9 de Septiembre de 2014.
La Araucanía es la región que da paso el verde intenso del sur de Chile, sustituyendo así a las áridas tierras del norte. Es una comarca vigilada por la grandiosa presencia de los volcanes que dibujan el perfil de la Cordillera de Los Andes, cubriéndose de bosques, lagos y ríos.
La Araucanía es la región que da paso el verde intenso del sur de Chile, sustituyendo así a las áridas tierras del norte. Es una comarca vigilada por la grandiosa presencia de los volcanes que dibujan el perfil de la Cordillera de Los Andes, cubriéndose de bosques, lagos y ríos.
Esta naturaleza se encuentra protegida en Parques
Nacionales, accesibles a través de una importante red de senderos. Es el caso
de la Reserva Nacional Villarrica y el Parque Nacional Huerquehue, dos lugares
a los que quería dedicar la jornada que empezaba.
No tendría problemas en disfrutar de la Reserva y de las
sorpresas que esta ofrece, pero el Parque Nacional Huerquehue me quedaría sin
poder conocerlo como consecuencia de la peor situación que he vivido en
cualquiera de mis viajes. Pero vayamos paso a paso.
A las 09.00 en punto me encontraba en la puerta de la
empresa Sierra Nevada (Calle O´Higgins, 524) donde me tenían preparado un Kia
205 por 28000 pesos. Ayer lo había apalabrado con ellos después de encontrar
otra empresa en la calle Pedro de Valdivia (Pucon Rent) que me lo dejaba por
25000 pesos pero no me daba buena espina, por lo que decicí fiarme de mi
instinto y pagar 3000 pesos más antes de jugármela. Con la empresa contratada
me ponían como límite 300 km al día, pero todo lo que quería visitar no iba a
llegar ni a la mitad por lo que me pareció bien.
Ya con mi nuevo coche me fui directo hacia un lugar que me
había recomendado Egidio y Nydia, los dueños del Hostal, que se llamaba Saltos
de Marimán a tan sólo 20 minutos de Pucón y de camino hacia el lago Caburgua.
Se trata de una reserva ecológica donde puedes observar especies de plantas
pertenecientes al bosque templado lluvioso, un ecosistema único en el mundo que
sólo se da en Chile y Argentina. La entrada me costó 1000 pesos y el horario es
de 10.30 a 18.00, pero a las 10.00 ya había abierto el encargado, así que pude
iniciar el pequeño sendero sobre tablas de madera en el que te vas encontrando
especies tan complicadas de ver como la murta, el laurel, el tineo o el
precioso arrayán.
Pero sin duda, lo mejor de todo es encontrarse los miradores
desde los que se ve como discurre el río Trancura con toda su bravura y
fiereza, especialmente el tercero de ellos donde los rápidos formados entre
enormes piedras son sobrecogedores. Aquí me detuve un rato antes de continuar
por el sendero y enterarme que en este pequeño bosque también viven especies
endémicas y únicas como la guiña, considerado el felino más pequeño del mundo;
el martín pescador o los patos correntinos, entre otros.
Terminada la visita, volvería a la carretera principal y me
dirigiría hacia otro de los lugares imprescindibles para conocer en esta zona:
los ojos del río Caburgua, un conjunto de cascadas que confluyen desde
diferentes puntos en una gran poza de aguas cristalinas. El paraje es único y muy bello y se recorre a través de un conjunto de pasarelas de
madera que te llevan a diferentes miradores situados estratégicamente para
tener distintas perspectivas del lugar. La entrada cuesta 500 pesos por persona
y 2000 por vehículo.
Hay que aclarar que el acceso a este punto se realiza a
través de un desvió a la izquierda, donde existe un Cristo crucificado como
referencia, ya que no se encuentra señalizado. Antes de llegar a este lugar, en
la carretera hacia el lago Caburgua, se encuentra otro cartel indicando también
“Ojos del Caburgua”. No hacer caso de él, ya que también accedes al lugar pero
la perspectiva que se obtiene de los saltos es bastante pobre y no tiene ni
punto de comparación.
La mañana la terminaría acercándome al lago Caburgua y
disfrutando de dos relajantes paseos por las llamadas playa Negra y playa
Blanca, nombres que reciben del color de su arena. Sería en esta segunda donde,
desgraciadamente, el agradable día del que estaba disfrutando se acabaría para mí.
Una vez que me volví a calzar y tomar algunas fotos del
lugar, me dirigiría otra vez hacia el sendero que me había traído hasta aquí,
un camino transitable y público y que es uno de los utilizados por todo el
mundo para llegar a playa Blanca que es una de las más famosas de la zona e
incluso por la que se dejan ver personalidades importantes del país. Pues bien,
tras avanzar por él los primeros metros, de repente, empezaría a escuchar
ladridos que venían de no muy lejos y que cada vez sentía más cerca. El corazón
se me aceleró y sintiendo que estaba en peligro empecé, de nuevo, a retroceder
hacia la playa. Conseguiría llegar, otra vez a la arena, pero en ese momento
fue cuando los vi aparecer: tres perros que se aproximaban hacia mí con muy
pocas ganas de hacer amigos y ladrando sin parar. Dos de ellos Pastores
Alemanes y un tercero, también grande, pero no sé de qué raza.
Traté de mantener la calma y dado que no venían corriendo, seguí avanzando hacia la orilla de la playa ya que siempre había leído que lo que no tienes que hacer con los animales es correr, pues así hice. Se plantaron detrás de mí, pegados totalmente a mi trasero y continuando con el ensordecedor sonido de sus ladridos. Yo estaba muerto de miedo y seguía dando pasos hacia la orilla, cuando pasó lo que temía que iba a pasar. Uno de los canes lanzó el ataque y me mordió en la parte izquierda del muslo superior, pero no consiguió agarrarlo ya que mi pantalón era bastante suelto y eso haría que mitigase el impacto de la mordedura y no pudiera afianzar mi carne entre sus fauces. Los otros dos perros, de momento, seguían ladrando. En este momento fue cuando crucé los dedos y comencé a correr hacia el lago, la única esperanza que tenía de garantizar mi integridad física. Eran sólo unos metros, por lo que corrí como alma que lleva el diablo, más que en toda mi puñetera vida, serían los 100 metros más agobiantes y largos que había vivido.
Temía que en cualquier momento alguno de los perros se abalanzase sobre mí, pero antes de que eso sucediera, sentí las frías aguas del lago, las benditas y heladas aguas que me cubrirían hasta el pecho. Miré hacia atrás y allí estaban los tres asquerosos perros, en la misma orilla, ladrando y vociferando como posesos. Me había salvado, pero no se iban, por lo que empecé a gritar pidiendo ayuda, por si algún alma caritativa de los alrededores se compadecía de mí y se acercaba a socorrerme.
El problema que en esta época del año todo aquello estaba desierto. Tras varios minutos que se me hicieron días, aparecería un señor con un palo dirigiéndose a los animales, surtiendo el efecto necesario y haciéndoles huir. Salí del agua, muerto de frío, bastante nervioso y con la pierna, en la que había sido mordido, dolorida. El señor me tranquilizaría y me acompañaría hasta el coche y me ofreció acompañarme si no me encontraba bien. Pero tras calmarme un poco, le daría las gracias y conduciría hasta mi hostal en Pucón. Allí me encontraría con Egidio quien, tras explicarle lo sucedido, me obligaría a montar en su furgoneta y me llevaría a ver a los carabineros, los que me tomarían declaración y, rápidamente, me llevaron al hospital donde me atenderían por urgencias. Me curaron la herida y me la vendaron y me pusieron la antirrábica, dándome una lista con las próximas dosis que tenían que administrarme ya en España.
Lago Caburgua desde Playa Blanca |
Traté de mantener la calma y dado que no venían corriendo, seguí avanzando hacia la orilla de la playa ya que siempre había leído que lo que no tienes que hacer con los animales es correr, pues así hice. Se plantaron detrás de mí, pegados totalmente a mi trasero y continuando con el ensordecedor sonido de sus ladridos. Yo estaba muerto de miedo y seguía dando pasos hacia la orilla, cuando pasó lo que temía que iba a pasar. Uno de los canes lanzó el ataque y me mordió en la parte izquierda del muslo superior, pero no consiguió agarrarlo ya que mi pantalón era bastante suelto y eso haría que mitigase el impacto de la mordedura y no pudiera afianzar mi carne entre sus fauces. Los otros dos perros, de momento, seguían ladrando. En este momento fue cuando crucé los dedos y comencé a correr hacia el lago, la única esperanza que tenía de garantizar mi integridad física. Eran sólo unos metros, por lo que corrí como alma que lleva el diablo, más que en toda mi puñetera vida, serían los 100 metros más agobiantes y largos que había vivido.
Lago Caburgua desde Playa Blanca |
Temía que en cualquier momento alguno de los perros se abalanzase sobre mí, pero antes de que eso sucediera, sentí las frías aguas del lago, las benditas y heladas aguas que me cubrirían hasta el pecho. Miré hacia atrás y allí estaban los tres asquerosos perros, en la misma orilla, ladrando y vociferando como posesos. Me había salvado, pero no se iban, por lo que empecé a gritar pidiendo ayuda, por si algún alma caritativa de los alrededores se compadecía de mí y se acercaba a socorrerme.
Lago Caburgua desde Playa Blanca |
El problema que en esta época del año todo aquello estaba desierto. Tras varios minutos que se me hicieron días, aparecería un señor con un palo dirigiéndose a los animales, surtiendo el efecto necesario y haciéndoles huir. Salí del agua, muerto de frío, bastante nervioso y con la pierna, en la que había sido mordido, dolorida. El señor me tranquilizaría y me acompañaría hasta el coche y me ofreció acompañarme si no me encontraba bien. Pero tras calmarme un poco, le daría las gracias y conduciría hasta mi hostal en Pucón. Allí me encontraría con Egidio quien, tras explicarle lo sucedido, me obligaría a montar en su furgoneta y me llevaría a ver a los carabineros, los que me tomarían declaración y, rápidamente, me llevaron al hospital donde me atenderían por urgencias. Me curaron la herida y me la vendaron y me pusieron la antirrábica, dándome una lista con las próximas dosis que tenían que administrarme ya en España.
Tras todo lo sucedido, los carabineros me llevarían otra vez
al hostal para que pudiera ducharme y ponerme ropa seca y tras ello,
volveríamos al lugar de los hechos para que ellos pudieran constatar lo
sucedido y justificar el coste del hospital, además de intentar encontrar a un
posible dueño de los canes asesinos. Les relaté todo cuando había pasado y empezaron
a moverse por la zona, tomando caminos y veredas que salían desde la playa. Uno
de ellos nos conduciría hasta una casa bastante alejada del lago y allí según
nos íbamos acercando comenzaron, otra vez, los ladridos insoportables de los
perros, apareciendo en medio del camino con los ojos llenos de ira y como si
tuvieran la rabia. Los tres policías con los que iba, sacaron las porras y
empezaron a amenazarles, suficiente para que callaran y se dieran la vuelta.
Tras esto aparecería un tal Gabriel, el encargado de la finca, que pediría
explicaciones de porqué todo ese alboroto. Una vez que los agentes le relataron
lo que habían hecho sus bestias, este se quedaría blanco, para pasar luego a un
color morado pálido, cuando le dijeron que se iba a presentar denuncia por
parte del ministerio fiscal por tener animales sueltos en un lugar público y
por agresión a un ciudadano, o sea a mí. En ese momento mi cara empezó a
mejorar y una leve sonrisa tipo Gioconda se dejó entrever en mis labios. Por lo
menos, se estaba haciendo justicia.
A las cinco llegaríamos a Pucón, donde tras tomar todos mis
datos y mi correo electrónico para que la fiscalía pudiera ponerse en contacto
conmigo cuando el juicio se celebrara, se despedirían de mi. Les daría yo no sé
cuantas veces las gracias, casi me faltó abrazarles por cómo se habían portado
y me fui a la habitación de mi alojamiento para descansar y valorar la
situación. Al final iba a ser que para lo que podía haber pasado, había tenido
hasta suerte ya que el coste del hospital al ir por Carabineros no corría de mi
cuenta y el abrigo y la mochila los había dejado en el coche ya que no hacía
demasiado frío y me apetecía ir sin peso. Por otro lado, la cámara aunque
instintivamente la mantuve en alto y no se sumergió en el agua, no funcionaba,
pues sí que se mojaría algo de las salpicaduras. El móvil y la cartera con el
dinero y resto de documentación, que los llevaba en los bolsillos del pantalón,
pues quedaron totalmente empapados. Estaba un poco desmoralizado ante la nueva
situación que se presentaba: sin cámara, sin móvil y con todo el dinero y demás
que llevaba en la cartera chorreando. Así que saqué todo y lo dispuse sobre una
de las camas de mi cuarto, ya que seguía sólo y tenía las cuatro camas para mí.
Tras esto me fui a devolver el coche de alquiler, pues no tenía sentido ya
seguir con él y me dirigí a una tienda de móviles que me habían recomendado por
si podían hacer un milagro y revivir el teléfono que, evidentemente, estaba
muerto. Un señor muy amable me recibiría y me dijo que iba a hacer todo lo
posible pero que me sentara allí tranquilamente porque la hora no se la iba a
quitar nadie. Lo desmontó por completo, le echó unos productos especiales, le
pasó un secador, lo raspó con una cuchilla en las partes quemadas por
cortocircuitos y tras volverlo a montar, ¡tachán!, volvía a funcionar. Otra vez
volvía a sonreír y más cuando me dijo que por todo ello me cobraba 5000 pesos.
La suerte volvía a aliarse conmigo, pues al regresar al
hostal y encender la cámara, esta también volvía a funcionar. Por segunda vez,
la campeona resucitaba en el viaje, así que más feliz no podía estar, por lo
que me fui a celebrarlo a Café Balganez, donde me tomaría una pizza de cuatro
quesos con una buena cerveza y un tarta de limón de postre. (11500 pesos).
Habían sido muchas emociones para un solo día y, ya más
relajado, casi que se me cerraban los ojos antes incluso de meterme en la cama,
por lo que no tardaría ni cinco segundos en quedarme profundamente dormido.
Para aquellos que tengan curiosidad de cómo acabaría el
asunto acontecido con los perros, legalmente, y ya de paso como actúa la
justicia chilena, el tema quedó de la siguiente manera. Tras unos quince días
después de mi llegada a Madrid, la fiscalía de la región de Pucón se pondría en
contacto conmigo, a través del correo electrónico, para preguntarme que cuales
eran mis pretensiones. Mi respuesta sería que dado que el móvil quedó bastante
tocado al perder el audio para poder mantener una conversación normal y en la cámara
quedo dañado el objetivo, teniendo que forzarlo cada vez que tenía que
utilizarlo, quería el importe de ambos aparatos, por lo que les remití las
facturas de compra correspondientes.
Su respuesta sería que el procedimiento judicial a seguir
sería el llamado monitorio por el que se le permitía al dueño de los perros
pagar una indemnización al estado chileno y con ella quedar liberado de toda
responsabilidad. Por lo que se me quedaría una cara de imbécil de mucho
cuidado. Menuda decepción.
Pero si a todo lo anterior le sumas que cuando unos meses
después se plantaron en la zona mis amigos de Santiago con otras amistades que
habían ido a visitarles y al llegar a playa Blanca, verían al impresentable del
dueño de los perros, Gabriel, con estos sueltos y paseando tranquilamente por
allí y encima, para mayor despiporre, pidiéndoles 2000 pesos por la visita a la
playa, la cosa es ya para pegarse un tiro. Realmente vergonzoso el amiguismo
imperante entre las autoridades judiciales y los ciudadanos de la zona.
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