Los templos de Kyoto son apasionantes y no hay dos iguales.
Aunque nunca he estado de acuerdo con la odiosa frase “visto uno, visto todos”,
que pronuncia muchísima gente, aquí tendría mucho menos sentido que con
respecto a otro tipo de construcción o arte. Todos los templos tienen no uno,
sino varios elementos que los hacen diferentes del resto y por tanto siempre
tienes la capacidad de sorpresa en alguna sala, un jardín o un paisaje.
Aún así tengo que decir que estaba saturado y que necesitaba
un cambio de aires, por lo que como al preparar el viaje esto lo veía venir,
este lo había organizado de tal manera que en los siguientes días pudiera darme
un respiro en cuanto a santuarios se refiere y cambiarlos por el entorno y la
naturaleza incomparable de los Alpes Japoneses.
Dejaba atrás el ajetreo de la gran ciudad y el turismo de
masas para ir en busca del aire puro, la calma y la tranquilidad, que sólo un
pequeño pueblo como Takayama, entre montañas de más de tres mil metros, bosques
y valles glaciares, puede ofrecerte. Si a ello le añades que es uno de los
mejores ejemplos para conocer el legado del Japón feudal del periodo Edo (1603
– 1868), pues no se puede pedir más.
Ayer había dejado en la consigna del hostal mi gran maleta y
otra bolsa (100 yenes por cada una y por cada día, por tanto 400 yenes) para ir
ligero de equipaje, cogiendo lo imprescindible para las dos próximos jornadas,
pues en la tercera ya volvía a dormir a Kyoto. Así que tan sólo llevaba una
mochila con las cosas básicas de aseo, algo de ropa y la cámara y demás
accesorios de esta, por lo que iba ligero como una pluma.
Como ya he comentado en alguna ocasión, las reservas del
Japan Rail Pass para los diferentes trenes durante el viaje las haría el primer
día de llegada, por lo que no tenía que preocuparme de las reservas ni de los
horarios sobre la marcha. Tan sólo tenía que llegar al andén correspondiente el
día y la hora prevista y listo.
Aprovecharía la media hora que me sobraba, antes de que
saliera el tren bala, para desayunar un zumo de uva y unos sándwiches que
vendían en un pequeño puesto del andén. Y sin darme cuenta a las 06.42 salía el
Shinkansen Hikari hacia Nagoya donde llegaría a las 07.33. Sólo tendría tiempo
de hacer el transbordo y nada más, pues a las 07.45 partía el tren a Takayama.
Nuevamente la coordinación japonesa me sorprendía, bordando la puntualidad de
todos los trenes.
Tren Bala en la Estación de Kyoto |
El trayecto a Takayama es soberbio, magnífico, espectacular y todos los adjetivos más que se quieran añadir, y es que a través de los amplios ventanales de mi vagón pude ir contemplando desfiladeros y gargantas por los que discurren ríos de color verde esmeralda que te acompañan en muchos de los tramos del viaje.
Paisaje desde el Tren hacia Takayama |
Paisaje desde el Tren hacia Takayama |
Simplemente por este trayecto ya merece la pena el
desplazarse hasta aquí y eso que el día no había hecho más que comenzar.
Al llegar a la estación y nada más salir a la izquierda, te
encuentras con la terminal de autobuses. Hacia esta me dirigiría para comprar
los dos billetes de autobús que utilizaría mañana y que para evitar sobresaltos
de última hora y encontrarte con que no hay billetes, conviene hacer lo antes
posible, pues según las fechas estos se pueden agotar con facilidad al ser
destinos de lo más turísticos.
Mis trayectos serían de Takayama a Shirakawa-go y de esta
localidad a Kanazawa. La broma de los billetes me saldría por 4320 yenes.
Ya con este trámite hecho y más tranquilo, pediría un plano
de la ciudad en la oficina de turismo, que se encuentra nada más salir de la
estación, y me dirigiría a dejar la pequeña bolsa de equipaje al lugar donde
dormiría hoy: el templo Zenzoji, otra experiencia que no puede faltar en
cualquier viaje que se precie a Japón. Dormir en un Ryokan es algo casi imprescindible
y aunque en principio los precios suelen ser caros, en este templo el precio es
bastante asequible, aunque es cierto que no cuenta con la combinación de todos
los rituales típicos que se hacen en aquellos y por los que te cobran más, pero
para llevarte la vivencia está muy bien.
En este momento sólo me ceñiría a dejar la bolsa y nada más,
pues hasta las 15.00 no me permitían hacer el check-in, por lo que me fui a
conocer la ciudad.
Empezaría por el templo más antiguo de Takayama, Hida
kokubun-ji, fundado en el siglo VIII y en el que destaca su pagoda de tres
pisos. Era bonito pero tampoco me aportaría nada nuevo respecto a todos los que
llevaba vistos.
Pagoda Templo Hida Kokubunji |
Me encontraba cansado y con pocas fuerzas, creía que era una
falsa alarma después del nuevo madrugón de hoy, pero no, era agotamiento puro y
duro después de los palizones que me había pegado a lo largo de lo que llevaba
de viaje. Así que lo tenía muy claro, me iba a tomar el día con mucha calma y
sin forzar la máquina, pues todavía quedaban muchas jornadas por delante y no
era plan de ir arrastrándome.
A paso lento y sin prisa llegaba a la ribera del río
Miyagawa y del puente Miyamaebashi, uno de los más afamados debido a su gran
torii colocado en uno de sus extremos. Aquí decidiría hacer una larga parada
para disfrutar del silencio que reinaba en el ambiente, rodeado de un paraje
privilegiado.
Puente Miyamaebashi y Río Miyagawa |
Después de este descanso accedía a una de las áreas
históricas más importantes de la ciudad: Shimoninomachi-Ojiinmachi, la cual ha
conservado a la perfección el aspecto comercial de los periodos Edo y Meiji y
al caminar por sus calles laberínticas, diseñadas para proteger el hoy ruinoso
castillo, uno puede imaginarse cómo era la vida entonces.
Barrio Shimoninomachi- Ojiinmachi |
Barrio Shimoninomachi- Ojiinmachi |
Es en este barrio donde se pueden visitar dos importantes
casas de madera: Yoshijima y Kusakabe, dos buenos ejemplos de arquitectura
tradicional del periodo Meiji. Me decantaría, únicamente, por esta última,
donde tras dejar mis zapatos en unos pequeños compartimentos creados para tal
fin, podría apreciar las dependencias de esta vivienda perteneciente a un rico
mercader. (500 yenes). La entrada también incluye la degustación de unas pastas
y un té, lo que me vendría de maravilla para volver a relajarme.
Una muestra clara de que estaba baldado era que en toda la
visita no había sacado la cámara ni una sola vez, cosa extraña en mí y que en
condiciones normales nunca hubiera sucedido.
Y de este sector pasaría a la zona más tradicional,
turística e importante de Takayama: el barrio de Sanmachi Suji con tres calles
(Sannomachi, Ichinomachi y Ninomachi) que han mantenido intactas las
características arquitectónicas de hace siglos. Hoy en día se puede seguir
disfrutando de los comercios casi como eran entonces, como es el caso de las
destilerías de sake con sus grandes bolas de cedro colgando en sus entradas
como elemento distintivo. Pero es que además están repletas de restaurantes,
tiendas tradicionales, museos, que hacen que no te aburras ni un segundo.
Barrio de Sanmachi Suji |
Barrio de Sanmachi Suji |
Barrio de Sanmachi Suji |
Entre los muchos recuerdos que se pueden encontrar, destacan
sobre todo los llamados saru-bobo, unos muñecos sin rasgos faciales que actúan
como amuletos para conseguir una familia y una pareja feliz. La tradición dice
que los confeccionaban y regalaban las abuelas con ese fin.
Sin darme cuenta acabaría otra vez en la ribera del río
Miyagawa, pero esta vez sobre el puente Nakabashi, característico por sus
enormes barandillas rojas. Atravesándolo y a pocos metros se encuentra Takayama
–Jinja, un viejo edificio del gobierno local, del que había leído que merecía bastante
la pena su visita, pues cuenta con hermosas habitaciones y un cuidado jardín.
Pero no me apetecía nada realizar ninguna visita cultural más, así que no, no
accedería a su interior porque sabía que no disfrutaría y estaría más pensando
en volver a salir a la calle que en otra cosa. Me conformaría con ver su
exterior y nada más.
En vez de la opción anterior, sí que me animaría a dar un
paseo hasta el parque Shiroyama pues desde él se puede disfrutar de unas
maravillosas vistas de la ciudad y de los Alpes Japoneses, lo que haría desde
un banco relajadamente. Era en este lugar donde estaba situado el antiguo
castillo, del que hoy sólo quedan unas pocas ruinas que no merecen nada la
pena.
Takayama desde Parque Shiroyama |
Tengo que reconocer que desde el desagradable incidente con
los perros en lago Caburgua en Chile, me dan más respeto carteles donde
aparecen avisos de que hay que tener cuidado con los animales en tal o cual
zona. En este caso se hacía referencia a los osos al inicio del sendero, por lo
que en mi caminata hasta el mirador, iría silbando y con cierto nerviosismo por
si aparecía alguno, lo que, afortunadamente, no sucedería.
No es que hubiera sido probable, sino que hubiese sido
seguro que con las pilas cargadas a la mitad, desde aquí, hubiera seguido por
el camino que conduce hasta el área de Higashiyama, compuesta por un conjunto
de templos y santuarios, o me hubiera ido a visitar la Aldea Hida- no-sato
compuesta por casas tradicionales al estilo Gassho-Zukuri, trasladadas desde
diferentes lugares del país, o me hubiera ido a conocer el museo donde se
exponen carrozas profusamente decoradas y que salen en procesión en las
festividades más importantes de Takayama o me hubiera perdido haciendo alguna
ruta de senderismo por los alrededores y disfrutando del soberbio entorno que
rodea toda esta zona.
Como se ve son tantas las actividades que se pueden realizar
que al final hubiera tenido que elegir y quedarme sólo con algunas de ellas,
pero no haría ninguna, no tenía fuerzas, estaba fundido y sólo quería
descansar.
Así que volvería a bajar a las calles principales y más
turísticas de la ciudad y me dirigí directo hacia un pequeño restaurante, que
se me había quedado grabado, durante el paseo de la mañana, por los bollitos
rellenos de carne que vendía. No lo dudaría y entraría a pedirme dos de ellos
con una buena cerveza que se supo a gloria. (1250 yenes)Allí estaría, sentado
en la barra, relamiéndome de la excelente calidad de la carne y dejando pasar
el tiempo.
Restaurante en el Barrio de Sanmachi Suji |
Menú en Restaurante.Barrio de Sanmachi Suji |
A la salida y en una tienda cercana, terminaría la comida
con un buen helado de chocolate (200 yenes), mientras daba un último paseo por
las viejas calles con olor a madera y el sonido de los tablones rugiendo, a
causa de un ligero viento que desde hacía ya un rato llevaba acompañándome.
A las 16.00 comenzaba a llover, excusa perfecta para dar por
finalizadas mis andanzas turísticas por Takayama, bastantes más pobres de las
que llevaba en la cabeza en un principio, pero el cuerpo es sabio y creo que
hay que hacerle caso para que luego no te pase factura.
En unos diez minutos llegaba, por segunda vez en el día, al
templo donde me iba a alojar esta noche: Zenzoji. Para realizar el check-in me
estaba esperando una chica que me enseñaría las humildes pero acogedoras
instalaciones del templo, para finalmente mostrarme el lugar donde dormiría,
que se encontraba tras una de las puertas que daban al mismo hall (3000 yenes).
Tras ella, unas escaleras me conducirían hasta una pequeña habitación con un
futón en el suelo, que tenía pinta de ser de los más cómodo, y una mesilla con
un aplique y un sofá. Aunque, como se ve, había algún que otro elemento que no
respetaba el sentido estricto de la palabra Ryokan, se puede decir que la
experiencia sería, realmente, auténtica y diferente a todo lo que llevaba
vivido.
Templo Zenkoji |
Templo Zenkoji |
Dejaría todos los bártulos de cualquier forma, según entré,
y me desplomé sobre mi original lecho de descanso, no sin poner el despertador,
para un segundo después, quedar fulminado por el sueño durante casi dos horas,
pasadas las cuales, me dispuse a marcharme a mi última actividad del día.
Leyendo y releyendo diarios de Japón encontraría el blog www.krisporelmundo.com donde hallaría
el enlace que me llevaría hasta el alojamiento donde la autora del blog se
alojó y que contaba con un magnífico onsen o, para que nos entendamos mejor,
aguas termales de origen volcánico con propiedades beneficiosas para la salud y
distribuidas en acogedores balnearios. En este caso el elegido iba a ser el
situado en el interior del Takayama Green Hotel, que cuenta con dos recintos,
uno interior y otro al aire libre donde poder disfrutar de sus calentitas
aguas.
Entrada al Onsen en el Green Hotel |
Pero antes de poder introducirte en las relajantes piscinas
es necesario cumplir con todo un ritual que a cualquier extranjero podría
parecerle una situación más propia de la cámara oculta que de la vida real.
Tras pagar mi entrada de 1000 yenes accedería a una sala
repleta de taquillas y, en ese momento, más sola que la una. Yo iluso de mí,
procedería a desvestirme e ir poniéndome el bañador, hasta que cuando estaba a
punto de cerrar mí cabina, un japonés que había entrado, hacía apenas unos
minutos, se quedaba en pelota picada, cogía una mini toalla y se iba hacia
donde se accedía a las piscinas interiores.
Como allá donde fueras haz lo que vieras, yo también haría
lo mismo, por lo que me quitaría el bañador, cerraría la taquilla, colgaría la
pulsera donde va la llave de la misma a mi muñeca y tal y como me trajo mi
madre al mundo, llegaría hasta una zona común donde encontraría una fila de
pequeños taburetes, situados cada uno de ellos delante de un espejo y un grifo
de ducha y de un pack de gel, champú y suavizante. La higiene en Japón es algo
que roza lo enfermizo y en este tipo de lugares más todavía, por lo que no
conviene meterse en los onsen sin realizar este paso previo. Así que allí que
me senté y estuve un buen rato desestirilizándome para que nadie me llamara la
atención.
Y ahora sí que llegaría el momento esperado, disfrutar del
merecido baño. Comenzaría con los jacuzzis interiores con una temperatura
aproximada de unos cuarenta grados, más o menos. La sensación inicial es que el
agua parece quemar, pero pronto el cuerpo se va adaptando y se pasa a una
sensación de placer y relajación única. Allí que me recostaría, en un
rinconcito, y no movería ni un pelo, durante unos veinte minutos. Tampoco
conviene estar más tiempo, ya que al estar el agua tan caliente se corre el
riesgo de que te pueda dar una lipotimia, por lo que es mejor salir y cambiar
de temperatura.
Era el momento de probar las piscinas exteriores, donde se
encuentra la verdadera esencia de lo que es un onsen, ya que estas estaban
decoradas con piedras dispuestas de diferentes maneras, pasillos que
conectaban, por el interior del agua, rincones con vegetación y llenos de
encanto y hasta una pequeña cascada, que colocándote debajo de ella, hacía de masajista
improvisada.
De esta manera tenía que decir adiós al paraíso, en el que
me había olvidado por unas horas, de templos, santuarios, viviendas
tradicionales y demás. Un lugar perfecto para desconectar y vivir una
experiencia diferente a las que llevaba vividas hasta ahora.
Todavía tendría tiempo, antes de salir del Green Hotel, de
tomarme dos zumos de máquina en tarro de cristal, bien fríos, que creo que son
de los mejores que he probado de este tipo. (300 yenes).
Sólo me quedaba ya, de camino al templo donde dormiría,
comprar en el Seven Eleven, unas bandejitas de makis y unos cuantos zumos más
(900 yenes), que me tomaría, relajadamente, sentado sobre el futón de mi
habitación.
Mientras degustaba los últimos bocados de la última
bandeja de comida japonesa, los párpados casi se me cerraban, por lo que apenas
pondría resistencia y entraría en el mundo de los sueños nada más apagar la
luz.
Cenando en el Templo Zenkoji |
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