COREA DEL SUR - DIA 7. DMZ y última tarde en Seúl

19 de Septiembre de 2015.

Parecía que fue ayer cuando comenzaba esta gran aventura en solitario por el lejano oriente, cuando me metía en el avión de Emirates lleno de nervios y miedos infundados pensando que todo sería complicado y difícil y que no podría llevar a cabo muchos de los retos que tenía planificados. Y lo que son las cosas, a menos de 24 horas para que todo terminara y tuviera que volver a casa, las sensaciones con las que comencé el viaje habían revertido justo a lo contrario, unas ganas tremendas de haber continuado conociendo muchos de los países que tenía tan cerca y haber seguido no uno, ni dos, ni tres meses, sino que me hubiera tirado uno o dos años por el fascinante continente asiático. Pero las obligaciones laborales mandan y no quedaba otra, por lo que me disponía a disfrutar todo lo que pudiera de mi último día en Corea.

Cuando preparaba este viaje, y después de darle muchas vueltas, decidiría prescindir de visitar la frontera entre las dos Coreas, pues prefería dedicar ese tiempo a permanecer en Seúl y disfrutar de la gran cantidad de lugares interesantes que te ofrece la capital. Pero es cierto que, en los últimos días, no se me quitaba de la cabeza esa idea y que me daba mucha pena no ir a un lugar tan emblemático, teniéndolo tan cerca. Si a ello le sumaba que tras dos días en la ciudad me había cundido bastante y había visto casi todo lo que tenía en mente, pues como que, si todavía era posible, iba a hacer todo lo que pudiera para intentar conocer ese lugar.

Así que según llegaba al hostel, la noche de ayer, busqué al encargado de recepción y le comentaría que, aun sabiendo que apenas había tiempo, si todavía tenía alguna posibilidad de hacer el tour de la DMZ con alguna agencia, pues es la única manera de poder realizarlo. Dicho y hecho.  Con toda la parsimonia del mundo, me diría que no preocupara, haría dos simples llamadas y al colgar me comentaría que estuviese preparado hoy a las 07.30. Así de fácil.

Aunque es cierto que también me hubiera gustado conocer la antigua aldea de Panmunjom y el Área común de seguridad (JSA), debido al poco tiempo con que había previsto la visita esto no sería posible, pues necesitas para ello tres o cuatro días de diferencia para poderlo reservar. Pero vamos que tampoco me quejaba tras saber que iba a poder conocer la zona desmilitarizada situada entre las dos Coreas (DMZ) y una de las áreas de mayor tensión militar del mundo. Así que estaba feliz. El coste de la excursión sería de 46000 wones.

Tal y como quedábamos ayer, a las 07.30 en punto, una pequeña furgoneta de la agencia Seoul City Tour, me esperaba en la puerta del hostel con otras siete personas más en su interior. Iluso de mí, creía que íbamos a ser como mucho unas diez personas y que lo íbamos a realizar casi como si fuera en plan privado. Pero el motivo de este pequeño vehículo no iba a ser otro que el poder llegar hasta los hoteles y alojamientos situados en las calles más estrechas, esperándonos, pocos minutos más tarde, un autobús gigante que iba hasta arriba de gente. ¡Qué ingenuo!

Tras recoger a varias personas más,  nos pondríamos rumbo hacia la frontera, recorriendo unos sesenta kilómetros hasta llegar hasta ella. Según nos acercábamos pudimos ir viendo una gran cantidad de puestos militares de control y kilómetros de alambradas, pues la zona desmilitarizada comprende 238 kilómetros de largo por 4 km de ancho, siendo tierra de nadie y constituyéndose en torno al paralelo 38. Toda ella está plagada de minas y de militares armados dispuestos a abatir a cualquier persona que sobrepase los límites establecidos.

En el mes de agosto de 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial, el ejército japonés que había ocupado la península de Corea durante 35 años, se rindió. Las tropas rusas y estadounidenses  liberaron Corea y, al igual que habían hecho en Alemania, se reunieron para decidir su futuro. Las potencias de ocupación, EE.UU y la URSS, acordaron dividir Corea por el paralelo 38 como medida temporal. Los americanos controlarían la zona sur de la división, mientras que los soviéticos la zona norte.

Los generales estadounidenses nombrarían, en 1948, como jefe del Gobierno a Syngman Rhee, conservador y anticomunista, retirándose poco después del país las tropas americanas.

Al norte del paralelo 38, los rusos tenían el control. Establecieron un régimen comunista a través de una red de comités populares y prepararon a Kim Il-Sung, que durante la guerra había permanecido en la Unión Soviética, para asumir el poder. Se proclamó la República Democrática Popular de Corea y Kim Il- Sung ocupó la presidencia de la nueva nación. Cuando las tropas soviéticas se retiraron, Kim empezó a soñar con unificar Corea bajo el comunismo.

En Marzo de 1949 el nuevo presidente norcoreano se desplazaría hasta Moscú con un claro objetivo: conseguir el permiso de Stalin para invadir Corea del Sur. Sin embargo el líder ruso rechazaría esa idea, al estar preocupado por la crisis de Berlín.

A finales de 1949 la situación internacional cambiaría. La revolución comunista en China había triunfado y Mao Tse- Tung y Stalin firmarían un tratado de amistad, constituyendo así una alianza comunista mundial y abriendo un segundo frente de la Guerra Fría en Asia. Por aquel entonces, Stalin confiaba en que los EE.UU no quisieran reaccionar ante los acontecimientos que se sucedían en Asia y en 1950 aprobaría la iniciativa del nuevo líder norcoreano de invadir Corea del Sur.

El 25 de Junio de 1950 el ejército norcoreano lanza su ataque sorpresa contra el sur. Equipadas con artillería y tanques rusos y dirigidas por asesores soviéticos, diez divisiones de combate del ejército de Corea del norte procederían a la invasión.

EE.UU convocaría de urgencia al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, consiguiendo de esta que se creara una fuerza militar internacional, formada por 16 naciones, para defender a Corea del Sur y luchar contra los comunistas.

Kim Il-sung conseguiría apropiarse de Seúl en tres días, lo que sería una importante victoria para el comunismo. A esto habría que sumarle que las líneas americanas, al carecer de defensas anti tanques, también se derrumbaron. En pocos días las tropas estadounidenses se replegarían sumidas en el caos.               

Pero sería gracias a la arriesgada apuesta del General Mac Arthur, de realizar un ataque naval por el oeste de la península coreana, lo que volvería a dar opciones a los aliados y que en poco tiempo tuvieran otra vez opciones de conquistar Seúl, lo que acabarían consiguiendo al poco tiempo, restituyendo a su presidente en el poder.

Poco después las tropas surcoreanas y de las Naciones Unidas, continuarían hacia la capital de Corea del Norte, Pyongyang, lo que provocaría la intervención en la guerra de China y un nuevo repliegue de los aliados hasta el paralelo 38.

Así se continuaría durante varios meses más, con variaciones del territorio constantes a favor de unos y de otros, pero sin demasiada trascendencia.

Las conversaciones para llegar a un armisticio empezarían en julio de 1951, pero resultarían infructuosas. Ambas partes consideraban que lo que pedían los otros era inadmisible, por lo que las negociaciones se alargarían hasta junio de 1953, donde chinos, norcoreanos y estadounidenses darían su apoyo al definitivo acuerdo de paz. Sin embargo el presidente de Corea del Sur, se opondría al acuerdo y no lo firmaría, lo que hacía, que teóricamente, se siguiera en guerra con su vecino del norte desde entonces hasta hoy.

54000 estadounidenses no regresaron a sus hogares, la guerra se cobró las vidas de 3000 hombres pertenecientes a los ejércitos de otras 15 naciones.

Cuarenta años después, al final de la Guerra Fría, la frontera entre las dos Coreas seguía estando en el mismo punto.

Sin que hubiese transcurrido una hora, desde que salimos de la capital, la primera parada que haría el autobús sería en el parque Imjingak, construido como lugar de esparcimiento y memorial para todos aquellos que han sufrido a causa de la guerra entre las Coreas y tan sólo a siete kilómetros de la línea de demarcación militar. El lugar está repleto de monumentos y sitios de interés como el puente de la Libertad, construido para liberar a casi 13000 prisioneros en 1953; una locomotora descarrilada por las bombas durante la guerra, etc. Todo ello lo apreciaría desde la lejanía, sobre el mirador que te permite ver tanto estos monumentos, como la inmensa alambrada que va recorriendo toda la frontera. El motivo por el que no pude acercarme a algunos de aquellos, no sería otro que el poco tiempo que te dan para estar en el lugar. Están bien estos tours para recordarme la mala uva que se me pone en ellos por el poco tiempo que te dan para todo y el ser tratado como un rebaño de ovejas, pero era lo había, o esto o nada.

Mirador de Imjingak


Puente de la Libertad desde Mirador de Imjingak

DMZ desde Mirador de Imjingak

Unos kilómetros más adelante llegábamos a la zona desmilitarizada, propiamente dicha. Para empezar un militar armado subiría al autocar e iría pidiendo uno por uno a todos los allí presentes el pasaporte, comprobando que la fotografía del mismo coincidía con tú cara y no con un simple vistazo, sino minuciosamente y fijando su mirada en ti como si fueras un espía. Menuda tensión.

Después el autobús arrancaría y tendría que ir esquivando más de diez barreras colocadas en zigzag, hasta que podría continuar en línea recta el curso normal del asfalto. Sólo por todo esto la excursión ya estaba mereciendo la pena. Se sentía la adrenalina y la tensión de la zona a más no poder.

En otros quince minutos llegábamos hasta el complejo desde donde se accede al tercer túnel, el cual sería construido por Corea del Norte, junto con otros tres más, con la intención de invadir Seúl. El gobierno norcoreano siempre ha negado tal hecho y ha puesto como excusa que en realidad era una mina de carbón. Los estudios han demostrado, sin embargo, que por la dirección en que se realizaron las explosiones sólo pudieron ser hechas por el gobierno comunista. De todas maneras se especula que, hasta la fecha, podrían haberse construido más de una veintena.

El túnel es incómodo y de baja altura, midiendo 1, 70 de alto y 2 metros de ancho, y aunque parezca increíble fue diseñado para permitir el paso de 30000 soldados armados. Así que bien merece la pena la experiencia. Completar el recorrido lleva entre 30 y 40 minutos. Es imprescindible llevar un casco de seguridad que te facilitan a la entrada y los vídeos y fotografías están prohibidos, haciéndote dejar las cámaras en unas taquillas gratuitas. ¿Pero alguien dijo algo de los móviles? Je, je. Así que por lo menos este recuerdo que me llevé:

Tercer Túnel de la DMZ

Monumento al Tercer Túnel

Monumento al Tercer Túnel

El Observatorio Dora, sería nuestra siguiente parada. Desde aquí se puede ver, en un día despejado como el que hacía, gran parte de la zona desmilitarizada, las primeras extensiones de terreno del país vecino con la ciudad industrial de Kaesong, donde se desplazan a trabajar ciudadanos surcoreanos, e incluso se aprecia la autovía que se adentra en Corea del Norte.

En el suelo hay pintada una línea desde la que una vez traspasada, supuestamente, no se podrían tirar fotografías. Pero sólo es eso, una suposición, porque aquello parecía una rueda de prensa y lo raro era ver a alguien que no se llevara inmortalizado en sus cámaras este momento.

Mirador de Dorasan

Corea del Norte desde Mirador de Dorasan

Kaesong desde Mirador de Dorasan

La última visita que realizaríamos sería a la estación de Dorasan, la más al norte de Corea del Sur. En teoría esta línea podría llevarte hasta la capital norcoreana, Pyongyang, situada a 205 kilómetros, para después poder llegar a China y Rusia, aunque hoy por hoy los únicos pasajeros son la esperanza y la fe en la paz definitiva. El gobierno surcoreano la construiría con el objetivo de que ambos países quedaran comunicados si las relaciones mejoraban. Hoy es una estación fantasma pero de lo más moderna.

Estación de Dorasán

Estación de Dorasán

Otra de las cosas que te impactan es un enorme cartel con una vía de tren hacia ninguna parte donde se puede leer: “Esta no es la última estación del sur, sino la primera estación hacia el norte”, esperando que algún día se produzca la ansiada unificación que los ciudadanos de ambos países anhelan desde hace tantos años.

Estación de Dorasán

Si hubiera estado un poco más espabilado y hubiese tenido las ideas más claras, habría acabado contratando, con la antelación debida de tres días, alguna excursión que incluyera la visita a la aldea de Panmunjom, ubicada, exactamente, en la línea fronteriza entre las dos Coreas, donde en 1953 se firmó el armisticio que puso fin a la guerra. Esta área tiene estricta vigilancia y soldados de ambos países, junto con autoridades de la ONU, custodian el lugar. Algunas nacionalidades no tienen permitido el acceso, entre ellos los coreanos. El lugar está catalogado como una de las zonas con mayor tensión política del mundo.

Desde la estación de Dorasan volveríamos al punto de partida, donde antes de salir del entorno de la DMZ, otro militar armado volvería a subir al bus y nos volvería a revisar los pasaportes.

Regresando a Seúl, nuestro vehículo saldría de la autopista, para mi sorpresa, y pararía en un centro de ginseng. Es increíble, hasta en el lejano oriente realizan este tipo de paradas comerciales que no soporto. Verlo para creerlo. Pasaría de entrar y optaría por quedarme en la puerta, junto con otras dos danesas que chapurreaban algo de castellano. Sin duda una decisión mucho más acertada que la propuesta de pasar a comprar plantas medicinales.

A las 14.30 el autobús nos dejaba en la plaza Gwanghwamun y aquí cogería el metro hasta la estación de Myeong-dong, en la que nada más salir comería en un Mc Donald´s.

Con la tripa llena y después de un paseo de diez  minutos llegaba hasta las taquillas del teleférico que te conduce hasta la cima de la montaña Namsan y la base de la famosa Torre N de Seúl. (8500 wones, ida y vuelta, 6000 wones, sólo ida). También se puede subir en autobús o andando por un sendero con escaleras.

Teleférico Namsan y Torre N

Torre N desde Teleférico Namsan

El teleférico me dejaría en una inmensa plaza que rodea por completo la torre y que cuenta con infinidad de tiendas de recuerdos, cafeterías, restaurantes y miradores que proporcionan una vista panorámica de 360 grados. Viendo esto último decidiría prescindir de subir al observatorio sito en lo más alto de la Torre N, pues me parecía una pérdida de dinero y tiempo. Desde los diferentes balcones que se distribuyen por la popular zona de recreo, se pueden apreciar todos los lugares importantes de la capital coreana, desde sus palacios a sus mercados, pasando incluso por el río Hangang, la zona financiera con sus rascacielos más emblemáticos e incluso el parque de la Copa Mundial. Infinidad de sitios que me quedaría sin conocer, pero que al menos les echaba un vistazo desde la lejanía y a vista de pájaro.

Seúl desde las inmediaciones de la  Torre N

Seúl desde las inmediaciones de la Torre N

Seúl desde las inmediaciones de la Torre N

También impresiona sobremanera, la Torre N, especialmente si te colocas debajo de ella. Esta sería construida en 1969 como la primera torre de comunicaciones de Corea, para proporcionar señales de audio y vídeo al área metropolitana. Hoy es uno de los símbolos de Seúl.

Torre N de Seúl

Otra peculiaridad de este lugar es que muchas de sus barandillas se encuentran atestadas de candados, no pudiéndose ver, en muchos casos, las rejas de las mismas y es que es una tradición muy generalizada entre las parejas, de cualquier edad, llegar hasta aquí e inmortalizar su amor poniendo uno de aquellos, tirando la llave como muestra de que ese idilio durará para siempre.

Torre N de Seúl y Candados

Candados de la Torre N de Seúl

Como he comentado, no subiría a la torre, pero me acercaría para saber su precio y la broma suponía 9000 wones, lo que haría que me reafirmase en mi decisión y más si tenía en cuenta que tan sólo me quedaban 13000 wones en el bolsillo, para terminar el viaje.

Seguiría un rato más disfrutando de las vistas y del tiempo tan bueno que hacía, hasta que llegó el momento de la despedida, del triste adiós a un mes de viaje por dos países fascinantes como Japón y Corea del Sur, que tantas cosas buenas me habían aportado.

Sólo me quedaba ya coger de nuevo el teleférico y el metro para volver al hostal a por las maletas y desde este y, en sólo cinco minutos más, plantarme en la parada del bus número 6011, que por 10000 wones me llevaría directo al aeropuerto internacional de Incheon.

Por cierto que la suma de esos 10000 wones más los 1350 del metro, hacían un total de 11350 wones, lo justo para una botella de agua. Menos mal, porque si hubiera tenido cualquier gasto extra, me hubiera supuesto tener que ponerme a buscar un lugar para cambiar, con el consiguiente nerviosismo de no llegar a tiempo al aeropuerto.

Este no está precisamente cerca que se diga, ya que tardé una hora y sin que hubiera tráfico, por lo que conviene salir con tiempo. Luego entre trámites, controles y demás no conseguiría sentarme, tranquilamente en un banco hasta las 21.30.

El embarque comenzaría a las 23.00 y el vuelo despegaría a las 23.55, su hora prevista. Tras nueve horas de vuelo llegaba a Dubái y tras tres horas y media más de tránsito, tomaba el vuelo definitivo que me devolvería a la capital de España a las 15.00, hora local, después de mi primer viaje en solitario por el continente asiático y con una sensación de éxito rotundo y haber cumplido sobradamente las expectativas que llevaba en la cabeza y muchas más.

Respecto a Corea del Sur, aunque es cierto que no es uno de los destinos turísticos más llamativos o conocidos y a pesar de que por lo que más suena, en los medios informativos, es por las continuas tensiones con su vecino del norte, es verdad que bien merece la pena una visita por lo poco explotado que se encuentra a nivel turístico, rebosando autenticidad y pudiendo disfrutar en muchos lugares de ser el único occidental, cosa complicada ya en muchas partes del mundo. La vitalidad de su gente también es algo a destacar y nada tiene que envidiar a la de los japoneses, aunque los coreanos sean algo más alborotadores y menos tímidos que sus vecinos. Y qué decir de su patrimonio, que ofrece destinos lo suficientemente interesantes como para no aburrirte y conseguir ilusionarte. En mi caso ya venía de conocer los tesoros japoneses y es cierto que, a lo mejor, eso me influiría para no sorprenderme de la misma manera que con aquellos, pero estoy seguro que si hubiese sido al revés me hubiesen impactado de forma más intensa.

Por tanto, creo que es un destino muy seguro y recomendable si se quieren vivir un cúmulo de sensaciones diferentes y sentir una mezcla de tradición y modernidad muy diferente de la japonesa.

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