidia. Dicho y hecho, me diría que le siguiera rápidamente y en unos pasos me estaba montando en una furgoneta de ocho plazas, de las cuales sólo quedaba una por ocupar, es decir la mía. Por lo que le di las gracias al chico, le pagué al conductor 30 dírhams y tras cerrar el portón, iniciábamos el recorrido de 80 kilómetros que separan El Jadida de Oualidia.

Otro de los motivos que me llevaron a elegir esta opción sería que el transporte entre estas localidades es prácticamente nulo en temporada baja, por lo que si quería llegar hasta allí, no tenía muchas más posibilidades.

La carretera por la que circulamos era una vía de doble sentido en unas condiciones aceptables, aunque con algún que otro bache, pero la conducción de nuestro taxista, afortunadamente, sería tranquila y prudente.

En una hora habíamos llegado a nuestro destino, por lo que bajaríamos todos los ocupantes del vehículo y cada uno tiró para una dirección. Yo preguntaría al conductor que si sabía dónde se encontraba mi hotel, a lo que me respondería afirmativamente, indicándome que tenía que bajar hasta la zona de la playa, pues en esos momentos me encontraba en el pueblo y por tanto la parte alta de Oualidia.

El paseo hasta mi alojamiento me llevaría 15 minutos por lo que acabaría un poco harto de la bolsa de equipaje, ya que para este viaje había elegido uno más cutre y no tenía ruedas ni posibilidad de llevarlo a la espalda. Así que cuando vi en la lejanía las letras del nombre de mi hotel se me pondría una sonrisa de oreja a oreja. Su nombre era L´Initiale y fue el alojamiento más caro del viaje, costándome 50 euros la noche. La habitación era amplia y estaba todo bastante limpio y lo mejor, sin duda, fue la ubicación, pues se encontraba a sólo unos pasos tanto de la playa como de la laguna, uno de los mayores reclamos turísticos de esta población y la razón por la que quería llegar hasta aquí.

No permanecería más de diez minutos en la habitación, pues quería disfrutar del privilegiado entorno natural que me rodeaba, por lo que lo primero que haría sería llegar hasta la playa, encontrándome un litoral virgen cuya vista se perdía en lejanía sin poder observar ni un solo edificio. A esto había que unirle el azote del viento y el romper violento de las olas sobre los promontorios rocosos cercanos a la arena. Además el conjunto de pequeñas barcas de pescadores le daban el toque perfecto a este paisaje idílico, al que no pude encontrar competidor en un rápido repaso mental por otras zonas costeras en las que había estado en los últimos años.


Costa Marroquí desde Oualidia

Barcos Pesqueros en la Playa de Oualidia

Costa Marroquí desde Oualidia

Me conformaría con un paseo de media hora, antes de dirigirme hasta las orillas de la laguna, la cual se encuentra protegida del mar por una muralla de dunas y tan sólo comunicada con aquel por dos pequeñas aperturas naturales. Me sentaría un rato a contemplar la misma y sin duda que la madre naturaleza fue más que generosa con este lugar. No podía imaginar que me encontraría un paraje tan espectacular para terminar la jornada.


Laguna de Oualidia

En mi momento de relax, llevaba ya un rato observando pequeñas embarcaciones que estaban desperdigadas por diferentes puntos de las aguas de la laguna, por lo que aprovechando que pasaba cerca de mí un señor que parecía de la zona, le preguntaría  si tenía conocimiento de si, a estas horas y sin un alma, alguien me daría una vuelta por la misma. Su respuesta sería afirmativa, pero me dejaría claro que el precio que me marcarían sería el mismo, como es evidente, que el establecido para cuando la barca va llena. Aun así me acercaría hasta el único nativo que divisé para preguntarle. Tras llorarle un poco y decirle que si estaba sólo, que si era mi única oportunidad para hacer la travesía y demás, el buen hombre me dejaría el paseo de una hora por 90 dírhams, lo que me pareció un detallazo, teniendo en cuenta que los precios suelen oscilar entre los 120 y los 250 dírhams  según lo que dure el paseo. Ello repartido entre el número de pasajeros que suele ser de unos 5 o 6. Por lo que no me podía quejar.

Tras acomodarme, el patrón pondría el motor en marcha y comenzaba la travesía, en la que pude ir disfrutando de una visión privilegiada del entorno, mientras el sol comenzaba a decaer a la par que iba jugando, con las nubes que amenazaban tormenta, a mostrarse y ocultarse entre ellas, siendo así testigo directo de una combinación de colores y tonalidades del horizonte dignas del mejor documental. Si a ello le sumo la observación de una cantidad ingente de aves marinas, tales como correlimos, cormoranes, gaviotas de todo tipo, etc. pues no hay duda que esta sería la guinda perfecta, antes de que la noche se echara encima.


Laguna de Oualidia

Laguna de Oualidia

Ave en la Laguna de Oualidia

Llegaría a la habitación, de nuevo, casi a las 19.00, por lo que aprovecharía para descansar un rato antes de bajar a cenar al restaurante del propio hotel. Este tiene mucha fama en la zona por el marisco que sirve, pero como bien es sabido que a mí no me gusta ni siquiera un poco, terminaría pidiéndome una pizza con una coca cola (65 dírhams) con las que disfrutaría igual que cualquier apasionado de los productos marinos.

Cuando estaba terminando de cenar, haría acto de presencia el dueño del hotel, un agradable señor con un peculiar acento, y es que era hijo de madre cordobesa y padre francés, con el que me tiraría más de media hora de charla, pues dominaba perfectamente el castellano, por lo que pude salir un rato de mi obligado silencio y echarme así unas risas antes de retirarme a descansar.

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