Es cierto
que llevaba dos años consecutivos viajando a los E.E.U.U y aún así, y al
contrario que le sucede a mucha gente, mi fascinación por este país, por su
cultura, su modo de ver la vida y sus maravillosos escenarios naturales, cada
vez me atraían más. Por este motivo cuando mi amigo Raúl me propuso realizar un
viaje de larga duración al Oeste americano, lo primero que me vendría a la
cabeza serían los famosos escenarios de las películas del oeste, la juerga y
neones luminosos de las Vegas y míticos paisajes como los del Gran Cañón o
ciudades tan renombradas como San Francisco. Ante el sucesivo paso de todas
estas imágenes por mi mente como si se tratase de una proyección antigua con
negativos de diapositivas y pensar que iba a poder estar en muchos de esos
lugares, no tardaría mucho tiempo en decir que sí.
El siguiente
factor que se pondría de nuestra parte sería que unos amigos no hacía mucho
tiempo que habían estado por allí y podían asesorarnos, bastante bien, acerca
de cómo montar el viaje por nuestra cuenta, de los hoteles más recomendables
según su experiencia y de muchos buenos consejos, por lo que sólo faltaba dar
el paso definitivo y comprar los billetes de avión. Tras un estudio
pormenorizado de lo que queríamos visitar en tres semanas que íbamos a estar
por la zona, al final decidimos decantarnos por sacar los vuelos con la
compañía Delta que era la más económica de todas las que miramos y la que mejor
se adaptaba a los planes que teníamos en mente.
Sólo quedaba
ya esperar al sábado 4 de Septiembre, día en el que comenzaría nuestro
particular sueño americano. La hora de partida de nuestro vuelo sería a las
07.00 de la mañana por lo que el madrugón fue considerable. Tras dos horas
llegaríamos a la primera de las dos escalas que tendríamos en el camino, en
este caso París, donde aterrizaríamos a las 09.00. Tras un montón de trámites y
filas como consecuencia de volar a territorio americano, podríamos tomar el
siguiente vuelo con dirección a Salt Lake City, nuestra segunda escala y a la
que llegaríamos a las 14.00, hora americana.
El cansancio
era ya evidente en nosotros y eso que todavía nos quedaba un último vuelo hasta
nuestro destino final: la pequeña localidad de Jackson Hole en el estado de
Wyoming. Este sería sólo de una hora y la verdad que pronto nos volveríamos a
venir arriba como consecuencia de empezar a ver por la ventanilla las primeras
imágenes de las montañas rocosas, realmente espectaculares. La emoción iba en
aumento según nos acercábamos a dicha ciudad y al pensar que en tan sólo unas
horas, al día siguiente, estaríamos en el corazón de famosos escenarios
naturales como los del parque Nacional de Yellowstone o de otros como el del
Grand Teton, que siendo menos conocidos, también dejan sin aliento.
Tras 17
horas de vuelos y escalas por fin llegábamos a las 18.00 a la única y pequeña
terminal del minúsculo aeropuerto de Jackson Hole, donde una furgoneta de la
empresa Dollar, con la que habíamos contratado por internet el coche, estaría
esperándonos para llevarnos al corazón del pueblo que estaba como a 10 km y
allí hacer el papeleo y facilitarnos el vehículo. La chica encargada de todo
ello hablaba bastante bien castellano, por lo que todo fue rápido y sencillo.
Nos darían un flamante todo terreno blanco automático del que nada más verlo me
enamoraría perdidamente. Menudo cochazo y eso que yo no soy mucho de coches. El
coste por los cuatro días que íbamos a utilizarlo sería de 280 dólares con todo
ya incluido.
Jackson Hole Airport |
Sólo nos quedaba ya recorrer los primeros metros que íbamos a hacer con él hasta nuestro primer alojamiento en USA, situado, tan sólo, unas manzanas más allá, el Ranch Inn. Este se encontraba situado en pleno centro del pueblo y sus habitaciones eran anchas y espaciosas con microondas. (115 dólares la habitación).
Una vez
alojados, y a pesar del cansancio, no podríamos evitar salir a dar una vuelta
por este típico pueblo sacado de la mejor de las películas de John Wayne, con
sus carruajes, gente vestida con ropa y sombreros vaqueros, parques adornados
con cornamentas de alces, etc.
Jackson |
Jackson |
Tras una hora de paseo y tras tomarnos unos sándwiches en la habitación, caeríamos fundidos en nuestras confortables e inmensas camas King.
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