JAPÓN - DIA 12. Kyoto: Higashiyama sur, oeste y Arashiyama

2 de Septiembre de 2015.

Me extrañé mucho de ver que el local del McDonalds estaba con luz a las 05.30 de mañana. Lo primero que pensé es que estaban recibiendo algún pedido o reparando alguna instalación, pero cuando me acerqué y pregunté que si se encontraba abierto y me dijeron que sí, me quedé con cara de alucinado y después pediría mi desayuno de pastel de manzana y tortitas, como ya haría ayer (560 yenes).

Sí, efectivamente, como se ha podido ver en el párrafo anterior, me pequé un madrugón de campeonato y es que hoy quería hacer muchísimas cosas y viendo que ayer me quedé corto con los tiempos, hoy adelanté el madrugón un poquito. Ello con la idea de estar a las 06.00 en la puerta de uno de los pocos templos que abren a estas horas intempestivas como es el caso de Kiyomizu-dera.

Patrimonio de la Humanidad desde 1994, como otros muchos templos, su historia se remonta al año 798, cuando sería fundado, aunque los edificios que se pueden ver son del S.XVII, como consecuencia de un gran incendio que destruyó muchas de las instalaciones originales. Su nombre significa “Templo del agua pura”, debido a que de las colinas cercanas bajan cascadas con aguas limpias y transparentes.

El complejo lo forman veinte edificios de madera, siendo uno de los recintos más grandes de la ciudad. Además es uno de los centros budistas más importantes de Japón, por lo que es un lugar de peregrinación obligada para muchos japoneses practicantes de esta religión.

Llegaba hasta aquí habiendo leído que algunos de estos edificios se encontraban restaurándose, pero no me había informado ni cuantos ni cuáles de ellos, por lo que veríamos a ver si no se me estropeaba demasiado la visita.

Dos fieros leones, esculpidos en piedra y con cara de pocos amigos, cuya función es salvaguardar al templo de los malos espíritus, me daban la bienvenida, antes de afrontar la escalinata que me llevaría a atravesar la increíble Puerta de los Reyes o Niomon.


Puerta Akamon. Templo Kiyomizu-dera

Iluso de mí, creía que esta iba a ser la única subida, pero no, todavía me quedaba otro pequeño tramo de escaleras, al final de las cuales me encontraba una nueva puerta llamada Saimon, de vivos tonos bermellones, que tampoco le iba a la zaga en belleza a la anterior.

Junto a esta se encuentra la torre de la campana o Shoro, a la izquierda, y la pagoda de tres pisos o Sanjunoto, a la derecha, que por cierto, es la más alta de Japón, de estas características.


Pagoda del Templo Kiyomizu-dera

Después encontraría algunos edificios de menor importancia como una biblioteca y algunos salones, que no estaban abiertos, y la entrada a un sub templo llamado Jishu – jinja, famoso por estar dedicado al Dios del amor y los matrimonios. Aquí se puede realizar un curioso ritual consistente en caminar con los ojos cerrados de una piedra a otra, separadas entre sí 18 metros, mientras vas pronunciando el nombre de la persona que quieres. Sí consigues llegar al otra lado sin toparte con ningún obstáculo es que el amor es firme y durará en el futuro. A mí me parecería un poco chorrada y me lo perdonaría.


Santuario Jishu. Templo Kiyomizu-dera

Y, ahora sí, que por fin llegaría hasta el Hondo o pabellón principal, en donde, casi más importantes que los budas del interior, es su inmensa terraza exterior sostenida por columnas apoyadas sobre bases de piedra de hasta quince metros de altura. Aquí se realizaban danzas y representaciones teatrales, pero lo mejor son, sin duda, las preciosas vistas que se obtienen de Kyoto y de los bosques sobre los que se asienta el santuario.


Kyoto en la lejanía desde Templo Kiyomizu-dera

Kyoto en la lejanía desde Templo Kiyomizu-dera

Como curiosidad, decir que desde aquí se lanzaban al vacío aquellos que querían que se cumpliesen sus deseos, los cuales se llevaban a cabo si se sobrevivía a la caída de trece metros.

Otra bonita estampa que se obtiene desde este magnífico punto es la imagen de la pagoda Koyasu-no-to que sobresale entre los bosques de color verde intenso. Hasta ella se puede llegar por una senda que no llega a apreciar desde las alturas.


Entorno del Templo Kiyomizu-dera

El siguiente punto que me disponía a conocer era el llamado Okuno-in, un edificio de madera, donde se construiría la primera ermita y desde donde se obtienen unas vistas privilegiadas del Hondo y su terraza, pero cuando me disponía a encauzar el pasillo que te lleva hasta él, un terrible cartel indicaba que toda esta zona se encontraba cerrada. Buff, menuda decepción que me llevaría, porque es una de las vistas más famosas de Kyoto y me quedaba sin verla. La verdad, no lo voy a negar, que me quedaría un poco disgustado, porque me hacía mucha ilusión llegar hasta allí, pero no me quedaba otra que seguir adelante y aceptarlo. Unas veces se gana y otras se pierde.

Sólo me quedaba ya por visitar, en los niveles inferiores del complejo, lo que llaman Otowa no taki o, para que nos entendamos, la “cascada del sonido de las plumas”, que se precipita a través de tres canales piedra. Dicen que tiene propiedades curativas y que dependiendo de cual bebas puedes conseguir suerte, longevidad o éxito. No perdería la ocasión y con un cazo de mango larguísimo probaría de dos de ellos, ya que dicen que si lo haces de los tres te traería mala suerte por ser avaricioso.


Manantial Otowa -no-taki.Kiyomizu-dera

Aquí finalizaría mi fascinante visita a Kiyomizu-dera, en la que invertiría casi dos horas de reloj, y es que es un templo y un lugar único e imprescindible en Kyoto, por la perfecta combinación de la naturaleza con los edificios que lo conforman.

A la salida tomaría la calle Kiyomizu-michi, para poco después llegar a dos de las calles más tradicionales de la ciudad, primero Sannen-Zaka y después Ninnen-Zaka, que significan “Colina de los tres y de los dos años”, respectivamente. Los nombres hacen referencia a los años de mala suerte que te esperan si tropiezas y te caes en cualquiera de los dos lugares, por lo que es bueno ir con mucho ojo.


Calle Ninenzaka

Son dos encantadores pasajes empedrados donde parece que el tiempo se ha detenido y abundan acogedoras tiendas donde venden los típicos recuerdos japoneses, viviendas tradicionales con celosías de madera, ryokans, casas de té. En definitiva, supone un agradable paseo para disfrutar del Kyoto más auténtico, al igual que sucede con Gion.


Pagoda Yasaka y Calle Sannenzaka

Eran las ocho de la mañana y se estaba la mar de a gusto, al no haber casi nadie por la zona, por lo que iba parándome a cada rato para hacer fotos. Y mientras me entretenía de esta manera, también me había dado cuenta que, desde hacía ya unos minutos, una comitiva formada por un matrimonio de recién casados ataviados con sus trajes tradicionales y otras tres personas más, una de ellas fotógrafo, me venían siguiendo. Todo parecía indicar que los lugares que iba seleccionando para hacer mis fotografías, eran también algunos de los que ellos llevaban en la cabeza para plasmar un día tan importante y es que esta zona está llena de rincones con mucho encanto.

Al final la pequeña ventaja que llevaba acabaría siendo recortada por la comitiva y no pudimos evitar echarnos unas risas por la situación. Me costaría muchísimo conseguir que pasaran ellos y siguieran con su reportaje, pues ya se sabe lo educados que son los japoneses y no querían bajo ningún concepto adelantarse a mí, al estar yo primero por la zona, pero al final lo conseguiría, no sin hacerles una bonita foto de recuerdo.


Recién Casados en Calle Sannenzaka

Mientras se alejaba el amable matrimonio, yo había llegado ya a la Pagoda Yasaka, de cinco plantas, y que es el único resquicio que queda del antiguo templo budista que antaño ocuparía el lugar.

Una amplia y enlosada avenida llamada Ne-ne no Michi, donde predominaban las tiendas de lujo y las galerías de arte me haría llegar hasta el punto desde donde parten las largas escalinatas de piedra que llegan hasta los templos Ryozen Kannon y Kodai-ji, uno contiguo al otro.

Del primero de ellos sólo podría admirar la enorme escultura dedicada a la Diosa de la Misericordia de 24 metros y construida para honrar a los muertos de la Segunda Guerra Mundial. Y además tendría que ser desde las afueras del recinto porque este se encontraba cerrado. El motivo no lo sé, pero un cartel indicaba que tanto hoy como mañana no abriría sus puertas.


Buda del Templo Ryozen Kannon

Kodai-ji sí que podría visitarlo, después de pagas su entrada de 600 yenes. Este templo lo fundaría, para honrar su memoria, la viuda de Toyotomi Hideyoshi, uno de los grandes líderes militares de Japón y responsable de haber unificado el país a finales del Siglo XVI.

En el recinto me encontraría varias pequeñas edificaciones esparcidas por los estupendos jardines que conforman el lugar y como no podía ser de otra manera todo estaba impoluto.

Una de las mejores construcciones sería sin duda el llamado Hojo que cuenta con una sala principal ricamente decorada. Además el edificio se encuentra rodeado por dos fabulosos jardines, uno compuesto por rocas y graba rastrillada que representan la inmensidad del océano y otro con un estanque y árboles de diferentes especies.


Templo Kodaiji

Jardines Templo Kodaiji

Siguiendo con mi recorrido pronto llegaría hasta el mausoleo donde se encuentran enterrados Hideyoshi y su esposa, Nene, y un poco más adelante dos casa de té.

 El recorrido circular por el que te van llevando las indicaciones había hecho que me encontrara en lo alto de una colina, por lo que cuando fui a afrontar la bajada, en un pequeño giro, me encontraría con otra agradable sorpresa: un pequeño bosque de bambú. Me había encontrado alguno que otro, en mi estancia en Japón, pero ninguno se podía atravesar como sí era el caso aquí y además este era el más grande que había visto hasta el momento, por lo que fue la guinda perfecta a esta visita.


Bosque de Bambú. Templo Kodaiji

Bosque de Bambú. Templo Kodaiji

Eran las 09.45 y tocaba tomar una decisión. O bien continuaba por esta zona visitando el parque de Maruyama-koen y el templo sintoísta Yasaka-Jinja o dejaba estos para otro momento, si daba tiempo, y me dirigía ahora hacia el oeste de Kyoto, donde también se encuentran algunos de sus mayores tesoros. No lo dudé, optaría por esta última opción, ya que no quería perderme algunas de las joyas que se encuentran en aquel sector.

Para ello volvería a bajar las escaleras que me habían traído hasta el último templo visitado y a través de unas cuantas callejuelas desembocaría muy cerca de la parada de autobús cercana a la estación de Gion. Aquí preguntaría a unos chavalines que estaban esperando, cómo llegar hasta el templo Kinkaku-ji, señalándoles en el plano el mismo, y en dos o tres minutos me estaban diciendo que el autobús número doce (230 yenes) me dejaría en la misma puerta. Así que yo todo obediente les hice caso y llegué sin ningún problema en unos cuarenta minutos, lo que permite, por otro lado, hacerse una idea de lo inmenso que es Kyoto. Así que antes de plantearse ir caminando de unos puntos a otros, conviene estudiar las distancias, ya que si no se puede perder un tiempo muy valioso.

Y ya estaba en otro de esos lugares míticos, del que había visto infinidad de fotografías y que me moría de ganas de conocer, por fin llegaba al maravilloso Pabellón de Oro o Kinkaku-ji (400 yenes).

Este recinto sería elegido como el espacio perfecto para el descanso y retiro del Shogun Ashikaga Yoshimitsu, quien pasaría aquí sus últimos días, después de renunciar a sus deberes oficiales. A su muerte y cumpliendo su voluntad pasaría a ser un templo, donde sus dos niveles superiores se encuentran, completamente, cubiertos con pan de oro y coronados por un fénix de bronce. En su interior, cerrado al público, se hallan una serie de salas que contienen reliquias de Buda.

Un camino flanqueado de vegetación me acercaría, en pocos metros, hasta un espacio abierto compuesto por un hermoso estanque, de cuyo fondo emergía radiante el pabellón dorado. A su ya de por sí elegante silueta, había que sumarle el resplandeciente color amarillo que despedía, resaltado, aún más, por el cielo azul y los rayos de sol, que en ese momento hacían acto de presencia, como si de un milagro se tratase, tras llevar ocultos, prácticamente, la totalidad del viaje.


Kinkakuji o Templo del Pabellón Dorado

Kinkakuji o Templo del Pabellón Dorado

El impacto visual era sobrecogedor y más que un escenario real más bien parecía una obra pictórica de un gran artista.

Los jardines que rodean la construcción y el verde intenso del monte Kinugasa, a sus espaldas, son, además, el complemento perfecto a la misma, creando una belleza paisajística única y difícilmente superable.

Parece mentira que a pesar de su desequilibrio, un monje loco fuera capaz de prender fuego al edificio original allá por 1950, siendo el actual una réplica exacta.


Kinkakuji o Templo del Pabellón Dorado

Me quedaría ensimismado, un tiempo no definido, con la estampa que estaba presenciando y cuando pude reaccionar no pararía de plasmar en mil instantáneas este momento único y especial en el país del sol naciente, un destino que, sin llegar al ecuador del mismo, se había colocado ya entre mis preferidos.

A diferencia de los jardines europeos, los japoneses no están diseñados para pasear por ellos, sino para ser admirados como si de una obra de arte se tratase. Uno de los más reputados es, sin duda, el del templo Ryoan-ji, al que llegaba tras un paseo de una media hora.

Diseñado en 1473, luce una austeridad sorprendente, en los que la combinación de elementos simples, como los estanques, la roca, la grava y la vegetación no son una mera casualidad de la naturaleza sino un conjunto de símbolos que inducen a la contemplación y a la armonía.

Este templo es conocido por tener el más importante jardín zen de estilo Karesangui que se conserva, el llamado jardín de las rocas, formado por un rectángulo de gravilla rastrillada sobre el que están colocadas, estratégicamente, quince rocas, dando la sensación de islas flotando en el mar, las cuales sólo pueden ser vistas, en su totalidad, desde la derecha del todo de la plataforma.


Jardines Templo Ryoanji

Jardines Templo Ryoanji

Aquí me sentaría, junto con un grupo de jóvenes, para tratar de interpretar y estudiar el significado y los acertijos que plantea y qué solo por medio de la contemplación y el silencio pueden resolverse. Es evidente que no lo lograría, pero sí que me quedaría la mar de relajado para continuar mi camino hasta otro templo llamado Ninnaji, Patrimonio de la Humanidad al igual que el anterior (500 yenes).

Este complejo sería fundado por el 58 Emperador llamado Koko, durante el periodo Heian. Cuando este murió, su sucesor, Uda, se haría cargo de la construcción y terminación en el año 888. Tras su abdicación este mandatario tomaría los votos y se dedicaría a la meditación. Desde entonces el templo sería conocido como el Palacio Imperial Omuro y miembros de la familia imperial servirían como abades aquí hasta la Restauración Meiji.

La gigantesca puerta Nio-mon era el primer elemento con el que me encontraba, colocándose a cada lado de la fachada delantera dos grandes estatuas con funciones protectoras.


Puerta Niomon. Templo Ninnaji

Nada más cruzarla y girando a la izquierda entraría en muchos de los edificios visitables, tales como el Shinden, el Shiro-shoin o el Kuro-shoin, cuyos interiores se muestra sin recelo al público, encontrándome salas y habitaciones decoradas con imágenes y dibujos de diferentes artistas. Terminaría este sector con el llamado Reimeiden, caracterizado por la maravillosa joya sagrada situada en el techo y porque aquí se encuentran consagradas las tablas espirituales de abades del pasado, teniendo como imagen principal a Yakushi-nyorai.


Templo Ninnaji

Jardines Templo Ninnaji

Templo Ninnaji

Tras volver a las inmediaciones de la puerta Nio-mon, ahora continuaría todo recto, por la amplia avenida, para cruzar una nueva puerta llamada Chu-mon y que una vez traspasada me permitiría llegar a otros importantes edificios como la histórica pagoda de cinco plantas o el Kon-do, la sala principal consagrada a Amidasanzon, la principal imagen de Ninna-ji.


Templo Ninnaji

Sólo me restaba ya realizar una breve parada en varios edificios menores como el campanario y el llamado Mie-do, que consagra tres figuras importante en la historia del budismo de este lugar, para así dar por finalizada la última visita, antes de volver a cambiar de sector en Kyoto.

Tomando la calle que se encuentra justo en frente de la puerta Nio-mon de este último templo, y a tan sólo cinco minutos, se halla la estación de Omuro por cuyas vías circula un práctico tren eléctrico el cual cogería para llegar hasta el distrito de Arashiyama, después de realizar un transbordo (210 yenes todos los trayectos).

Arashiyama significa “montaña de las tormentas” y para mí fue una de las zonas más bonitas de Kyoto, por el contraste que supone la combinación de un gran río, templos, bosques y tener las montañas tan cerca.

Eran las 15.00 de la tarde cuando salía por la puerta de la estación y casi allí mismo me encontraría varias tiendas que ofrecían diferentes productos, por lo que no lo dudé y para ganar tiempo, comería algo sobre la marcha, más concretamente unas brochetas de algo similar a la carne, pero que no sabría decir lo que era, y un helado de color verde, bastante insulso, que no me volvería loco. Ya tendría tiempo esta noche para sentarme con tranquilidad y pegarme un homenaje.

Empezaría la tarde con un templo muy cercano y también declarado Patrimonio de la Humanidad. Hablo de Tenryu-ji (600 yenes)

El primer edificio que me encontraba en mi camino era el llamado Hatto utilizado en la actualidad para realizar funciones ceremoniales, aunque en el pasado era donde el maestro daba sus sermones a los monjes.

El edificio llamado Kuri, sería la siguiente construcción destacable que se cruzaba en mí camino. Aunque hoy está destinado a oficinas administrativas, es uno de los símbolos de Tenryu-ji por la belleza que conforma su fachada de madera y yeso blanco combinada con la elegante curvatura del tejado y las rocas que presiden la entrada.


Templo Tenryuji

Tras este llegaba al Hojo compuesto a su vez por dos secciones de las que destaca la más grande de ellas llamada Daihojo, utilizada para grandes ceremonias. Lo mejor son sus inmensas terrazas desde donde disfrutar de las vistas de los jardines. En su interior cabe destacar la imagen del buda consagrado Shakyamuni que se remonta al periodo Heian, además de sus espaciosas y enormes salas.


Templo Tenryuji

Templo Tenryuji

Pero lo mejor sin duda es el jardín Sogen-ji, más allá de los propios edificios. Fue diseñado como jardín de paseo para a través de un camino llano que lo rodea, ir apreciando diferentes perspectivas del paisaje. A esto además hay que sumarle la mayor sensación de profundidad que le dan las montañas cercanas.

El propio Gobierno japonés sería consciente de tanta belleza al elegirlo como el primer lugar del país que recibiría la designación de “Lugar especial de importancia histórica y escénica”, además de estar incluido en la Guía ilustrada de los jardines más famosos y de mayor interés turístico.


Jardines Templo Tenryuji

Con todos estos galardones no es de extrañar que, normalmente, todo este entorno pueda estar atestado de gente pero, afortunadamente, en esta ocasión el número de personas era más bien bajo y pude disfrutar de un agradable paseo fijándome en los múltiples detalles que te va ofreciendo el conjunto de plantas y flores que lo componen.

Como guinda a la visita acabaría ante una fuente de agua purificadora, donde podría detenerme unos minutos más a descansar.

Aprovechando que casi pegada a esta fuente estaba la salida norte, contraria a la que había entrado, y que esta misma te llevaba a darte de bruces con el maravilloso bosque de bambú de Sagano, uno de los imperdibles de esta zona de la ciudad, no dudé en salir por aquí.

Efectivamente, allí estaba esperándome el inicio del sendero que te conduce, a través de los descomunales y altivos tallos de bambú, los cuales casi no permiten que se vea el cielo, ni entre la luz, a perderte un rato entre la espesura.


Camino de Bambú de Arashiyama

Camino de Bambú de Arashiyama

El paseo lo disfrutaría una barbaridad, por lo diferente y novedoso a todo lo que llevaba visto. Al terminar saldría a una zona algo más abierta, pero también cubierta de vegetación, donde empezaba a escasear la luz, pues esta casi era absorbida por la gran cantidad de plantas que había en el lugar.

Sólo me quedaban cuarenta minutos antes de que dieran las cinco, hora de cierre de la gran mayoría de templos en Kyoto, los cuales aprovecharía para dirigirme hacia el llamado Jojakko-ji (400 yenes). Sin duda este complejo sería el más pobre que vería, en cuanto a edificaciones se refiere, a lo largo de todo el día, pero siempre hay algo que destaca y te sorprende, sea el lugar que sea en Japón. En este caso merecerían muchísimo la pena las vistas de Kyoto junto a una antigua y maravillosa pagoda, desde lo más alto del complejo, donde se llega subiendo unas empinadas escaleras cubiertas de musgo. Aquí agotaría mi tiempo, contemplando el espectáculo, antes de que la encargada del recinto me invitara educadamente a abandonarlo.


Pagoda Templo Jojakkoji

Desharía mis pasos hacia la estación, volviendo a pasar por el ahora todavía más misterioso bosque de bambú, pues apenas entraba ya luz y no había un alma por la zona, y una vez en aquella me dirigí en sentido contrario al tomado al principio de la tarde, para ir a pasear por el puente de madera Togetsukyo que atraviesa las bravas aguas del río Katsuragawa. Es un lugar romántico y evocador, rodeado de montañas y con unas vistas increíbles. No me extraña que aquí se hayan rodado películas históricas y que en otoño atraiga a grandes masas para disfrutar del paisaje otoñal, pues debe ser algo único.


Puente Togetsukyo y Río Katsuragawa

Río Katsuragawa desde Puente Togetsukyo

Yo me conformaría con sentarme en un banco, mientras me tomaba un refresco, y ver cómo anochecía mientras la gente iba y venía, observando entre la multitud bastantes chicas vestidas con su kimono tradicional, lo que le daba al ambiente un aire todavía más épico si cabe.


Chica con Kimono en el Puente Togetsukyo

Cuando la noche se echó encima volvería a la estación y tomaría el tren hasta la última estación (210 yenes), donde haría transbordo a otra línea (150 yenes) y tras dos paradas cogería el metro (150 yenes) que me llevaría al Hostel.

Descansaría un rato y como lo prometido es deuda, sobre todo porque estaba que me hubiera comido un toro, saldría a cenar como Dios manda. Seguiría las recomendaciones de uno de los chicos de recepción y me encaminaría al centro comercial Yodobashi en la calle Karasuma Dori, justo al lado de la Kyoto Tower. Dentro de este, subiría hasta la sexta planta y entre la multitud de restaurantes existentes para todo tipo de gustos y sabores, buscaría uno llamado Fugetsu, donde me dispondría a probar mi primer Okonomiyaki.

Me invitarían a sentarme en una amplia mesa donde la mayor parte de la superficie estaba integrada por una gran plancha y tras elegir el que tomaría, vendría un joven y se pondría a mezclar sobre la misma vegetales, huevos, fideos, pollo. Todo ello a una gran velocidad mientras yo flipaba con la preparación. Tras indicarme que no tocara nada y que ya vendría él a avisarme cuando estuviera todo listo, estuve entretenido viendo como preparaban otras especialidades en las mesas cercanas. Tras unos quince minutos me darían permiso para empezar la degustación y el resultado sería que me entusiasmaría. Hasta este momento fue la comida que más me gustó de Japón con diferencia.


Okonomiyaki en Restaurante Fugetsu

Por supuesto que no podría evitar acompañar la rica especialidad con una buena cerveza, por lo que disfruté como un enano del festín. (1911 yenes)

Y ya por hoy no se podía pedir más, después de unas catorce horas viviendo la capital cultural de Japón al máximo.

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