10 de Julio de 2012.
A las 04.00 de la madrugada estaba
sonando el despertador, así que como auténticos zombies, nos levantamos como
pudimos, recogimos todo y nos dirigimos hacia el aeropuerto internacional de
Quebec, a unos veinte kilómetros del centro.
El coche lo dejaríamos en los
reservados que tiene Hertz, al igual que otras empresas, en la zona de
vehículos de alquiler. Luego en la oficina, que por supuesto, se encontraba
cerrada, echamos la llave en un buzón especial y dejamos relleno un papel con
el número de kilómetros recorridos y la hora de entrega, ya que a esas horas no
había nadie para atenderte. Todo esto ya nos lo habían explicado cuando hicimos
la reserva, por lo que no tuvimos el mayor problema para hacerlo.
Después facturaríamos y llegaría
la despedida de uno de los tres mosqueteros, Raúl, ya que no tenía más remedio
que regresar a España para afrontar sus compromisos laborales y no le quedaba
otra. Así que nada, a partir de este momento continuaríamos la aventura Javi y
yo solos.
Y esta la comenzaríamos saliendo
en el vuelo de las 06.40 con destino Toronto, donde llegaríamos un poco antes
de las 08.30, para tras menos de dos
horas de espera, tomar otro vuelo con dirección a Calgary, el cual duraría unas
cuatro horas. Volamos con Air Canadá y hay que decir que todo bien: las
pantallas individuales (los cascos son tres dólares), los asientos espaciosos,
pero son un poco rácanos ya que sólo te sirven una mísera bebida en todo lo que
dura el vuelo. La comida te la pagas tú y no te ponen ni un mísero snack. Menos
mal que tomaríamos algo en el aeropuerto antes de salir, si no nos morimos de
hambre.
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Aeropuerto de Calgary |
Llagamos a las 12.30, hora local,
y dado que volamos hacia el oeste, de nuevo tocaba retrasar el reloj otras dos
horas, por lo que ya había una diferencia con respecto a España de ocho horas.
Después de recoger el equipaje y el nuevo coche de alquiler, un Mazda 5, sin
ningún problema, salvo que al no tener uno de la gama que elegimos por
internet, nos dieron un modelo superior como es el que acabo de comentar, un
coche familiar donde cabían hasta ocho personas, lo cual, sinceramente, a veces
es más un coñazo que otra cosa, pero vamos que era lo que había, por lo que
tuvimos que quedárnoslo al no haber otro.
Decidimos, ya que estábamos a tan
sólo 20 km y nos pillaba de paso, dejarnos caer por Calgary, justo en el límite
entre las montañas rocosas y la gran llanura, una inmensa pradera que se
extiende casi dos mil kilómetros hacia el este y el motivo por el cual nos
desplazamos en avión, dado el poco tiempo que siempre tienes a la hora de
afrontar este tipo de viajes.
Calgary es una ciudad en la que
se mezclan sin fisuras las tradiciones de los ganaderos y la más reciente
influencia de la industria del petróleo que, en los últimos cincuenta años, la
ha convertido en una dinámica ciudad y un importante centro financiero. Esta
realmente no es una ciudad bonita, es bastante moderna y sin grandes atractivos
turísticos, vamos que no te enamora a primera vista, pero buscando, buscando
siempre encuentras algo y así nos encaminamos al punto más emblemático de la misma,
su torre, la Calgary Tower, en pleno centro de la ciudad y a casi 200 metros
sobre el suelo. En su cúspide estuvo brillando la llama olímpica en 1988, en
los juegos olímpicos de invierno.
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Calgary Tower |
Después de pensarnos un rato si
subíamos o no, decidimos que ya que estábamos allí no podíamos perdernos las
vistas que se ven desde arriba, por lo que pagamos los 16 dólares de cada
entrada y nos metimos en el ascensor que te lleva en apenas 40 segundos a su
mirador. Las vistas te permiten ver toda la ciudad con sus rascacielos, pero lo
más impresionante es divisar en el horizonte una alineación casi perfecta de
las montañas rocosas, las rockis como aquí las llaman, cortando la llanura de
norte a sur y perdiéndose en el infinito.
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Zona Financiera desde Calgary Tower |
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Calgary desde Calgary Tower |
También fue emocionante cuando nos situamos
sobre un trozo de suelo transparente para disfrutar de la sensación de vértigo
que se tiene, al encontrarte suspendido en el vació. Es una pasada y a mí me
impresionó más que la que tuve en la CN Tower de Toronto en 2009, ya que el
espacio destinado a las vidrieras es más amplio y sin tantas barras de apoyo
entre unas placas y otras.
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Miradores en Calgary Tower |
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Miradores en Calgary Tower |
Por fin, tras un buen rato
disfrutando de todo esto, bajaríamos, de nuevo, a tierra y nos entretendríamos
otra horita paseando por las calles del centro y del barrio chino, que se
encuentra pegado a este y son sólo dos calles. En nuestro paseo pudimos
fijarnos en como, prácticamente, todo el mundo, jóvenes, niños, mujeres y
hombres, iban con sus sombreros y botas de cowboy, eran auténticos, parecía que
te encontrabas en una película de John Wayne al más puro oeste americano. Y es
que en estos días se estaba celebrando un famoso evento deportivo – cultural –
festivo, llamado el Calgary Stampede, la Estampida, diez días de fiesta,
música, baile donde se da uno de los rodeos más importantes del mundo,
incluyéndose todas las especialidades, desde montar toros bravos y caballos
salvajes, hasta saltar del caballo encima de un toro para tumbarle.
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Centro de Calgary |
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Barrio Chino.Calgary |
Hubiera dado lo que fuera para
quedarme a ver algo de esto, pero el tiempo apremiaba y teníamos que seguir
adelante con nuestro viaje, por lo que a eso de las 16.00 saldríamos en coche
hacia Banff, a unos 130 km.
Una vez en camino, una recta
hacia el infinito te lleva directamente a esta ciudad y a su parque Nacional, una
recta enorme que parece no tener fin y sin apenas una curva, de hecho, no toqué
el limitador de velocidad del coche, prácticamente, ni una sola vez. Las moles
de piedra que parecían tan lejanas, iban ganando terreno y se nos iban echando
encima y en consecuencia el paisaje iba engrandeciéndose cada vez más: cumbres
nevadas, lagos, bosques, etc. Y esto sólo era un pequeño aperitivo de los que
nos esperaba.
Cuando llegamos a nuestro hotel
en Banff, el Mount Royal Hotel, una vez alojados y como era pronto, aunque
cansados por el día que llevábamos, nos pudo más la ilusión y volvimos a coger
el coche para cruzar de nuevo el pueblo en sentido contrario y dirigirnos hacia
las góndolas, así llaman a las cabinas, de un teleférico. Este nos subiría
hasta la cima del Monte Shulphur. La pedazo bofetada que te dan de 33 dólares
por billete, aunque carísimo, creo sinceramente que bien merece la pena si el
día está despejado, como era el caso, pues las vistas son sublimes,
inigualables, soberbias y mil adjetivos más, de las montañas rocosas y sus
valles.
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Banff National Park desde Sulphur Mountain |
Una vez aquí y después de rodear
la estación del teleférico para tener un primer contacto con el lugar, haríamos
una pequeña ruta por unas pasarelas de madera que te llevan directo hasta la
estación meteorológica del pico Samson, donde el espectáculo es todavía mayor y
la emoción te embarga ante el panorama que tienes delante de ti.
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Banff National Park desde Sulphur Mountain |
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Banff National Park desde Sulphur Mountain |
Por aquí pasaríamos las dos horas
que quedaban hasta el último descenso, el de las 21.00, en el que tuvimos que
bajar casi a la fuerza pues no queríamos marcharnos de un sitio tan bonito. Eso
sí, hay que mencionar un pero, había muchísimos mosquitos asesinos chupasangres
como helicópteros de grandes que no tenían ningún tipo de piedad con las
personas. Ingenuo de mí, esto sería un constante durante todos los días de
estancia en las montañas rocosas y no un simple hecho aislado, como en este
momento pensaba, recién llegado a ellas. Así que conviene llevar un buen
repelente para insectos y pantalones largos de tela fina, si quieres ahorrarte
unas cuantas picaduras.
De nuevo en el pueblo, nos pegaríamos un homenaje, ya
que no habíamos comido, en una hamburguesería (28 dólares por persona), no me
acuerdo de su nombre, pero vamos, que hay infinidad de sitios para todos los
gustos y presupuestos dentro de lo caro que es Canadá. Con esto nos fuimos a
descansar que por hoy ya no se podía pedir más.
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