1 de Abril de 2015.
No estoy seguro si han sido más de diez, las veces que he
visto la película “Sonrisas y Lágrimas” y, probablemente, muchas más las que
han venido a mi cabeza sus famosas canciones y he acabado tarareando las
mismas. Mientras disfrutaba de las peripecias de la familia Von Trapp en
Salzburgo y quedaba ensimismado con los espectaculares paisajes donde transcurrían sus aventuras, fueron bastantes las ocasiones que me acabaría
haciendo la misma pregunta - ¿Cuándo vas a ir a conocer, en primera persona,
esta romántica y bella ciudad? A lo que me respondía siempre que de este año no
pasaba pero, al final, siempre había un destino que terminaba por posicionarse
mejor al combinar las mismas ganas de conocerlo con el precio del vuelo al
mismo, y por tanto un año tras otro se volvía a posponer la visita a la cuna de
Mozart.
Cuando el año pasado conseguía un precio razonable para
Múnich, estuve dudando muchísimo en si decantarme por esta urbe y la zona de
Baviera o tirar para Salzburgo y alrededores y aunque sería bastante complicada
la decisión, al final podrían más los castillos de cuento del rey loco y la
primera cumbre de Alemania, frente a una de las ciudades más hermosas de
Centroeuropa. Eso sí, me prometería a mí mismo que si este año lograba un
precio similar al del pasado y salvo que pasara una catástrofe, volvería a
volar a Múnich para desde aquí dirigirme, sin duda alguna, hacia esta región
austriaca que tanto había anhelado conocer.
En Noviembre conseguía ese esperado vuelo a Múnich por 115
euros, siete euros más barato que el del año pasado, y por tanto cumplía con la
palabra que me di a mí mismo de conocer Salzburgo, pero como todo lo bueno se
hace esperar, todavía tendrían que pasar más de dos jornadas para disfrutar de
esta majestuosa ciudad.
El vuelo a la capital bávara lo volvería a realizar con la
compañía Iberia, que dicho sea de paso y para no estar siempre poniéndola a
parir, las últimas veces que he volado con ella o con su filial, Iberia
Express, han cumplido con los horarios y he llegado más o menos en hora a los
destinos correspondientes. Así que hay que darles la enhorabuena por su
mejoría.
En esta ocasión el vuelo despegaría a las 20.00, sólo con un
cuarto de hora de retraso respecto a la hora prevista y como consecuencia del
tráfico que había en la pista de despegue.
Eso sí no quería dejar pasar la oportunidad de comentar
aquí, y antes de continuar con el diario, la casi vejación a la que me
sometieron en los controles de seguridad del aeropuerto de Barajas. De acuerdo
que hay que mirar por la seguridad y más después de los últimos acontecimientos
acaecidos en diferentes partes del mundo, pero una cosa es una cosa y otra ya
es pasarse de la ralla. El caso es que para este viaje ya había entrado en
vigor la nueva normativa referente a los aparatos electrónicos donde también
tienen que revisar las cámaras y sus baterías, por lo que me hicieron poner en
una bandeja el ordenador, las dos cámaras que llevo siempre por si una me
falla, el trípode y las baterías. Algo que tampoco vi que hicieran con todo el
mundo, pero bueno me tocó y punto.
El resto de pertenencias las había colocado como siempre en
las bandejas respectivas, pero en esta ocasión me pidieron que me quitara la
chaqueta de pana que llevaba puesta, algo que tampoco me había sucedido nunca.
También me pidieron que me descalzase y por último me cachearían, cuando con
quién sonó el detector de metales sería con la persona que iba delante de mí.
Vamos que me hicieron sentir como un puñetero delincuente. Lo mismo es que
tengo pinta de alguno de ellos.
Unos auténticos impresentables los guardias de seguridad que
me tocarían, pero que para devolvérsela, en la medida de mis posibilidades, me
tomaría diez minutos para volver a dejar la mochila tal cual la traía y volver
a colocarme el calzado y la ropa con la máxima tranquilidad posible. A lo que
por supuesto no me dijeron ni mu, aunque se les veía un poquito desquiciados.
El vuelo se desarrollaría sin, prácticamente, ningún
contratiempo y a las 22.30 estaba desembarcando. Como la experiencia es un
grado y ya conocía el aeropuerto de Múnich, del año pasado, me dirigí sin
perder un minuto, pues tampoco es que me sobrara mucho tiempo, hacia la oficina
de alquiler de vehículos de AVIS.
Este año volvía a repetir moverme con coche de alquiler por
Alemania y, también, Austria y es que la libertad y tranquilidad que te permite
este para conocer ciertas zonas un poco aisladas y a desmano, es una gran
ventaja. Esto no significa que las zonas que tengo intención de conocer no
estén bien comunicadas por trenes y autobuses, que lo están, pero todavía es
esta una época algo complicada y la frecuencia de algunos de ellos no es tanta
como en época estival. Además de que terminan de pasar a horas que para mí son
todavía algo tempranas.
Si este año me decantaba por AVIS es porque me suponía un
ahorro de casi 40 euros con respecto a la compañía más barata de todas la que
había mirado, así que estaba claro. El alquiler por los cuatro días, con
kilometraje ilimitado y seguro a todo riesgo, sin franquicia (más vale prevenir
que curar) me saldría por 195 euros.
En el stand de AVIS me estaría esperando una señora la mar
de simpática que chapurreaba algo de castellano por lo que todos los trámites
los hicimos sin demorarnos más de la cuenta. Además me dejaría elegir entre
varios modelos de coches y me decantaría por un Polo Cross automático, que era
el único de este tipo, por lo que no dude ni un segundo, después de lo que
disfruté conduciendo este tipo de vehículos en USA y Canadá.
Ya en el vehículo conectaría el GPS que ya traía desde
España con los mapas de la zona metidos y me dirigí hacia la localidad de
Rosenheim, a unos 110 kilómetros del aeropuerto de Múnich y como a una hora y
diez minutos del mismo. Casi todo el trayecto fue por autovía y salvo algunas
ráfagas de viento, el viaje transcurrió sin problemas.
Aquí me alojaría en el Hotel Gasthof Flötzinger-Bräu en
pleno centro histórico en una habitación individual con pila de lavabo y el
resto baño compartido por 30 euros la noche y desayuno incluido. Me recibiría
una señora de lo más amable que se preocupó de acompañarme a poner el número de
la hora para que al día siguiente no me multasen (1,50 euros por una hora y
media), ya que los parquímetros empezaban a funcionar a las 08.00 en días
laborables.
Sólo quedaba ya retirarme a mis aposentos que con la
tontería eran ya la 01.30 de la madrugada y mañana quería estar a las 07.00 en
punto desayunando, pues tenía muchas papeletas de que el día se me pudiera
complicar bastante a consecuencia del tiempo, por lo que cualquier minuto extra
que pudiera aprovechar iba a ser bienvenido.
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