AMPUDIA

19 de Febrero de 2011.

Desde hacía tiempo deseaba hacer una parada en la villa palentina de Ampudia, y en esta ocasión, aprovechando un viaje de regreso a Madrid desde el norte de España, decidí finalmente visitarla.

Ampudia es una villa con un gran legado histórico. Conserva un conjunto urbano medieval con edificios de dos plantas sostenidos por pilares de madera y calles estrechas y plazas que conservan el encanto de épocas pasadas.

Pero si hay un monumento que destaca por encima de cualquier otro ese es su Castillo. Y es que la villa de Ampudia fue casi siempre un lugar de realengo hasta que en 1419 el rey Juan II la cedió a Don Pedro García de Herrera, a la sazón, arzobispo de Toledo. A este personaje y a su mujer, María de Ayala, se vincula la construcción del castillo: una fortaleza señorial castellana, un bastión que no se construyó, como tantos otros, para defender la línea del avance cristiano en la Reconquista, sino como residencia  nobiliaria y como protección frente a posibles rivalidades entre señoríos. En apariencia es un castillo típico, aunque construido, eso sí, en terreno llano y no sobre la cumbre de una colina. Sólo al acceder a sus espacios interiores se descubre que fue en realidad un gran palacio con un papel fundamental en la política castellana de los siglos XV a XVII. En él residieron señores despóticos que oprimieron al pueblo y mantuvieron constantes pleitos con los vecinos, y también dueños de mejor talante, que contaron entre sus invitados a los reyes.

Castillo de Ampudia

En él se alojaría Carlos I, con motivo de su primer viaje por España después de su designación como rey. Pero la villa de Ampudia volvió la espalda a Carlos y se unió a la causa de los comuneros, sublevados contra la fiscalidad excesiva y la sobreabundancia de extranjeros en la corte. Ello desató, en 1521, la batalla de Ampudia. El Castillo custodió poco después a los hijos de Francisco I, rey de Francia, entregados a España como garantía del cumplimiento de lo acordado tras la derrota de los franceses en la batalla de Pavía. En 1599 heredó la fortaleza el Duque de Lerma, favorito de Felipe III, quien proporcionó en ella a su soberano numerosas jornadas de descanso dedicadas a la caza, amén de grandes fiestas con música y baile. A partir de 1636 el castillo de Ampudia cayó en un ostracismo del que salió a mediados del siglo XX cuando fue adquirido por Eugenio Fontaneda quién lo restauró y convirtió sus instalaciones en el singular museo arqueológico y etnográfico, que hoy puede verse.

Castillo de Ampudia

Cuatro torres cuadradas de aspecto macizo refuerzan los ángulos de este castillo de planta trapezoidal, defendido por un foso y por una barrera preparada tanto para disparar como para defenderse de la artillería enemiga. La puerta, rematada con escudo de armas y flanqueada por dos bellas garitas, está precedida por dos puentes concatenados, uno de piedra y otro de madera, que salvan el espacio del foso y nos indican que en su día una parte de la estructura era levadiza. El ambiente palaciego se aprecia ya en el patio de armas, donde las tres galerías porticadas presentan hermosos elementos decorativos. Ventanales, yeserías, chimeneas y loggias refuerzan el ambiente de gran mansión en las principales salas de la fortaleza, acondicionadas hoy como museo. En una de ellas se ha reproducido la misteriosa atmósfera de las boticas medievales mediante los instrumentos propios de la farmacia tradicional y con la ayuda de algunos elementos de carácter fantástico, como un cráneo de bruja encerrado en una jaula, Otras salas exhiben juguetes antiguos, creaciones artísticas de corte popular, objetos relacionados con la vida en la comarca palentina de Tierra de Campos y piezas arquitectónicas y arqueológicas.

Castillo de Ampudia

La gran torre del homenaje, de treinta metros de altura, contó en su día con un acceso desde el exterior a través de un vano apuntado situado a la altura del segundo cuerpo. La entrada era posible gracias a una estructura móvil de madera que se retiraba en caso de peligro para evitar el asalto al castillo por los enemigos. Retirada la estructura de madera, el vano de acceso parecía una ventana, de tal manera que nada invitaba a pensar que fuera posible llegar a la torre sin pasar por la puerta principal de la fortaleza.

Castillo de Ampudia

Castillo de Ampudia

Pero si hay otro edificio que rivaliza en importancia con el castillo, ese es sin duda la Colegiata de San Miguel. Majestuosa y elegante, se alza en el corazón de la villa como testigo del esplendor espiritual y artístico que vivió Ampudia en los siglos pasados. Fue construida entre finales del siglo XV y principios del XVI, en un periodo de transición entre el gótico tardío y el renacimiento, lo que le confiere una personalidad arquitectónica híbrida, rica en matices. Su planta de cruz latina, con tres naves separadas por columnas altas y esbeltas, está cubierta por bóvedas de crucería que aún conservan la impronta de los canteros góticos.

La torre, de más de cincuenta metros de altura, se alza como un hito visual en toda la comarca. Se trata de un soberbio campanario de planta cuadrada que, por sus proporciones y diseño, ha sido comparado a menudo con la torre de la Catedral de Burgos. Desde lo alto, cuando las campanas repican, sus ecos resuenan en los campos de cereal que rodean la villa, como lo hacían hace siglos, marcando el ritmo de la vida campesina.

Colegiata de San Miguel. Ampudia

En el interior, la luz se filtra a través de los ventanales ojivales creando una atmósfera solemne, acentuada por el retablo mayor, una obra de gran valor artístico atribuida a la escuela de Juan de Juni. En él, escenas de la vida de Cristo y de la Virgen se entrelazan con delicadas tallas y una profusa decoración dorada, reflejo de la espiritualidad y la riqueza de sus patronos. No menos interesante es la sillería del coro, tallada en madera noble con motivos tanto religiosos como costumbristas, que reflejan la vida cotidiana de la época.

Durante siglos, la colegiata fue centro espiritual no solo de Ampudia, sino de una amplia comarca. Su condición de colegiata, concedida en 1602 por el papa Clemente VIII, le otorgó privilegios que reforzaron su autoridad religiosa y política. En ella se celebraban los grandes actos litúrgicos de la villa, además de servir como lugar de reunión del cabildo y centro de poder eclesiástico. En sus archivos se conservan documentos de gran valor histórico, entre ellos testamentos de nobles locales, mandatos reales y actas de pleitos entre clérigos y seglares, que muestran hasta qué punto esta iglesia fue un actor central en la vida del Ampudia de la Edad Moderna.

Ampudia

Más allá del castillo y de la imponente Colegiata de San Miguel, la villa no conserva muchos más monumentos de gran relevancia. Se puede mencionar el antiguo convento de San Francisco, hoy transformado en otros usos, que aún conserva parte de su estructura original. Aun así, su trazado urbano ofrece rincones con encanto, y es en sus calles porticadas donde se aprecia con mayor claridad la esencia de Ampudia: una arquitectura popular castellana que sobrevive en columnas de madera, fachadas encaladas y soportales que invitan al paseo sosegado.


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