30 de Agosto de 2006.
Cuando uno se encuentra pasando las vacaciones cerca de la
frontera portuguesa es más que tentador, en algún momento de las mismas, cruzar
su límite y dedicarse a descubrir algunas de las maravillas naturales o
arquitectónicas de nuestro país vecino.
Así sucedería en aquellos lejanos días del mes de agosto del
2006, cuando aprovechando unos días de asueto y descanso en la provincia de
Huelva y más concretamente en Ayamonte, no podríamos evitar pasar un día por el
sur de Portugal, recorriendo algunos de los lugares más significativos de la
zona conocida como El Algarve, la cual tiene muchísimo que ofrecer.
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Bandera portuguesa en El Algarve |
Como es evidente en un día es completamente imposible poder
abarcar una zona tan amplia y repleta de ciudades monumentales y escenarios
únicos de gran valor paisajístico, es más, sólo uno de esos lugares ya te
llevaría de por sí un día como mínimo, por lo que nadie piense que con esta
breve escapada iba a ser tan pretencioso de considerar que ya daba por conocido
El Algarbe, ni mucho menos.
Nuestro único objetivo era hacer algo diferente y llevarnos
una primera impresión de una zona, que si nos gustaba, siempre tendríamos
oportunidad de regresar a ella para conocerla con mayor profundidad.
En esta ocasión sería con mi amigo Alejandro, el cual me
había invitado a su casa de Ayamonte, como ya comentaba, con el que llevaría a
cabo tal excursión, poniéndonos en marcha a eso de las ocho de la mañana, pues
había que aprovechar el día.
En un abrir y cerrar de ojos, dejábamos atrás el puente
internacional que cruza el Guadiana y entrábamos en Portugal. Los últimos
kilómetros del curso del río marcan la separación entre los dos países amigos,
aunque, en realidad, sólo es una simple frontera geográfica y política.
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Puente Internacional del Guadiana |
Ya en el país luso, recorreríamos unos cuarenta kilómetros
para hacer la primera parada en Tavira, una de las ciudades con más historia
del Algarve y plantada entre palmeras y olivares.
Aunque sufriría daños considerables a consecuencia del
terremoto de 1755, todavía conserva un importante patrimonio con coquetas
iglesias, plazuelas con balcones adornados y una mezcla entre sencillez y
elegancia.
En ella optaríamos por comenzar con un agradable paseo a lo
largo del río Gilao, el cual atraviesa la ciudad, cruzándolo por el magnífico
puente romano de siete arcos y encontrándonos con la plaza de la República, un
bello espacio junto al río con hermosas fuentes y donde confluyen nativos y
turistas, cafeterías, bares y tiendas. En ella podríamos encontrar el
ayuntamiento, el monumento a los combatientes de la Primera Guerra Mundial y la
oficina de turismo, donde se puede entrar para conseguir un mapa y organizar
algo mejor la visita.
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Río Gilao.Tavira |
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Plaza de la República. Tavira |
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Casco Viejo.Tavira |
Junto a la plaza de la República podríamos ver la iglesia de
la Misericordia. Está considerada una de las obras más bonitas del renacimiento
en el sur de Portugal, con un interesante altar mayor y paneles de azulejos
historiados que cubren sus paredes.
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Iglesia de la Misericordia.Tavira |
Desde las inmediaciones tomaríamos las calles que, hacía
arriba, nos llevarían al corazón del casco antiguo, dándonos de bruces en
nuestro camino con una agradable plaza en la que pudimos visitar la iglesia de
Santa María del Castillo, la cual ocupa el lugar en el que se encontraba la
mezquita árabe. Está muy reconstruida, ya que sufrió graves desperfectos en el
terremoto de 1755. En el interior se puede ver la tumba del Liberador del
Algarve D. Paio Peres Correa. Destacan también los azulejos situados en la
sacristía y las capillas. Sin olvidarnos de su característica torre del reloj.
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Torre Iglesia de Sta María del Castillo.Tavira |
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Iglesia de Sta María del Castillo.Tavira |
Muy cerca, y de casualidad, pasaríamos por la iglesia de
Santiago que más que por su arquitectura destaca por las obras de arte sacro
que alberga.
Y ya, sin más preámbulos, decidiríamos subir a las murallas
del castillo dos Mouros, que junto con la torre y los jardines del interior es
lo único que queda de la construcción primitiva. Lo mejor son, sin duda, las
vistas de la ciudad y del hermoso panorama que conforman los particulares
tejados biselados de las casas, un rasgo muy característico de la localidad.
Desde aquí también se consigue una perspectiva inmejorable de la imponente mole
blanca de Santa María del Castillo, recién visitada hacía unos minutos, y que
parece como posada sobre la ciudad.
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Castillo.Tavira |
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Tavira vista desde su Castillo |
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Iglesia de Santiago.Tavira |
Nuestro tiempo expiraba en Tavira por lo que nos
encaminaríamos hacia el coche, aunque todavía tendríamos tiempo de pasar por
una amplia plaza, adornada con enormes palmeras, destacando en uno de sus laterales
la pequeña iglesia de Sao Paulo.
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Iglesia de San Pablo.Tavira |
Otros cuarenta kilómetros nos separaban de nuestro siguiente
destino: la importante localidad de Faro, capital del Algarve, permitiendo con
ello que tenga vida tanto en verano como en invierno. Su nombre quedaría
grabado en la historia de Portugal, por ser el primer punto donde las tropas de
Napoleón fueron derrotadas en su invasión del país.
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Plano de Faro |
El primer punto de interés con el que dábamos, en nuestros
primeros pasos por la localidad, era la iglesia del Carmen, un hermoso edificio
barroco en una plaza bordeada de camelias. Pero lo más asombroso es la capilla
de los huesos, un osario situado detrás de la iglesia (hay que pasar por la
sacristía, situada a mano derecha de la nave). Las paredes están compuestas por
cráneos y huesos pertenecientes a los más de 1200 monjes carmelitas que fueron
exhumados del cementerio cercano al construirse este lugar.
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Iglesia del Carmen.Faro |
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Capilla de los Huesos.Iglesia del Carmen.Faro |
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Capilla de los Huesos.Iglesia del Carmen.Faro |
Es un lugar tétrico y macabro pero que merece la pena
visitar por lo diferente y peculiar que es, haciéndote reflexionar acerca de la
brevedad de la existencia humana y la necesidad de vivir una buena vida para
evitar la eternidad del infierno.
Muy cerca de la anterior se encuentra la iglesia de San
Pedro, construida sobre los restos de una ermita medieval, aunque tendría que
ser reconstruida tras el terremoto de Lisboa en el XVIII, rehaciéndose las
columnas a imagen y semejanza de las que hay en la catedral. De las capillas
que hay en su interior destaca la de Nuestra Señora de la Victoria con la pared
recubierta de azulejos azules, además del altar mayor con un retablo barroco
dorado.
La plaza y el parque Manuel Bivar se cruzarían en nuestro
camino poco antes de llegar a la Cidade Velha (ciudad antigua), un viejo barrio
rodeado de murallas circulares que guarda los mejores secretos de la ciudad.
Situado junto al mar, a la izquierda del puerto, se puede acceder por tres
puertas, optando en nuestro caso por el bonito Arco da Vila, construido en el
siglo XVIII y decorado al modo italiano. A través de la rua do Municipio, con
nobles residencias burguesas de granito, llegaríamos a la plaza de la Catedral,
bordeada de naranjos. A mano derecha destaca la techumbre del palacio
episcopal, formado por pequeñas pirámides características del Algarve.
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Catedral de Faro |
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Catedral de Faro |
Pero volvamos a la “Sé”, es decir la Catedral en portugués,
a la que no dudaríamos en entrar. Aunque son interesantes algunas capillas
decoradas con azulejos, el órgano barroco de color rojo y la tumba con leones
de mármol del obispo Pereira da Silva, nuestro mayor interés era subir al
campanario, pues había leído que desde él se podía disfrutar de unas
extraordinarias vistas de Faro y de la Reserva Natural de la Ría Formosa, un
paraíso que hace de barrera natural, entre la ciudad y el Atlántico, compuesto
por islas arenosas, salinas, dunas y un buen número de aves. Aquí nos
quedaríamos un rato contemplando las panorámicas hasta que no tuvimos más
remedio que volver a bajar. Es un lugar que se me quedaría grabado y al que me
gustaría volver para realizar alguno de los paseos en lancha que parten desde
la localidad.
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P.N Ría Formosa desde campanario de la Catedral de Faro |
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P.N Ría Formosa desde campanario de la Catedral de Faro |
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P.N Ría Formosa desde campanario de la Catedral de Faro |
Justo detrás de la catedral, nos encontraríamos después con
la plaza de Alfonso III en la que destaca el convento de la Asunción con una
bella portada y que hoy hace las funciones de museo arqueológico, al cual no
entraríamos porque el tiempo se nos había agotado en Faro.
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Convento Ntra Sra de la Asunción.Faro |
Antes de partir sólo
nos quedaba ya alimentar a nuestros pobres cuerpos desfallecidos pues eran las
14:30 de la tarde, así que optaríamos por sentarnos en un restaurante, en el
centro de la ciudad, que hacía unos crepes bastante buenos, aunque lo mejor
sería la amabilidad y belleza de la chica portuguesa que nos atendería y que
todavía hoy recordamos.
Lagos sería nuestra siguiente parada, a la que llegaríamos
tras recorrer los noventa kilómetros que nos separaban de ella y una hora de
reloj.
La ciudad ha jugado un papel trascendental en la historia de
Portugal, pues de aquí partieron en los siglos XV y XVI las primeras
expediciones marítimas de la época de los Grandes Descubrimientos.
Andando entre las ruinas de sus murallas descubriríamos la
importancia que esta villa tendría en su día, con su fuerte militar y sus
innumerables iglesias, entre las que destaca una por encima de todas y la razón
fundamental por la que quisimos hacer una breve parada aquí. Estoy hablando de la
capilla de San Antonio a la cual se accede por el museo que se encuentra pegado
a ella. Se trata de una obra maestra del barroco y de la talla dorada. Su
interior te deja sin palabras y es que hasta el más mínimo espacio se encuentra
cubierto por una cascada de maderas labradas doradas que contrasta con el color
de los azulejos, su espléndido techo y diferentes cuadros que representan los
milagros de San Antonio, el santo más venerado de Portugal. Lástima que no
dejen hacer fotografías en su interior y que ello esté bastante controlado.
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Iglesia de San Antonio.Lagos |
Tal es la belleza de este templo, construido en el siglo
XVIII, que los lugareños afirman que es la iglesia más bella de todo Portugal.
Abandonaríamos Lagos para desplazarnos un poco más allá,
exactamente hasta la playa de Beliche, localizada en las proximidades del Cabo
de San Vicente y desde donde se contemplan unas increíbles vistas del mismo y
su faro. Tras acceder a ella, a través de una escalera que desciende desde el
acantilado, nos tomaríamos un merecido descanso con baño incluido. Este es un
lugar significativo, pues bañarte en esta parte del litoral, significa nadar al
final de Europa. Por cierto que aquí además de que el agua está bastante fría, las
corrientes son muy fuertes por lo que conviene no alejarse demasiado de la
orilla pues, si te descuidas mucho, estas te arrastran hacia dentro.
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Cabo de San Vicente desde las cercanías de la playa de Beliche |
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Playa de Beliche y cabo de San Vicente |
La tarde empezaba a caer, por lo que tras divisar Sagres en
la lejanía y dejarla para mejor ocasión, tomaríamos una pequeña carretera, que
bordeaba la preciosa ensenada de Beliche, y que nos llevaría directos hasta el
mágico cabo de San Vicente, nuestro objetivo final.
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Costa portuguesa desde Cabo de San Vicente |
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Costa portuguesa desde Cabo de San Vicente |
Ante nosotros teníamos acantilados de ochenta metros de
altura, enfrentados al Atlántico, mientras que una fuerte brisa marina golpeaba
nuestras caras. Nos encontrábamos en el fin de la tierra portuguesa continental
y era emocionante. Aquí alguien que no sea marino, puede llegar a entender lo
que podría suponer enfrentarse al mar en los comienzos de los grandes viajes.
Sol, viento, mar y un faro que guía a los barcos con su rayo de luz que llega a
alcanzar los cien kilómetros de distancia, y nada más. Sólo la inmensidad del
océano y un sol desapareciendo tras el mar, cien veces más grande que en otros
lugares, era lo que nos acompañaba. En este lugar, desde
este promontorio sagrado para griegos y romanos, en el que pensaban que
terminaba el mundo, y donde los primitivos cristianos ofrecían banquetes a sus
visitantes, terminábamos la jornada de la mejor manera posible, haciendo de
este instante uno de esos momentos de la vida que ya no se pueden olvidar.
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Faro del Cabo de San Vicente |
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Puesta de Sol desde Cabo de San Vicente |
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Puesta de Sol desde Cabo de San Vicente |
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Puesta de Sol desde Cabo de San Vicente |
Con la noche ya presente y conduciendo de vuelta
pensaba en la razón que tenían los romanos cuando decían que – “el sol en este
punto hace hervir el mar cada atardecer”.
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