7 de Septiembre de 2015.
Aunque hoy no llovía, el sol seguía sin aparecer por ninguna
parte. Si mi mente no me falla, creo que en total habrían sido como cuatro días
donde había podido ver aquel en determinados momentos de la jornada respectiva,
pero disfrutar desde que me levantara y hasta que anocheciera de un cielo con
un azul intenso, no lo había vivido ni una sola vez. Así que, sin duda, estaba
siendo el viaje que menos suerte, en ese sentido, estaba teniendo. Pero como
quien no se consuela es porque no quiere, mirándolo por el lado positivo, no
habían sido tampoco muchos los días que me había llovido y eso ya es mucho
decir en la estación veraniega, así que podemos decir que estaba satisfecho.
Para ir a Nara, que era mi destino en esta jornada, tomaría
el tren local del JR porque el expreso salía media hora más tarde que este. No
sería la mejor decisión pues llegaría prácticamente al mismo tiempo que el
otro, ya que la opción elegida iba parando en las paradas de todas las
poblaciones que hay a lo largo de la línea y eso ralentiza enormemente el
trayecto. Sí me serviría para fijarme en cómo todos los trabajadores van
uniformados exactamente igual para ir a trabajar, con sus trajes negros o
azules marinos y sus camisas blancas y corbatas oscuras. Parecían robots
sacados de una cadena de distribución. Y en el caso de los jóvenes que acudían
a los institutos era exactamente igual, todos iban perfectamente uniformados y
sin la más mínima diferencia entre unos y otros. Curioso, cuanto menos.
Nara sería capital de Japón del año 710 al 784, lo que
significa que sería el primer lugar en el imperio que, de forma permanente,
ostentaría este honor. Serían sólo 74 años, pero más que suficientes para que
florecieran en ella infinidad de templos y santuarios budistas, creados a raíz
de que, no hacía mucho tiempo, se había escogido el budismo como religión
oficial.
Debido al incremento del poder de los clérigos y a las
conspiraciones que estos empezaban a realizar contra el Emperador Kammu, este
se vería obligado a cambiar la capitalidad del Estado a Kyoto, pero lo que ya
quedaría para siempre serían sus fascinantes templos que me iba a dedicar a
conocer durante toda la jornada.
Muchos de los más importantes se encuentran situados en el
parque de Nara, una vasta área verde donde también campan a sus anchas cientos
de ciervos considerados sagrados por los japoneses y, por supuesto, que la otra
gran razón, además de los templos, por la que acudir hasta este lugar.
Al salir de la estación decidiría coger el autobús (210
yenes) para llegar hasta el primer templo que había elegido conocer, Todaiji,
pero se puede ir paseando sin ningún problema. Nada más bajarme del vehículo ya
podría avistar a los primeros animalitos pastando y tumbados, relajadamente, en
las inmediaciones del templo. Tengo que reconocer que, al principio, sería
reticente a acercarme demasiado a ellos pues nunca había tenido la oportunidad
de tener tan cerca a estos animales y no sabía muy bien cómo podían reaccionar.
Tras observar como otros turistas lo hacían, les daban de comer y se
fotografiaban a su lado, empezaría a hacer lo mismo, acabando incluso
acariciándoles el lomo, algo a lo que no daba crédito y que me costaba creerme
y es que esta era una sorpresa más que me ofrecía el país del sol naciente.
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Ciervos en Templo Todaiji |
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Ciervos en Templo Todaiji |
No sé el tiempo que pasaría junto a los ciervos, haciéndome
fotos, observándoles y flipando de estar rodeados de tantísimos de estos animales,
pero tuve que obligarme a empezar con las visitas porque me hubiera tirado todo
el día sin hacer nada más que estar con ellos. Es cierto que lo que no haría
sería darles de comer las típicas galletas que les entusiasman y que se venden
en un montón de puestos callejeros, pero las experiencias desagradables que he
tenido con animales en otros viajes, me han vuelto más cauteloso en este
aspecto.
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Ciervos luchando en Templo Todaiji |
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Ciervos comiendo galletas de una turista en Templo Todaiji |
Dice la leyenda que el motivo por el que este parque está
repleto de ciervos es porque cuando se fundó el santuario Kasuga Taisha para la
familia Fujiwara, un clan aristócrata del siglo octavo, estos invitaron a un
poderoso Dios del santuario Kashima, el cual llegaría hasta aquí cabalgando
sobre un ciervo blanco. Desde entonces los ciervos han sido respetados y
considerados mensajeros divinos por la población local.
Pero dejando a un lado viejas leyendas y a los ciervos, era
el momento de entrar por la puerta Nandaimon, protegida por dos fieros
guardianes, en el recinto del templo Todaiji (500 yenes), Patrimonio de la
Humanidad, y en el que se encuentra el edificio de madera más grande del mundo
y aún así y, sorprendentemente, su
tamaño es de sólo dos tercios con respecto al original, ya que el que se puede
ver ha sido reconstruido en dos ocasiones. Dentro se encuentra la imagen del
Gran Buda de Nara, el cual es difícil que deje indiferente a nadie. Y es que
las cifras hablan por sí solas: cientos de toneladas de mercurio, bronce y cera
vegetal derretidos fueron necesarios para la fundición de la estatua, 16 metros
de altura, un peso de más de 500 toneladas. Como se ve es de unas proporciones
descomunales y es que el emperador Shomu, allá por el año 752, quería
consolidar la ciudad como capital y centro budista, y vaya si lo consiguió.
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Templo Todaiji |
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Templo Todaiji |
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Gran Buda del Templo Todaiji |
Como guinda a la visita al Gran Buda, intenté conseguir la
iluminación y la sabiduría del mismo, intentando atravesar un agujero creado en
una de las columnas de madera de la sala, que dicen que es del mismo tamaño que
el de los orificios de la nariz de la estatua, pero me quedaría sin conseguir
los preciados dones, porque no tenía ganas de que los bomberos japoneses
tuvieran que pasar por allí a rescatar a un turista español que no era
consciente de que le sobraba algún kilo de más.
El resto del complejo ofrece más subtemplos, pagodas y
pabellones pero que ya no suscitan el mismo interés que el Gran Pabellón, por
lo que, ahora sí, paseando, me dirigí hacia la siguiente parada: el templo
Kasuga Taisha.
Un pasillo flanqueado, a ambos lados, por más de dos mil
linternas de piedra de todos los tamaños posibles me conduciría a la entrada de
las instalaciones, pagando por la visita de todas sus salas 500 yenes.
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Corredor de acceso al Santuario Kasuga Taisha |
Lo primero que llama la atención es que dirijas la vista al
punto que la dirijas destacan, junto a los colores bermellones del templo,
cientos de pequeños farolillos de bronce colgados de las diversas capillas que
lo conforman, creando una perfecta armonía entre estos y la naturaleza que
rodea al templo. Ello es consecuencia de la profunda devoción y respeto que
sienten por él los ciudadanos desde tiempo inmemoriales, perdurando incluso
cuando la capital fue trasladada de Kyoto a Tokyo, demostrándolo con las
donaciones de dichas linternas desde el periodo Heian.
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Santuario Kasuga Taisha |
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Santuario Kasuga Taisha |
Uno de los lugares más impactantes es, sin duda, una sala
que permanece únicamente iluminada por faroles colgados del techo y cuyas
paredes son espejos, lo que hace que las dimensiones de la habitación parezcan
infinitas. También destacable por el sentimiento de paz que produce es el
llamado Mikasayama-Ukigumonomine Yohaijo, un pasillo lateral entre los muros
del templo y el bosque, situado a los pies del monte Mikasa, donde puedes
llegar a entender la inspiración de los monjes para rezar por la paz y la
prosperidad de todos en la tierra.
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Santuario Kasuga Taisha |
Hay infinidad de rincones más que te invitan a detenerte y a
pensar, a observar y meditar, acerca de
la interesante filosofía de vida de tanta gente en Japón. Este es un lugar
mágico del que, como de tantos otros, cuesta marcharse.
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Santuario Kasuga Taisha |
Pero no quedaba otra y en mi nuevo paseo, volvería a dar con
un inmenso prado, de un vivo color verde, donde pastaban a sus anchas más de
treinta ciervos. Como ya había cogido confianza, no dudaría en acercarme y hacerme unas cuantas fotografías junto a
los animales, cuando en una de estas y pillándome desprevenido, uno de ellos,
metería su hocico en el bolsillo de mi pantalón y se comería en pocos segundos
el mapa que llevaba del recinto de Nara. Está claro que no me puedo descuidar
ni un segundo con ninguna especie del mundo animal porque me la juegan de una
manera o de otra.
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Ciervos en explanada cercana al Santuario Kasuga Taisha |
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Ciervos en explanada cercana al Santuario Kasuga Taisha |
Afortunadamente, Nara es casi una cuadrícula y todos los
lugares importantes vienen perfectamente indicados, así que no me costaría
mucho llegar hasta el templo Kofukuji, fundado en el 710 como templo tutelar de la familia
Fujiwara. El templo budista de Umayasaka fue trasladado de Asuka a su actual
emplazamiento, cambiando así al nombre por el que ahora se le conoce. En su
máximo esplendor llegó a contar con 175 edificios, de los que sólo quedan unos
cuantos en pie. Entre estos destacan la pagoda de cinco pisos erigida en 1426,
el recinto principal del este, que data de 1415 y la pagoda de tres pisos de
1143.
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Templo Kofukuji |
Por aquí seguía habiendo ciervos y era tal la confianza que
había cogido con los animalitos que hasta me hice unos selfies con ellos,
mientras estos seguían tan panchos. Increíble pero cierto.
Hoy me apetecía comida basura y que mejor que el Mac Donald
para poner remedio al capricho (800 yenes). Y tras este breve paréntesis había
que volver a las visitas, por lo que tomaría un autobús, que en esta ocasión se
me olvidó anotar cual era, para cruzar casi toda la ciudad y llegar casi a las
afueras, donde se encuentra el templo Toshodaiji.
La historia de este templo se remonta al año 759 cuando
sería fundado por un alto sacerdote budista llamado Ganjin Wajo para ayudar a
la gente a aprender los preceptos budistas, lo cual sólo podría hacer durante
cuatro años antes de que la muerte se lo llevara. Pero su historia es mucho más
apasionante que estos últimos años de su vida, pues siendo sumo sacerdote en el
templo Daimeiji en China, sería invitado por el emperador Shomu para enseñar
los preceptos budistas chinos en Japón, de ahí que sea una de las sectas más
peculiares del budismo hoy en día. Ganjin aceptaría la oferta pero le llevaría
la friolera de doce años conseguir llegar a Japón, tras seis intentos fallidos
y la pérdida de la visión, lo que demuestra su gran implicación en la causa.
Llegaría a Nara en el año 754, donde se le esperaba con ansiedad, pudiendo
llevar a cabo una gran ceremonia a la que asistirían los supremos sacerdotes y
los emperadores Shomu y Koken, prosiguiendo en los años sucesivos con sus
influyentes enseñanzas que serían clave en la historia cultural de Japón.
Me bajaría en la parada del mismo nombre que el templo, a
parte que el conductor, muy amablemente, me haría las señas oportunas para
indicarme que era este el lugar que estaba buscando y tras pagar la entrada (600
yenes) entré por la Gran Puerta del Sur o Nandai-mon.
El primer edificio que me encontraría sería el Kondo, el
edificio más importante del complejo y el que más le representa, ya que en su
interior se puede ver sentada la estatua del Buda Rushana, flanqueada por otras
dos imágenes. Todas ellas tesoros nacionales.
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Templo Toshodaiji |
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Deidad del Templo Toshodaiji |
Tras pasar por otros edificios como el Kodo, el cual se
utilizaba como salón de actos y conferencias; el Koro, donde se llevaba a cabo
un ritual como símbolo de reverencia hacia el abad Kak-joh; el Raido, antiguos
dormitorios de los monjes que aquí se entrenaban; llegaría hasta el Meaydo
Hall, cuyo interior parece ser es espectacular pues está adornado por
increíbles pinturas, pero sólo lo abren días muy concretos en todo el año.
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Templo Toshodaiji |
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Templo Toshodaiji |
Lo último que visitaría sería la tumba de Ganjin, Kaizan
Gobyo, situada sobre un minúsculo estanque y a la que se puede acceder por un
pequeño puente.
Casi al lado de Toshodaiji se encontraba el último templo
que visitaría en Nara: Yakushiji. Lo que más me llamaba la atención de este
templo cuando leía sobre él, eran sus dos increíbles pagodas gemelas y no
quería perdérmelo por este motivo, pero la mala suerte estuvo de mi lado porque
estaban restaurando una de ellas y estaba cubierta por andamios en su
totalidad. Así que me tendría que conformar con visitar el resto de
instalaciones del templo y contemplar, en solitario, la pagoda que sí se dejaba
ver.
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Templo Yakushiji |
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Templo Yakushiji |
Este complejo sería edificado por el Emperador Tenmu para
rezar por la salud de la emperatriz; ella lo sucedió en el trono con el nombre
de Emperatriz Jito.
Debido a un incendio tan sólo se conserva la pagoda este
como edificio original, el resto son reconstrucciones. Las imágenes de bronce
de la Trinidad Yakushi son ejemplos representativos del arte del periodo Hakuho
(mediados del siglo VII y principios del VIII), y están considerados Tesoros
Nacionales. Esto es lo más destacable en este complejo.
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Deidad del Templo Yakushiji |
Estaba saturado de templos y poco más me quedaba por hacer
en Nara, por lo que decidiría volver para Kyoto. Para ello cogería el tren en
la estación Nishinokyo, casi al lado de Yakushiji, haría transbordo en la
estación Yamato-Saidaiji, y en dos paradas más me plantaba en la estación
central de Nara, donde tomaría el Shinkansen express, que me dejaría, en
cuarenta minutos, en la estación principal de Kyoto.
La tarde noche la iba a dedicar a disfrutar en el barrion de
Gion del espectáculo que ofrece el teatro Gion Corner, donde en una hora se
hace un recorrido por los principales aspectos de la cultura tradicional
japonesa. Yo llegaría como 45 minutos antes de la segunda sesión que comenzaba
a las 19.00 y ya había delante de mí como unas 10 personas, por lo que conviene
no llegar con la hora justa. Hay otra sesión a las 18.00. El precio de la
entrada me costaría 2500 yenes por una oferta que había, pero el precio de la
entrada suele ser de 3100 yenes. Los asientos no están numerados por lo que
según llegas eliges la localidad que quieres. Las mejores las primeras, sobre
todo para poder hacer fotografías, pues se permiten sin flash. Además te dan un
programa donde se explica en qué consiste cada arte.
Como no podía ser de otra manera el espectáculo empezaría a
la hora indicada, representado en primer lugar la ceremonia del Té, todo un
clásico que tuvo su origen en China y fue introducida en Japón por los
sacerdotes budistas a finales del siglo XII. Se tomaba para evitar la
somnolencia durante las largas horas de meditación.
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Ceremonia del Té.Gion Corner |
Se continúa con la música de Koto, un instrumento de trece
cuerdas, tocado por dos señoras de cierta edad. Después viene el arte floral en
el que se hace una demostración de cómo colocar flores en un florero de una
forma sencilla, natural y simbólica. Se pasa después al Gjánaku o música
elegante, donde se realiza un baile tradicional representado en las altas
clases sociales como la Familia Imperial o la nobleza. La siguiente
representación es la llamada Kyogen, es decir, una especie de comedia corta en
el que se utilizaba el lenguaje del pueblo y la sátira para ello.
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Tocando Cítara Koto.Gion Corner |
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Baile Gagaku.Gion Corner |
Tras todo lo anterior era el momento del momento cumbre del
espectáculo, pues salían al escenario dos Maikos, aprendices de Geisha, las
cuales deleitarían al público presente con varios minutos de danza japonesa o
Kyomai, moviéndose de forma sutil, elegante y refinada. Sería, para mí, sin
duda, el momento sublime del día y otro de los mejores en Japón.
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Baile Kyo-mai por Maikos.Gion Corner |
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Baile Kyo-mai por Maikos.Gion Corner |
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Baile Kyo-mai por Maikos.Gion Corner |
Se termina la representación con un teatro de títeres o
Bunraku, donde se pone énfasis en situaciones dramáticas de la vida cotidiana
de los comerciantes de Osaka, la ciudad comercial más grande de Japón en el
siglo XVI, cuando comenzó a cultivarse este arte.
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Teatro Marionetas Bunraku.Gion Corner |
Hay que decir que aunque es un espectáculo destinado al
turista, creo que merece bastante la pena, pues te permite llevarte una buena
idea de estas antiquísimas tradiciones a un precio razonable, pues de lo
contrario estaríamos hablando de pagar cantidades desorbitadas al alcance de
muy pocos bolsillos.
El cansancio pesaba ya bastante en mí, por lo que
tomaría el metro hasta mi hostal, compraría algo de cena en el Seven Eleven
(800 yenes) y a dormir que mañana comenzaba el día con uno de los lugares que más
llevaba esperando en el viaje.
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