JAPÓN - DIA 13. Hacia los Alpes Japoneses:Takayama

3 de Septiembre de 2015.

Los templos de Kyoto son apasionantes y no hay dos iguales. Aunque nunca he estado de acuerdo con la odiosa frase “visto uno, visto todos”, que pronuncia muchísima gente, aquí tendría mucho menos sentido que con respecto a otro tipo de construcción o arte. Todos los templos tienen no uno, sino varios elementos que los hacen diferentes del resto y por tanto siempre tienes la capacidad de sorpresa en alguna sala, un jardín o un paisaje.

Aún así tengo que decir que estaba saturado y que necesitaba un cambio de aires, por lo que como al preparar el viaje esto lo veía venir, este lo había organizado de tal manera que en los siguientes días pudiera darme un respiro en cuanto a santuarios se refiere y cambiarlos por el entorno y la naturaleza incomparable de los Alpes Japoneses.

Dejaba atrás el ajetreo de la gran ciudad y el turismo de masas para ir en busca del aire puro, la calma y la tranquilidad, que sólo un pequeño pueblo como Takayama, entre montañas de más de tres mil metros, bosques y valles glaciares, puede ofrecerte. Si a ello le añades que es uno de los mejores ejemplos para conocer el legado del Japón feudal del periodo Edo (1603 – 1868), pues no se puede pedir más.

Ayer había dejado en la consigna del hostal mi gran maleta y otra bolsa (100 yenes por cada una y por cada día, por tanto 400 yenes) para ir ligero de equipaje, cogiendo lo imprescindible para las dos próximos jornadas, pues en la tercera ya volvía a dormir a Kyoto. Así que tan sólo llevaba una mochila con las cosas básicas de aseo, algo de ropa y la cámara y demás accesorios de esta, por lo que iba ligero como una pluma.

Como ya he comentado en alguna ocasión, las reservas del Japan Rail Pass para los diferentes trenes durante el viaje las haría el primer día de llegada, por lo que no tenía que preocuparme de las reservas ni de los horarios sobre la marcha. Tan sólo tenía que llegar al andén correspondiente el día y la hora prevista y listo.

Aprovecharía la media hora que me sobraba, antes de que saliera el tren bala, para desayunar un zumo de uva y unos sándwiches que vendían en un pequeño puesto del andén. Y sin darme cuenta a las 06.42 salía el Shinkansen Hikari hacia Nagoya donde llegaría a las 07.33. Sólo tendría tiempo de hacer el transbordo y nada más, pues a las 07.45 partía el tren a Takayama. Nuevamente la coordinación japonesa me sorprendía, bordando la puntualidad de todos los trenes.


Tren Bala en la Estación de Kyoto

El trayecto a Takayama es soberbio, magnífico, espectacular y todos los adjetivos más que se quieran añadir, y es que a través de los amplios ventanales de mi vagón pude ir contemplando desfiladeros y gargantas por los que discurren ríos de color verde esmeralda que te acompañan en muchos de los tramos del viaje.


Paisaje desde el Tren hacia Takayama

Paisaje desde el Tren hacia Takayama

Simplemente por este trayecto ya merece la pena el desplazarse hasta aquí y eso que el día no había hecho más que comenzar.

Al llegar a la estación y nada más salir a la izquierda, te encuentras con la terminal de autobuses. Hacia esta me dirigiría para comprar los dos billetes de autobús que utilizaría mañana y que para evitar sobresaltos de última hora y encontrarte con que no hay billetes, conviene hacer lo antes posible, pues según las fechas estos se pueden agotar con facilidad al ser destinos de lo más turísticos.

Mis trayectos serían de Takayama a Shirakawa-go y de esta localidad a Kanazawa. La broma de los billetes me saldría por 4320 yenes.

Ya con este trámite hecho y más tranquilo, pediría un plano de la ciudad en la oficina de turismo, que se encuentra nada más salir de la estación, y me dirigiría a dejar la pequeña bolsa de equipaje al lugar donde dormiría hoy: el templo Zenzoji, otra experiencia que no puede faltar en cualquier viaje que se precie a Japón. Dormir en un Ryokan es algo casi imprescindible y aunque en principio los precios suelen ser caros, en este templo el precio es bastante asequible, aunque es cierto que no cuenta con la combinación de todos los rituales típicos que se hacen en aquellos y por los que te cobran más, pero para llevarte la vivencia está muy bien.

En este momento sólo me ceñiría a dejar la bolsa y nada más, pues hasta las 15.00 no me permitían hacer el check-in, por lo que me fui a conocer la ciudad.

Empezaría por el templo más antiguo de Takayama, Hida kokubun-ji, fundado en el siglo VIII y en el que destaca su pagoda de tres pisos. Era bonito pero tampoco me aportaría nada nuevo respecto a todos los que llevaba vistos.


Pagoda Templo Hida Kokubunji

Me encontraba cansado y con pocas fuerzas, creía que era una falsa alarma después del nuevo madrugón de hoy, pero no, era agotamiento puro y duro después de los palizones que me había pegado a lo largo de lo que llevaba de viaje. Así que lo tenía muy claro, me iba a tomar el día con mucha calma y sin forzar la máquina, pues todavía quedaban muchas jornadas por delante y no era plan de ir arrastrándome.

A paso lento y sin prisa llegaba a la ribera del río Miyagawa y del puente Miyamaebashi, uno de los más afamados debido a su gran torii colocado en uno de sus extremos. Aquí decidiría hacer una larga parada para disfrutar del silencio que reinaba en el ambiente, rodeado de un paraje privilegiado.


Puente Miyamaebashi y Río Miyagawa

Después de este descanso accedía a una de las áreas históricas más importantes de la ciudad: Shimoninomachi-Ojiinmachi, la cual ha conservado a la perfección el aspecto comercial de los periodos Edo y Meiji y al caminar por sus calles laberínticas, diseñadas para proteger el hoy ruinoso castillo, uno puede imaginarse cómo era la vida entonces.


Barrio Shimoninomachi- Ojiinmachi

Barrio Shimoninomachi- Ojiinmachi

Es en este barrio donde se pueden visitar dos importantes casas de madera: Yoshijima y Kusakabe, dos buenos ejemplos de arquitectura tradicional del periodo Meiji. Me decantaría, únicamente, por esta última, donde tras dejar mis zapatos en unos pequeños compartimentos creados para tal fin, podría apreciar las dependencias de esta vivienda perteneciente a un rico mercader. (500 yenes). La entrada también incluye la degustación de unas pastas y un té, lo que me vendría de maravilla para volver a relajarme.

Una muestra clara de que estaba baldado era que en toda la visita no había sacado la cámara ni una sola vez, cosa extraña en mí y que en condiciones normales nunca hubiera sucedido.

Y de este sector pasaría a la zona más tradicional, turística e importante de Takayama: el barrio de Sanmachi Suji con tres calles (Sannomachi, Ichinomachi y Ninomachi) que han mantenido intactas las características arquitectónicas de hace siglos. Hoy en día se puede seguir disfrutando de los comercios casi como eran entonces, como es el caso de las destilerías de sake con sus grandes bolas de cedro colgando en sus entradas como elemento distintivo. Pero es que además están repletas de restaurantes, tiendas tradicionales, museos, que hacen que no te aburras ni un segundo.


Barrio de Sanmachi Suji

Barrio de Sanmachi Suji

Barrio de Sanmachi Suji

Entre los muchos recuerdos que se pueden encontrar, destacan sobre todo los llamados saru-bobo, unos muñecos sin rasgos faciales que actúan como amuletos para conseguir una familia y una pareja feliz. La tradición dice que los confeccionaban y regalaban las abuelas con ese fin.

Sin darme cuenta acabaría otra vez en la ribera del río Miyagawa, pero esta vez sobre el puente Nakabashi, característico por sus enormes barandillas rojas. Atravesándolo y a pocos metros se encuentra Takayama –Jinja, un viejo edificio del gobierno local, del que había leído que merecía bastante la pena su visita, pues cuenta con hermosas habitaciones y un cuidado jardín. Pero no me apetecía nada realizar ninguna visita cultural más, así que no, no accedería a su interior porque sabía que no disfrutaría y estaría más pensando en volver a salir a la calle que en otra cosa. Me conformaría con ver su exterior y nada más.

En vez de la opción anterior, sí que me animaría a dar un paseo hasta el parque Shiroyama pues desde él se puede disfrutar de unas maravillosas vistas de la ciudad y de los Alpes Japoneses, lo que haría desde un banco relajadamente. Era en este lugar donde estaba situado el antiguo castillo, del que hoy sólo quedan unas pocas ruinas que no merecen nada la pena.


Takayama desde Parque Shiroyama

Tengo que reconocer que desde el desagradable incidente con los perros en lago Caburgua en Chile, me dan más respeto carteles donde aparecen avisos de que hay que tener cuidado con los animales en tal o cual zona. En este caso se hacía referencia a los osos al inicio del sendero, por lo que en mi caminata hasta el mirador, iría silbando y con cierto nerviosismo por si aparecía alguno, lo que, afortunadamente, no sucedería.

No es que hubiera sido probable, sino que hubiese sido seguro que con las pilas cargadas a la mitad, desde aquí, hubiera seguido por el camino que conduce hasta el área de Higashiyama, compuesta por un conjunto de templos y santuarios, o me hubiera ido a visitar la Aldea Hida- no-sato compuesta por casas tradicionales al estilo Gassho-Zukuri, trasladadas desde diferentes lugares del país, o me hubiera ido a conocer el museo donde se exponen carrozas profusamente decoradas y que salen en procesión en las festividades más importantes de Takayama o me hubiera perdido haciendo alguna ruta de senderismo por los alrededores y disfrutando del soberbio entorno que rodea toda esta zona.

Como se ve son tantas las actividades que se pueden realizar que al final hubiera tenido que elegir y quedarme sólo con algunas de ellas, pero no haría ninguna, no tenía fuerzas, estaba fundido y sólo quería descansar.

Así que volvería a bajar a las calles principales y más turísticas de la ciudad y me dirigí directo hacia un pequeño restaurante, que se me había quedado grabado, durante el paseo de la mañana, por los bollitos rellenos de carne que vendía. No lo dudaría y entraría a pedirme dos de ellos con una buena cerveza que se supo a gloria. (1250 yenes)Allí estaría, sentado en la barra, relamiéndome de la excelente calidad de la carne y dejando pasar el tiempo.


Restaurante en el Barrio de Sanmachi Suji

Menú en Restaurante.Barrio de Sanmachi Suji

A la salida y en una tienda cercana, terminaría la comida con un buen helado de chocolate (200 yenes), mientras daba un último paseo por las viejas calles con olor a madera y el sonido de los tablones rugiendo, a causa de un ligero viento que desde hacía ya un rato llevaba acompañándome.

A las 16.00 comenzaba a llover, excusa perfecta para dar por finalizadas mis andanzas turísticas por Takayama, bastantes más pobres de las que llevaba en la cabeza en un principio, pero el cuerpo es sabio y creo que hay que hacerle caso para que luego no te pase factura.

En unos diez minutos llegaba, por segunda vez en el día, al templo donde me iba a alojar esta noche: Zenzoji. Para realizar el check-in me estaba esperando una chica que me enseñaría las humildes pero acogedoras instalaciones del templo, para finalmente mostrarme el lugar donde dormiría, que se encontraba tras una de las puertas que daban al mismo hall (3000 yenes). Tras ella, unas escaleras me conducirían hasta una pequeña habitación con un futón en el suelo, que tenía pinta de ser de los más cómodo, y una mesilla con un aplique y un sofá. Aunque, como se ve, había algún que otro elemento que no respetaba el sentido estricto de la palabra Ryokan, se puede decir que la experiencia sería, realmente, auténtica y diferente a todo lo que llevaba vivido.


Templo Zenkoji

Templo Zenkoji

Dejaría todos los bártulos de cualquier forma, según entré, y me desplomé sobre mi original lecho de descanso, no sin poner el despertador, para un segundo después, quedar fulminado por el sueño durante casi dos horas, pasadas las cuales, me dispuse a marcharme a mi última actividad del día.

Leyendo y releyendo diarios de Japón encontraría el blog www.krisporelmundo.com donde hallaría el enlace que me llevaría hasta el alojamiento donde la autora del blog se alojó y que contaba con un magnífico onsen o, para que nos entendamos mejor, aguas termales de origen volcánico con propiedades beneficiosas para la salud y distribuidas en acogedores balnearios. En este caso el elegido iba a ser el situado en el interior del Takayama Green Hotel, que cuenta con dos recintos, uno interior y otro al aire libre donde poder disfrutar de sus calentitas aguas.


Entrada al Onsen en el Green Hotel

Pero antes de poder introducirte en las relajantes piscinas es necesario cumplir con todo un ritual que a cualquier extranjero podría parecerle una situación más propia de la cámara oculta que de la vida real.

Tras pagar mi entrada de 1000 yenes accedería a una sala repleta de taquillas y, en ese momento, más sola que la una. Yo iluso de mí, procedería a desvestirme e ir poniéndome el bañador, hasta que cuando estaba a punto de cerrar mí cabina, un japonés que había entrado, hacía apenas unos minutos, se quedaba en pelota picada, cogía una mini toalla y se iba hacia donde se accedía a las piscinas interiores.

Como allá donde fueras haz lo que vieras, yo también haría lo mismo, por lo que me quitaría el bañador, cerraría la taquilla, colgaría la pulsera donde va la llave de la misma a mi muñeca y tal y como me trajo mi madre al mundo, llegaría hasta una zona común donde encontraría una fila de pequeños taburetes, situados cada uno de ellos delante de un espejo y un grifo de ducha y de un pack de gel, champú y suavizante. La higiene en Japón es algo que roza lo enfermizo y en este tipo de lugares más todavía, por lo que no conviene meterse en los onsen sin realizar este paso previo. Así que allí que me senté y estuve un buen rato desestirilizándome para que nadie me llamara la atención.

Y ahora sí que llegaría el momento esperado, disfrutar del merecido baño. Comenzaría con los jacuzzis interiores con una temperatura aproximada de unos cuarenta grados, más o menos. La sensación inicial es que el agua parece quemar, pero pronto el cuerpo se va adaptando y se pasa a una sensación de placer y relajación única. Allí que me recostaría, en un rinconcito, y no movería ni un pelo, durante unos veinte minutos. Tampoco conviene estar más tiempo, ya que al estar el agua tan caliente se corre el riesgo de que te pueda dar una lipotimia, por lo que es mejor salir y cambiar de temperatura.

Era el momento de probar las piscinas exteriores, donde se encuentra la verdadera esencia de lo que es un onsen, ya que estas estaban decoradas con piedras dispuestas de diferentes maneras, pasillos que conectaban, por el interior del agua, rincones con vegetación y llenos de encanto y hasta una pequeña cascada, que colocándote debajo de ella, hacía de masajista improvisada.

De esta manera tenía que decir adiós al paraíso, en el que me había olvidado por unas horas, de templos, santuarios, viviendas tradicionales y demás. Un lugar perfecto para desconectar y vivir una experiencia diferente a las que llevaba vividas hasta ahora.

Todavía tendría tiempo, antes de salir del Green Hotel, de tomarme dos zumos de máquina en tarro de cristal, bien fríos, que creo que son de los mejores que he probado de este tipo. (300 yenes).

Sólo me quedaba ya, de camino al templo donde dormiría, comprar en el Seven Eleven, unas bandejitas de makis y unos cuantos zumos más (900 yenes), que me tomaría, relajadamente, sentado sobre el futón de mi habitación.


Cenando en el Templo Zenkoji

Mientras degustaba los últimos bocados de la última bandeja de comida japonesa, los párpados casi se me cerraban, por lo que apenas pondría resistencia y entraría en el mundo de los sueños nada más apagar la luz.

No hay comentarios :

Publicar un comentario