JAPÓN - DIA 22. Isla de Miyajima y la última gran experiencia en Fukuoka

12 de Septiembre de 2015.

Bien temprano cogería el tranvía número dos, que me volvería a dejar en el Parque de la Paz, pues quería pasear otra vez por este lugar y volver a ver los memoriales que contemplé ayer y alguno que otro nuevo como el reloj floral, que muestra este con la hora detenida en recuerdo de la catástrofe. Caminaría también hasta el Cenotafio del Memorial, donde no había nadie y aprovecharía para sentarme rodeado del silencio y la tranquilidad.

Monumento a la Paz de los Niños.Hiroshima


Campana de la Paz.Hiroshima

Reloj parado en el tiempo.Paque de la Paz.Hiroshima

Tras una hora por aquí volvería al Hostel, donde haría el check – out, pidiendo que me guardasen la maleta en la consigna, y me marcharía hacia la estación de Hiroshima para coger la línea Sanyo hasta la estación de Miyajimaguchi, a la que llegaría en una media hora. Después sólo tendría que seguir los carteles que te indicaban, perfectamente, cómo llegar hasta el puerto donde se toma el ferry a la isla de Miyajima. (Todo incluído en el Japan Rail Pass)

Eran las nueve de la mañana y no había demasiada gente, así que pude situarme en un buen lugar del barco e ir disfrutando de las vistas y de la isla en la lejanía, para en diez minutos escasos llegar a su pequeño puerto, pasando, unos instantes antes de llegar, al lado del famoso Torii flotante.

Puerto de Hiroshima

Isla de Miyajima desde el Ferry

Isla de Miyajima y Gran Torii desde el Ferry

Lo primero que quería hacer, aprovechando que todavía no habían llegado las masas era dirigirme al famoso Torii, por el que acababa de pasar montado en el barco, y quedarme allí un rato contemplándolo y viendo como se eleva sobre el mar con la marea alta. Los japoneses dicen que es una de las tres vistas más emblemáticas del país y razones no les faltan, pues su estructura de 16 metros de alto y su diseño con cuatro pilares, que le proporcionan estabilidad, hacen que la imagen sea digna de admiración durante todo el tiempo que uno quiera dedicarle, sin cansarse en ningún momento de ella.

Gran Torii del Santuario de Itsukushima

Gran Torii del Santuario de Itsukushima

El nombre oficial de Miyajima es Itsukushima, al igual que el santuario del que el gran Torii hace de puerta de entrada al mismo. La principal característica de este es que se encuentra construido sobre pilotes y cuando sube la marea los edificios se reflejan en el mar. Lástima que cuando estaba llegando a él, gran parte del agua ya se estaba retirando y empezaba a estar rodeado sólo de arena, fango y musgo.

Ciervos camino al Santuario de Itsukushima

Santuario de Itsukushima

Después de pagar la entrada de 300 yenes, me dedicaría a pasear por sus pasarelas de madera y sus pasillos de color bermellón, repletos de farolillos y lámparas, así hasta llegar a un gran escenario desde el que poder contemplar en primera línea el gran Torii. Dicen que en este punto desembarcaba la gente, después de pasar por debajo de la estructura de madera, para realizar sus ofrendas en la isla y es que durante muchos siglos estuvo considerada sagrada y no estaba permitido poder pisar su territorio sino era de esta manera.

Santuario de Itsukushima

Santuario de Itsukushima

Gran Torii desde Santuario de Itsukushima

El siguiente punto de interés que estaba interesado en conocer se encontraba sólo a cien metros, eso sí, cuesta arriba, así que tras este pequeño esfuerzo llegaría hasta Goju-no-to, una pagoda de cinco plantas construida en 1407 y desde donde se contemplan unas vistas sensacionales tanto del santuario como de parte de la isla y su frondosa vegetación. Justo al lado está el pabellón de los mil tatamis o Senjokaku, de 1587 y en cuyo interior se encuentran una gran cantidad de columnas de las que, de su parte más alta, cuelgan pinturas realizadas en aquella época.

Pagoda de Cinco Pisos o Goju-no-to

Santuario de Itsukushima desde Goju-no-to

Desde aquí decidiría tomar un camino que venía indicado y perderme por él, a través de la montaña hasta, tras unos quince minutos, llegar al que yo creo es la joya de la isla: el templo Daisho-in, el cual es uno de los más prestigiosos santuarios Shingon en la parte occidental de Japón. Este lugar, a diferencia de otros, se hallaba con muy pocos visitantes y en él podría encontrarme con gran cantidad de sorpresas que a estas alturas del viaje, no pensaba ya poder encontrar y es que Japón no para de sorprenderte desde el minuto uno y hasta que dejas el país.

Una de las primeras cosas que me llamarían la atención sería que sus monjes fueran seguidores del Dalai Lama y por tanto practicantes del movimiento más pacífico del Budismo.

Sería el Emperador Toba el que fundaría la sala de oraciones, allá por el S.XII y desde entonces y hasta el S.XIX el templo mantendría estrechos vínculos con la familia imperial. Tal fue esa relación que hasta el Emperador Meiji se alojaría aquí en 1885. Así que como se puede ver este no es un templo más, ni mucho menos.

El caso es que cuando aparecí en el templo lo haría por uno de sus niveles superiores, no teniendo ni idea del camino que seguí para entrar por aquí. Así que como quería recrearme y ver todos los secretos de este en el orden correcto, bajaría hasta su puerta de entrada y comenzaría por aquí la visita, es decir accediendo por su puerta Niomon, que es considerada la oficial. Esta se encuentra protegida por dos temibles figuras que representan a dos reyes Nio, cuya función es mantener alejado el mal para salvaguardar la filosofía budista en la tierra.

Puerta Niomon. Templo Daisho-in

Acto seguido afrontaría una inmensa escalinata con una peculiar barandilla, compuesta por cilindros, que se dice albergan los 600 volúmenes de las escrituras Daí-hannyakyo, traídas desde la India por el monje chino Sanzo. Mientras subía iría tocando gran parte de ellos pues al tocar los sutras te espera una vida llena de fortuna.

Dai-hannyakyo Sutra.Daisho-in

Justo antes de llegar al final de la escalera y tras pasar el campanario y una sala donde se exponen los tesoros del templo, una pequeñísima senda me conduciría hasta un lugar encantador compuesto por 500 estatuas Rakan o lo que es lo mismo los discípulos de Shaka Nyorai, una de las más altas deidades del Budismo. Lo más asombroso es que no hay dos que repitan su gesto facial, todas son diferentes.

Estatuillas Rakan.Daisho-in

Estatuillas Rakan.Daisho-in

Tras pasar la puerta Onarimon llegaría hasta una explanada donde me encontraría algunos de los más importantes edificios del templo. Aquí estaría el Kannon-do, cuyo interior alberga una inmensa escultura de la diosa Juichimen Kanzeon Bosatsu, con once cabezas, y cuyo deber es el de velar por los seres vivos de la tierra con la finalidad de salvarlos, y también se pude observar una espectacular mandala realizada con arena de colores por los monjes budistas del Tíbet y que muestra a la diosa de la Piedad.

Buda en Kannon-do Hall.Daisho-in

Sand Mandala en Kannon-do Hall.Daisho-in

Casi en frente del anterior edificio está Chokugan-do donde se halla una estatua de Dainichi Nyorai o Buda Cósmico, conocido como el Rey Inamovible. Los fieros rasgos de su cara revelan su profunda intención de terminar con el mal. Interesantes también son las mil figuras de Fudo, donadas por los fieles para rememorar la sucesión del sacerdote principal y delante de las cuales, cada día a las diez de la mañana, realizan un ritual quemando palos de madera en los que se hayan escritas plegarias. Por último, pude ver 33 estatuillas que representan cada una de las veces en que Kannon Bosatsu se ha reencarnado para salvar a los que sufrían. Por cierto que este tipo de deidad es aquella que está recibiendo una formación ascética para alcanzar la iluminación.

Imágenes de Fudo.Chokugan-do Hall.Daisho-in

Casi contiguo a este edificio se puede apreciar el Shaka Nehan Hall donde se encuentra medio tumbada la imagen de Shaka Nyorai, la cual se dispone a entrar en el Nirvana y está rodeada de sus 16 discípulos.

Shaka Nehan Hall.Daisho-in

Como se ve el templo no tiene desperdicio y cada sala y detalle nuevo era motivo de sorpresa, por lo que estaba encantado.

De nuevo, ante mí, se encontraba una nueva escalera con una barandilla que contenía las llamadas ruedas de oración y cuya función es la bendecir a todo aquel que haga girar una de ellas, teniendo el mismo efecto que si se leyera un volumen del Sutra del corazón. Tras haber sido bendecido hasta la eternidad, pues giré unas cuantas, llegué hasta el Maniden Hall, un importante edificio que contiene un millar de figuras de Amida Nyorai que fueron donadas por los fieles. Esta importante deidad es el Buda de la luz infinita y su función es acompañar a los muertos al Paraíso del Oeste. Pero lo mejor de este edificio son sin duda las vistas que se obtienen desde su segunda planta y desde una de sus terrazas que se encontraba abierta en este momento. Allí me pararía un buen rato a descansar y a darme un respiro después de todo lo que llevaba visto.

Estatua de Tengu y Ruedas de Oración.Daisho-in

Imágenes Amida Nyorai.Maniden Hall.Daisho-in

Isla de Miyajima desde Maniden Hall.Daisho-in

Tras los instantes de relax y de vuelta al circuito que estaba siguiendo, lo siguiente que vería sería el monumento Hochozuka en el que tiene lugar una ceremonia para dar las gracias a los cuchillos viejos que deberán dejarse de usar a partir de la celebración de la misma. Esta tiene lugar el ocho de marzo.

En dos nuevos templetes podría observar dos nuevos dioses, por un lado a Aizen Myo que se piensa que salva a la gente de los deseos impuros y la lujuria, llevándola hacia la salvación, y por otro, Yakushi Nyorai o el Buda de la Medicina, que se cree que se responsabiliza de mantener la salud de los fieles.

También, muy cerca, tendría oportunidad de ver los llamados Misukake Jizo, es decir, siete imágenes de Jizo Bosatsu cuya función es redimir los espíritus de los bebes y niños fallecidos. Sobre ellos los fieles vierten agua para aliviar las almas de sus seres queridos.

Estatuillas Rakan. Maniden Hall.Daisho-in

Poco quedaba ya para concluir la visita, pero todavía me esperaban dos importantísimos lugares. El primero de ellos era donde se encuentra el Buda de la Luz Infinita, Amida Nyorai, y el segundo, el templo Daishi-do, dedicado a Kobo Daishi, fundador de la secta Shingon en el S.IX. Pero lo mejor de este último lugar es su caverna Hen jyokutsu decorada con cientos de farolillos y con los principales iconos budistas de los 88 templos de la prestigiosa ruta de peregrinación de Shikoku. Su ambiente misterioso y acogedor a la vez, debido a la débil luz que hay en su interior, supone la manera perfecta de casi dar por terminada la incursión en este santuario tan especial.

Caverna Hen Jyokutsu.Daisho-in

Y decía casi, porque mientras empezaba a desandar lo andado, todavía tendría oportunidad de ver otro templo, en este caso octogonal y rodeado por una pequeña laguna, al que se accede por un pequeño puente y en el que se hallan las siete Divinidades de la Buena Suerte. Si queremos que esta nos dé de lleno no estaría de más asistir a la ceremonia que tiene lugar el 7 de Julio y así conseguirla.

Tras dos horas y media en él, dejaba el recinto de Daisho-in y me dirigí al parque Momijidani que, supuestamente, tenía que estar repleto de ciervos, pero cuál sería mi sorpresa que sólo encontraría por aquí a unos diez ejemplares y poco más. El resto me imagino estarían por la zona del puerto poniéndose las botas a base de galletas y de planos de incautos turistas.

Así que tampoco me entretendría mucho en este lugar, pues en Nara ya había disfrutado lo suyo de estos encantadores animalitos, y me fui directo a coger el teleférico hacia el Monte Misen. (1800 yenes, ida y vuelta). Hay que decir que realidad son dos, pues se tiene que hacer transbordo a mitad del recorrido para tomar el segundo de ellos. Una vez en la estación superior me dispuse a realizar la ruta que me llevaría hasta la cima y donde me esperaba la merecida recompensa. El camino está perfectamente habilitado y en cuarenta minutos llegaba hasta la parte más alta de la montaña, tras atravesar una zona de pequeños templos dedicados a Kobo Daishi y, en la parte final, un área de grandes moles de piedra que imponían bastante por sus dimensiones.

Teleférico al Monte Misen

Monte Misen

Por fin, había llegado a la recompensa que comentaba líneas atrás: unas increíbles vistas del mar interior de Seto, Hiroshima en la lejanía, el puerto de Miyajima, otras muchas zonas cercanas y un mar salpicado de islas de multitud de tamaños y formas. Aunque con una ligera bruma, así era como quería terminar mi viaje a Japón y lo había conseguido. Saqué los sándwiches, los snacks y la bebida que había traído para comer y allí estaría casi dos horas hasta que obligado por la salida del último teleférico a las 17.30, no me quedaría otra que regresar a coger este.

Vistas desde el Monte Misen

Vistas desde el Monte Misen

Vistas desde el Monte Misen

Una vez abajo, volvería andando hasta el gran Torii para poder acercarme hasta él con la marea baja, me haría las correspondientes fotografías y me marcharía hacia la estación de ferries. Aquí cometería la grabe imprudencia de comprarme en un puestecillo una tarrina de patatas fritas con tomate y es que por unos instantes se me habían olvidado los ciervos al no ver ninguno desde hacía rato, pero en menos de un minuto empecé a ver a varios de estos comenzar a seguirme para dejarme sin las patatas. No lo dudaría y aceleraría el paso hasta casi correr y ponerme a salvo en la fila para coger el barco y es que estaba casi al lado de la terminal. Así que no pudieron salirse con la suya de dejarme sin patatas y pude ir comiéndomelas mientras Miyajima se iba alejando, a la par que empezábamos a llegar al puerto de Hiroshima.

Gran Torii del Santuario de Itsukushima atardeciendo

Sólo me restaba deshacer lo que había hecho por la mañana para llegar al Hostel a recoger mis pertenencias y encaminarme, de nuevo, a la estación de Hiroshima donde tomaría mi último tren bala en el país para dirigirme hasta Hakata-Fukuoka, donde llegaría a las 21.35. Como siempre incluido en el pase del Japan Rail.

Esta sería la única ocasión en todo el viaje que aparecía en un lugar sin tener alojamiento reservado y es que quería vivir la experiencia de alojarme en un hotel cápsula, algo completamente diferente y que me apetecía probar. Traía la dirección apuntada de uno en concreto que se encontraba sólo a unos metros de la estación, por lo que me fui hacia un chico que parecía espabilado y le pregunté por la misma. Este empezó a consultar en su móvil, pero todo lo que hizo cayó en saco roto, no le aparecía nada por el nombre que yo le decía. Así que me dijo que no me preocupara, que me acompañaría a uno que conocía él y el cual estaba a sólo 200 metros, así que le seguí y, efectivamente, llegamos en nada. Él se encargaría de preguntar si quedaba alguna cápsula libre, mientras yo esperaba con el equipaje, pero cuál sería mi sorpresa que cuando volvió me dijo que estaba todo ocupado. ¡No me lo podía creer!, eran más de las 22.00 y me encontraba sin alojamiento y cargado como una mula.

Aun así mantuve la calma y le pregunté a mi improvisado anfitrión donde podía coger el autobús 88 para que me llevara al puerto al día siguiente y el pobre se volvió a tirar conmigo otra media hora hasta conseguir llevarme a donde estaba la parada. Ya tenía un problema menos para mañana.

¿Quién se tira más de una hora con alguien que no conoce intentando ayudarle? Pues muy poca gente en la mayoría del mundo, pero aquí como se ve está a la orden del día.

Tras darle las gracias por todo, decidiría volver a probar suerte, de nuevo, en el mismo hotel en el que lo había intentado hacía casi una hora, pero preguntando esta vez que si sabían de alguna cancelación que se hubiera producido en los últimos minutos y… ¡bingo! No sé por qué pero para el señor de la recepción no era lo mismo que le preguntaran por una cama libre que por una cancelación de última hora, lo que al final viene a ser lo mismo: una cama libre. Pero en fin, lo más difícil ya estaba hecho.

Tras guardarme el maletón en una consigna especial, me cobrarían 4010 yenes y me indicarían donde se encuentran las taquillas para dejar las pertenencias y los zapatos, porque hasta en un inmenso edificio como era este hay que descalzarse y ponerte unas zapatillas.

Después de todo ello, me marcharía a curiosear por las diferentes plantas que tenía disponibles el inmueble para todos los clientes que allí nos alojábamos. Me iría directo hacia el número de mi cápsula y cuando entré en la planta me encontraría con varios pasillos a cuyos lados estaban, a modo de panel, grandes cápsulas. Buscaría la mía que estaba sin las cortinas echadas y me encontraría con un cubículo rectangular, en el que cabía perfectamente sentado y sin que mi cabeza diera al techo. De largo, igualmente me sobraba espacio por todas partes, así que esto prometía. Cuenta con una pequeña televisión y con hilo musical, reloj y despertador, por lo que estaba encantado.

Hotel Cápsula de Fukuoka

Mi cabina en el Hotel Cápsula de Fukuoka

Tras escuchar algunos chistidos de algún nicho cercano, los cuales fueron bastante exagerados porque apenas hice ruido, sólo estaba dejando algunas cosas en mi original habitación, me marcharía a dar una vuelta por el edificio, encontrándome en el resto de plantas con las duchas y los aseos, sala de ocio, gimnasio, sala de masajes, etc. Vamos que aquello parecía un hotel de lujo más que otra cosa y, claramente, muchos de esos servicios van a parte si se quiere disfrutar de ellos.

También encontraría unas máquinas con unos zumos de leche y frutas que estaban de muerte y no pude evitar caer en la tentación, hasta tres veces, antes de irme a la cama y repasar mientras me dormía tantos buenos e increíbles momentos que el país del sol naciente me había aportado.

El viaje no terminaba aquí, no, pues todavía me quedaba otra semana entera para descubrir Corea del Sur, un país poco conocido para el viajero y que estaba seguro que me aportaría muchas cosas buenas, veríamos si tantas como Japón o alguna menos.

Teniendo en cuenta que iba a entrar a un nuevo país e iba a vivir lo que me ofrecía una cultura diferente, es aquí donde termino esta aventura y por tanto este diario, comenzando uno nuevo para las futuras andanzas y peripecias en Corea del Sur. ¿Te animas a seguirlas?

Haciendo una síntesis final de lo que me ha parecido Japón, puedo afirmar, sin dudarlo, que es uno de esos lugares al que me gustaría volver más pronto que tarde, ya que me he quedado fascinado de la hospitalidad, buena educación y saber estar de su gente. Me ha sorprendido muchísimo el concepto tan práctico que tienen de la vida y de no molestar a los demás, en definitiva la famosa frase de vive y deja vivir. Me ha encantado la seguridad del país, el poder ir por cualquier sitio, sin el más mínimo miedo ni sospecha hacia nadie e independientemente de la hora o lugar en el que me encontrara en cada momento.

Aunque por el presupuesto tampoco he podido pegarme grandes festines, su comida me ha encantado y he disfrutado muchísimo con los nuevos sabores que he podido probar. La predisposición de la gente a ayudarte, a no ser desagradables a brindarte casi en cualquier momento una sonrisa y un gesto amable hacen de este país, un lugar que te invita a querer ser, en muchos aspectos, como ellos y más altruista en tú vida. Creo que casi se podría afirmar que es un país terapéutico que te invita a tratar de ser mejor persona.

Por supuesto, que no me puedo olvidar de todas las maravillas que he visto y de todas las experiencias que me llevo, desde acariciar el lomo de varios ciervos en Nara, bañarme en un Onsen, dormir en un Ryokan, ver amanecer en la cima del Monte Fuji o perderme en mis pensamientos mientras contemplaba un jardín zen en Kyoto. Todo ha sido fascinante y ya forman parte de mis mejores recuerdos.

Si tengo que hablar de algo negativo sería sin duda el cielo gris que me ha acompañado durante gran parte del viaje y los 3 o 4 días que ha llovido con fuerza y me han hecho más difícil llevar a cabo los planes que tenía pensados, aunque al final creo que he podido hacerlos casi todos. Aun así no me quejo porque teniendo en cuenta la época que era y la presencia de más de un tifón en la zona, sin que me hayan afectado más que en lo mencionado, creo que es para sentirse afortunado.

Creo que Japón es un destino al que hay que ir al menos una vez en la vida y del que, seguro, no se vuelve decepcionado.

No hay comentarios :

Publicar un comentario