Aunque mucha
gente prescinde, en su primera estancia en Nueva York, de la visita a la isla
de la Libertad, donde se emplaza la famosa estatua de la Libertad, valga la
redundancia, a nosotros nos hacía especial ilusión llegar hasta allí y poder
situarnos justo debajo de la inmensa escultura, así que decidiríamos renunciar
a otros lugares en beneficio de poder llevar a cabo este plan.
Es cierto
que habíamos visto ya la importante escultura en un sinfín de ocasiones y en
diferentes horas del día, gracias al ferry que nos llevaba y nos traía a Staten
Island y al crucero de Circle Line del día anterior, pero aún así no queríamos
renunciar a hacer esta actividad, para la cual habíamos elegido las primeras
horas de la jornada que empezaba.
Otro día
soleado nos recibía y una vez más procedíamos a actuar de la forma que ya venía
siendo tradicional, hasta que nos plantábamos en la zona sur de Manhattan.
Desde ese punto llevaríamos a cabo el mismo paseo que ya haríamos unos días
atrás hasta el Clinton Castle, donde nos darían los pases que nos llevarían a
Liberty Island (gratis con la New York Pass).
Desde allí
sólo tendríamos que desplazarnos unos metros hasta llegar al muelle de Battery
Park, lugar desde donde zarpan los barcos. Sería aquí cuando nuestros
sonrientes y animados rostros, se tornarían, en unos segundos, en caras de
circunstancia y es que había una fila de narices y todo hacía presagiar que nos
podíamos tirar en ella entre una y dos horas.
Muelle de Battery Park |
Muelle de Battery Park |
¿Qué hacer
entonces? Pues por primera vez en el viaje los puntos de vista estaban muy
alejados entre lo que pensaban Alberto, Isabel y Carolina y lo que opinaba yo.
Mientras que a ellos no les importaba renunciar a la visita e intentarlo, de
nuevo, mañana, aún a riesgo de que volviera a pasar lo mismo o incluso que la
fila fuese mayor, teniendo que renunciar a esta actividad, yo, sin embargo,
prefería no arriesgar y no me importaba esperar lo que hiciera falta hoy. Así
que al final como no nos pusimos de acuerdo, decidimos que nos separaríamos y
quedaríamos otra vez por la noche en Broadway para ver el musical.
Dicho y
hecho, mis amigos abandonarían la larga hilera de personas y poco a poco se
fueron perdiendo en la lejanía, mientras que yo, bajo un sol de justicia,
permanecí en el muelle de Battery Park, a la espera de que llegara mi turno
para pasar los controles de seguridad. Tal y como se preveía no llegaría hasta
estos hasta hora y media después, sudando la gota gorda del calor que hacía y
arriñonado de estar tanto tiempo de pié. Pero bueno, por fin había llegado el
momento, así que puse todos los objetos metálicos en una bandeja y esta junto con
la mochila en una cinta similar a la de los aeropuertos, hecho lo cual y tras
comprobar, el agente de seguridad, que todo estaba en orden, podría recogerlo
todo y acceder al barco que me llevaría hasta la famosa estatua, que tanto se
me estaba resistiendo.
Para ser
sinceros la navegación no me aportaría nada nuevo, pues ya habían sido muchas
las veces que habíamos pasado por la zona, pero cuando el barco estaba llegando
al muelle de la isla y pude ver a Miss Liberty, más cerca que nunca, los
nervios aparecerían de repente y es que por fin podía casi abrazarla.
Estatua de la Libertad desde el Ferry |
No sé cómo
será ahora pero cuando yo lo visité no había un tiempo establecido para tener
que abandonar el lugar, por lo que si querías te podías estar allí todo el día
hasta tomar el último barco de regreso. Así que me dispuse a rodear la famosa
escultura a la que, en esos momentos, tan sólo se podía acceder a su pedestal
(no incluido en la New York Pass), por lo que renunciaría a ello al considerar
que no me iba a aportar demasiado, esperando que si algún día puedo volver a
Nueva York, se encuentre reabierta la corona (cerrada desde los atentados del
11 de Septiembre) y pueda subir hasta ella.
Estatua de la Libertad |
Estatua de la Libertad |
Mientras
contemplaba el porte y la elegancia de la gran señora pude, a su vez, empaparme
un poco de su historia gracias a las notas que traía, aprendiendo algo más de
que fue un obsequio de Francia con motivo del centenario de Estados Unidos.
Supe así que su color verde característico es causa de las reacciones químicas
que le produjeron las sales de cobre con las que estaba cubierta, que los siete
picos de la corona de su cabeza simbolizan los siete mares y los siete
continentes o que en la tablilla de su mano izquierda está grabada la fecha de
la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, mientras que la antorcha
de la mano derecha no es la misma que llevaba en su inauguración dado que la
original acusaba gravemente el paso del tiempo y la corrosión del óxido,
decidiendo sustituirla por la actual en los años 80. Otros datos interesantes
serían los que se refieren a que durante sus primeros quince años haría las
veces de faro o que la distribución de su interior correría a cargo del prestigioso arquitecto
Gustave Eiffel.
Estatua de la Libertad |
Estatua de la Libertad |
Cuando me
hube recreado lo suficiente y tras hacer un sinfín de fotografías, me encaminé,
de nuevo, al muelle y monté en el barco de regreso, aunque todavía quedaba por
hacer una parada antes de llegar, definitivamente, a tierra. Esta sería en la
isla de Ellis, un lugar para el recuerdo, pues aquí se detenían, para ser
inspeccionados, quince millones de inmigrantes en busca de una vida mejor,
huyendo de la guerra y la pobreza. Cuesta imaginar las emociones a flor de piel
que tendrían al contemplar tan de cerca la estatua, símbolo de la libertad y de
una nueva vida.
Isla de Ellis |
En el
edificio neorrenacentista de 1900 con el que te encuentras al bajar de la
embarcación se localiza un interesante y conmovedor museo de la inmigración,
destacando en él la reconstrucción del registro donde figuran el nombre y la
profesión de los recién llegados. Se muestran también maletas, fotos y objetos
personales de la época.
Isla de Ellis |
Me pareció
una visita interesante, pues se trata de un lugar histórico de la ciudad,
aunque es cierto que si se va justo de tiempo podría prescindirse de él, pues la
bajada a esta isla no es obligatoria y te puedes quedar en el barco y continuar
hasta tierra firme.
Por cierto
que apenas tengo fotos de este lugar, porque perdería todas las que haría
debido a un importante disgusto que acontecería al final del día y al que haré
referencia, por tanto, en el momento debido.
Tenía claro
que mi siguiente parada iba a ser otro de los símbolos de Nueva York: el puente
de Brooklyn, el cual decidiría atravesar a pie por su vía peatonal mientras dejaba
a mis espaldas el mundo de los rascacielos.
Puente de Brooklyn y vista de Manhattan |
La historia
de esta estructura bien merece dedicarle unas cuantas líneas. El puente fue la
respuesta que la ciudad encontró cuando el aumento de la población y la
climatología hacían necesaria la creación de una vía que comunicase la isla de
Manhattan con Brooklyn. Las obras comenzaron el 25 de junio de 1869, y tres
días después un transbordador atraparía el pie del ingeniero responsable, causándole
la amputación de varios dedos y un mes después la muerte por tétanos. Para
realizar los pilares de las torres se utilizaron cajones de aire comprimido en
el río, lo que acabó pasando factura, a causa del síndrome de descompresión, a
buena parte de los trabajadores de la obra. Serían necesarios trece años de
trabajo y un presupuesto de quince millones de dólares, además de una treintena
de trabajadores fallecidos, para ver como se inauguraba el puente de Brooklyn.
Puente de Brooklyn |
Aunque la
estructura en su conjunto te deja perplejo, es probable que lo que más
impresionen sean las dos torres del puente, con sus característicos arcos
apuntados y contrafuertes, a los que se les unen el soberbio cableado y anclaje metálico. Si a todo ello le sumas
la belleza de las vistas hacia ambos lados y las del río East, pues no es de
extrañar que haya inspirado a numerosos escritores, pintores, artistas y
visitantes, incapaces de evitar sentirse conquistados por la grandiosidad de la
obra.
Puente de Brooklyn |
Manhattan desde Puente de Brooklyn |
Nada más
atravesarlo torcería hacia la izquierda y bajaría una pronunciada cuesta que me
llevaría a un tranquilo parque conocido con el nombre de Brooklyn Bridge Park.
Desde sus verdes explanadas se contempla una bonita vista de la parte baja de
Manhattan, por lo que no lo pensaría mucho antes de sentarme en un banco y
disfrutar de ellas durante una agradable media hora, donde además pude ver a
gente haciendo artes marciales, familias disfrutando de un día de picnic o
deportistas corriendo.
Este
descanso me serviría para volver por donde había venido y atravesar, de nuevo,
caminando el puente de Brooklyn, hecho lo cual continuaría vagando por
diferentes avenidas y calles hasta darme de bruces con los tejados en forma de
pagoda característicos de Chinatown. En pocos segundos me vi transportado a
oriente con los típicos colores, aromas y sonidos exóticos propios de esa parte
del mundo y es que con más de 150000 residentes, aquí se encuentra la comunidad
china más populosa de occidente.
Chinatown |
Carteles de
Neón, templos budistas, bancos con letreros chinos, restaurantes, tenderetes y
una agitación desbordante sería lo que me encontraría en mí callejear por el
laberinto de calles que lo forman. Su ambiente enigmático, huidizo e incluso
peligroso le da un aire especial.
Chinatown |
Chinatown |
Chinatown |
Curiosa también
la plaza de Confucio en la que se encuentra la estatua del famoso filósofo
chino velando por el barrio.
Sería por Canal
Street por donde enlazaría con el barrio de TriBeCa, encontrándome en el camino
con el inmenso y peculiar edificio del HSBC. Esta zona de la ciudad es una de las más vivas
y con mayor éxito, un microcosmos que
reúne lo mejor de Manhattan. Aquí hay un verdadero filón de creatividad:
estudios, galerías, jazz de calidad, teatro, poesía. Todo ello contrasta con
pequeñas tiendas con gusto a bazar y con el encanto de las clásicas fachadas de
hierro de Broadway y Church.
HSBC y Canal Street |
El último
barrio por el que me daría tiempo a pasear, antes de volver a ver a mis amigos,
sería SOHO, el cual estuvo a punto de desaparecer a comienzo de los años setenta
si no llega a ser por las protestas de los ciudadanos de Manhattan para que no
demolieran la gran parte de almacenes,
fábricas y calles que formaban el SOuth of HOuston (al sur de Houston) con la
intención de construir una autopista.
SOHO |
El proyecto sería
abandonado finalmente cuando los arquitectos e historiadores reconocieron el
valor de algunos edificios de hierro, realizados en diversos estilos. Muy
pronto, artistas y vecinos de la zona empezaron a alquilar estos enormes
espacios para transformarlos en cómodos estudios y apartamentos.
SOHO |
SOHO |
Por sus
calles se pueden observar auténticos focos de creatividad con más de doscientas
galerías con las más variadas formas de expresión artística y maravillosos e
innovadores restaurantes. Este barrio es una clara muestra de la inagotable
capacidad de Nueva York para generar nuevas ideas y formas en un mundo en
constante cambio.
SOHO |
SOHO |
SOHO |
No había
tiempo para más y aunque me hubiera gustado acercarme a Washington Square para
ver su impresionante arco y el lugar donde se han grabado muchas películas,
corría el riesgo de no llegar a tiempo a la hora a la que había quedado con mis
amigos. Así que fui sensato, por una vez, tomé el metro y en pocos minutos me
encontraba en Times Square, donde me reencontré con Alberto, Isabel y Carolina.
Times Square |
Times Square |
Tampoco
tendríamos mucho tiempo para poner en común lo que habíamos hecho a lo largo
del día, aunque salvo lo referente a la primera parte de la jornada, en el
resto coincidimos en visitar los mismos lugares, aunque, como es evidente, en
diferentes horarios.
Muy cerca de
las grandes luces de neón, se encontraba el teatro donde se representaba el
musical que habíamos elegido en Broadway. Teniendo en cuenta que soy un
auténtico fan de Disney, estaba claro que el espectáculo tenía que ser el que
correspondiera a una de sus afamadas películas y de las dos que se
representaban en esos momentos, “El Rey León” y “La Sirenita”, nos quedaríamos
con la segunda.
La Sirenita en Broadway |
Las entradas
las sacaríamos directamente en la taquilla el mismo día que aparecimos por
Times Square y es que aunque había la posibilidad de esperar a unas ofertas
especiales que se producen con las últimas entradas que no se han vendido en el
último momento, no queríamos arriesgarnos a quedarnos sin ver una de estas dos
obras y al final preferimos dejarnos el dinero y así estar tranquilos.
El musical
no nos decepcionaría en absoluto, de hecho, nos entusiasmaría pues se ciñe
totalmente a la película de Disney, respetando las versiones y la banda sonora
e incluyendo alguna que otra nueva canción bastante chula. Además las trucos
que utilizan para llevar a cabo algunas de las escenas del mar son increíbles y
te dejan con la boca abierta.
No hay duda
que tanto Broadway como su homólogo en Londres, donde pude ver Cats, son la
primera división y los pesos pesados en cuanto a representación de musicales se
refiere y será complicado que alguien pueda hacerles sombra, no sólo ya en
cuanto a medios sino también en cuanto a la calidad interpretativa y nivel de
los actores y bailarines que protagonizan sus obras.
Tras dos
horas disfrutando de las peripecias de Ariel, Sebastian y el resto de
personajes, saldríamos del teatro muertos de hambre por lo que tras deleitarnos
un buen rato mirando las luces de neón de Times Square, nos meteríamos a cenar
unas hamburguesas en un restaurante cercano.
Times Square |
Times Square |
Con los
estómagos ya satisfechos y dado que eran casi las doce de la noche,
decidiríamos tomar un taxi hasta la estación de ferries del sur de Manhattan,
para, como todos los días, dirigirnos en uno de ellos hacia Staten Island,
disfrutando una vez más del Skyline de Manhattan.
Y sería
justo en este punto, donde la felicidad con la que todos los días volvía a
casa, se esfumaría en pocos segundos. Bastaría para ello el ir a echarme la
mano al bolsillo derecho del pantalón, para comprobar que mi pequeña cámara digital
no estaba. Aunque lo primero que haría sería revisar cada uno de los recovecos
y bolsillos del mismo pantalón y de la mochila, no tardaría mucho en
cerciorarme y darme cuenta que el lugar en el que la había perdido era en el
taxi. No tenía duda que la cámara había resbalado por la tela interior de la
prenda y se había quedado en el asiento delantero del vehículo. Fue como un
flashback instantáneo en el que no había margen de error.
El disgusto
fue monumental pues suponía que había perdido todas las fotos de la jornada y
no eran pocas. Mi cara fue un poema y durante todo el tiempo que siguió hasta
que llegamos a casa no hubo posibilidad de consolarme ni de animarme por parte
de mis amigos. Me metería en mi burbuja y no escucharía nada de lo que en esos
momentos se me dijo. Estaba hundido.
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