10 de Septiembre de 2015.
Todos los que estábamos alojados en el templo teníamos la
oportunidad, si queríamos, de asistir a la primera ceremonia religiosa de la
mañana realizada por los monjes, así que allí estábamos, a las 06.30, supuestamente, todos los que habíamos tenido
la suerte de vivir la experiencia de dormir en el edificio religioso, pues bien
merecía la pena el esfuerzo del madrugón por ver algo tan auténtico.
Lo monjes encargados de la organización nos fueron
colocando, según íbamos llegando, en varios bancos de madera que se encontraban
justo detrás de donde iba a tener lugar la ceremonia. Éramos como unas diez
personas y casi todos, con unas caras de sueño que nos llegaban al suelo,
esperamos con impaciencia a que llegara la hora en punto para que diera
comienzo la oración matinal. Aparecerían tres monjes que se situarían de
espaldas a nosotros y tras abrir sus libros para rezar, comenzarían a realizar
cánticos caracterizados por un mismo tono constante y con muy poca variación en
las notas de los mismos. Uno de los tres, cada cierto tiempo tocaba un gong y
unos platillos y acto seguido volvían a repetir los mismo pasos que habían
realizado minutos atrás. Los diez primeros minutos sería una experiencia única
y singular y por un momento conseguía sentir la profundidad y el sentimiento
del acto que estaba presenciando, pero pasados estos un sopor terrorífico
empezó a recorrer todo mi cuerpo y empecé a dar algún que otro cabezazo que
creía que acabaría lanzándome contra el suelo. Creo que lo mismo le sucedería
al resto de europeos que estaban allí acompañándome, acabando casi todos
rezando a nuestra manera, es decir, con los ojos cerrados y seguramente
contando alguna que otra ovejita y rezando porque la ceremonia acabara lo antes
posible, pues parecía eterna y que nunca iba a terminar. Afortunadamente, llegaría
a su fin tras 50 minutos, invitándonos a pasar a las mismas habitaciones que
habíamos ocupado la noche anterior para cenar, pera en esta ocasión destinadas
a tomar el desayuno.
El ritual del día anterior volvería a repetirse, trayéndome
en esta ocasión alimentos que sí pude identificar tales como arroz, sopa de
miso, un pescado y alguna que otra cosa más que no supe lo que era. Tengo que
reconocer que me costó mucho tomarme semejante banquete, pues a estas horas fue
como una bomba de relojería para mi pobre estómago, más acostumbrado a los
zumos y a los dulces o tostadas, pero bueno la experiencia bien valía hacer el
esfuerzo.
Tras este desayuno atípico y las mil experiencias más
vividas en este auténtico Ryokan, llegaba el momento de la despedida del lugar
y de los dos monjes que salieron a despedirme, quienes tras varias reverencias
cortas, volvían a cerrar las frágiles puertas correderas del templo que tantas
cosas me había aportado en tan breve periodo de tiempo. Me iba feliz pero
también con cierta melancolía al no saber si la vida volverá ofrecerme una
experiencia tan apasionante.
Poco quedaba ya por hacer en Koyasan, así que tomé el
autobús hasta la estación del cable car y me armé de paciencia para deshacer
todo el camino que restaba para llegar, de nuevo, a Kyoto. Desde que tomara
aquel autobús a las 8.17 y hasta que salí por la puerta oeste de la estación
central de Kyoto transcurrirían casi cuatro horas, llegando a las 12.05 a este
punto. El motivo de tomar esta salida era que quería visitar varios templos más
que se encontraban tan sólo a diez minutos caminando desde aquí.
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Vistas desde el tren de Koyasan a Kyoto |
El primero de ellos sería el templo Toji (500 yenes), de
gran importancia histórica ya que los cimientos religiosos de Kyoto comenzaron
aquí. De hecho, sus budas guardan la ciudad desde que se fundara el templo, en
794. Qué casualidad que el budismo Shingon no me abandonara, pues Kobo Daishi,
del que tanto había oído hablar en Koyasan, sería nombrado sacerdote jefe de
este templo, treinta años después de la fundación del mismo.
Una de las estructuras más importantes del complejo es el
Kondo, donde pude ver una gran estatua de madera de Buda, flanqueado por sus
dos asistentes, el Nikko y Gakko Bodhisattvas.
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Templo Toji |
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Templo Toji |
Justo al lado se encuentra el pabellón de conferencias o
Kodo, en el que se llevaban a cabo los rituales esotéricos de la secta a través
de una gran mandala tridimensional formada por 21 estatuas y en cuyo centro se
encuentra el Buda cósmico que enunció por primera vez este tipo de enseñanzas.
Pero si hay un elemento que destaca sobremanera por encima
de cualquier otro edificio es la espectacular pagoda de cinco pisos de 57
metros de altura, consiguiendo por lo tanto el título simbólico de ser la
pagoda más alta de Japón y todo un símbolo de Kyoto. Tendría que conformarme
con rodear su exterior, pues el interior estaba cerrado y no pude ver las
imágenes de sus cuatro budas y sus seguidores.
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Pagoda Templo Toji |
El segundo templo que visitaría, antes de comer, sería Nishi
Hongwanji, el templo central de la Escuela Jodo Shinshu. Este tipo de enseñanza
sería establecida en el S.XIII, por Shinran Shonin. Su objetivo fundamental es
construir un mundo alegre y sereno, superando las dificultades, recibiendo la
verdadera felicidad, y dedicándose activamente a la sociedad para el bienestar
de las personas.
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Templo Nishihonganji |
Lo que más destaca en el recinto son sus dos increíbles
edificios llamados Amidado y Goeido. Este segundo está considerado como una de
las estructuras de madera más grandes de Japón. Fue completado en 1636 y tiene
una capacidad para 1200 personas. El Amidado, sería construido en 1760 y es el
edificio principal de Hongwanji, donde se halla la imagen de Buda Amida. Ambos
pabellones fueron declarados como Patrimonio
Cultural de Japón. Otro de los detalles que más me gustarían serían los
enormes faroles dorados y plateados que cuelgan de los techos de los edificios.
Por cierto, que la visita a todas las instalaciones es gratuita.
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Templo Nishihonganji |
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Templo Nishihonganji |
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Templo Nishihonganji |
De esta manera concluía la visita a los templos de Kyoto.
Estaba contento por todo lo que había podido visitar, pero también es cierto
que habían sido muchos los que se me habían quedado en el tintero y es que es
casi imposible poder verlos todos salvo que uno resida en la ciudad. Tal vez en
algún futuro viaje a Japón vuelva a tener la oportunidad de descubrir parte de
los muchos que me quedaba con las ganas, el tiempo lo dirá.
Efectivamente había terminado la visita a los templos, pero
había dejado la tarde para llevar a cabo dos planes más, antes de despedirme
completamente de la ciudad, por excelencia, de la tradición.
Por un lado caminaría como media hora hasta el castillo de
Nijo (600 yenes), aprovechando el trayecto para picar algo en un Seven Eleven,
que estaba de camino. Tanto los alrededores como el interior estaban a rebosar
de gente, de hecho, sería uno de los lugares donde más personas encontré en
Kyoto.
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Muralla y Foso. Castillo Nijo |
La fortaleza fue construida originariamente en 1603 como
residencia oficial en Kyoto del primer Shogun Tokugawa, Ieyasu. Fue terminada
en 1626 por el tercer Shogun, añadiendo alguna que otra estructura más. El
castillo está considerado como uno de los mejores ejemplos del primer periodo
Edo y la cultura Momoyama de Japón, ya que utiliza de forma espléndida diseños,
pinturas y tallas de esta época.
En 1867 cuando, Yoshinobu, el décimo quinto Shogun Tokugawa,
devolvió la soberanía al emperador, el castillo pasó a ser propiedad de la
familia imperial. En 1939 se cambió el nombre al actual y fue donado a la
ciudad de Kyoto.
Mi visita la comenzaría atravesando la puerta Karamon y
encaminándome hasta el interior del Palacio Ninomaru, considerado el corazón
del castillo y compuesto por un grupo de edificios comunicados por galerías de
madera cubiertas y cuya principal y más curiosa característica eran sus suelos
de ruiseñor, diseñados para que al pisarse hicieran un sonido similar al piar
de los pájaros, advirtiendo así de la presencia de enemigos en la fortaleza.
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Puerta Karamon. Castillo Nijo |
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Palacio Ninomaru. Castillo Nijo |
Las dimensiones de la fortaleza son brutales, ascendiendo a
3300 metros cuadrados y contando con 33 habitaciones. Por otro lado también son
destacables sus magníficas pinturas murales y la representación que tiene lugar
en una de sus salas donde maniquíes de señores feudales presentan sus respetos
al sogún, situado sobre un estrado.
Tras esta visita daría una vuelta por los jardines que
rodean al palacio y que tienen el mismo nombre de la construcción. Lo más
bonito de ellos es su gran laguna con una isla en el centro de la misma que
representa la isla de la felicidad eterna. A su lado dos islas más pequeñas,
representan una grúa y una tortuga.
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Jardín Ninomaru. Castillo Nijo |
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Jardín Ninomaru. Castillo Nijo |
Desde aquí un puente me llevaría, atravesando un inmenso
foso, a la segunda parte del recorrido compuesto por el palacio Honmaru, que se
encuentra cerrado al público, y por los jardines Seiryu-en, construídos en
1965. Este se divide en dos partes. Una compuesta por el jardín japonés con un
gran estanque, mientras que la otra parte, cuenta con una amplia zona de
césped. También se pueden ver dos casas de té que se utilizan en las
recepciones de invitados de honor.
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Foso.Castillo Nijo |
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Jardín Honmaru. Castillo Nijo |
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Jardines Castillo Nijo |
Tras dos horas terminaba mí recorrido por las instalaciones
del castillo Nijo, acabando encantado de todo lo que había podido ver y es que
es complicado decir que algo es feo en Japón con el entusiasmo y el cuidado que
ponen en cualquier pequeño detalle.
Desde aquí llegaría caminando hasta el barrio de Pontocho,
donde quería terminar mi estancia en Kyoto y pasear por la ribera del río
Kamogawa mientras me volvía a fijar en las construcciones tradicionales
situadas sobre las enormes vigas de madera que las sostienen, pero esta vez
desde debajo de las mismas.
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Barrio de Pontocho |
La tarde cada vez era más soleada por lo que no desaproveché
esta gran ocasión para sentarme al lado del río, imitando a tantos japoneses
que ya estaban allí, y dejar que el ocaso del día llegara a su fin.
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Barrio de Pontocho junto al Río Kamogawa |
Siendo ya noche cerrada, decidiría dar un último paseo por
Gion a ver si había suerte y volvía a ver alguna Maiko o incluso, con suerte,
alguna Geisha y, ¿qué sucedió? Pues que habría suerte y que podría verlas
saliendo de frente de un pequeño local y montándose a toda prisa en un
vehículo. En esta ocasión no tendría suerte para poder conseguir una fotografía
decente de ellas, pero creo que no podía pedir más en mi estancia en Kyoto.
Sólo quedaba ya volver al que había sido mi alojamiento
durante todos los días que me había alojado en la ciudad, el K´s House Kyoto y
acomodarme en mi habitación individual, dado que por ser el último día aquí
había decidido pegarme este homenaje (3800 yenes). Sería una gran decisión ya
que me permitiría organizar como Dios manda el equipaje y no tener que molestar
a nadie, mientras ordenaba todas mis
pertenencias.
¿Y cómo podía ponerle la guinda a la jornada? Estaba
claro que cenando un gran okonomiyaki, que tanto me había gustado, en el centro
comercial de siempre y con una buena cerveza como acompañante. Había que
despedirse, por todo lo alto, de tantas buenas e increíbles vivencias de esta
etapa a la que le faltaban ya pocos minutos para terminar.
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