16 de Abril de 2014.
En esta ocasión las vacaciones de Semana Santa me
permitirían conocer la capital de Baviera, así como esta maravillosa región del
sur de Alemania, donde castillos de fantasía y pueblos medievales se
entremezclan con los paisajes escarpados de imponentes montañas.
Tras mi último gran viaje a Indonesia y unas cuantas
escapadas de fin de semana por España, acompañado de buenas amistades, volvía a
la soledad y a la tradición de los últimos años y ponía rumbo, por segunda vez
en mi vida, hacia Alemania. Habían transcurrido dos años desde mi visita a la
capital germana y tenía claro que la siguiente vez que visitara este país sería
para visitar los famosos castillos que se concentran en el sur, especialmente
uno de ellos y que en alguna que otra ocasión en mi vida, casi se había
convertido en una obsesión. Sí, hablo de Neuschwanstein. Así que como la puerta
de entrada por aire hacia este y otras maravillas de la región era Múnich pues
con casi diez meses de antelación estaba sacando un billete de avión con
Iberia, al no haber, desde Madrid, compañías de bajo coste que vuelen hasta
esta ciudad, consiguiendo uno por 122 euros. Aunque no lo considero
especialmente barato para haberlo sacado tan anticipadamente, es cierto que si
tenemos en cuenta las fechas tan especiales de vacaciones que son y que tan
sólo dos meses después de haberlo comprado, ya estaba por más de 300 euros,
creo que al final no estuvo tan mal.
Y así y sin casi darme cuenta, me encontraba el Miércoles
Santo a bordo del avión que me llevaría hasta una de las ciudades más
importantes y de más renombre internacional de Alemania.
Tras dos horas y media de vuelo, llegaba puntual al
aeropuerto Franz Josef Strauss, algo que no esperaba ni en el mejor de los
sueños, pues son famosas las huelgas con las que los pilotos de esta compañía
nos han ido obsequiando a lo largo de años anteriores, en estas fechas tan
señaladas, y que para ser sinceros temía que pudieran volver a repetirse. Pero
no, hubo suerte y a las 22.30 el avión estaba ya parado en la pista y todos los
pasajeros empezamos a salir de la nave.
Esto me permitía tomarme con tranquilidad y sin agobios el
paseo hasta las oficinas de la empresa Europcar donde tenía reservado un coche
de alquiler para las 23.30, lo cual realicé a través de la página www.rentalcars.com. En esta ocasión y a
diferencia de las últimas ocasiones había decidido moverme con coche, ya que
eran muchos los lugares que quería visitar y no tenía ganas de andar agobiado
con el tema de horarios de medios de transporte y de si a ciertos sitios
llegaban o no estos, por lo que como en lo referente al alojamiento me había
ahorrado un dinerito gracias a viajeros.com y sus premios, pues me permití
ciertos caprichos como este. El vehículo, un Volkswagen Fox, lo alquilé por
cuatro días por 220 euros, con el reembolso de la franquicia por daños
incluido, kilometraje ilimitado y depósito lleno a devolver igual. Allí me
atendería una simpática señora que en cuanto la dije que mi inglés dejaba
bastante que desear, se desvivió en hacerse entender y hablarme súper despacito
y con las palabras imprescindibles, lo cual me facilitó bastante las cosas y me
permitió apreciar, al igual que en Berlín, que la educación y amabilidad de los
alemanes es envidiable.
Así que con todos los papeles en regla sólo tuve que
encaminarme al parking y montarme en mi pequeño vehículo. Por cierto, menos mal
que ya me habían advertido varias personas que muchos de los coches aquí
arrancan pisando a la vez el embrague y el freno, que si no me hubiera quedado
en el aeropuerto a pasar la noche. Dicho esto, procedería a la programación en
mi GPS de la dirección del hotel donde me iba alojar esa noche y sin ningún
problema llegaría hasta él en una media hora. Sería aquí donde pude comprobar
por primera vez las historias que me habían contado acerca de las carreteras
alemanas. Cuatro y cinco carriles en las autovías, con una perfecta
señalización, con tramos limitados a una velocidad determinada y otros sin
límite de velocidad. Sería en estos donde podría ver como en varias ocasiones
hubo vehículos que me pasarían a más de 160 y 170 km/h, sino más. Yo bastante
intimidado no pasaría de los 135, pues todavía estaba tomando contacto con
tanta novedad. Esto sería sólo para ir abriendo boca, pues en poco tiempo
podría volver a experimentar esta sensación de circuito de fórmula 1 en una
autovía. Los mapas de Alemania y la programación del GPS los llevaría gracias a
un amigo que es todo un manitas y un entendido en esto de la tecnología, por lo
que desde aquí quiero darle las gracias de nuevo, ya que si no la cosa se me
hubiera complicado bastante.
El hotel elegido para esta primera noche iba a ser el
Elephant Creatif que me saldría por 12 euros la noche. Sí, no me he equivocado.
Pero evidentemente el precio tiene truco y es que aquí utilizaría uno de los
voucher que gané en viajeros por uno de los diarios anteriores, por lo que me
descontaron, al hacer la reserva en despegar.com, la nada despreciable cifra de
73 euros, lo que me permitió tener una habitación individual con baño y
desayuno incluido a un precio de ganga. El hotel aunque un poco antiguo, estaba
limpio y con todas las comodidades necesarias, así que mejor imposible. Poco
quedaba ya por hacer en este primer día, sólo descansar para comenzar con
fuerza la visita a la capital bávara.
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