12 de Septiembre de 2015.
Bien temprano cogería el tranvía número dos, que me volvería
a dejar en el Parque de la Paz, pues quería pasear otra vez por este lugar y
volver a ver los memoriales que contemplé ayer y alguno que otro nuevo como el
reloj floral, que muestra este con la hora detenida en recuerdo de la
catástrofe. Caminaría también hasta el Cenotafio del Memorial, donde no había
nadie y aprovecharía para sentarme rodeado del silencio y la tranquilidad.
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Monumento a la Paz de los Niños.Hiroshima |
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Campana de la Paz.Hiroshima |
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Reloj parado en el tiempo.Paque de la Paz.Hiroshima |
Tras una hora por aquí volvería al Hostel, donde haría el
check – out, pidiendo que me guardasen la maleta en la consigna, y me marcharía
hacia la estación de Hiroshima para coger la línea Sanyo hasta la estación de
Miyajimaguchi, a la que llegaría en una media hora. Después sólo tendría que
seguir los carteles que te indicaban, perfectamente, cómo llegar hasta el
puerto donde se toma el ferry a la isla de Miyajima. (Todo incluído en el Japan
Rail Pass)
Eran las nueve de la mañana y no había demasiada gente, así
que pude situarme en un buen lugar del barco e ir disfrutando de las vistas y
de la isla en la lejanía, para en diez minutos escasos llegar a su pequeño
puerto, pasando, unos instantes antes de llegar, al lado del famoso Torii
flotante.
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Puerto de Hiroshima |
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Isla de Miyajima desde el Ferry |
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Isla de Miyajima y Gran Torii desde el Ferry |
Lo primero que quería hacer, aprovechando que todavía no
habían llegado las masas era dirigirme al famoso Torii, por el que acababa de
pasar montado en el barco, y quedarme allí un rato contemplándolo y viendo como
se eleva sobre el mar con la marea alta. Los japoneses dicen que es una de las
tres vistas más emblemáticas del país y razones no les faltan, pues su
estructura de 16 metros de alto y su diseño con cuatro pilares, que le
proporcionan estabilidad, hacen que la imagen sea digna de admiración durante todo
el tiempo que uno quiera dedicarle, sin cansarse en ningún momento de ella.
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Gran Torii del Santuario de Itsukushima |
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Gran Torii del Santuario de Itsukushima |
El nombre oficial de Miyajima es Itsukushima, al igual que
el santuario del que el gran Torii hace de puerta de entrada al mismo. La
principal característica de este es que se encuentra construido sobre pilotes y
cuando sube la marea los edificios se reflejan en el mar. Lástima que cuando
estaba llegando a él, gran parte del agua ya se estaba retirando y empezaba a
estar rodeado sólo de arena, fango y musgo.
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Ciervos camino al Santuario de Itsukushima |
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Santuario de Itsukushima |
Después de pagar la entrada de 300 yenes, me dedicaría a
pasear por sus pasarelas de madera y sus pasillos de color bermellón, repletos
de farolillos y lámparas, así hasta llegar a un gran escenario desde el que
poder contemplar en primera línea el gran Torii. Dicen que en este punto
desembarcaba la gente, después de pasar por debajo de la estructura de madera,
para realizar sus ofrendas en la isla y es que durante muchos siglos estuvo
considerada sagrada y no estaba permitido poder pisar su territorio sino era de
esta manera.
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Santuario de Itsukushima |
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Santuario de Itsukushima |
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Gran Torii desde Santuario de Itsukushima |
El siguiente punto de interés que estaba interesado en
conocer se encontraba sólo a cien metros, eso sí, cuesta arriba, así que tras
este pequeño esfuerzo llegaría hasta Goju-no-to, una pagoda de cinco plantas
construida en 1407 y desde donde se contemplan unas vistas sensacionales tanto
del santuario como de parte de la isla y su frondosa vegetación. Justo al lado
está el pabellón de los mil tatamis o Senjokaku, de 1587 y en cuyo interior se
encuentran una gran cantidad de columnas de las que, de su parte más alta,
cuelgan pinturas realizadas en aquella época.
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Pagoda de Cinco Pisos o Goju-no-to |
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Santuario de Itsukushima desde Goju-no-to |
Desde aquí decidiría tomar un camino que venía indicado y
perderme por él, a través de la montaña hasta, tras unos quince minutos, llegar
al que yo creo es la joya de la isla: el templo Daisho-in, el cual es uno de
los más prestigiosos santuarios Shingon en la parte occidental de Japón. Este
lugar, a diferencia de otros, se hallaba con muy pocos visitantes y en él
podría encontrarme con gran cantidad de sorpresas que a estas alturas del
viaje, no pensaba ya poder encontrar y es que Japón no para de sorprenderte
desde el minuto uno y hasta que dejas el país.
Una de las primeras cosas que me llamarían la atención sería
que sus monjes fueran seguidores del Dalai Lama y por tanto practicantes del
movimiento más pacífico del Budismo.
Sería el Emperador Toba el que fundaría la sala de
oraciones, allá por el S.XII y desde entonces y hasta el S.XIX el templo mantendría
estrechos vínculos con la familia imperial. Tal fue esa relación que hasta el
Emperador Meiji se alojaría aquí en 1885. Así que como se puede ver este no es
un templo más, ni mucho menos.
El caso es que cuando aparecí en el templo lo haría por uno
de sus niveles superiores, no teniendo ni idea del camino que seguí para entrar
por aquí. Así que como quería recrearme y ver todos los secretos de este en el
orden correcto, bajaría hasta su puerta de entrada y comenzaría por aquí la
visita, es decir accediendo por su puerta Niomon, que es considerada la
oficial. Esta se encuentra protegida por dos temibles figuras que representan a
dos reyes Nio, cuya función es mantener alejado el mal para salvaguardar la
filosofía budista en la tierra.
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Puerta Niomon. Templo Daisho-in |
Acto seguido afrontaría una inmensa escalinata con una
peculiar barandilla, compuesta por cilindros, que se dice albergan los 600
volúmenes de las escrituras Daí-hannyakyo, traídas desde la India por el monje
chino Sanzo. Mientras subía iría tocando gran parte de ellos pues al tocar los
sutras te espera una vida llena de fortuna.
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Dai-hannyakyo Sutra.Daisho-in |
Justo antes de llegar al final de la escalera y tras pasar
el campanario y una sala donde se exponen los tesoros del templo, una
pequeñísima senda me conduciría hasta un lugar encantador compuesto por 500
estatuas Rakan o lo que es lo mismo los discípulos de Shaka Nyorai, una de las
más altas deidades del Budismo. Lo más asombroso es que no hay dos que repitan
su gesto facial, todas son diferentes.
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Estatuillas Rakan.Daisho-in |
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Estatuillas Rakan.Daisho-in |
Tras pasar la puerta Onarimon llegaría hasta una explanada
donde me encontraría algunos de los más importantes edificios del templo. Aquí
estaría el Kannon-do, cuyo interior alberga una inmensa escultura de la diosa
Juichimen Kanzeon Bosatsu, con once cabezas, y cuyo deber es el de velar por
los seres vivos de la tierra con la finalidad de salvarlos, y también se pude
observar una espectacular mandala realizada con arena de colores por los monjes
budistas del Tíbet y que muestra a la diosa de la Piedad.
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Buda en Kannon-do Hall.Daisho-in |
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Sand Mandala en Kannon-do Hall.Daisho-in |
Casi en frente del anterior edificio está Chokugan-do donde
se halla una estatua de Dainichi Nyorai o Buda Cósmico, conocido como el Rey
Inamovible. Los fieros rasgos de su cara revelan su profunda intención de
terminar con el mal. Interesantes también son las mil figuras de Fudo, donadas
por los fieles para rememorar la sucesión del sacerdote principal y delante de
las cuales, cada día a las diez de la mañana, realizan un ritual quemando palos
de madera en los que se hayan escritas plegarias. Por último, pude ver 33
estatuillas que representan cada una de las veces en que Kannon Bosatsu se ha
reencarnado para salvar a los que sufrían. Por cierto que este tipo de deidad
es aquella que está recibiendo una formación ascética para alcanzar la
iluminación.
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Imágenes de Fudo.Chokugan-do Hall.Daisho-in |
Casi contiguo a este edificio se puede apreciar el Shaka
Nehan Hall donde se encuentra medio tumbada la imagen de Shaka Nyorai, la cual
se dispone a entrar en el Nirvana y está rodeada de sus 16 discípulos.
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Shaka Nehan Hall.Daisho-in |
Como se ve el templo no tiene desperdicio y cada sala y
detalle nuevo era motivo de sorpresa, por lo que estaba encantado.
De nuevo, ante mí, se encontraba una nueva escalera con una
barandilla que contenía las llamadas ruedas de oración y cuya función es la
bendecir a todo aquel que haga girar una de ellas, teniendo el mismo efecto que
si se leyera un volumen del Sutra del corazón. Tras haber sido bendecido hasta
la eternidad, pues giré unas cuantas, llegué hasta el Maniden Hall, un
importante edificio que contiene un millar de figuras de Amida Nyorai que
fueron donadas por los fieles. Esta importante deidad es el Buda de la luz
infinita y su función es acompañar a los muertos al Paraíso del Oeste. Pero lo
mejor de este edificio son sin duda las vistas que se obtienen desde su segunda
planta y desde una de sus terrazas que se encontraba abierta en este momento.
Allí me pararía un buen rato a descansar y a darme un respiro después de todo
lo que llevaba visto.
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Estatua de Tengu y Ruedas de Oración.Daisho-in |
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Imágenes Amida Nyorai.Maniden Hall.Daisho-in |
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Isla de Miyajima desde Maniden Hall.Daisho-in |
Tras los instantes de relax y de vuelta al circuito que
estaba siguiendo, lo siguiente que vería sería el monumento Hochozuka en el que
tiene lugar una ceremonia para dar las gracias a los cuchillos viejos que
deberán dejarse de usar a partir de la celebración de la misma. Esta tiene
lugar el ocho de marzo.
En dos nuevos templetes podría observar dos nuevos dioses,
por un lado a Aizen Myo que se piensa que salva a la gente de los deseos
impuros y la lujuria, llevándola hacia la salvación, y por otro, Yakushi Nyorai
o el Buda de la Medicina, que se cree que se responsabiliza de mantener la
salud de los fieles.
También, muy cerca, tendría oportunidad de ver los llamados
Misukake Jizo, es decir, siete imágenes de Jizo Bosatsu cuya función es redimir
los espíritus de los bebes y niños fallecidos. Sobre ellos los fieles vierten
agua para aliviar las almas de sus seres queridos.
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Estatuillas Rakan. Maniden Hall.Daisho-in |
Poco quedaba ya para concluir la visita, pero todavía me
esperaban dos importantísimos lugares. El primero de ellos era donde se
encuentra el Buda de la Luz Infinita, Amida Nyorai, y el segundo, el templo
Daishi-do, dedicado a Kobo Daishi, fundador de la secta Shingon en el S.IX.
Pero lo mejor de este último lugar es su caverna Hen jyokutsu decorada con
cientos de farolillos y con los principales iconos budistas de los 88 templos
de la prestigiosa ruta de peregrinación de Shikoku. Su ambiente misterioso y
acogedor a la vez, debido a la débil luz que hay en su interior, supone la
manera perfecta de casi dar por terminada la incursión en este santuario tan
especial.
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Caverna Hen Jyokutsu.Daisho-in |
Y decía casi, porque mientras empezaba a desandar lo andado,
todavía tendría oportunidad de ver otro templo, en este caso octogonal y rodeado
por una pequeña laguna, al que se accede por un pequeño puente y en el que se
hallan las siete Divinidades de la Buena Suerte. Si queremos que esta nos dé de
lleno no estaría de más asistir a la ceremonia que tiene lugar el 7 de Julio y
así conseguirla.
Tras dos horas y media en él, dejaba el recinto de Daisho-in
y me dirigí al parque Momijidani que, supuestamente, tenía que estar repleto de
ciervos, pero cuál sería mi sorpresa que sólo encontraría por aquí a unos diez
ejemplares y poco más. El resto me imagino estarían por la zona del puerto
poniéndose las botas a base de galletas y de planos de incautos turistas.
Así que tampoco me entretendría mucho en este lugar, pues en
Nara ya había disfrutado lo suyo de estos encantadores animalitos, y me fui directo
a coger el teleférico hacia el Monte Misen. (1800 yenes, ida y vuelta). Hay que
decir que realidad son dos, pues se tiene que hacer transbordo a mitad del
recorrido para tomar el segundo de ellos. Una vez en la estación superior me
dispuse a realizar la ruta que me llevaría hasta la cima y donde me esperaba la
merecida recompensa. El camino está perfectamente habilitado y en cuarenta
minutos llegaba hasta la parte más alta de la montaña, tras atravesar una zona
de pequeños templos dedicados a Kobo Daishi y, en la parte final, un área de grandes
moles de piedra que imponían bastante por sus dimensiones.
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Teleférico al Monte Misen |
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Monte Misen |
Por fin, había llegado a la recompensa que comentaba líneas
atrás: unas increíbles vistas del mar interior de Seto, Hiroshima en la
lejanía, el puerto de Miyajima, otras muchas zonas cercanas y un mar salpicado
de islas de multitud de tamaños y formas. Aunque con una ligera bruma, así era
como quería terminar mi viaje a Japón y lo había conseguido. Saqué los
sándwiches, los snacks y la bebida que había traído para comer y allí estaría
casi dos horas hasta que obligado por la salida del último teleférico a las
17.30, no me quedaría otra que regresar a coger este.
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Vistas desde el Monte Misen |
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Vistas desde el Monte Misen |
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Vistas desde el Monte Misen |
Una vez abajo, volvería andando hasta el gran Torii para
poder acercarme hasta él con la marea baja, me haría las correspondientes
fotografías y me marcharía hacia la estación de ferries. Aquí cometería la
grabe imprudencia de comprarme en un puestecillo una tarrina de patatas fritas
con tomate y es que por unos instantes se me habían olvidado los ciervos al no
ver ninguno desde hacía rato, pero en menos de un minuto empecé a ver a varios
de estos comenzar a seguirme para dejarme sin las patatas. No lo dudaría y
aceleraría el paso hasta casi correr y ponerme a salvo en la fila para coger el
barco y es que estaba casi al lado de la terminal. Así que no pudieron salirse
con la suya de dejarme sin patatas y pude ir comiéndomelas mientras Miyajima se
iba alejando, a la par que empezábamos a llegar al puerto de Hiroshima.
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Gran Torii del Santuario de Itsukushima atardeciendo |
Sólo me restaba deshacer lo que había hecho por la mañana
para llegar al Hostel a recoger mis pertenencias y encaminarme, de nuevo, a la
estación de Hiroshima donde tomaría mi último tren bala en el país para
dirigirme hasta Hakata-Fukuoka, donde llegaría a las 21.35. Como siempre incluido
en el pase del Japan Rail.
Esta sería la única ocasión en todo el viaje que aparecía en
un lugar sin tener alojamiento reservado y es que quería vivir la experiencia
de alojarme en un hotel cápsula, algo completamente diferente y que me apetecía
probar. Traía la dirección apuntada de uno en concreto que se encontraba sólo a
unos metros de la estación, por lo que me fui hacia un chico que parecía
espabilado y le pregunté por la misma. Este empezó a consultar en su móvil,
pero todo lo que hizo cayó en saco roto, no le aparecía nada por el nombre que
yo le decía. Así que me dijo que no me preocupara, que me acompañaría a uno que
conocía él y el cual estaba a sólo 200 metros, así que le seguí y,
efectivamente, llegamos en nada. Él se encargaría de preguntar si quedaba
alguna cápsula libre, mientras yo esperaba con el equipaje, pero cuál sería mi
sorpresa que cuando volvió me dijo que estaba todo ocupado. ¡No me lo podía
creer!, eran más de las 22.00 y me encontraba sin alojamiento y cargado como
una mula.
Aun así mantuve la calma y le pregunté a mi improvisado
anfitrión donde podía coger el autobús 88 para que me llevara al puerto al día
siguiente y el pobre se volvió a tirar conmigo otra media hora hasta conseguir
llevarme a donde estaba la parada. Ya tenía un problema menos para mañana.
¿Quién se tira más de una hora con alguien que no conoce
intentando ayudarle? Pues muy poca gente en la mayoría del mundo, pero aquí
como se ve está a la orden del día.
Tras darle las gracias por todo, decidiría volver a probar
suerte, de nuevo, en el mismo hotel en el que lo había intentado hacía casi una
hora, pero preguntando esta vez que si sabían de alguna cancelación que se
hubiera producido en los últimos minutos y… ¡bingo! No sé por qué pero para el
señor de la recepción no era lo mismo que le preguntaran por una cama libre que
por una cancelación de última hora, lo que al final viene a ser lo mismo: una
cama libre. Pero en fin, lo más difícil ya estaba hecho.
Tras guardarme el maletón en una consigna especial, me cobrarían
4010 yenes y me indicarían donde se encuentran las taquillas para dejar las
pertenencias y los zapatos, porque hasta en un inmenso edificio como era este
hay que descalzarse y ponerte unas zapatillas.
Después de todo ello, me marcharía a curiosear por las
diferentes plantas que tenía disponibles el inmueble para todos los clientes
que allí nos alojábamos. Me iría directo hacia el número de mi cápsula y cuando
entré en la planta me encontraría con varios pasillos a cuyos lados estaban, a
modo de panel, grandes cápsulas. Buscaría la mía que estaba sin las cortinas
echadas y me encontraría con un cubículo rectangular, en el que cabía
perfectamente sentado y sin que mi cabeza diera al techo. De largo, igualmente
me sobraba espacio por todas partes, así que esto prometía. Cuenta con una
pequeña televisión y con hilo musical, reloj y despertador, por lo que estaba
encantado.
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Hotel Cápsula de Fukuoka |
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Mi cabina en el Hotel Cápsula de Fukuoka |
Tras escuchar algunos chistidos de algún nicho cercano, los
cuales fueron bastante exagerados porque apenas hice ruido, sólo estaba dejando
algunas cosas en mi original habitación, me marcharía a dar una vuelta por el
edificio, encontrándome en el resto de plantas con las duchas y los aseos, sala
de ocio, gimnasio, sala de masajes, etc. Vamos que aquello parecía un hotel de
lujo más que otra cosa y, claramente, muchos de esos servicios van a parte si
se quiere disfrutar de ellos.
También encontraría unas máquinas con unos zumos de leche y
frutas que estaban de muerte y no pude evitar caer en la tentación, hasta tres
veces, antes de irme a la cama y repasar mientras me dormía tantos buenos e
increíbles momentos que el país del sol naciente me había aportado.
El viaje no terminaba aquí, no, pues todavía me quedaba otra
semana entera para descubrir Corea del Sur, un país poco conocido para el viajero
y que estaba seguro que me aportaría muchas cosas buenas, veríamos si tantas
como Japón o alguna menos.
Teniendo en cuenta que iba a entrar a un nuevo país e iba a
vivir lo que me ofrecía una cultura diferente, es aquí donde termino esta
aventura y por tanto este diario, comenzando uno nuevo para las futuras
andanzas y peripecias en Corea del Sur. ¿Te animas a seguirlas?
Haciendo una síntesis final de lo que me ha parecido Japón,
puedo afirmar, sin dudarlo, que es uno de esos lugares al que me gustaría
volver más pronto que tarde, ya que me he quedado fascinado de la hospitalidad,
buena educación y saber estar de su gente. Me ha sorprendido muchísimo el
concepto tan práctico que tienen de la vida y de no molestar a los demás, en
definitiva la famosa frase de vive y deja vivir. Me ha encantado la seguridad
del país, el poder ir por cualquier sitio, sin el más mínimo miedo ni sospecha
hacia nadie e independientemente de la hora o lugar en el que me encontrara en
cada momento.
Aunque por el presupuesto tampoco he podido pegarme grandes
festines, su comida me ha encantado y he disfrutado muchísimo con los nuevos
sabores que he podido probar. La predisposición de la gente a ayudarte, a no
ser desagradables a brindarte casi en cualquier momento una sonrisa y un gesto
amable hacen de este país, un lugar que te invita a querer ser, en muchos
aspectos, como ellos y más altruista en tú vida. Creo que casi se podría
afirmar que es un país terapéutico que te invita a tratar de ser mejor persona.
Por supuesto, que no me puedo olvidar de todas las
maravillas que he visto y de todas las experiencias que me llevo, desde
acariciar el lomo de varios ciervos en Nara, bañarme en un Onsen, dormir en un
Ryokan, ver amanecer en la cima del Monte Fuji o perderme en mis pensamientos
mientras contemplaba un jardín zen en Kyoto. Todo ha sido fascinante y ya
forman parte de mis mejores recuerdos.
Si tengo que hablar de algo negativo sería sin duda el cielo
gris que me ha acompañado durante gran parte del viaje y los 3 o 4 días que ha
llovido con fuerza y me han hecho más difícil llevar a cabo los planes que
tenía pensados, aunque al final creo que he podido hacerlos casi todos. Aun así
no me quejo porque teniendo en cuenta la época que era y la presencia de más de
un tifón en la zona, sin que me hayan afectado más que en lo mencionado, creo
que es para sentirse afortunado.
Creo que Japón es un destino al que hay que ir al
menos una vez en la vida y del que, seguro, no se vuelve decepcionado.
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