Gerona es una de las provincias españolas más pequeñas, de
hecho se encuentra entre las diez últimas en extensión, pero bien podría
aplicársele el dicho “pequeña pero matona”, pues su territorio cuenta con
infinidad de atractivos que hacen que tengas que emplearte a fondo para poder
recorrerla, más o menos, en su totalidad, en diez días, que eran con los que
contábamos nosotros.
Y es que en su reducido espacio puedes encontrar desde el
paisaje bronco y quebrado de la Costa Brava hasta pueblos llenos de encanto
desplegados por su breve interior, sin olvidarnos de volcanes extintos, los
increíbles paisajes de los Pirineos, fabulosos valles donde el medievo alcanza
su apoteosis o incluso el lago más grande de Cataluña. Ante todo ello, ¿verdad
que incluso diez días parecen pocos?
Nuestra ruta comenzaba un caluroso día de agosto, que
acrecentaba por momentos el sueño y cansancio que traía conmigo del reciente
viaje por el este de los EE.UU y Canadá. Tan reciente que había aterrizado ayer
domingo y hoy ya estaba embarcado en esta nueva aventura, por lo que es verdad
que lo mismo me precipité un poco al hacer todo tan seguido, pero es que las
ansias viajeras a veces le pueden a uno.
Aunque valoramos salir desde Madrid en coche, es verdad que
el hecho de que fueran tantos kilómetros al final nos haría desistir de esta
idea y optar mejor por comprar un económico vuelo a Barcelona (70 euros ida y
vuelta) y una vez allí alquilar un vehículo.
Saldríamos a primera hora por lo que a las nueve ya
estábamos retirando el coche y nos pondríamos en marcha hacia la localidad de
Queralbs, situada a unos 140 kilómetros del aeropuerto de El Prat y dos horas
de camino, por lo que pasadas las once habíamos conseguido aparcar y nos
disponíamos a empezar la jornada turística.
En esta pequeña localidad de montaña, colgada en una ladera
y caracterizada por sus casonas de piedra construidas en la pendiente, nos
dirigiríamos a la estación donde tomaríamos el famoso tren cremallera que te lleva hasta el valle de Núria. El
trayecto de ida y vuelta desde aquí cuesta 23 euros para adultos y 13,80 para
infantil de 7 a 14 años. También se puede hacer el trayecto desde la cercana
Ribes de Freser en cuyo caso el billete para adultos supone 25,50 euros y el
infantil 15,50 euros. Otra opción si no quieres pagar nada es hacer la ruta
caminando pero supone ocho kilómetros con un desnivel de 800 metros, por lo que
supone estar un poco en forma y disponer de tiempo suficiente.
Indicación Estación de Queralbs |
Estación de Queralbs |
Nosotros, como ya he comentado, optaríamos por hacer la ida
y la vuelta en el popular tren. El recorrido entre montañas es realmente
hermoso con paisajes vertiginosos y fascinantes que impiden que apartes tú
mirada de la ventanilla.
Valle de Nuria |
Completado el trayecto llegaríamos al valle de Núria situado
a gran altitud y rodeado de un círculo de picos que superan ampliamente los 2000 metros. El más alto, el Puigmal, con
2913 metros. Este valle alpino forma un abanico
en torno a un pequeño lago desde el que el río Núria se abre paso a
través de una garganta. En este además se pueden alquilar barcas, muy
demandadas por familias con niños, pudiendo pasar así un rato agradable.
Estación Valle de Nuria |
Valle de Nuria |
Valle de Nuria |
Lago del Valle de Nuria |
Pero lo más impactante, no sé muy bien si para bien o para
mal, es la mole del Santuario de Núria, un edificio de estilo neorrománico,
terminado en 1946, que sustituyó al templo primitivo del que nada queda.
Santuario de Nuria |
Lago del Valle de Nuria |
Según la leyenda el eremita francés San Gil, llevó al lugar
la imagen de la Virgen, creándose desde entonces una gran devoción popular en
torno a la misma, caracterizándose por ser una talla de madera policromada del
siglo XII con una belleza hierática del primer románico.
También es un lugar donde acuden constantemente parejas que
tienen problemas para tener descendencia, pues se dice que estas pueden
recuperar la fertilidad siguiendo un ritual de lo más peculiar consistente en
que la mujer debe meter la cabeza en una olla, mientras el hombre golpea una
campana, tantas veces como hijos deseen tener.
Después de la visita al Santuario, de varios paseos por la
zona y de una agradable siesta sobre la verde llanura, volvimos a coger el tren
cremallera para regresar a Queralbs, desde donde pondríamos rumbo hacia Ripoll,
a la que llegaríamos tras media hora y un poco más de veinte kilómetros.
Esta población es conocida como cuna de “Cataluña”, en clara
referencia a su importancia histórica. Como en otros casos, Ripoll nació en
torno al monasterio benedictino de Santa María, fundado por el conde Wilfredo
el Velloso en el año 880, bajo cuya protección estaría la villa. La ciudad
poseyó cierta relevancia en el aspecto industrial dentro de los sectores de la
lana y el hierro, consiguiendo en este último cierto renombre en la fabricación
de armas y llaves.
Monasterio de Santa María de Ripoll |
La mayoría de nuestro tiempo aquí se ceñiría a dicho
monasterio, cuya entrada cuesta 5,50 euros y abre de 10:00 a 14:00 y de 16:00 a
19:00.
El gran arco triunfal que da entrada a la iglesia es uno de
los más maravillosos conjuntos de escultura románica. El pantócrator, en el
centro, se rodea de figuras de animales
fantásticos, representaciones de los pecados, pasajes bíblicos y escenas de la
vida cotidiana.
Arco Triunfal. Santa María de Ripoll |
En la iglesia, las naves de su amplio espacio interior son
cinco y el crucero termina en siete ábsides. Sus sucesivas restauraciones han
desfigurado su imagen inicial. Los desastres que ha sufrido no pudieron, sin
embargo, acabar con dos sepulcros monumentales, el de Wilfredo el Velloso y el
de Ramón Berenguer IV.
Monasterio de Santa María de Ripoll |
Sepulcro de Ramón Berenguer IV. Santa María de Ripoll |
Respecto al claustro, hay que detenerse a contemplar los
capiteles, 252, en los que los hombres medievales “leían” la doctrina
cristiana.
Claustro. Monasterio de Santa María de Ripoll |
Claustro. Monasterio de Santa María de Ripoll |
Un personaje clave en la historia del monasterio es el abad
Oliba, que en 1063 consagró la iglesia. Sería él quien protagonizó la edad de
oro del monasterio, destacando entre sus labores la de impulsar las
traducciones de textos árabes que recogían los escritos clásicos grecolatinos.
Se atribuye también a Oliba el florecimiento del arte románico en la
construcción de abadías como las de Montserrat, Fluviá y Canigó.
Aunque nuestra visita se centró en el edificio religioso es
verdad que también tendríamos tiempo de dar un breve paseo por la localidad descubriendo
agradables lugares como la plaza de Sant Eudald, la plaza del Ayuntamiento y la
ribera del río o calles como la de Tafallero, Sant Pere o Perdut.
Río Ripoll |
Había sido un día intenso, por lo que tras la anterior
visita nos dirigimos al que iba a ser nuestro alojamiento las dos próximas
noches, sin presagiar lo que nos esperaba.
Este se llamaba Can Jou, situado a las afueras de Sant Jaume
de Llierca y mi cara según iban pasando los minutos se iría transformando hasta
terminar desencajada. Para comenzar, la pista de tierra que debía llevarnos
hasta la entrada de la casa casi hace que nos quedemos sin coche y es que no
era acta ni para un todoterreno. Es verdad que exagero, pero desde luego que
para un vehículo normal estaba intransitable, con baches y agujeros que
hicieron que tuviese que emplearme a fondo para no romper el coche.
Lo siguiente sería el momento de entrar en la habitación,
donde mi cara sería un poema al encontrarme con un espacio rectangular con tres
camas de mala muerte, las paredes repletas de suciedad, con desconchones y con
las marcas de las muertes de pequeños visitantes anteriores, tales como
mosquitos y arañas.
Ante el desánimo que me invadió, sería este el momento en el
que no dudaría en hacer una llamada al alojamiento que teníamos para dentro de
dos días para intentar irnos esta misma noche hacia allí, pero desgraciadamente
estaba ocupado para hoy, no así para mañana, por lo que reservaría y trataría
de mentalizarme de que esta noche no me quitaba ya nadie la experiencia de
dormir en este cutre lugar.
A continuación vendría la cena, donde los encargados del
comedor nos sentarían en el medio de una inmensa mesa, junto con un grupo de
escandalosos ingleses. Cuando me quejé para decir que queríamos una mesa
separada y tranquila me contestarían que no había más sitios y que no podían
hacer nada, así que la irritabilidad que empezaba a soportar era cada vez
mayor.
Lo que nos sirvieron tampoco mejoraría, consistente en una
ensalada con las hojas de lechuga más secas que la mojama y cuatro trozos de
tomate más verdes que un prado en Suiza. De segundo unos tristes filetes de
lomo, que estaban casi crudos y con una pinta nefasta.
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