26 de Julio de 2012.
A las cinco de la madrugada estaba sonando el despertador, señal de que teníamos que irnos hacia el aeropuerto, para lo cual recorreríamos andando los 700 metros que nos separaban del metro. Aquí sacaríamos dos billetes (2,5 dólares) y sin transbordos en cuarenta minutos nos plantamos allí.
A las cinco de la madrugada estaba sonando el despertador, señal de que teníamos que irnos hacia el aeropuerto, para lo cual recorreríamos andando los 700 metros que nos separaban del metro. Aquí sacaríamos dos billetes (2,5 dólares) y sin transbordos en cuarenta minutos nos plantamos allí.
Vestíbulo Hotel Five de madrugada |
Fuimos a los mostradores de
facturación y ¡ups! Lo que nunca me había pasado, el peso de mi maleta excedía
en 5 libras, es decir unos dos kilos, tan sólo eso, dos puñeteros kilos y el
señor impresentable y déspota que me tocó me quería hacer pagar no sé cuantos
dólares por ello. A lo que, evidentemente, le dije que no, que naranjas de la
china, que no se preocupara y que esperara porque iba a ir sacando el equipaje
que hiciera falta hasta cumplir con el peso exigido. Así que nada, sin ninguna
prisa, dejé la maleta en la báscula y muy tranquilamente empecé a sacar ropa hasta que el peso marcó
las 50 libras exactas, ni más ni menos. Todo ello mientras el empleado con una
cara de histérico perdido hacía de desquiciado espectador. Cuando llegué al
peso, le pregunté irónicamente que si ya era correcto y con cara de mala leche,
como hacía tiempo que no observaba en nadie, me afirmó con la cabeza sin
pronunciar palabra alguna. Así que nada, cogí como pude la segunda maleta que
no facturaba con el resto de ropa y nos dirigimos hacia la puerta de embarque.
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