Y es que el
taxi que me tenía que llevar hasta las cocheras de la empresa MOVIL (4 soles),
estaba a por mí a las 05.10, por lo que a las 04.30 estaba levantándome.
El autobús
en el que viajaría no era el súmmum de la comodidad ni de la seguridad. Era
viejo y antiguo y con los asientos carcomidos por el paso del tiempo, pero era
lo que había.
A las seis
en punto de la mañana, partíamos hacia Chachapoyas. Por delante doce horas de
camino. Nada más hacer los primeros kilómetros, me quedaba frito, por lo que
las primeras horas se me pasaron volando. Luego en una hora más, pararíamos a
desayunar en Celendín, pueblo que no tiene nada, donde me tomaría un zumo de
naranja y algo parecido a unos huesitos que me había comprado la noche
anterior.
Vistas de Celendín camino a Chachapoyas |
Celendín |
Celendín |
Hasta este
instante había tenido suerte y no me había tocado nadie en el asiento de al
lado, por lo que pude ir bastante cómodo, con las piernas y el cuerpo
aprovechando los dos espacios, pero la fortuna terminaría aquí, porque gran
parte de lo que me quedaba de viaje, me tocaría un señor mayor, de lo más
serio, que no cruzó palabra conmigo en ningún momento.
Paisaje camino hacia Chachapoyas |
Reanudaríamos
la marcha y, ahora sí, que empezaría lo bueno, ya que después de las tres
primeras horas, las cuales fueron más o menos tranquilas, el resto de la
práctica totalidad del camino se hace por una pista de tierra sin asfaltar
disfrutando de un abismo constante.
Paisaje camino hacia Chachapoyas |
Paisaje camino hacia Chachapoyas |
La distancia
entre el vacío y las ruedas del autobús, muchas veces no llegaba a un palmo de
la mano, por lo que hasta que te acostumbras, si es que lo consigues, se te ponen
de corbata. Lo mejor es tratar de pasar un poco y disfrutar del paisaje, porque
este, realmente, es espectacular. No tiene desperdicio el ir viendo los
contrastes que te brinda la Sierra Norte de Perú con los picos escarpados de la
cordillera Andina, acompañándote en todo momento.
Paisaje camino hacia Chachapoyas |
Paisaje camino hacia Chachapoyas |
A la una
pararíamos a comer en una chocita que había en un lateral de la carretera, de
las pocas que te encuentras, donde por seis soles, me pusieron un plato hasta
arriba de arroz, lentejas y carne. Estaba delicioso y fue de los mejores guisos
que probé a lo largo de todo el viaje.
Continuaríamos
el camino para durante buena parte de las dos horas siguientes, ir acompañados
por una densa niebla que no permitía ver más allá de dos palmos y que en algún
momento me hizo pensar si saldría de ésta, entre las condiciones de la
carretera, los coches que podían venir de frente, el abismo, la niebla, etc.
Era consciente de que esta ruta la hacen siempre conductores muy profesionales
y casi a diario, pero aún así no podría evitar pensar por dónde íbamos y que
cualquier descuido haría que nos precipitásemos al vacío.
Paisaje camino hacia Chachapoyas |
Paisaje camino hacia Chachapoyas |
Paisaje camino hacia Chachapoyas |
Sobre las
cuatro, la cordillera andina dejaba paso al curso del río Utcubamba. Ya por lo
menos si nos caíamos, sólo nos arrastrarían las bravas aguas del mismo. Algo es
algo. Eso te daba un respiro.
Río Utcubamba camino hacia Chachapoyas |
En poco
tiempo, pasaríamos por la bonita plaza del pueblo de Leimebamba, donde tras
recoger a nuevos viajeros, continuaríamos el viaje. Aquí está el museo de las
momias que todo el mundo dice que es una auténtica pasada, una pena el no poder
verlo.
Leymebamba |
La última
parte del recorrido podría volver a la comodidad de no tener a nadie en el
asiento de al lado, por lo que pude estirar las piernas de nuevo.
Por fin, a
las 18.00, llegaríamos a Chachapoyas, sanos y salvos. En la mini estación de
buses, me cogería un taxi (2 soles) que me dejaría en el hotel Las Orquídeas, a
unas tres cuadras de la plaza de Armas. Estaba bastante chulo (60 soles la
habitación simple). Pero una vez más, como no había, me pusieron en una triple.
Así que encantado, más espacio.
Ultimo tramo hasta llegar a Chachapoyas |
En cinco
minutos, estaba otra vez en la calle, por un lado porque no aguantaba ni un
minuto más sentado y necesitaba andar y moverme, pues doce horas casi como un
mueble te dejan baldado y, por otro, para irme a mirar las opciones que
ofrecían la gran cantidad de agencias turísticas de la plaza de Armas, pues los
siguientes días estaba interesado en realizar dos visitas que para mí eran
ineludibles: las ruinas de Kuélap y la catarata Gocta.
Hoy me
interesaría sólo por Kuélap. Los precios en casi todas eran casi idénticos, 40
soles, con grupo y unos 150 soles, en privado. Por supuesto que elegiría la
primera opción. Así que me decanté por los que más serios me parecieron y menos
me insistieron en contratarlo con ellos. “Perú Nativo” (40 soles). Creo que
existe la posibilidad de tomar unas combis o colectivos que salen de madrugada
y te dejan cerca, pero es un poco jaleo y no tenía muchas ganas de calentarme
la cabeza.
Después de
tener la excursión contratada, volvería a la empresa MOVIL, para sacar el
billete nocturno que me llevaría en dos días a Chiclayo (65 soles). Con los
deberes hechos y tras seguir el consejo de un poli, cenaría en un restaurante
que se llamaba “Mata la Che”, donde me pondría como el Kiko a base de arroz,
patatas fritas y un filete de ternera, casi más grande que yo. (7 soles).
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