Parecía que fue ayer cuando comenzaba esta gran aventura en
solitario por el lejano oriente, cuando me metía en el avión de Emirates lleno
de nervios y miedos infundados pensando que todo sería complicado y difícil y
que no podría llevar a cabo muchos de los retos que tenía planificados. Y lo
que son las cosas, a menos de 24 horas para que todo terminara y tuviera que
volver a casa, las sensaciones con las que comencé el viaje habían revertido
justo a lo contrario, unas ganas tremendas de haber continuado conociendo
muchos de los países que tenía tan cerca y haber seguido no uno, ni dos, ni
tres meses, sino que me hubiera tirado uno o dos años por el fascinante
continente asiático. Pero las obligaciones laborales mandan y no quedaba otra,
por lo que me disponía a disfrutar todo lo que pudiera de mi último día en
Corea.
Cuando preparaba este viaje, y después de darle muchas
vueltas, decidiría prescindir de visitar la frontera entre las dos Coreas, pues
prefería dedicar ese tiempo a permanecer en Seúl y disfrutar de la gran
cantidad de lugares interesantes que te ofrece la capital. Pero es cierto que,
en los últimos días, no se me quitaba de la cabeza esa idea y que me daba mucha
pena no ir a un lugar tan emblemático, teniéndolo tan cerca. Si a ello le
sumaba que tras dos días en la ciudad me había cundido bastante y había visto
casi todo lo que tenía en mente, pues como que, si todavía era posible, iba a
hacer todo lo que pudiera para intentar conocer ese lugar.
Así que según llegaba al hostel, la noche de ayer, busqué al
encargado de recepción y le comentaría que, aun sabiendo que apenas había
tiempo, si todavía tenía alguna posibilidad de hacer el tour de la DMZ con
alguna agencia, pues es la única manera de poder realizarlo. Dicho y
hecho. Con toda la parsimonia del mundo,
me diría que no preocupara, haría dos simples llamadas y al colgar me
comentaría que estuviese preparado hoy a las 07.30. Así de fácil.
Aunque es cierto que también me hubiera gustado conocer la
antigua aldea de Panmunjom y el Área común de seguridad (JSA), debido al poco
tiempo con que había previsto la visita esto no sería posible, pues necesitas
para ello tres o cuatro días de diferencia para poderlo reservar. Pero vamos
que tampoco me quejaba tras saber que iba a poder conocer la zona
desmilitarizada situada entre las dos Coreas (DMZ) y una de las áreas de mayor
tensión militar del mundo. Así que estaba feliz. El coste de la excursión sería
de 46000 wones.
Tal y como quedábamos ayer, a las 07.30 en punto, una
pequeña furgoneta de la agencia Seoul City Tour, me esperaba en la puerta del
hostel con otras siete personas más en su interior. Iluso de mí, creía que
íbamos a ser como mucho unas diez personas y que lo íbamos a realizar casi como
si fuera en plan privado. Pero el motivo de este pequeño vehículo no iba a ser
otro que el poder llegar hasta los hoteles y alojamientos situados en las
calles más estrechas, esperándonos, pocos minutos más tarde, un autobús gigante
que iba hasta arriba de gente. ¡Qué ingenuo!
Tras recoger a varias personas más, nos pondríamos rumbo hacia la frontera,
recorriendo unos sesenta kilómetros hasta llegar hasta ella. Según nos
acercábamos pudimos ir viendo una gran cantidad de puestos militares de control
y kilómetros de alambradas, pues la zona desmilitarizada comprende 238
kilómetros de largo por 4 km de ancho, siendo tierra de nadie y constituyéndose
en torno al paralelo 38. Toda ella está plagada de minas y de militares armados
dispuestos a abatir a cualquier persona que sobrepase los límites establecidos.
En el mes de agosto de 1945, al final de la Segunda Guerra
Mundial, el ejército japonés que había ocupado la península de Corea durante 35
años, se rindió. Las tropas rusas y estadounidenses liberaron Corea y, al igual que habían hecho
en Alemania, se reunieron para decidir su futuro. Las potencias de ocupación,
EE.UU y la URSS, acordaron dividir Corea por el paralelo 38 como medida
temporal. Los americanos controlarían la zona sur de la división, mientras que
los soviéticos la zona norte.
Los generales estadounidenses nombrarían, en 1948, como jefe
del Gobierno a Syngman Rhee, conservador y anticomunista, retirándose poco
después del país las tropas americanas.
Al norte del paralelo 38, los rusos tenían el control.
Establecieron un régimen comunista a través de una red de comités populares y
prepararon a Kim Il-Sung, que durante la guerra había permanecido en la Unión
Soviética, para asumir el poder. Se proclamó la República Democrática Popular de
Corea y Kim Il- Sung ocupó la presidencia de la nueva nación. Cuando las tropas
soviéticas se retiraron, Kim empezó a soñar con unificar Corea bajo el
comunismo.
En Marzo de 1949 el nuevo presidente norcoreano se
desplazaría hasta Moscú con un claro objetivo: conseguir el permiso de Stalin
para invadir Corea del Sur. Sin embargo el líder ruso rechazaría esa idea, al
estar preocupado por la crisis de Berlín.
A finales de 1949 la situación internacional cambiaría. La
revolución comunista en China había triunfado y Mao Tse- Tung y Stalin
firmarían un tratado de amistad, constituyendo así una alianza comunista
mundial y abriendo un segundo frente de la Guerra Fría en Asia. Por aquel
entonces, Stalin confiaba en que los EE.UU no quisieran reaccionar ante los
acontecimientos que se sucedían en Asia y en 1950 aprobaría la iniciativa del
nuevo líder norcoreano de invadir Corea del Sur.
El 25 de Junio de 1950 el ejército norcoreano lanza su
ataque sorpresa contra el sur. Equipadas con artillería y tanques rusos y
dirigidas por asesores soviéticos, diez divisiones de combate del ejército de
Corea del norte procederían a la invasión.
EE.UU convocaría de urgencia al Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas, consiguiendo de esta que se creara una fuerza militar
internacional, formada por 16 naciones, para defender a Corea del Sur y luchar
contra los comunistas.
Kim Il-sung conseguiría apropiarse de Seúl en tres días, lo
que sería una importante victoria para el comunismo. A esto habría que sumarle
que las líneas americanas, al carecer de defensas anti tanques, también se
derrumbaron. En pocos días las tropas estadounidenses se replegarían sumidas en
el caos.
Pero sería gracias a la arriesgada apuesta del General Mac
Arthur, de realizar un ataque naval por el oeste de la península coreana, lo
que volvería a dar opciones a los aliados y que en poco tiempo tuvieran otra vez
opciones de conquistar Seúl, lo que acabarían consiguiendo al poco tiempo,
restituyendo a su presidente en el poder.
Poco después las tropas surcoreanas y de las Naciones
Unidas, continuarían hacia la capital de Corea del Norte, Pyongyang, lo que
provocaría la intervención en la guerra de China y un nuevo repliegue de los
aliados hasta el paralelo 38.
Así se continuaría durante varios meses más, con variaciones
del territorio constantes a favor de unos y de otros, pero sin demasiada trascendencia.
Las conversaciones para llegar a un armisticio empezarían en
julio de 1951, pero resultarían infructuosas. Ambas partes consideraban que lo
que pedían los otros era inadmisible, por lo que las negociaciones se
alargarían hasta junio de 1953, donde chinos, norcoreanos y estadounidenses
darían su apoyo al definitivo acuerdo de paz. Sin embargo el presidente de
Corea del Sur, se opondría al acuerdo y no lo firmaría, lo que hacía, que
teóricamente, se siguiera en guerra con su vecino del norte desde entonces
hasta hoy.
54000 estadounidenses no regresaron a sus hogares, la guerra
se cobró las vidas de 3000 hombres pertenecientes a los ejércitos de otras 15
naciones.
Cuarenta años después, al final de la Guerra Fría, la
frontera entre las dos Coreas seguía estando en el mismo punto.
Sin que hubiese transcurrido una hora, desde que salimos de
la capital, la primera parada que haría el autobús sería en el parque Imjingak,
construido como lugar de esparcimiento y memorial para todos aquellos que han
sufrido a causa de la guerra entre las Coreas y tan sólo a siete kilómetros de
la línea de demarcación militar. El lugar está repleto de monumentos y sitios
de interés como el puente de la Libertad, construido para liberar a casi 13000
prisioneros en 1953; una locomotora descarrilada por las bombas durante la
guerra, etc. Todo ello lo apreciaría desde la lejanía, sobre el mirador que te
permite ver tanto estos monumentos, como la inmensa alambrada que va
recorriendo toda la frontera. El motivo por el que no pude acercarme a algunos
de aquellos, no sería otro que el poco tiempo que te dan para estar en el
lugar. Están bien estos tours para recordarme la mala uva que se me pone en
ellos por el poco tiempo que te dan para todo y el ser tratado como un rebaño
de ovejas, pero era lo había, o esto o nada.
Mirador de Imjingak |
Puente de la Libertad desde Mirador de Imjingak |
DMZ desde Mirador de Imjingak |
Unos kilómetros más adelante llegábamos a la zona
desmilitarizada, propiamente dicha. Para empezar un militar armado subiría al
autocar e iría pidiendo uno por uno a todos los allí presentes el pasaporte,
comprobando que la fotografía del mismo coincidía con tú cara y no con un
simple vistazo, sino minuciosamente y fijando su mirada en ti como si fueras un
espía. Menuda tensión.
Después el autobús arrancaría y tendría que ir esquivando más
de diez barreras colocadas en zigzag, hasta que podría continuar en línea recta
el curso normal del asfalto. Sólo por todo esto la excursión ya estaba
mereciendo la pena. Se sentía la adrenalina y la tensión de la zona a más no
poder.
En otros quince minutos llegábamos hasta el complejo desde
donde se accede al tercer túnel, el cual sería construido por Corea del Norte,
junto con otros tres más, con la intención de invadir Seúl. El gobierno
norcoreano siempre ha negado tal hecho y ha puesto como excusa que en realidad
era una mina de carbón. Los estudios han demostrado, sin embargo, que por la
dirección en que se realizaron las explosiones sólo pudieron ser hechas por el
gobierno comunista. De todas maneras se especula que, hasta la fecha, podrían
haberse construido más de una veintena.
El túnel es incómodo y de baja altura, midiendo 1, 70 de
alto y 2 metros de ancho, y aunque parezca increíble fue diseñado para permitir
el paso de 30000 soldados armados. Así que bien merece la pena la experiencia. Completar
el recorrido lleva entre 30 y 40 minutos. Es imprescindible llevar un casco de
seguridad que te facilitan a la entrada y los vídeos y fotografías están
prohibidos, haciéndote dejar las cámaras en unas taquillas gratuitas. ¿Pero
alguien dijo algo de los móviles? Je, je. Así que por lo menos este recuerdo
que me llevé:
Tercer Túnel de la DMZ |
Monumento al Tercer Túnel |
Monumento al Tercer Túnel |
El Observatorio Dora, sería nuestra siguiente parada. Desde
aquí se puede ver, en un día despejado como el que hacía, gran parte de la zona
desmilitarizada, las primeras extensiones de terreno del país vecino con la
ciudad industrial de Kaesong, donde se desplazan a trabajar ciudadanos
surcoreanos, e incluso se aprecia la autovía que se adentra en Corea del Norte.
En el suelo hay pintada una línea desde la que una vez
traspasada, supuestamente, no se podrían tirar fotografías. Pero sólo es eso,
una suposición, porque aquello parecía una rueda de prensa y lo raro era ver a
alguien que no se llevara inmortalizado en sus cámaras este momento.
Mirador de Dorasan |
Corea del Norte desde Mirador de Dorasan |
Kaesong desde Mirador de Dorasan |
La última visita que realizaríamos sería a la estación de Dorasan,
la más al norte de Corea del Sur. En teoría esta línea podría llevarte hasta la
capital norcoreana, Pyongyang, situada a 205 kilómetros, para después poder
llegar a China y Rusia, aunque hoy por hoy los únicos pasajeros son la
esperanza y la fe en la paz definitiva. El gobierno surcoreano la construiría
con el objetivo de que ambos países quedaran comunicados si las relaciones
mejoraban. Hoy es una estación fantasma pero de lo más moderna.
Estación de Dorasán |
Estación de Dorasán |
Otra de las cosas que te impactan es un enorme cartel con
una vía de tren hacia ninguna parte donde se puede leer: “Esta no es la última
estación del sur, sino la primera estación hacia el norte”, esperando que algún
día se produzca la ansiada unificación que los ciudadanos de ambos países
anhelan desde hace tantos años.
Estación de Dorasán |
Si hubiera estado un poco más espabilado y hubiese tenido
las ideas más claras, habría acabado contratando, con la antelación debida de
tres días, alguna excursión que incluyera la visita a la aldea de Panmunjom,
ubicada, exactamente, en la línea fronteriza entre las dos Coreas, donde en
1953 se firmó el armisticio que puso fin a la guerra. Esta área tiene estricta
vigilancia y soldados de ambos países, junto con autoridades de la ONU,
custodian el lugar. Algunas nacionalidades no tienen permitido el acceso, entre
ellos los coreanos. El lugar está catalogado como una de las zonas con mayor
tensión política del mundo.
Desde la estación de Dorasan volveríamos al punto de
partida, donde antes de salir del entorno de la DMZ, otro militar armado
volvería a subir al bus y nos volvería a revisar los pasaportes.
Regresando a Seúl, nuestro vehículo saldría de la autopista,
para mi sorpresa, y pararía en un centro de ginseng. Es increíble, hasta en el
lejano oriente realizan este tipo de paradas comerciales que no soporto. Verlo
para creerlo. Pasaría de entrar y optaría por quedarme en la puerta, junto con
otras dos danesas que chapurreaban algo de castellano. Sin duda una decisión
mucho más acertada que la propuesta de pasar a comprar plantas medicinales.
A las 14.30 el autobús nos dejaba en la plaza Gwanghwamun y
aquí cogería el metro hasta la estación de Myeong-dong, en la que nada más
salir comería en un Mc Donald´s.
Con la tripa llena y después de un paseo de diez minutos llegaba hasta las taquillas del
teleférico que te conduce hasta la cima de la montaña Namsan y la base de la
famosa Torre N de Seúl. (8500 wones, ida y vuelta, 6000 wones, sólo ida).
También se puede subir en autobús o andando por un sendero con escaleras.
Teleférico Namsan y Torre N |
Torre N desde Teleférico Namsan |
El teleférico me dejaría en una inmensa plaza que rodea por
completo la torre y que cuenta con infinidad de tiendas de recuerdos,
cafeterías, restaurantes y miradores que proporcionan una vista panorámica de
360 grados. Viendo esto último decidiría prescindir de subir al observatorio
sito en lo más alto de la Torre N, pues me parecía una pérdida de dinero y
tiempo. Desde los diferentes balcones que se distribuyen por la popular zona de
recreo, se pueden apreciar todos los lugares importantes de la capital coreana,
desde sus palacios a sus mercados, pasando incluso por el río Hangang, la zona
financiera con sus rascacielos más emblemáticos e incluso el parque de la Copa
Mundial. Infinidad de sitios que me quedaría sin conocer, pero que al menos les
echaba un vistazo desde la lejanía y a vista de pájaro.
Seúl desde las inmediaciones de la Torre N |
Seúl desde las inmediaciones de la Torre N |
Seúl desde las inmediaciones de la Torre N |
También impresiona sobremanera, la Torre N, especialmente si
te colocas debajo de ella. Esta sería construida en 1969 como la primera torre
de comunicaciones de Corea, para proporcionar señales de audio y vídeo al área
metropolitana. Hoy es uno de los símbolos de Seúl.
Torre N de Seúl |
Otra peculiaridad de este lugar es que muchas de sus
barandillas se encuentran atestadas de candados, no pudiéndose ver, en muchos
casos, las rejas de las mismas y es que es una tradición muy generalizada entre
las parejas, de cualquier edad, llegar hasta aquí e inmortalizar su amor
poniendo uno de aquellos, tirando la llave como muestra de que ese idilio
durará para siempre.
Torre N de Seúl y Candados |
Candados de la Torre N de Seúl |
Como he comentado, no subiría a la torre, pero me acercaría
para saber su precio y la broma suponía 9000 wones, lo que haría que me
reafirmase en mi decisión y más si tenía en cuenta que tan sólo me quedaban
13000 wones en el bolsillo, para terminar el viaje.
Seguiría un rato más disfrutando de las vistas y del tiempo
tan bueno que hacía, hasta que llegó el momento de la despedida, del triste
adiós a un mes de viaje por dos países fascinantes como Japón y Corea del Sur,
que tantas cosas buenas me habían aportado.
Sólo me quedaba ya coger de nuevo el teleférico y el metro
para volver al hostal a por las maletas y desde este y, en sólo cinco minutos
más, plantarme en la parada del bus número 6011, que por 10000 wones me
llevaría directo al aeropuerto internacional de Incheon.
Por cierto que la suma de esos 10000 wones más los 1350 del
metro, hacían un total de 11350 wones, lo justo para una botella de agua. Menos
mal, porque si hubiera tenido cualquier gasto extra, me hubiera supuesto tener
que ponerme a buscar un lugar para cambiar, con el consiguiente nerviosismo de
no llegar a tiempo al aeropuerto.
Este no está precisamente cerca que se diga, ya que tardé
una hora y sin que hubiera tráfico, por lo que conviene salir con tiempo. Luego
entre trámites, controles y demás no conseguiría sentarme, tranquilamente en un
banco hasta las 21.30.
El embarque comenzaría a las 23.00 y el vuelo despegaría a
las 23.55, su hora prevista. Tras nueve horas de vuelo llegaba a Dubái y tras
tres horas y media más de tránsito, tomaba el vuelo definitivo que me
devolvería a la capital de España a las 15.00, hora local, después de mi primer
viaje en solitario por el continente asiático y con una sensación de éxito
rotundo y haber cumplido sobradamente las expectativas que llevaba en la cabeza
y muchas más.
Respecto a Corea del Sur, aunque es cierto que no es uno de
los destinos turísticos más llamativos o conocidos y a pesar de que por lo que
más suena, en los medios informativos, es por las continuas tensiones con su
vecino del norte, es verdad que bien merece la pena una visita por lo poco
explotado que se encuentra a nivel turístico, rebosando autenticidad y pudiendo
disfrutar en muchos lugares de ser el único occidental, cosa complicada ya en
muchas partes del mundo. La vitalidad de su gente también es algo a destacar y
nada tiene que envidiar a la de los japoneses, aunque los coreanos sean algo
más alborotadores y menos tímidos que sus vecinos. Y qué decir de su
patrimonio, que ofrece destinos lo suficientemente interesantes como para no
aburrirte y conseguir ilusionarte. En mi caso ya venía de conocer los tesoros
japoneses y es cierto que, a lo mejor, eso me influiría para no sorprenderme de
la misma manera que con aquellos, pero estoy seguro que si hubiese sido al
revés me hubiesen impactado de forma más intensa.
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