2 de Septiembre de 2011.
Por fin
había llegado otro de esos días que esperaba con auténtica ilusión en mi viaje
por Perú. Para mi poder visitar Kuélap era un sueño, al igual que lo era Machu
Picchu y no es casualidad que, cada vez más, este lugar arqueológico sea
conocido como el Machu Picchu del norte. Aunque la comparación puede ser algo
exagerada, lo cierto es que Kuélap es una fortaleza que no puede dejarse de
lado. En ella vivieron los Chachapoyas, una cultura cuyo máximo apogeo tendría
lugar sobre el año 800 d.C. y que resistió a los incas construyendo una
gigantesca muralla para proteger las colinas donde construyeron edificios
circulares adornados de frisos que aún se conservan.
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Yacimiento arqueológico de Kuélap |
En la
furgoneta que nos llevaría hasta las ruinas iríamos unas diez personas junto
con el guía, con la grata sorpresa de encontrarme con una pareja de madrileños.
Curioso el encontrarnos en casi el fin del mundo. Se llamaban David y Tania.
En el
trayecto nuestro guía, que sólo hacía dos años que había acabado el instituto y
quería hacer la carrera de arqueología, nos fue explicando algunas
características del pueblo Chachapoyas, que significa hombres nubosos. Ocupaban
una importante extensión de terreno en los Andes del norte y era una
civilización que dominaba la agricultura y el arte de tejer. Este era un pueblo
de lo más tranquilo, hasta que fue absorbido, como tantos otros, por la llegada
y expansión del imperio inca.
En el camino
de ida realizaríamos una primera parada en una colina, para observar el recinto
arqueológico de Macro donde se alzan los restos de las viviendas circulares de
los Sachapuyas. Tras unas breves explicaciones continuaríamos nuestro camino.
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Poblado de Cronos |
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Poblado de Cronos |
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Río Utcubamba a su paso por Cronos |
Antes de
llegar a nuestro objetivo primordial, todavía pararíamos, una vez más, en el
pueblo de María para encargar la comida, y tras esta breve parada y después de
dos horas y media el autobús se detenía y nos dejaba en el control de entrada
de Kuélap. Nos cobraron 5 soles (en el cartel ponía 10, pero no sé porque pensaron
que también éramos peruanos y sólo nos cobraron la mitad, ya que todo el grupo
a excepción de nosotros tres, eran del país).
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Aldea de María |
Una subida
de unos veinte minutos nos dejaría delante de las murallas de la ciudad
fortificada. La emoción era indescriptible. Este gran muro que rodea todo el
complejo está construido con enormes
bloques de piedra caliza y en algunos puntos alcanzaba una altura de once
metros.
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Acceso al recinto arqueológico de Kuélap |
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Vistas desde el recinto arqueológico de Kuélap |
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Muralla. Recinto arqueológico de Kuélap |
Nos
explicaba nuestro guía, que se trataba de una ciudad especialmente ceremonial,
dedicada al culto de los dioses y que únicamente al final, cuando llegaron los
incas en el S.XV, se convertiría en ciudad defensiva.
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Muralla. Recinto arqueológico de Kuélap |
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Muralla. Recinto arqueológico de Kuélap |
Tras acceder
al interior por una de las tres únicas puertas, con forma de embudo y cuesta
arriba, lo que nuevamente demostraba el miedo a ser atacados, comenzaríamos una
apasionante visita que nos llevaría a conocer algunas de las estructuras más
importantes de este poblado que llegó a albergar 400 viviendas y unas 3500
personas.
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Entrada. Recinto arqueológico de Kuélap |
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Entrada. Recinto arqueológico de Kuélap |
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Recinto arqueológico de Kuélap |
Entre otras
muchas construcciones cabe destacar, especialmente, el torreón de siete metros
de alto que se halla en uno de los extremos del pueblo con unas vistas
excepcionales hacia los cuatro puntos cardinales; los canales de agua; el
tintero que con forma de cono invertido se piensa que tenía una función
astronómica, aunque no se sabe a ciencia cierta cuál era su cometido real; y
por supuesto que los edificios circulares que aunque hoy sólo queda la base de
la gran mayoría, gracias a los trabajos de restauración, se ha podido completar
alguno de ellos para que los visitantes podamos observar cómo era una vivienda
tradicional de esta cultura, con hasta cuatro metros de altura y tejado de
paja.
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Recinto arqueológico de Kuélap |
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Recinto arqueológico de Kuélap |
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Torreón. Recinto arqueológico de Kuélap |
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Recinto arqueológico de Kuélap |
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Recinto arqueológico de Kuélap |
Si a todo lo
anterior además le añades que el paisaje y las vistas que se obtienen, desde
casi cualquier punto por el que transitas, son soberbias por la influencia
amazónica y los bosques lluviosos, característicos de esta región, pues hace
que sea el complemento perfecto.
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Entorno del Recinto arqueológico de Kuélap |
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Entorno del Recinto arqueológico de Kuélap |
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Entorno del Recinto arqueológico de Kuélap |
La visita de
casi tres horas de duración no tuvo desperdicio y yo estaba encantado pues ya nadie podía quitarme el haber conocido los
dos yacimientos arqueológicos más importantes de Perú.
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Recinto arqueológico de Kuélap |
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Tintero. Recinto arqueológico de Kuélap |
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Recinto arqueológico de Kuélap |
A las 14.15
saldríamos de las ruinas por la puerta principal, ya que habíamos entrado por
la de servicio, que era por donde entraban todas las mercancías y gente poco
importante.
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Puerta Principal de acceso. Recinto arqueológico de Kuélap |
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Puerta Principal de acceso. Recinto arqueológico de Kuélap |
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Muralla. Recinto arqueológico de Kuélap |
Y desde aquí
y en un cuarto de hora, haríamos la parada para comer, de nuevo, en el
pueblecito de María, donde habíamos encargado la comida a la ida. Junto con
David y Tania, probaría, por fin, el cuy, que es cobaya frita y hasta el día de
hoy se me había resistido un poco, pues nunca me apetecía demasiado. No estaba
mal pero tampoco era para tirar cohetes, tenía un sabor fuerte y con poca
sustancia. Me quedé normal gracias a la sopa anterior, al arroz y a las patatas
que la acompañaban. (15 soles)
Pasadas las
tres, comenzaríamos el camino de regreso a Chachapoyas, para llegar allí a las
17.30. Me despedí de mis paisanos y me fui un rato a descansar al hotel hasta
la hora de la cena.
Llegada
esta, me daría un paseo por la calle más comercial del pueblo y al final me
decidí por un sitio que se llamaba La Estancia, donde me tomaría una pizza, y
al quedarme con hambre porque era un poco enana, decidí probar otra plato
típico de la cocina peruana, el anticucho, que es corazón de res frito, servido
en brocheta en este caso. Estaba bueno porque a diferencia de lo que yo creía
la carne estaba dura y no era blanda como el resto de este tipo de comida. Así
que acerté. (15 soles) De camino al hotel me daría el capricho de un helado
(2,5 soles), antes de terminar la jornada.
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